Isabel de Bohemia y Descartes

Ciencia y más

He soñado a Isabel de Bohemia.

J. L. Borges, del poema Descartes; La cifra.

Biografía

Isabel de Bohemia, hacia 1636 (Wikipedia).

Isabel de Bohemia y del Palatinado fue una princesa calvinista que vivió durante los años centrales del siglo XVII y que, por su pertenencia a una familia directamente implicada en la Guerra de los Treinta Años, tuvo una vida muy azarosa. Ha pasado a la historia por dos motivos principales: haber mantenido una rica correspondencia con Descartes, el racionalista filosófico más influyente, y haber gobernado la Abadía de Herford, en Westfalia, durante sus últimos trece años de vida, donde dio protección a todos los perseguidos por razones de religión, fuese cual fuese su fe, que acudieron a ella.

Isabel nació en Heidelberg, capital del Palatinado, el 26 de diciembre de 1618. Era hija de Federico V, Elector del Palatinado (y rey de Bohemia entre 1619 y 1620) y de Isabel Estuardo (hija de Jacobo I de Inglaterra y, por lo tanto, hermana de Carlos I). Los años de infancia los pasó en Berlín con su abuela. Con 10 años fue enviada a Leiden a estudiar, pues tras ser depuesto su padre como Elector Palatino en 1623, la familia al completo se desplazó a los Países Bajos. Al acabar sus estudios se reunió con sus padres en La Haya. En 1631 murió su padre y cuando ella tenía 16 años, Vladislao IV Vasa de Polonia la pidió en matrimonio, pero ella lo rechazó porque él era católico y ella calvinista.

Isabel estaba extraordinariamente dotada para los estudios. Aprendió seis lenguas (latín y griego incluidos) y sobresalía en matemáticas. En la familia era conocida con el sobrenombre de “la griega”, por sus conocimientos de lenguas y temas clásicos. Es muy posible que Constantijn Huygens fuese uno de sus instructores.

En 1639 inició una relación epistolar con Anna Maria van Schurman, a quien llamaban la Minerva holandesa por sus vastos conocimientos de filosofía y ciencias. Anna Maria animó a Isabel a que estudiara historia, física y astronomía. Fue su principal mentora durante los años de formación de la princesa, y aunque tenía una gran ascendencia sobre ella, discrepaban sobre la figura de Descartes, ya que van Schurman defendía los puntos de vista aristotélicos tradicionales frente a la nueva filosofía cartesiana. En 1642 Isabel leyó el Discurso y las Meditaciones, y conoció a su autor en persona en el otoño de ese mismo año. A pesar de la opinión discrepante de su maestra, Isabel mantuvo su interés en el filósofo francés y movida por tal interés llegó a entablar con él una relación, principalmente epistolar, que se prolongó desde 1643 hasta la muerte de este.

En 1646 su madre, Isabel Estuardo, enojada con ella por defender a su hermano Felipe, quien había dado muerte a un exilado francés por alardear de haber mantenido relaciones con su madre y con su hermana, la envió a Berlín, con su tía. Hacia 1649 volvió a Heidelberg, donde reinaba su hermano Carlos Luis I como consecuencia de las disposiciones del Tratado de Westfalia, pero su estancia en la corte de su hermano no se prolongó demasiado. Pronto volvió a Brandemburgo, a la corte berlinesa de Federico Guillermo I. Conoció por entonces a Johannes Cocceius, con quien también inició una relación epistolar. Cocceius le dedicó su comentario al Cantar de los Cantares.

Finalmente, en 1667 se estableció en el monasterio imperial de Hervorden, del que algo más tarde fue abadesa. Se trataba de un cargo que implicaba la dignidad de princesa imperial; desde 1533 fue ejercido por princesas protestantes, luteranas hasta 1649 y calvinistas a partir de esa fecha. El convento daba empleo a siete mil personas en fábricas, granjas, molinos y viñedos. Mientras Isabel fue su abadesa, el convento se convirtió en refugio para toda persona que huyera de persecuciones religiosas, fuese cual fuese su fe. Murió en 1680, a los 61 años de edad.

Su correspondencia con Descartes, a la que me referiré más adelante con algún detalle, pone de manifiesto que desempeñó alguna actividad relacionada con las matemáticas en la Universidad de Leiden. También se implicó en diferentes negociaciones sobre asuntos diversos, como el encarcelamiento de su hermano Rupert en la Guerra Civil Inglesa, el casamiento de su hermana Henrietta, la firma del Tratado de Westfalia, y las finanzas familiares tras la conclusión de la Guerra de los Treinta años. Hay también constancia de un intercambio breve con Nicholas de Malebranche. Y mantuvo relación con F. M. Van Helmont, quien parece ser que la acompañó en su lecho de muerte.

Relación de Isabel con Descartes

René Descartes en 1649 (Wikipedia).

De Isabel de Bohemia se ha escrito que ejerció una importante influencia sobre varios pensadores y, muy especialmente, sobre René Descartes, cuya filosofía dualista –uno de los elementos fundamentales del pensamiento del francés– no convencía a la princesa. La correspondencia que mantuvieron constituye una fuente de información fundamental para conocer los debates filosóficos del siglo XVII.

Como se ha señalado antes, Isabel conoció a Descartes en el otoño de 1642. Empezaron entonces una intensa relación epistolar. Aunque en la correspondencia que intercambiaron abordaron temas muy variados –incluyendo asuntos de carácter personal, como el estado de salud de la princesa–, la materia de más trascendencia filosófica que trataron fue la relativa al dualismo cartesiano. Isabel pensaba que Descartes no había resuelto de forma satisfactoria el problema cuerpo-mente. Ella no entendía que dos cosas esencialmente diferentes, como la mente (cosa pensante) y el cuerpo (cosa espacial) pudieran interactuar, como afirmaba Descartes en las Meditaciones. Por esa razón Isabel le pidió que le explicara “las formas de las acciones y de las pasiones [del alma] sobre el cuerpo”.

En sus palabras:

Dado que el alma de un ser humano es solo sustancia pensante, ¿cómo puede afectar a los humores del cuerpo a fin de causar las acciones voluntarias? Esa pregunta surge porque parece que el modo en que se mueve una cosa depende tan solo de cuánto se la empuja. Los dos primeros de estos elementos requieren contacto entre las dos cosas, y el tercero, que la cosa causalmente activa se extienda. Su noción del alma excluye totalmente la extensión, y me parece que algo inmaterial no puede tocar nada más. De modo que le pido una definición del alma que se aproxime a su naturaleza de un modo más exhaustivo que la que ofrece en sus meditaciones, es decir: quiero una definición que distinga lo que hace de lo que es.

16 de mayo 1643.

En su respuesta, Descartes trató de establecer un símil entre, por un lado, el movimiento de caída de una roca provocado por su peso, que es una característica de la roca, sin que sea necesaria la interacción con otro objeto, y por el otro, el movimiento del cuerpo provocado por el alma. A Isabel, sin embargo, esta respuesta no la convenció y le respondió diciéndole que “no veo por qué deberíamos convencernos de que un cuerpo puede ser empujado por algo inmaterial”. Le parecía más fácil atribuir extensión al alma que concebir algo inmaterial actuando materialmente sobre algo inmaterial. Descartes se vio obligado a admitir que él tampoco sabía la respuesta.

Se ha especulado mucho acerca de la naturaleza de la relación que mantuvieron Isabel y el filósofo. Parece bastante claro que la princesa admiraba al filósofo por sus ideas y su obra. Pero el tono de algunas expresiones de Descartes sugiere que éste estaba enamorado (platónicamente) de la princesa. En la dedicatoria de los Principios de Filosofía a Isabel, Descartes escribió:

Lo que, no obstante, me produce una mayor admiración es que un conocimiento tan diverso y perfecto de las distintas ciencias, que no suele poseerlo un anciano doctor que hubiera empleado muchos años en su instrucción, lo posea una princesa joven y cuyo rostro se asemeja más al que los poetas atribuyen a las musas o a la sabia Minerva (…) la magnanimidad y la dulzura unidas a un temperamento tal que, aunque la fortuna os someta a continuas injurias y parezca haber realizado todos los esfuerzos posibles para modificar vuestro humor, no ha podido en momento alguno y en medida alguna irritaros o abatiros. Tan perfecta sabiduría me obliga a un respeto tal que no solo entiendo que debo dedicarle este libro, ya que trata de Filosofía (pues no es otra cosa que el deseo de sabiduría), sino que tampoco poseo más celo por filosofar, es decir, por adquirir la sabiduría, del que poseo por ser, Señora, el más humilde, obediente y ferviente servidor de Vuestra Alteza. Descartes.

Isabel de Bohemia (Wikipedia).

Es muy significativo que Descartes, católico, dedicase la que él consideraba su principal obra, los Principios de Filosofía, a una princesa calvinista. Actuando de esa forma se colocaba a sí mismo en una posición arriesgada, lo que da una idea de la devoción que sentía por ella. Es más, su última obra, el Tratado de las pasiones (1649), perseguía responder de forma sistemática a las cuestiones formuladas por Isabel. Eso parece desprenderse de lo que el propio Descartes escribió al respecto: que solo lo había escrito “para que lo leyera una princesa cuyas capacidades mentales son tan extraordinarias que pueden entender fácilmente asuntos que parecen muy difíciles a nuestros mejores doctores.”

El intercambio entre Isabel de Bohemia y Descartes es un ejemplo magnífico de la importancia que tuvieron en el siglo XVII este tipo de relaciones epistolares. Este está muy bien documentado pero no fue, ni mucho menos, el único. Algunos personajes de la época actuaban como verdaderos nodos de intercambio de ideas en un siglo particularmente agitado, no solo por los conflictos bélicos, sino también por la génesis, flujo y debate de las ideas que alumbraron un nuevo mundo. Isabel de Bohemia, por su formación, intereses y trayectoria vital era uno de esos agentes intelectuales de la época.

El papel de la princesa ha sido enjuiciado de forma diferente por distintos especialistas. Para algunos, su influencia sobre el pensamiento cartesiano fue menor, y atribuyen a los sentimientos del filósofo hacia Isabel los elogios que aquél le dedica en algunos de sus textos. Según ese punto de vista, ella habría sido poco más que una interlocutora inteligente y sensible que ayudó a Descartes a afinar sus argumentos. Otros, sin embargo, atribuyen a la princesa un papel más relevante, haciéndola responsable de la orientación que siguió la obra del filósofo francés en sus últimos años de vida.

Para terminar, me ha parecido de interés traer aquí lo que señala la Enciclopedia Stanford de Filosofía sobre nuestro personaje: “una lectura cuidadosa de sus cartas a Descartes sugiere que la princesa tenía pensamiento propio acerca de algunas importantes cuestiones, como la naturaleza de la causación, la naturaleza de la mente, las explicaciones de los fenómenos naturales, la virtud y el buen gobierno”.

Isabel de Bohemia y el Palatinado fue un personaje fascinante que vivió en uno de los periodos más intensos de la historia política, religiosa e intelectual europea. Asumió un papel activo en algunos de los conflictos más importantes de su tiempo y ejerció una gran influencia intelectual. Y sin embargo, aunque en su tiempo fue muy respetada, su figura permaneció oculta durante dos siglos. La publicación de su correspondencia con Descartes y el interés por parte de algunos especialistas ha permitido ser conocida en círculos cada vez más amplios.

Notas

  1. En 1999 Editorial Alba publicó en español la correspondencia entre Isabel y Descartes, por lo que quien esté interesado la puede consultar.
  2. Radio Clásica dedicó este espacio en el programa Música y pensamiento al intercambio epistolar entre la princesa y el filósofo.
  3. El poema completo de J. L. Borges, Descartes (La cifra, 1981), reza así:

Soy el único hombre en la tierra y acaso no haya tierra ni hombre
Acaso un dios me engaña.
Acaso un dios me ha condenado al tiempo, esa larga ilusión.
Sueño la luna y sueño mis ojos que perciben la luna.
He soñado la tarde y la mañana del primer día.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron Cartago.
He soñado a Lucano.
He soñado la colina del Gólgota y las cruces de Roma.
He soñado la geometría.
He soñado el punto, la línea, el plano y el volumen.
He soñado el amarillo, el azul y el rojo.
He soñado mi enfermiza niñez.
He soñado los mapas y los reinos y aquel duelo al alba.
He soñado el inconcebible dolor.
He soñado mi espada.
He soñado a Elisabeth de Bohemia.
He soñado la duda y la certidumbre.
He soñado el día de ayer.
Quizá no tuve ayer, quizá no he nacido.
Acaso sueño haber soñado.
Siento un poco de frío, un poco de miedo.
Sobre el Danubio está la noche.
Seguiré soñando a Descartes y a la fe de sus padres.

Fuentes

Sobre el autor

Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.

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