Mi hijo Jack nació prematuro, un mes antes de lo debido, en un hospital de Londres. Los pediatras dijeron que él estaba bien y que nos podíamos ir a casa.
Unos minutos más tarde vino otro médico y se dispuso a tomar una muestra de sangre para saber por qué Jack fue prematuro. Me rehusé, porque ya habíamos recibido el visto bueno para irnos. Oí que la médica le decía a las enfermeras que escribieran en mi registro médico: Madre que rechaza tratamiento médico para su hijo.
—No estoy negándome al tratamiento. ¡Estoy rechazando una toma de sangre innecesaria!, dije desde mi cama.
A lo que ella refunfuñó: Escriban ahí, “Madre hormonal”.
Y ahí empezó mi rabia. Salí corriendo del cuarto, vestida tan solo con la camiseta blanca de mi esposo y llevando a mi pequeño de doce horas apretado contra mi pecho, persiguiendo a la médica que se iba, gritándole “No soy hormonal”.
La verdad es que yo sí era hormonal. Acababa de dar a luz, así que mi progesterona (la hormona que condujo y mantuvo mi embarazo) se había ido al piso y mi oxitocina (la hormona que apretó mi útero para facilitar la salida del bebé, inició el flujo de la leche y estaba forjando ese vínculo madre-hijo) se había disparado.
Pero no era eso lo que la médica quería decir cuando usó la palabra “hormonal”. Ella se refería a yo era una mujer que se había salido de sus casillas.
En 1939, James E. King, presidente de la Asociación Americana de Obstetras, Ginecólogos y Cirujanos Abdominales, dedicó buena parte de su presidencia a “analizar” la relación entre las hormonas y la locura de las mujeres, o como él la llamó, sus “inconsistencias” y “peculiaridades”. Él decía que la terapia hormonal, que era una novedad en esa época, podría no solo tratar condiciones como las irregularidades menstruales y la infertilidad sino que ayudaría a las mujeres a manejar sus emociones y a volverlas más bonitas (se suponía que el estrógeno les devolvía a las mujeres su esplendor juvenil). Luego remató con el insidioso comentario:
La producción y el flujo de hormonas nos moldean a todos —hombres y mujeres— en lo físico y en lo emocional, desde antes del nacimiento y hasta la muerte. Mi hijo recién nacido era hormonal. Su glándula pituitaria liberó una cascada química, comenzando con una serie de hormonas que “ayudaron” a otras glándulas a estimular la liberación de más hormonas. Una hormona pituitaria estuvo impulsando a su glándula adrenal para que liberara cortisol, que le ayudaría en el manejo de situaciones de estrés. Otra estaba facilitando la liberación de la hormona tiroidea para promover el desarrollo del cerebro y el metabolismo.
Mi esposo también “estaba” hormonal, revolviendo insulina, testosterona y estrógeno (sí, los hombres tienen estrógeno). Si usted le cree a un estudio reciente que mostró que el cuidado de los niños baja los niveles de testosterona en los hombres, él estaba en camino a una inmersión hormonal.
Seguro, las hormonas han mostrado ser la causa de cambios de estados de ánimo (volviendo a hombres y mujeres malhumorados o cansados o hambrientos). Y todos sabemos del Síndrome Premenstrual (SPM), desde cuando Robert Frank describió la “tensión premenstrual” en 1931. Muchas mujeres dicen que se sienten en sus límites en los días anteriores a sus períodos. Pero la relación no es clara del todo. Una revisión de estudios de SPM publicada en en 2012 Gender Medicine encontró que cerca del 40% de 47 estudios no mostró una relación entre períodos y malos estados de ánimo.
A pesar de conocer todo eso, yo también me siento culpable de andar diciendo y etiquetando con la palabra hormonal. Cuando mis hijos crecieron y entraron en la adolescencia, respondiendo con gruñidos a todo pensé, “deben ser sus hormonas”. Cuando mis hijas llegaron a la misma edad, yo descarté sus comentarios sarcásticos y sus comportamientos irritables acudiendo a la misma explicación. Claro, las muchachas podrían tener SPM y ellos un subidón de testosterona, que ha sido relacionado con cambios de comportamiento como el no medir riesgos y ser agresivos. Pero a lo mejor mi molestia tenía más que ver con su irritación y nada con sus ovarios, testículos o la glándula pituitaria.
Las hormonas promueven el crecimiento, controlan el hambre y la libido y ayudan a metabolizar el azúcar y construir huesos y hacen todas las cosas que necesitamos para vivir, respirar, criaturas emocionales como somos. Ellas están también conectadas al sistema inmunológico en formas que los científicos recién están empezando a esclarecer. Los investigadores se han preguntado desde hace tiempo si las diferencias que existen entre las hormonas de hombres y mujeres vuelven a las mujeres más susceptibles a las enfermedades autoinmunes, como el lupus, pero igual las vuelven más eficientes defendiéndose de las infecciones.
Si usted carece de una hormona (digamos, la insulina si tiene diabetes), usted necesitará suplirla con hormonas sintéticas a diario. Pero para casi todo, el cuerpo lo hace de forma automática. En el día a día, nuestras hormonas están tan interconectadas unas con otras y con nuestro sistema inmunológico y con las señales químicas de nuestro cerebro, que echarle la culpa a esta o a esta otra hormona por algún comentario desagradable o feo no solo es simplista sino que subestima el guisado químico del que estamos hechos.
Si mi oxitocina hubiera estado baja y mi progesterona alta, en esos días allá en el hospital, igual no habría permitido que esa médica tocara la mano de mi hijo. Las hormonas hacen muchas cosas. Pero no vuelven estúpidas a las mujeres.
Nota 1 (de la autora)
En español, a diferencia del inglés, la palabra hormonal se refiere a las hormonas pero no se usa como adjetivo.
Nota 2 (de la autora)
Traducción del artículo de opinión Stop Calling Women Hormonal de la escritora de temas médicos Randi Hutter Epstein, aparecido en el New York Times del 2 de junio de 2018.
Randi Hutter Epstein es escritora residente de la Escuela de Medicina en Yale. Es profesora adjunta de la Escuela de postrado de Periodismo en Columbia y autora del libro en camino “Aroused: The History of Hormones and How They Control Just About Everything”.
Sobre el artículo original
El artículo Paren de usar la etiqueta «hormonal» para las mujeres apareció el 5 junio de 2018 en el blog Ciencia Cierta.
Un especial agradecimiento a la autora por permitir su reproducción en Mujeres con ciencia.
Sobre la autora
Josefina Cano es PhD en Genética Molecular de la Universidad de Sao Paulo. Premio Nacional de Ciencias Alejandro Angel Escobar y otras distinciones en Colombia. Ahora vive en Nueva York dedicada a la divulgación de la ciencia.