Sylvia Tait, la chica de letras que encontró la hormona perdida

Vidas científicas

Sylvia Agnes Sophia Tait era una chica de letras. Durante sus primeros años de estudios se dedicó con ahínco a los idiomas y además de inglés y ruso (sus lenguas paterna y materna respectivamente), hablaba alemán y latín con fluidez. Pero cuando tenía que elegir un campo en el que graduarse, ya en la universidad, optó por las ciencias, concretamente, la zoología. De ahí pasaría por varios puntos y tocaría diversas materias, como la regeneración nerviosa y la endocrinología, donde hizo su gran aportación. Junto a su segundo marido, James Francis Tait, descubrieron e identificaron la hormona aldosterona, así como su relación con el sodio y la presión sanguínea.

Pero volvamos atrás, a la Rusia de los zares. Allí en Tyumen, Siberia, nació Sylvia Wardropper el 8 de enero de 1917. Era hija de un comerciante y agrónomo escocés y una mujer rusa, Ludmilla, una de las pocas mujeres con estudios científicos en la Rusia de la época, ya que se había graduado en matemáticas. Dos años después del nacimiento de Sylvia, a causa de la revolución bolchevique, la niña y sus padres salieron del país y se instalaron en Inglaterra.

Sylvia acudió a colegios y escuelas para niñas, donde se formó especialmente en idiomas. Sabía inglés y ruso por sus padres, pero además estudió alemán, que practicó en algunos viajes a Berlín, y latín. En principio iba a graduarse en alemán en el King’s College de Londres, pero en un golpe de intuición decidió cambiar de planes y se graduó el zoología en el University College en 1939.

Allí conoció al que sería su primer marido, Tony Simpson, colega de laboratorio y piloto de la fuerza aérea británica. Se casaron en 1940 y Simpson falleció en acto de combate un año después en Noruega. Como homenaje, Sylvia asumió el apellido de su difunto marido y comenzó a utilizarlo en sus trabajos. No sería la última vez que cambiaría de nombre, lo que creó cierta confusión con la firma de sus trabajos científicos a lo largo de su vida.

Ese año Sylvia comenzó a investigar dentro de un equipo de la Universidad de Oxford que estudiaba la regeneración nerviosa, y tras cuatro años, asumió un puesto de trabajo más estable en el Instituto Courtauld de Bioquímica, perteneciente a la Escuela de Medicina del Hospital Middlesex, de Londres. Como parte del esfuerzo de guerra (estamos en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial), los equipos del Instituto Courtauld estaban buscando y probando analgésicos sintéticos que sirviesen como alternativas a los opiáceos. También participaba en otra investigación que tenía como protagonistas los estrógenos.

Por entonces ya se habían descubierto e identificado varias de las grandes familias de hormonas, como las andrógenas, los estrógenos y los glucocorticoides. La cortisona en concreto había fascinado a los científicos posicionándose como un medicamente milagroso por su efecto sobre la artritis reumatoide, y porque al principio se pensó que controlaría el metabolismo del azúcar y de minerales en el cuerpo. Después se comprobó que el efecto era relativamente pequeño.

A estas alturas, Sylvia era una bióloga con unas habilidades excepcionales gracias a la investigación en estrógenos, y también tenía conocimientos en estadística, algo mucho menos común en la época. En trabajos previos había aprendido a hacer bioensayos, experimentos en los que se mide la concentración y potencia de una sustancia por sus efectos sobre tejidos o células vivas.

En colaboración con James Tait, que más adelante sería su marido, Sylvia realizó varios experimentos en los que sumó la potencia de todas las hormonas producidas por la glándula adrenal y descubrió que la suma era menor de lo que se había supuesto. Esto quería decir que o bien había sinergias en las que la acción de las hormonas se solapaba, o bien que el cuerpo producía alguna hormona más que aun no se había descubierto.

Con ayuda de una nueva técnica de cromatografía desarrollada por Ian Bush, Sylvia y James demostraron que existía un compuesto responsable de esta actividad hasta ahora no identificada, y demostraron que la secretaba la misma glándula, de forma que era una hormona. La llamaron electrocortina. Tenía una importante influencia sobre la retención de sodio, y cuando se caracterizó como un aldehído, se la rebautizó como aldosterona. El descubrimiento fue publicado en la revista Nature en 1952.

Más adelante se descubrió que la aldosterona no solo se produce en la glándula adrenal, sino también en otras partes del cuerpo. Esta hormona se encarga la conservación del sodio, además de regular la secreción de potasio e interviene en la regulación de la presión arterial. A día de hoy se calcula que aproximadamente un 15% de los casos de hipertensión están causados por desajustes en la producción de aldosterona.

En 1956, Sylvia Simpson y James Tait se casaron, y ella adoptó de nuevo el apellido de su marido. En 1959 fueron los dos admitidos como miembros de la Royal Society, convirtiéndose en el primer matrimonio que lo conseguía a la vez (otro matrimonio, el de la reina Victoria y el príncipe Albert, entró en la Society antes que ellos, pero no al mismo tiempo).

Eso no les evitó emigrar. En 1958, descontentos con el modo en que se trataba la ciencia y a los científicos en Reino Unido, se fueron a Estados Unidos. Allí trabajaron doce años como científicos senior en la Fundación Worcester para la Biología Experimental, en Massachusetts, donde colaboraron con algunos de los más reputados endocrinólogos de la época, entre ellos Gregory Pincus, pionero en el desarrollo de la píldora anticonceptiva.

Volvieron a Reino Unido en 1970 como codirectores de la Unidad de Endocrinología Biofísica de la Escuela de Medicina del Hospital de Middlesex, donde pusieron en marcha un potente y muy productivo equipo de investigación.

Ambos se retiraron en 1982, aunque siguieron investigando haciendo simulaciones con dos ordenadores en paralelo. En sus últimos años, Sylvia desarrolló úlceras en las piernas y tenía problemas de corazón. Falleció en 2003, solo dos meses antes de una reunión que se estaba organizando en Londres en abril de ese año para celebrar el 50 aniversario de su gran descubrimiento, la alderosterona.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista.

1 comentario

  • Gracias por esta entrada. Quiero llamar la atención sobre la expresión «chica de letras». Lo que se considera popularmente «letras» y «ciencias» no son campos separados en la vida ni en nuestro cuerpo, y las personas, entre ellas las mujeres, no nacemos con predisposición a uno u otro. He investigado en biología, en historia y en antropología y estoy convencida de ello. Me parece triste que propongamos a los jóvenes que se decanten en sus estudios por «ciencias» o «letras» como opciones separadas, incompatibles. ¡¡Las personas somos mucho más…!!

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