Miriam Michael Stimson (1913-2002), la monja que rockeó la ciencia, descubrió a Dios en un laboratorio y exorcizó el bloqueo del ADN

Vidas científicas

Miriam Michael Stimson. Imagen: Sciencemeetup.444.

¿La ciencia puede rockear y vestirse de fe sin que sea considerado un acto de prostitución? ¿La religión puede aceptar el silencio de un Dios y entenderlo todo desde los engranajes de la razón? “La comprensión es una calle de doble sentido” arremetió Eleanor Roosevelt. En ese desafío de entendimiento, una monja direccionaba su libido pagana hacia el método científico para adentrarse en la búsqueda de la verdad; y soltaba el hilo de su íntimo carretel para descubrir el misterio del alma del ADN. Si bien la sotana no le significó un impedimento para exorcizar uno de los problemas científicos más importantes de la época, la comunidad científica fue su Judas.

Caerás en la tentación de la ciencia

“Después de todo, ¿qué es un científico?” se interrogaba el explorador del “continente marino” Jacques Yves Cousteau. Nacida el 24 de diciembre de 1913 en Chicago en el seno de una familia católica de ascendencia inglesa e irlandesa, Miriam Michael Stimson quebró –y con fractura expuesta– el estereotipo científico. Según un estudio de la Sociedad para la Investigación en Desarrollo Infantil —Society for Research in Child Development–, los niños de hasta siete años tienden a identificar a los científicos con imágenes preferentemente masculinas. Si bien la tendencia está cambiando, el cabello alocado, los anteojos y la bata de laboratorio suelen aventajar a los hombres. Desestimando el fundamentalismo religioso y el imperialismo científico, la hermana Miriam miembro de la Adrian Dominican Sisters –Orden Dominicas de Adrian– fusionó sus identidades con total naturalidad.

Tenía amplios intereses y una profunda curiosidad. Además de profesar la fe católica, los derechos de las mujeres y la medicina siempre fueron su dopamina. «De vez en cuando, ella me decía qué aminoácidos no estaba comiendo con ciertas proteínas», reafirmó la hermana Sharon. El hecho de que estuviera casi obsesionada con la salud se debió a la ausencia de la misma en su círculo íntimo. Miriam –la tercera hija de Mary Holland y Frank Stimson– antes de tomar sus hábitos, fue hermana de la enfermedad. Mientras crecía, su hermano mayor contrajo polio; su hermana tuvo una afección cardíaca como resultado de una infección bacteriana y su madre fue acorralada por la pérdida de memoria tras dar a luz a gemelos y sufrir un severo pico de presión. «Ella era una científica brillante, pero también era una persona muy amable. Se ocupó de su anciana madre y tía en sus vidas posteriores”, ilustró verbalmente la hermana Mary Beaubien.

Impregnada de ciencia y religión.
Imagen: Catholic.net.

Cuando cumplió 14 años, sus padres –quienes la alentaron a aprender sobre su religión– la enviaron al St. Joseph College and Academy –localizado en Adrian, Michigan–. Tras graduarse de la academia religiosa dirigida por las Hermanas Dominicas Adrian, la joven Stimson decidió integrarse en dicha congregación sin adormecer sus estudios en química en la Universidad de Siena Heights. Pero su performance académica no acabaría ahí. Con la necesidad de exploración y especialización se aventuró a la escuela de posgrado. El Institutum Divi Thomae –ubicado en Cincinnati, Ohio– la recibió con hospitalidad –y extrañeza– y le otorgó una maestría y un doctorado en química.

“Era una apasionada de la ciencia como medio para descubrir la verdad, el espíritu de la búsqueda dominicana de la verdad fue un valor muy alto para ella, que al llegar a conocer la verdad sabemos más acerca de Dios», evidenció la hermana Sharon. Devota de la investigación y de la transmisión de ideas, retornó a Siena Heights para impartir clases de química y brindar asesoramiento académico –su primera experiencia como educadora fue con sus hermanos menores a quienes ayudó a criar y les enseñó a leer–; allí también abrió un laboratorio donde se dispuso a estudiar el cáncer y trabajó en “hormonas de curación de heridas”, lo que la condujo a crear una crema para hemorroides (Preparación H) antes de bucear en los arrecifes del código genético.

No desearás el mal. Sí el corpus químico

¿Cuál es el pecado original desde la química del deseo? Quien investiga desea ir más allá de los límites, y el trabajo más notable de Stimson se centró en la espectroscopía infrarroja, una técnica que implica la interacción de la radiación infrarroja con la materia. Su utilidad radica en la identificación y estudio de sustancias químicas. Los átomos de una molécula siempre están en movimiento, y los enlaces químicos entre ellos se doblan y se estiran constantemente. Estas curvas y estiramientos son únicos para los átomos involucrados: un enlace de carbono a oxígeno es diferente de un enlace de carbono a hidrógeno, y un gran estiramiento se comporta de manera diferente a una pequeña curva. Estas pequeñas diferencias nos permiten mapear cómo se ve una molécula compleja. Este descubrimiento y los trabajos que se desprendieron del mismo, la llevaron a escribir manuales para usar el espectroscopio.

La hermana Miriam usa un espectrógrafo de cuarzo Hilger acoplado a un fotómetro Spekker.
Imagen: Archivo de la Universidad de Siena Heights / Cincinatti Times-Star. Sciencemeetup.444.

A pesar del logro empírico, la científica religiosa aún no estaba del todo conforme. Sucede que para ver la “huella digital” en cuestión, era preciso saber qué buscar. Para Stimson los métodos existentes eran insuficientes. Detectaba demasiada interferencia en los espectros resultantes para observar con claridad los tramos y las curvas que estaba buscando. “Cuando en el siglo X llegó a España el uso del número cero en matemáticas, la Iglesia lo tildó de mágico y demoníaco”, graficó el físico y divulgador científico Manuel Toharia en su libro “Historia Mínima del Cosmos. Alejada de ese segregacionismo eclesiástico, vertió su capacidad analítica e investigativa en la resolución de dicha problemática. Pues, ¿cómo lo hizo? Mezcló muestras del químico que estaba estudiando con bromuro de potasio, –conocida como técnica de disco KBr— y lo presionó en un gránulo casi transparente –comprimiéndolo en un pequeño disco–. Cabe destacar que el bromuro de potasio –compuesto por un ion de potasio cargado positivamente y un ion de bromo cargado negativamente– no tiene estiramientos ni curvas, lo que evita que interfiera con el espectro. «Hubo ausencia de bandas interferentes, menores pérdidas por dispersión, mayor resolución de los espectros, mejor control de la concentración y homogeneidad de la muestra, facilidad para examinar muestras pequeñas y posibilidad de almacenar muestras para estudios posteriores», se demostró la superioridad de la técnica de Stimson en comparación al método empleado anteriormente con aceite.

“Ten cuidado con lo que buscas porque lo acabarás encontrando”, reza el dicho. Para la devota del catolicismo descubrir el potencial del bromuro de potasio –con el objetivo de estudiar estructuras simples y complejas– le debe haber significado una inmersión sin escalas hacia el “mundo divino”. En contraposición, el escepticismo de la comunidad científica sobre la capacidad empírica de Miriam Stimson no perdió sustancialidad ante su primordial contribución: la comprensión de la genética humana mediante el desbloqueo del ADN.

Conocer y entender en profundidad la estructura de este ácido nucleico –que contiene las instrucciones genéticas empleadas en el desarrollo y funcionamiento de todos los organismos vivos, algunos virus y que es responsable de la transmisión hereditaria– fue el gran estigma científico de su época, llegando a fascinar a mentes indómitas como las de Linus Pauling, James Watson, Francis Crick, entre otros. La dupla James-Francis se distanció del “acto eurekiano” al incurrir en un error fundamental. ¡Propuso modelos genéticos que estaban al revés! Tenían las bases en el exterior, no en el interior que es a donde pertenecen.

Desnuda bajo la sotana y armada con su técnica de disco de bromuro de potasio, la estadounidense confirmó la estructura de las bases de nucleótidos de ADN y estudió la conexión de las mismas en la estructura de doble hélice de ADN. Paradójicamente hay quienes no creen pero sospechan que “Dios siempre se cuela en algún lado y salen cosas fantásticas”, y tal vez este fue el caso. La hermana Miriam Stimson con su capacidad inventiva, investigativa y resolutiva volteó esos modelos defectuosos posibilitando el entendimiento del modelo de ADN que conocemos en la actualidad.

¿Y la “justicia divina”?, ¡Bien, gracias! Aunque la científica religiosa realizó una de las contribuciones más destacadas del siglo XX, no logró el digno reconocimiento que merecía. ¿Habrá puesto el grito en el cielo? El mundo se despellejó ante el trío Watson, Crick y Maurice Wilkins, quienes fueron condecorados ni más ni menos que con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina 1962 “por sus descubrimientos acerca de la estructura molecular de los ácidos nucleicos y su importancia para la transferencia de información en la materia viva”.

A Miriam no le lavaron los pies

En el camino quedaron las contribuciones personales de las químicas Miriam Stimson y Rosalind Franklin a los estudios relacionados con el ADN, que tuvieron un profundo impacto en los avances científicos de la genética.

Rosalind falleció a causa de un cáncer de ovario en el año 1958, cuatro años antes de ver que el Nobel sólo sudaría testosterona. Con cierto cinismo James Watson puntualizó que “Franklin debió haber sido galardonada también con el Premio Nobel de Química, junto con Wilkins”. Esto resultaba incompatible con las normas del prestigioso premio que imposibilita su entrega a personas fallecidas.

Con el mismo proceder, la comunidad científica lejos de lavarle los pies a Stimson como un acto de verdadera humildad, se los embarró. Extraño era esperar algo contrario, pues la religiosa de la orden dominica –que desarrolló su vida entre el convento y la Universidad de Siena Heights donde tenía su laboratorio–, desde joven ya era referente en su ámbito y las miradas de recelo la penetraban por su condición de mujer, monja y científica.

Su temprano éxito en la química trabajando en la investigación de células de examen, la llevó a recibir una invitación para dar una conferencia en el año 1951 en la Sorbona en París. Considerando la indiferencia vivencial de la época, ser la dama que secundó a Marie Curie –la madre de la física moderna– en el rol de oradora no es un hecho menor. Su extenso trabajo en espectroscopía la “desclavó de la cruz” y le proporcionó un restringido reconocimiento internacional. Previo a ello, en el año 1945 Stimson se “acercó más a Dios” –que era el principal motivo por el cual dedicaba su vida a la ciencia–. Resulta que la revista científica Nature publicó la primicia de sus investigaciones sobre los rayos ultravioletas; así como también sus estudios sobre cromatología y el origen de las células cancerosas. Desde entonces, sus trabajos brotaron con ímpetu y frecuencia en distintas publicaciones científicas.

Dra. Miriam Stimson en función académica. Imagen: Archivo de la Universidad de Siena Heights. Sciencemeetup.444.

Al igual que la química, la pedagogía era como el agua bendita. Apodada cariñosamente –y en términos químicos– como M2 (Miriam al cuadrado), la cristiana pudo tener un impacto más que positivo en su pequeña escuela en casa –situada en Michigan–. “Estaba interesada en cada estudiante como persona, no simplemente como una mente para ser enseñada. Ella tenía otra habilidad especial que ayudó a sus alumnos. Era humilde sobre su trabajo, y los estudiantes no aprendieron sobre su éxito hasta que lo leyeron en un libro”, iluminó con elocuencia la hermana Sharon. Para ella la religión no fue “el opio del pueblo” como vociferó el filósofo alemán Karl Marx luego de oírla de su amigo personal Bruno Bauer perteneciente a la izquierda hegeliana. Además de dirigir su laboratorio de química durante más de 30 años, Miriam Stimson fundó un programa de asesoramiento sobre adicciones e introdujo la investigación a nivel universitario. En armonía con su curiosidad instintiva, “leyó todo lo que pudo tener en sus manos, y hasta se obligó a viajar a la Unión Soviética y estrechar lazos de amistad con académicos extranjeros que estudiaban en Siena Heights”, desempolvaron sus amigos.

Delivery de humanidad

Devota de la búsqueda de la verdad y de una vida de entrega, Stimson es un verdadero ejemplo de liderazgo. Su trabajo en la genética y en la investigación contra el cáncer facilitó la lucha contra la enfermedad y posibilitó el desarrollo de técnicas como la quimioterapia. “Por falta de conocimiento de la doble hélice del ADN, los científicos no podían entender las raíces genéticas del cáncer, y por tanto, fueron incapaces de desarrollar métodos eficaces del tratamiento”, explicó el biólogo Jun Tsuji –uno de sus discípulos– en el libro “The Soul of DNA (El alma del ADN) donde narra detalladamente la historia de la “desbloqueadora del código genético”.

Vida y obra de Stimson. Imagen: Amazon.

En la misma línea y sin tapujos, Tsuji disparó con buena puntería otra verdad afilada: “la magnitud de Stimson fue hacerse un hueco como mujer y como monja católica en una comunidad científica, en una década de los 50 muy dominada por los hombres. La hermana Miriam fue uno de los primeros científicos que probó el modelo de la doble hélice del ADN. Su método y su química con el ADN sigue siendo relevante hoy”.

La fe y el ateísmo no son una condición necesaria ni suficiente para ser un buen científico. Galileo, Newton, Descartes, Pascal, eran profundamente religiosos, al igual que muchos ganadores del Premio Nobel como el Dr. Christian Anfinsen (bioquímica del ARN), el Dr. Arthur Schawlow (espectroscopía de los rayos láser) e incluso el Dr. Arno Penzias de Bell Labs (radiación cósmica de fondo de microondas o CMB). La religiosa americana Stimson no sólo auxilió a la ciencia, también le arrojó un salvavidas a la fe. Tras el descubrimiento del ADN, el conocido filósofo ateo Antony Flew, se convenció de la “existencia de Dios”.

Aunque la Historia de la Ciencia habla por sí misma, lo que se dice compite con lo que no se dice. La disputa –entre aquellos que creen que la religión y la ciencia examinan ámbitos de conocimientos legítimos pero diferentes; y aquellos que ven la ciencia como la única forma verdadera de entender el universo– aún usa pañales. Cuando el presidente Barack Obama anunció el 8 de julio del año 2009 que nominaría al reconocido genetista estadounidense Francis Collins –considerado por aquel como “uno de los mejores científicos del mundo”— para ser el nuevo director de los Institutos Nacionales de Salud, científicos y expertos cuestionaron la decisión presidencial aduciendo que les preocupaba que “un cristiano evangélico abierto que cree en los milagros no sea la persona adecuada para ocupar lo que muchos consideran el trabajo más visible de la nación en ciencias”. Finalmente Collins fue confirmado por unanimidad por el Senado de los Estados Unidos el 7 de agosto de ese mismo año. En la misma línea, según un estudio realizado en Estados Unidos por Pew Research Center en el año 2009, “ahora los científicos en general tienden a ser considerablemente menos religiosos que la población general” (33% frente a 83%, respectivamente). Como si la ciencia fuera una parturienta en apuros, una investigación más reciente (2018) de la Universidad Rice también arrojó líquido amniótico al evidenciar que “el 45% de los científicos en el Reino Unido no creen en Dios”. La profesora de sociología y autora principal de esta investigación, Elaine Howard Ecklund, atribuyó esa falta de creencia al intelectualismo y a las fuerzas sociales: “Los científicos de élite podrían expresar menos religiosidad porque suponen que, como científicos de élite, se supone que son o necesitan ser menos religiosos para adaptarse a un ideal profesional. Debido a que ya podrían estar al margen de ese ideal profesional en primer lugar, los científicos que no pertenecen a la élite pueden sentir menos presión social y cultural para ajustarse aún más a él”.

Dios también está en un laboratorio. “Rezo por vos”

«Ella realmente mostró lo que es no subestimarse a sí mismo”, priorizó Carolyn McLaughlin –discípula de Stimson en Keuka College–. “Determinada y muy segura de sí misma”, la desbloqueadora del ADN también encontró a Dios en un laboratorio. “M2” mantuvo una oficina en la universidad hasta el siglo XXI y fue honrada con el premio más alto de la academia en 2002: la Medalla de Siena. La Dra. Stimson fue abrazada por la muerte después de un derrame cerebral el 17 de junio de ese año –seis semanas después del reconocimiento–. «Miriam está en reposo, pero me imagino que el cielo está agitado y nunca será lo mismo«, expresó con congoja Sharon Weber –decana de Artes y Ciencias de la universidad en aquel entonces–.

M2 y su encuentro divino. Imagen: Sciencemeetup.444.

Miriam Stimson, la monja a la que no le lavaron los pies no necesitó redención. Con su química indómita refrescó a la humanidad tras encender el “ventilador de la doble hélice”, fue el alma mater de la decodificación de verdades afiladas, y como si fuera poco, desclavó las heridas de una cruz soltando plegarias en un laboratorio. Sospecho que los acordes argentinos de Rezo por vos de Charly García y El flaco Spinetta la llevaron a bailar el mejor rock. Exudando hábitos de comprensión, a estas alturas “la padeciente del Judas científico” quizás ya le conozca la cara a Dios.

Referencias

Sobre la autora

Jessica Brahin. Periodista, Internacionalista y escritora.

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