Eloise Giblett (1921-2009): el bombeo incesante de conocimiento

Vidas científicas

Eloise Giblett. Imagen: NAS.

En ocasiones, cuando alguien explica algo que no conocías previamente te deja fascinada; puedes no entender nada, pero hay algo, una palabra o una frase que ya no puedes quitarte de la cabeza. Esa explicación hace que se dispare la curiosidad y de repente todo encaja, es como si tuvieras entre manos un pesado manojo de llaves y en contra del destino, acertaras a abrir la puerta a la primera. Eloise Giblett, a la que le gustaba que la llamaran Elo, le ocurrió algo parecido cuando su hermano le habló por primera vez de química. Hasta entonces no había mostrado ningún interés hacia las ciencias pero cuando él nombró los átomos y las moléculas le cambió completamente la cara.

“El catador de belleza termina por encontrarla en todas partes”, escribe Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano, como si hubiese leído la mente también de Giblett que de pequeña se rindió ante la música –particularmente era muy buena con el violín– y encontró belleza en ella, pero también en ramas científicas como la microbiología, la genética y la hematología. Ella fue quien descubrió la primera enfermedad de inmunodeficiencia: la deficiencia de Adenosina Desaminasa (ADA), que consiste en un desorden en el metabolismo de las purinas que conduce a una inmunodeficiencia combinada grave (ICG). Entre sus otros logros destacan la identificación de numerosos antígenos del grupo sanguíneo –uno lleva su nombre–, y el trabajo que realizó para conseguir la transfusión segura de glóbulos rojos.

El camino de la sangre

Elo Giblett nació en Tacoma (Washington), en 1921. Consiguió una beca para estudiar en el Mills College, donde pasó dos años especializándose en química. Luego, se trasladó a la Universidad de Washington, momento que aprovechó para cambiarse a microbiología, que terminó en 1942. Tras finalizar sus estudios, se le ofreció un puesto de docente en el departamento de Microbiología en aquella misma universidad pero por decidió volver a Spokane (Washington).

Eloise Giblett (1955). Imagen: UW Medicine.

Tras el ataque a Pearl Harbour, en 1944 entró en la WAVES (acrónimo en inglés de “Women Accepted for Volunteer Emergency Service”), una división de la Marina de Estados Unidos integrada únicamente por mujeres. Le asignaron el U.S. Naval Hospital en San Diego, era uno de los hospitales más grandes del mundo, y allí tuvo la oportunidad de aprender sobre tecnología médica, y de redactar su primer artículo sobre Detección de meningitis en frotis de sangre. Después de la guerra, Giblett reanudó su educación en la Universidad de Washington; recibió su máster en microbiología, en 1947. Sin apenas tiempo para respirar, ese mismo año se matriculó en medicina, en la nueva escuela que había abierto dicha universidad. Al final de su primer año, se inició en la investigación junto a Charles Evans, director del Departamento de Microbiología, quien estaba interesado en el efecto del envejecimiento de la flora bacteriana de la piel. Los resultados que hallaron en este trabajo conjunto fueron publicados en 1950, en el Journal of Investigative Dermatology.

Los trabajos empezaban a acumularse como lo hacen los libros en la mesita de noche, pero esta idea no le desagradaba en absoluto. Después de terminar la residencia y gracias a una beca de investigación en hematología de dos años, pudo trabajar junto a Clement Finch, un reputado hematólogo que investigaba la eritrocinética, el estudio dinámico de la producción y destrucción de glóbulos rojos. Publicó varios artículos y en algunos de ellos incluso firmó como primera autora. Giblett también trabajó con el genetista Arno Motulsky, una colaboración muy sólida que duró décadas. De hecho, en 1960, Motulsky realizó un estudio de población en el Congo y mandó cientos de muestras de sangre que ella analizó en busca de polimorfismos. Treinta años más tarde, dieron con un resultado inesperado: se encontró que una de aquellas muestras contenía el primer ejemplo conocido de Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) en el ser humano.

De investigadora a directora

Podría decirse que su vida cambió cuando se cruzó con Richard Czajkowsky, director del entonces King County Central Blood Bank (ahora Puget Sound Blood Center). Necesitaban a alguien con experiencia en el laboratorio y evidentemente Elo era la indicada. Una vez elegida, pasó seis meses en la Unidad de Investigación de Transfusión de Sangre del Consejo de Investigación Médica, en Londres, para aprender todo sobre la tecnología punta y poder asumir a su regreso a Seattle, la codirección del Centro junto a Czajkowsky. Una vez allí, se hizo cargo del laboratorio e investigó sobre la genética de los antígenos de glóbulos rojos y las variaciones genéticas en las proteínas séricas. Se dio cuenta de que cualquier variación genética en la sangre podría ser relevante para la seguridad de las transfusiones. Se convirtió en directora del centro en 1979 y se retiró en 1987.

En este tiempo hasta su jubilación, tuvo que asumir grandes retos, como cuando en 1981 apareció una nueva enfermedad que estaba ligada directamente a la inmunodeficiencia y muchos de los casos diagnosticados se estaban dando entre hombres homosexuales. Los epidemiólogos del momento empezaron a sospechar que dicha enfermedad podría transmitirse mediante la sangre y el contacto sexual. Esta sospecha se acrecentó cuando varios hemofílicos que habían recibido transfusiones de sangre de forma regular desarrollaron síntomas del SIDA. Esto hizo que muchos bancos de sangre de Estados Unidos se negaran a recibir donaciones de hombres que tenían relaciones sexuales con otros hombres. Elo intentó lidiar con esta crisis desarrollando una política de detección de donantes de sangre en el centro.

Asimismo, uno de sus logros más destacados, es el trabajo que realizó para ayudar a Dottie Thomas y a su marido, pioneros en la técnica para el trasplante de médula ósea y sus investigaciones sobre la leucemia y otros trastornos de la sangre, ya que desarrolló marcadores basados ​​en antígenos sanguíneos y enzimas de células sanguíneas para ayudar a distinguir el receptor del donante. Además, contribuyó a la investigación biomédica gracias a su descubrimiento de la relación entre la función inmune y el metabolismo de la pirimidina y la purina. Es autora de más de doscientos artículos y del libro Marcadores genéticos en la sangre humana (1969), sin olvidar que en 1980 fue elegida miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

Referencias

Sobre la autora

Uxue Razkin es periodista y colaboradora del blog de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU Zientzia Kaiera.

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