Cuando los hombres blancos civilizados de América y Europa exploraban las tierras desconocidas de África, una mujer decidió emularlos pero siguiendo sus propias normas. May French Sheldon consiguió organizar una expedición al Kilimanjaro para demostrar que las mujeres también podían ser exploradoras. Y sus expediciones demostraron que el contacto con aquellas civilizaciones podía ser amigable y pacífico. May French Sheldon, con sus vestidos, regalos y parafernalias, se ganó la estima de sus porteadores y el respeto de las tribus con las que se topó. No en vano fue conocida como la “Reina Blanca del Kilimanjaro”.
De las plantaciones sureñas a la vieja Europa
May French Sheldon nació el 10 de mayo de 1847 en Beaven, Pensilvania, en el seno de una rica familia sureña. Su padre, Joseph French, era propietario de un gran número de plantaciones. Su madre, Elizabeth Poorman, fue también una mujer excepcional al dedicarse al estudio de la medicina y la electroterapia.
Los padres de May la enviaron a Europa a estudiar. En Italia se formó, entre otras materias, en literatura, historia, geografía y medicina.
En 1876, a los 25 años, se casó con Eli Lemon Sheldon, un hombre de negocios que no sólo quiso y admiró a su esposa sino que siempre respetó sus ideas e inquietudes. La pareja se trasladó a vivir a Londres donde fundaron una editorial en la que May colaboraba como traductora. Entre otros, tradujo Salambó, del famoso escritor francés Gustave Flaubert. Entusiasmada por el mundo de la edición y la literatura, la señora Sheldon se atrevió a publicar su primera novela, Herbert Severance, una obra autobiográfica y llena de mensajes feministas.
La atracción de África
A finales del siglo XIX, las colonias se encontraban en pleno auge. Desde las metrópolis no sólo salían cargamentos de productos manufacturados y colonos dispuestos a encontrar una nueva oportunidad. Eran muchos los científicos y expedicionarios que se adentraban en las profundidades de aquellas tierras extrañas con el fin de descubrir nuevas culturas, animales o plantas. De todas aquellas expediciones, fue quizás la de Henry Morton Stanley una de las más conocidas. Su famosa frase «El doctor Livingstone ¿supongo?» inmortalizó a este explorador y aventurero.
Casualidades de la vida, Morton Stanley era amigo del padre de May y la joven había oído en múltiples ocasiones sus conversaciones y prontó despertó en ella la curiosidad por los extraños parajes africanos.
May decidió organizar una expedición a África pero distinta a las que se habían hecho hasta el momento. La futura expedicionaria quería demostrar que las mujeres también eran capaces de participar en aquellas aventuras. No sólo eso, sino que lo haría de manera pacífica.
Una curiosa expedición
Su primera intención de crear una expedición íntegramente femenina tuvo que ser desestimada por la necesaria fuerza que requería el porteo del material. Aun así, inició su aventura cuando en 1891 dejó Londres y a su marido, quien la esperaría fielmente, y se embarcó rumbo a Mombasa. May se encontró con el primer problema nada más pisar tierras africanas. Nadie quería seguir a aquella mujer extravagante y le costó mucho conseguir los más de 150 porteadores que al fin decidieron seguirla. Aquellos que en un principio recelaron de May pronto se verían cuidados y respetados por ella. May veló en todo momento por la salud de sus porteadores, los vacunó y revisó los tiempos de relevo. Los miembros de su expedición la llamarían cariñosamente Bibi Bwana, “Reina blanca”.
Así empezaba aquella curiosa expedición en la que una mujer, sentada en un gran palanquín de mimbre de forma redonda, ondeando la bandera americana y un mensaje claro, noli me tangere (no me toquéis), se adentraba en tierras extrañas en busca de los masáis y el salvaje Kilimanjaro. May Sheldon viajaba con un equipaje abundante. Además de lo indispensable en una expedición como aquella, tiendas, mosquiteras, hamacas, May se llevó con ella una bañera de zinc, sillas y mesas, sábanas, vajilla de porcelana y un amplio y rico vestuario. Todo ello no era un capricho de una rica y frívola europea, sino que formaba parte de sus intenciones. May creía que se podía entrar en contacto con las tribus africanas sin necesidad de usar la violencia. Actuar como una perfecta anfitriona era un objetivo. Así, la vajilla para ofrecer un buen banquete a los nativos o regalos de todo tipo, los más curiosos, cientos de anillos que grabó con su nombre.
Cuando May se presentaba a algún jefe de tribu, lo hacía con una peluca rubia, un vestido blanco con pedrería y un sable en la cintura. Así conoció a más de treinta tribus en su expedición desde Taveta hasta los pies del Kilimanjaro.
De vuelta a Mombasa, May sufrió un aparatoso accidente que le fracturó la espalda pero pudo llegar al lado de su esposo y recuperarse de sus lesiones.
De sultán en sultán
May French Sheldon aún realizaría dos expediciones más y en 1892 plasmaría sus experiencias en un libro, De sultán en sultán. May había conseguido su objetivo, viajar por el corazón de África para conocer distintas formas de vidas. Y lo hizo de manera pacífica, usando la violencia en escasas ocasiones y cuidando a sus porteadores con cariño y respeto.
May demostró, al fin y al cabo, que las mujeres también podían ser exploradoras. No en vano ella fue de las primeras. En 1892 fue elegida como miembro de la Real Sociedad Geográfica por sus estudios sobre el lago Chala.
Murió el 10 de febrero de 1936.
Para saber más
- Cristina Morató, Viajeras intrépidas y aventureras, De bolsillo, 2019
- Pilar Tejera, Viajeras de leyenda, Casiopea, 2018
Sobre el artículo original
El artículo La reina blanca, May French Sheldon (1847-1936) se publicó en el blog Mujeres en la Historia de Sandra Ferrer Valero el 9 de julio de 2012.
Un especial agradecimiento a la autora del artículo por permitir su reproducción en Mujeres con ciencia.
Sobre la autora
Sandra Ferrer Valero, periodista y apasionada de la historia, escribe en su blog sobre Mujeres en la Historia.