La zoóloga Tina Negus (Reino Unido, 1941) dijo lo indecible, propuso una teoría descabellada a sus quince años y nadie la creyó, ni su profesora de geología ni los investigadores del museo local. Eso no significaba, no obstante, que ella estuviera equivocada. De hecho, no lo estaba. Pero tenía tan solo quince años cuando aseguró haber visto un fósil que probaba una vida de organismos complejos cuando la vida aún era inexistente. Tina observó que el fósil encontrado, Charnia masoni, era anterior a la etapa Cámbrica. Más tarde se comprobó que fue una forma de vida que habitó durante el período Ediacárico. Tina tenía razón. Fue un descubrimiento inigualable que no lleva su nombre porque para cuando se quiso dar cuenta, el fósil ya había desaparecido.
Desde pequeña encontró en el estudio de los fósiles su fuente de fascinación. Ella vivía en Grantham y cerca había una cantera abandonada donde le gustaba jugar. En ella había muchos fósiles de amonites y belemnites. Fue alimentando su gozo particular con la lectura en la biblioteca pública local, que se convirtió en su segunda casa. Allí, empezó a desempolvar los libros gruesos de geología, biología y paleontología, entre otros. Empezó a llenarse de vida.
Cuando cumplió los quince, quiso dar un paso más en su aventura científica, pidió a sus padres que la acompañaran al Bosque de Charnwood. Un libro de geología que había leído hablaba de él y quiso comprobar con sus propios ojos lo que se describía en esas líneas. Negus copió a mano los mapas de la zona que quería explorar y con la idea de recolectar arándanos emprendió su camino. En esa excursión nada improvisada, se fijó en una especie de hoja de helecho fosilizada; una fronda sin nervio central con foliolos parecidos a las plumas que se ramificaban a ambos lados creando un dibujo en zig-zag. Su cabeza explotó; aquello no podía existir según los libros que había leído. Ella, en cambio, parecía bastante segura y tranquila.
Las negativas, un robo y el triunfo de otro
Negus estaba convencida de lo que vio así que solo le faltaba disuadir a su profesora, pero esta fue muy tajante: “No hay fósiles en las rocas precámbricas”. Negus insistió pero no consiguió persuadirla. No cejó en el intento y al día siguiente le pidió a su abuelo dos hojas y un lápiz para calcar lo que había visto y lo llevó al museo local para comprobar si alguna pieza de la colección coincidía. Además, repasó los libros de la biblioteca por si se le escapó algún detalle. No obtuvo ninguna respuesta satisfactoria así que se resignó, por el momento, guardó su dibujo en una carpeta.
Un año después, en 1957, volvió a ese bosque animada de nuevo por la curiosidad. Cuando llegó al mismo lugar, vio que ya no estaba y que lo habían extraído. Perpleja y un poco desilusionada volvió a su casa, alguien había robado “su” hallazgo. Dejó que el tiempo pasara y en 1961 se graduó en Zoología por la Universidad de Reading. Durante dos años, se dedicó a estudiar la ecología de los mejillones de agua dulce. Pero ella no podía dejar de pensar en el fósil. Así que pidió a sus padres los calcos que ella hizo en su día y los presentó en el Departamento de Geología de su Universidad. Allí le explicaron que hace poco se había publicado un trabajo del doctor Trevor Ford de la Universidad de Leicester: “Fósiles precámbricos del bosque de Charnwood”.
Una aventura paralela
Nadie supo en su momento, tampoco Negus, que ese fósil también estaba siendo investigado por otro joven llamado Roger Mason (su apellido sí que dio nombre al fósil). A diferencia de Negus, Mason tenía contactos a su alrededor como fue el caso del doctor Ford. Una vez hecho el descubrimiento contactó con él y Ford, junto a su grupo de investigadores, extrajo la pieza. Además de este, también dieron con otros fósiles, por ejemplo con Charniodiscus concentricus.
Nadie duda de que tanto Negus como Mason fueron los verdaderos protagonistas de esta historia: ellos, cada uno por su lado, descubrieron la biota del período Ediacárico. Después de este hallazgo, Negus contó su historia en un libro que publicó en 1997: The Fossil. También escribió un poema sobre su aventura que puede leerse aquí. Asimismo, su antología poética está reunida en On the other side, publicada en 2012. Además de poeta, se dedicó a la fotografía y a la pintura.
El fósil siguió en su vida, como un recuerdo de algo que casi fue. Más adelante, contactó con Ford y Mason para completar la historia que le faltaba y ambos invitaron a Negus a una conferencia que celebraba el 50 aniversario del descubrimiento del Charnia masoni, uno de los más importantes que se han encontrado. Dicho fósil no lleva su nombre, pero la gente siempre recordará su historia.
Bibliografía
- Tina en el bosque de Charnia, la vida que no podía existir, La pizarra de Yuri, 26 agosto 2015
- Tina Negus, An account of the discovery of Charnia, 2007
- Charnia Masoni, Ediacaran
Sobre la autora
Uxue Razkin es periodista y colaboradora del blog de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU Zientzia Kaiera.