Marina Elliott, joven antropóloga en la expedición de cueva de Rising Star (Sudáfrica)

Vidas científicas

Es muy emocionante darte cuenta de que la época de las grandes exploraciones no ha terminado, que existen lugares por explorar y que allí hay cosas que encontrar.

Marina Elliott

En Sudáfrica, a 40 kilómetros al noroeste de Johannesburgo, se encuentra un complejo de cuevas de piedra caliza considerado entre los yacimientos de homininos fósiles más ricos del mundo (el término hominino sustituye el hasta ahora más conocido homínido). La región ha brindado numerosos restos paleontológicos y arqueológicos que han contribuido enormemente a elucidar nuestra enmarañada historia evolutiva. En el año 1999, la Unesco declaró a esta zona Patrimonio de la Humanidad.

Sección general de la cueva Rising Star. Imagen: Wikimedia Commons.

En octubre de 2013, el sistema de cuevas sudafricano llamado Rising Star saltó a la luz pública porque un equipo internacional de investigadores, dirigido por los paleoantropólogos Lee Berger, profesor de la Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica, y John Hawks, profesor de la Universidad de Wisconsin-Madison, EE. UU., logró recuperar cuantiosos huesos y fragmentos de homininos.

Inicialmente, la información disponible por el grupo de trabajo sobre esos fósiles era poco clara, pues solo disponían de unas fotografías borrosas obtenidas por espeleólogos aficionados. El material, de apariencia muy interesante, estaba sin embargo enterrado a más de treinta metros de profundidad en una galería de muy difícil acceso. Entre las numerosas dificultades que ofrecía la excavación destacaba una aparentemente insalvable: la ruta de entrada hasta la cámara que guardaba los huesos contenía pasadizos demasiado estrechos para la complexión física de Berger y de sus colaboradores.

Aprovechando el potencial de difusión de las redes sociales, el 7 de octubre de 2013 el científico optó por poner un anuncio en Facebook, donde exponía que necesitaba personas con experiencia en paleontología o arqueología para la prometedora expedición que tendría lugar en Rising Star. El mensaje apuntaba que la persona candidata debía ser delgada y preferentemente pequeña. No debía padecer claustrofobia y gozar de buena forma física.

La rapidez de las respuestas entusiasmó a todo el equipo; a los pocos días, sesenta aspirantes con muy buena cualificación habían contestado. De este conjunto, seis mujeres fueron las seleccionadas. Sobre el tema, Berger comentaba que «de manera sorprendente encontré seis científicas extraordinarias». [¿Le sorprendería la unión de estas dos últimas palabras?]

Como relata la editora y escritora de la revista American Scientific (Investigación y Ciencia), Kate Wong, principalmente dedicada al estudio de los orígenes de la humanidad desde hace más de una década, cinco semanas después del anuncio el profesor Berger ya había conseguido formar un equipo de espeleólogas altamente capacitadas para llevar a cabo la difícil y peligrosa tarea de extraer los huesos de la cámara.

Asimismo, explica Wong, lograba organizar un grupo de apoyo con el fin de supervisar la excavación a través de un circuito cerrado de televisión. Además, estableció el protocolo para extraer y proteger el material y documentar con exactitud de dónde provenía cada hueso, al igual que para identificar, registrar y almacenar los especímenes según se iban extrayendo.

Las seis espeleólogas seleccionadas. De izquierda a derecha: Becca Peixotto, Alia Gurtov, Elen Feuerriegel,
Marina Elliott, Katherine Lindsay Eaves and Hannah Morris. Fotografía: Dave Ingold.

El 10 de noviembre, continúa Wong, con las cámaras en acción, las espeleólogas reptaron y gatearon a través de pasajes muy estrechos logrando trepar por empinados ascensos rocosos. Finalmente cumplían el objetivo principal: llegar a la cámara que albergaba los restos y empezar la recolección. Dado el rigor con que realizaron el trabajo y el considerable valor de sus hallazgos, la expedición alcanzó gran eco en diversos medios y foros, tanto especializados como de divulgación, despertando un notable interés entre la comunidad científica y el público en general.

Dentro de la agitación generada no cabe duda de que las espeleólogas resultaron claves en el éxito de la expedición, sobre todo porque desplegaron una valiosa combinación de experiencia científica y de experiencia como excavadoras. Popularmente se hicieron conocidas bajo el nombre de astronautas subterráneas (underground astronauts), debido a los monos y cascos con lámpara que tenían que usar durante el peligroso descenso a la cueva.

Nos interesa subrayar que el trabajo de estas jóvenes científicas no solo es valioso en sí mismo, sino que también puede servir de referente para aquellas estudiantes que quieran dedicarse a esta especialidad que combina ciencia y aventura. Asimismo, ayuda a constatar que el trabajo bien hecho no vale únicamente para enriquecer un currículo: también suele abrir las puertas para futuras y creativas investigaciones.

Como muy bien ha expresado Pilar Pardo Rubio, docente e investigadora de Igualdad de Género en la Universidad Complutense de Madrid, «las niñas hoy siguen sin nombres femeninos en el mismo número que masculinos a los que admirar, quieran ser lo que quieran ser». Y en un campo como el que estamos tratando, la presencia femenina ha sido altamente ignorada.

Por todo ello, creemos que merece la pena detenernos en la trayectoria vital de estas originales espeleólogas científicas, dedicando a cada una de ellas una breve entrada en este blog.

Marina Elliott, valiente antropóloga y espeleóloga

Como muy bien relata Christina Núñez, escritora colaboradora de National Geographic, Marina Elliott es la prueba de que a veces los intereses que parecen más disparatados pueden alcanzarse de una manera sorprendente e impredecible.

Marina Elliott es una joven científica natural de Calgary, Canadá, que tras haber obtenido un Máster en Antropología Física por la Universidad Simon Fraser, en octubre de 2013 estaba terminando su doctorado dentro del Programa de Estudios de Evolución Humana (Human Evolution Study Program) de la misma institución. En las clases sobre los orígenes humanos, comenta a Christina Nunez, «aprendí qué es exactamente lo que hacen los antropólogos físicos en términos de la amplitud de sus investigaciones, y pensé que el tema era apasionante».

Marina Elliott en la entrada de la cueva Rising Star. Imagen: Simon Fraser University.

Por esas fechas, Elliott ya había realizado numerosos trabajos de campo en Siberia y en Alaska. De hecho, había participado en excavaciones en el lago Baikal, y en el yacimiento arqueológico situado más al norte de Estados Unidos, Nuvuk en Point Barrow, Alaska. «¡Parezco una especialista en ambientes inhóspitos!», confesaba con ironía a la redactora del blog Trowelblazer, dedicado a dar a conocer las actividades de las mujeres en disciplinas como la geología, arqueología o paleontología. También sobre este punto comentaba a la escritora Cristina Núñez, «siempre he sido una aventurera […]. Me gusta el deporte, y al mismo tiempo soy muy curiosa. Creo que probablemente lo que me ha llevado a esas áreas extremas e inhóspitas es, más que nada, la curiosidad».

Un día de octubre de 2013, al abrir su ordenador Marina Elliott leyó sorprendida el anuncio que el conocido paleoantropólogo Lee Berger había publicado en Facebook. Al respecto, contaba a Núñez, «cuando surgió la llamada de Lee estaba terminando mi doctorado en antropología física y pensaba en dedicarme a la ciencia forense […]. Realmente nunca pensé que tendría una carrera viable en paleoantropología, y mucho menos en antropología física. De hecho, no sabía con certeza qué iba a hacer una vez acabada mi tesis».

Marina Elliott amplía su relato confesando, «siempre he estado interesada en la biología, desde que era pequeña amaba a los animales […]. Leí El origen de las especies cuando tenía 12 años, probablemente me perdí parte de lo que decía, pero me encantó. Creo que era una niña salvaje. Más o menos a esa edad me gustaba criar pájaros, y leí bastante sobre la cría de animales y libros como Modelos de comportamiento reproductivo (Patterns of Reproductive Behaviour) de Desmond Morris y cosas por el estilo, lo que acrecentó mi interés por el mundo animal». Seguidamente, recuerda que su primera carrera fue la de cuidadora veterinaria, y que practicó medicina de emergencia en animales pequeños y exóticos.

El anuncio de Berger despertó en ella gran ilusión y respondió rápidamente solicitando una plaza. «Me sentía predispuesta a los ambientes extremos», decía en septiembre de 2015 al escritor y periodista científico de la revista The Athlantic, Ed Yong. «Que me dijesen que tenía que escalar, que sería una expedición bajo tierra, y que también sería muy original y potencialmente peligrosa, …, todo eso significó para mí un gran estímulo». Al respecto, Christina Núñez ha relatado en National Geographic que «el trabajo consistía en apretujarse a través de unos túneles muy pequeños, además de pasar muchas horas en un espacio restringido y oscuro. Pero Marina Elliott no solo tenía una formación como estudiante universitaria en arqueología que incluía trabajo de campo en los inhóspitos ambientes de Siberia y Alaska, también resultó que era aficionada a la espeleología y a escalar. En suma, la candidata perfecta».

Las óptimas condiciones de Marina Elliott no pasaron desapercibidas para los directores del arriesgado proyecto y así, tras una entrevista vía Skype, en noviembre de ese mismo año fue contratada como Científica Avanzada para la Expedición de Rising Star (Advanced Scientists for the Rising Star Expedition). La joven veía con entusiasmo que uno de sus sueños más ambiciosos se hacía posible. Inmediatamente voló a Sudáfrica.

Un viaje a las profundidades de la tierra

Como apuntábamos más arriba, Rising Star forma parte de un sistema de cuevas situado a 50 kilómetros al noroeste de Johannesburgo. Pese a que se encuentra en una región en la que se ha estado excavando e investigando desde principios del siglo XX, muchos sitios aún están sin explorar y Rising Star es uno de ellos.

Fue aquí donde se localizó la llamada Cámara Dinaledi, que probablemente contenía fósiles de considerable interés, aunque llegar hasta ellos representara un viaje plagado de dificultades y peligroso. Su interior era sombrío y húmedo, y explorarlo implicaba superar ascensos muy empinados y cruzar por pasajes sumamente estrechos.

Sección geológica esquemática de la sala Dinadeli. Imagen: Wikimedia Commons.

Las audaces científicas se dividieron en dos grupos de tres personas cada uno. Marina Elliott era la de más edad y formó parte del primero que entró en la cueva. Muy pronto se enfrentaron con un estrecho túnel que solo pudieron franquear tumbadas sobre el vientre y con un brazo estirado. Lo llamaron la Gatera de Superman, porque el brazo por delante recordaba la posición del héroe volador.

A partir de ahí, el trayecto no mejoraba. Más adelante tuvieron que escalar el Lomo del Dragón, una escarpada subida. Sobre este punto, Elliott ha comentado al periodista Young «recuerdo mirar hacia abajo y pensar: no estoy segura de haber tomado una buena decisión». Seguidamente, atravesaron un conducto descendente vertical de 12 metros longitud y 20 centímetros de ancho que desembocaba en el codiciado yacimiento de los fósiles: la citada cámara Dinaledi.

Al acceder al recinto de los huesos, en una conversación con Kate Wong, Marina Elliot recuerda: «No sabía qué esperar, pero estaba emocionada». Empezar a recuperar aquellos fósiles provocaba en las jóvenes espeleólogas una intensa conmoción. «Había tanto material y tan frágil y delicado», explicaba Elliott a Ed Yong, que tuvieron que descalzarse para no destrozarlos con sus botas de montaña. «Cada día éramos conscientes de que estábamos rescatando fragmentos de algo muy valioso. La experiencia nos parecía increíble».

Especímenes esqueléticos del Homo naledi.
Imagen: Wikimedia Commons.

El número de fósiles extraídos fue, en efecto, mucho mayor que lo esperado. Recuperaron 1 550 huesos y fragmentos pertenecientes, al menos, a quince individuos, entre ellos criaturas, adolescentes, adultos jóvenes y mayores. De hecho, hoy se admite que se trata de una de las mayores asociaciones de fósiles de hominino descubiertas. Según afirma Ed Yong, «era una cantidad enorme, solo comparable con la Sima de Huesos de Atapuerca».

La profesora de antropología de la Universidad de Nueva York, Susan Anton, aunque no estaba implicada en este proyecto, tras el análisis de los fósiles excavados ha precisado a E. Yong que «estos tipos de yacimientos con numerosos individuos son infrecuentes y muy importantes para observar la variación». La experta recuerda que la variación es la materia prima sobre la que actúa la selección natural, «y, después de todo, así es cómo funciona la evolución biológica»

Los descubrimientos se anunciaron con gran eco mediático en septiembre de 2015. Lee Berger y John Hawks, afirmaron que probablemente todos los fósiles extraídos correspondían a la nueva especie humana. Eligieron bautizarla con el nombre de Homo naledi (naledi significa estrella en sesoto, la lengua local). No obstante, una parte de la comunidad científica no está de acuerdo, o al menos discute que realmente los restos encontrados pertenezcan a una nueva especie. El debate, como ocurre con frecuencia en este ámbito, es controvertido, estando aún en alto las espadas argumentales.

La noticia ha recorrido el mundo entero porque, pese a que el registro fósil humano se ha enriquecido mucho durante la segunda mitad del siglo XX, como señala Kate Wong, los hallazgos novedosos todavía siguen impactando en las ideas que los científicos tienen del pasado de la humanidad. «Los fósiles de Rising Star son los últimos que han sacudido a la comunidad paleoantropológica», explica la escritora.

Después del exitoso trabajo de exploración

En la actualidad, Marina Elliott es una investigadora doctorada en el Instituto de Estudios Evolutivos (Evolutionary Studies Institute) de la Universidad de Witwatersrand, Johannesburgo. La joven científica ha continuado su trabajo en la zona de Rising Star, explorando otras áreas de la cueva y sus alrededores, y realizando destacados hallazgos que, en sus propias palabras, «esperamos compartir con el mundo en un futuro próximo». Además, también se dedica a la difusión de actividades dirigidas a estimular la participación de las mujeres en disciplinas como la arqueología, la geología y la paleontología.

Marina Elliott ha comentado a la escritora de National Geographic, Christina Núñez, que en su criterio, «el hallazgo de Homo naledi ha demostrado claramente que la ciencia necesita de los exploradores, de gente que tenga formación científica, pero que también posea el suficiente espíritu aventurero para ir a sitios desconocidos, o incluso conocidos». Al respecto afirma, «es muy emocionante darte cuenta de que la época de las grandes exploraciones no ha terminado, que existen lugares por explorar y que allí hay cosas que encontrar».

Referencias

Blogs

Nota de la editora

Esta serie sobre el descubrimiento de los restos fósiles de homininos en el sistema de cuevas de Rising Star (Johannesburgo, Sudáfrica) consta de cinco artículos:

  1. Marina Elliott, joven antropóloga en la expedición de cueva de Rising Star (Sudáfrica)
  2. Elen Feuerriegel, joven investigadora en la conjunción de ciencia y aventura
  3. Dos expertas en evolución humana, Lindsay Eaves y Alia Gurtov, coprotagonistas en la arriesgada expedición de Rising Star
  4. Becca Peixotto y Hannah Morris completan el equipo excavador de Rising Star
  5. Breve crónica de la presencia femenina en el descubrimiento de la última especie humana

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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