Brenda Milner, la neuropsicóloga que ayudó a eliminar la idea moral de la psicología

Vidas científicas

Brenda Milner en 2014. Imagen: Wikimedia Commons.

Cuando Brenda Langford (su apellido de nacimiento, Milner sería el apellido de su marido, que adoptaría al casarse) nació, la psicología se consideraba un saber moral más que científico: las personas y sus comportamientos eran buenos o malos según sus valores y no se consideraba, porque no se conocía, que las funciones y las lesiones neuronales pudiesen tener alguna influencia. Langford fue una de las pioneras en demostrar que no era así. Impulsó el conocimiento de la neuropsicología, que precisamente relacionaba la fisiología del cerebro con las habilidades cognitivas o la memoria, entre otras cosas, demostrando cómo neurología y psicología tenían mucha más influencia mutua de lo que se había pensado hasta ese momento. No era, por tanto, una cuestión tan moral como científica.

Langford nació en 1918 en Manchester, Inglaterra, en plena Primera Guerra Mundial y con una de las mayores epidemias de gripe, la de la gripe española (llamada así porque al ser España uno de los pocos países europeos oficialmente no involucrado en el conflicto bélico, la prensa le dedicó aquí más atención a la pandemia que en otros países) en auge de virulencia. Tanto ella como su madre contrajeron la enfermedad que por suerte no acabó con la vida de ninguna de las dos (se calcula que causó entre 40 y 100 millones de víctimas en un solo año).

De la música a la psicología pasando por las matemáticas

Los padres de Langford se dedicaban a la música. Su padre era crítico musical y profesor de esta disciplina, y su madre era alumna de canto. Aun así, ella no mostró mucho interés por la música. Su padre fue su tutor en matemáticas, arte y alemán hasta que murió cuando ella tenía 8 años. Acudió a clases a varias escuelas femeninas y en 1936 obtuvo una beca para estudiar matemáticas en el Newham College de Cambridge. Fue una de las 400 alumnas aceptadas para estudiar allí ese año. Prefirió optar por las ciencias frente a artes o humanidades porque creía que esas disciplinas eran más asequibles para estudiarlas y disfrutarlas sin necesidad de profesores o clases, pero una vez abandonado el estudio de las ciencias, era más difícil recuperarlas.

Sin embargo, pronto decidió que a pesar de su interés, las matemáticas no eran lo suyo y nunca sería una gran matemática, así que dio un giro a sus estudios, decantándose por la psicología. En 1936 obtuvo su título en psicología experimental. Allí su tutor fue Oliver Zangwill, en quien observó por primera vez el interés por estudiar el funcionamiento cerebral y la importancia de analizar las lesiones cerebrales.

Siguió sus estudios en Canadá

Brenda Milner en 2011. Imagen: Wikimedia Commons.

Una vez graduada recibió una beca para seguir estudiando psicología en Cambridge, pero una vez que comenzó la Segunda Guerra Mundial, ella y sus colegas fueron alistadas en el esfuerzo colectivo por ganar la contienda. Primero trabajaron para la Air Force, ayudando a diseñar las pruebas psicológicas que deberían pasar los pilotos de combate y de bombarderos, y después a un equipo de investigación que diseñaba radares y enseñaba a interpretar sus resultados. Fue allí donde conoció a Peter Milner, ingeniero eléctrico, que se convertiría en su marido.

Brenda y Peter se casaron en 1944 y poco después se fueron de Inglaterra a Canadá, donde él iba a trabajar en un equipo de investigación en energía atómica en Montreal. Ella encontró trabajo pronto como profesora de psicología en la Universidad de Montreal y decidió continuar su carrera científica e investigadora. Consiguió que el reputado doctor Donald Hebb la aceptase como estudiante de doctorado en su departamento de la Universidad McGill. Comenzó su doctorado en 1950.

En 1952 obtuvo su título de doctora en el Instituto Neurológico de Montreal (MNI) estudiando a pacientes afectados de epilepsia y los efectos intelectuales del daño sobre el lóbulo temporal. Aunque tras esto tenía un puesto asegurado en la Universidad McGill, optó por seguir en el MNI a las órdenes de Wilder Penfield, neurocirujano especializado en el estudio de las funciones de los distintos tejidos cerebrales.

Un paciente que aprende sin recordarlo

Fue aquí donde llevó a cabo uno de sus trabajos más conocidos con un paciente conocido como H.M. H.M. era un hombre joven que había sufrido graves ataques epilépticos desde los 10 años. Desesperado por encontrar una solución, había aceptado someterse a una cirugía experimental en la que se le habían extirpado partes de los lóbulos temporales de ambos lados del cerebro. Esto resultó un éxito en cuanto a la reducción de los ataques epilépticos, pero le había dejado con un tipo de amnesia que le impedía almacenar nuevos recuerdos en la memoria a largo plazo.

H.M. perdió aproximadamente dos terceras partes de
su hipocampo (en rojo), giro hipocampal y amígdala.
Imagen: Wikimedia Commons.

Brenda Milner empezó a trabajar con él llevando a cabo una serie de experimentos que servirían para evaluar su memoria y su capacidad de aprendizaje, y los resultados condujeron a un descubrimiento entonces revolucionario: H.M. mejoraba notablemente al llevar a cabo tareas recién aprendidas cuando las repetía de un día para otro aunque no recordase haberlas hecho nunca antes. Es decir: podía aprender cosas nuevas aunque no fuese consciente de estar haciéndolo.

A partir de este caso y otros que analizó, Milner concluyó que la resección de los lóbulos temporales puede causar un daño permanente en la memoria reciente y a la vez que las habilidades motoras y de aprendizaje pueden permanecer normales, y que por tanto no había un solo sistema de memoria que gobernase el cerebro, lo cual dio pie a un giro en las investigaciones en esta materia desde ese momento. “Ver que H.M. había aprendido perfectamente una nueva habilidad pero no era consciente en absoluto de ello fue una disociación impresionante. Si quieres saber cuál fue un momento emocionante en mi vida, ese fue uno”, diría ella años después.

Lesiones neuronales y sus consecuencias psicológicas

A partir de aquí, sus investigaciones continuaron y dieron pie a otros importantes avances de la neuropsicología, por ejemplo ayudando a entender el papel de los lóbulos frontales del cerebro en el procesamiento de la memoria y de la organización de la información y cómo interfieren de forma básica en las respuestas emocionales, el habla y el oído. También demostró el papel crítico de córtex frontal dorsolateral en la organización temporal de la memoria y cómo los daños en distintas regiones del cerebro afectan a esas y otras habilidades psicológicas.

También ayudó a describir el funcionamiento lateralizado del cerebro humano y cómo la representación del lenguaje en los distintos hemisferios puede ser diferente para individuos diestros, zurdos o ambidiestros, lo cual dio a su vez paso a investigar cómo lesiones unilaterales del cerebro pueden afectar a los patrones de organización cerebral y a su madurez.

En julio de 2019 cumplió 101 años y sigue en activo. En 2018 participó en una serie de vídeos elaborados por la Universidad de Montreal para animar a más mujeres estudiantes e investigadoras a interesarse por su campo de investigación.

Referencias

Sobre la autora

Rocío P. Benavente (@galatea128) es periodista.

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