Los estudios sobre la cultura material del Paleolítico Superior, periodo de nuestra prehistoria que abarca desde hace unos 40.000 años hasta hace unos 12.000 antes del presente, habían centrado los análisis de los comienzos tecnológicos de la humanidad basándose en la producción masculina de diversas herramientas de piedra. Las mujeres, limitadas a la reproducción de la especie con un comportamiento pasivo y sumiso, supuestamente habrían permanecido ajenas a tales actividades.
Evidencias posteriores avalaron un claro desafío frente a esta ortodoxia dominante: en la actualidad, son cada vez más numerosos los expertos que sostienen que las cosas bien pudieron haber sido mucho más complejas y distintas de esa versión convencional. Con toda probabilidad, señalan, las fibras de origen vegetal usadas para trenzar o tejer cuerdas, o sogas, y elaborar productos textiles, tuvieron en el desarrollo cultural humano una importancia al menos equivalente a la producción de utensilios de piedra. Toda una ruptura en la mirada de la creatividad humana.
Estas afirmaciones no se basan en un vacío hipnótico, sino que han ido cobrando fuerza al compás de nuevos descubrimientos o de la reinterpretación de los ya existentes, agitando considerablemente el debate sobre el tema. Se trata de argumentos que han encendido la cuestión porque, por un lado, han restado protagonismo a la tan valuada y reverenciada industria lítica, y por otro, porque son las mujeres quienes han estado desde siempre estrechamente asociadas al mundo de las plantas. En esencia, esta nueva tesis sobre los orígenes y el desarrollo del procesado de las fibras vegetales pone en tela de juicio, nada menos, que la supuesta pasividad laboral femenina; corolario lógico, este enfoque recoloca un lugar propio para las mujeres en la prehistoria. Pasan de una posición estática subordinada a otra de movilidad en los roles de la acción colectiva.
La respetada arqueóloga Elizabeth W. Barber, convencida de la profunda incidencia de la manufactura de las fibras en el desarrollo técnico de la humanidad, propuso en 1994 el concepto de revolución de la cuerda para hacer hincapié en la importancia de esta tecnología, al menos a partir del Paleolítico Superior. La científica, apoyada por cada vez más colegas, ha señalado en diversas publicaciones que el empleo de fibras o sogas «abrió la puerta a un enorme rango de nuevas formas de trabajo y de mejoras en la supervivencia».
La cuerda, continúa E. W. Barber, «puede usarse simplemente para atar cosas, pero también para acarrear, para sostener o para capturar». Ciertamente, entre los usos quizás más reveladores del procesado de las fibras vegetales destaca su capacidad para potenciar el transporte. Durante el Paleolítico, los humanos vivían agrupados en pequeñas grupos nómadas de 30 o 40 personas que se desplazaban en busca de alimentos y, al trasladarse de un sitio a otro, llevaban consigo crías de corta edad junto a distintos utensilios y alimentos.
Parece razonable pensar que en ese constante acarreo no emplearían solo sus manos, y por ello muchos autores coinciden en que el nomadismo sólo habría sido posible si se disponía de una rudimentaria tecnología de transporte. Idea que se ha visto fortalecida por el hallazgo de herramientas cuyo fin, hasta ahora desconocido, muy bien podría haber sido la manufactura y procesado de las fibras.
Elizabeth Barber sostiene que el uso de cuerdas tuvo tal trascendencia que «permitió que los humanos poblaran casi cualquier nicho del planeta al que pudiesen alcanzar». Por su parte, el prestigioso antropólogo del Mercyhurst Archaeological Institute de Pennsylvania, un reconocido experto en arqueología de género, James Adovasio, ha corroborado esta idea afirmando que «la revolución de la cuerda fue un pujante acontecimiento en nuestra historia. Cuando la gente empezó a manipular las plantas y sus productos se abrió una vasta perspectiva para el progreso humano». Contundente varapalo al falsete del exceso lítico de nuestra existencia remota.
Elizabeth Barber estuvo entre las primeras en declarar que, por causas relacionadas con la conservación, los útiles de piedra, desde sus formas más primitivas hasta otras mucho más sofisticadas, han perdurado en abundancia hasta la actualidad. Y es debido precisamente a esa riqueza de testimonio y durabilidad por lo que se han convertido en el referente para definir el Paleolítico (paleo: antiguo, litos: piedra), tanto desde el punto de vista de la investigación académica como para el público en general. Por el contrario, debido a que los utensilios de fibra son perecederos, se deterioran y desaparecen con relativa facilidad, el ritual interpretativo ha generado una subestimación de la industria textil frente a una sobrevaloración de la industria lítica. Por consiguiente, mucho de lo esencial era invisible a los ojos y lo investigable.
En los yacimientos arqueológicos, sin embargo, sí han subsistido materiales de fibra, pero son muy pocos quienes hasta ahora han tenido la posibilidad real y la formación requerida para detectarlos; mucho menos, para recuperarlos y considerarlos susceptibles de interés científico. Diversos investigadores coinciden al admitir que, en realidad, se trata de una tarea que a menudo resulta delicada y muy técnica. Es más, en los centros de estudio especializados tradicionalmente se ha ofrecido escaso interés y por tanto inadecuada formación al respecto. Siguiendo las ideas pioneras de Elizabeth Barber, muchos autores aceptan hoy que durante largos años se han arrastrado considerables deficiencias al explorar la verdadera dimensión plural y multiexpresiva de la cultura material del Paleolítico.
En este punto es importante subrayar que diversos datos, cuidadosamente analizados procedentes de fuentes tan fidedignas como el registro arqueológico y las investigaciones etnográficas, están proporcionando de manera gradual pero constante, un serio soporte a estas novedades emergentes no hegemonizadas por el imperio lítico.
Cierta y paradójicamente, dentro del contexto arqueológico, las célebres estatuillas paleolíticas, también llamadas «Venus paleolíticas» se consideran hoy testimonios indirectos del valor de la tecnología de la fibra. Las razones son de recorrido empírico. Los adornos corporales como redes para el cabello, cinturones, faldones, brazaletes o collares que lucen las pequeñas tallas, representan evidencias muy claras de enseres tejidos con fibras vegetales, tal como ha afirmado la respetada arqueóloga Olga Soffer, del Departamento de Antropología de la Universidad de Illinois. Una observación incuestionable que han corroborado autoridades como James Adovasio y D. C. Hyland del Mercyhurst Archaeological Institute de Pennsylvania.
El exquisito detalle con que están esculpidas las decoraciones de algunas estatuillas atestigua, según estos autores, que las habilidades de tejer y trenzar fibras así como los productos finales resultantes se tenían en una alta estima por sus entornos. El valor asignado era lo suficientemente significativo como para que en muchos lugares de Eurasia los utensilios tejidos o trenzados se transformasen en hechos culturales trascendentes al grabarlos sobre piedra, marfil o hueso.
En este sentido, Olga Soffer denuncia que en la literatura tradicional sobre el Paleolítico Superior se ha prestado muy poca atención a los asuntos relacionados con el género y sus «oficios» o dedicaciones, sin apenas tener en cuenta que el uso de fibras vegetales para tejer los adornos exhibidos por algunas «Venus» estaba asociado a una categoría social de mujeres, que probablemente, tenían prestigio in situ y ostentaban poder. Además, sostiene esta experta, es muy factible que las portadoras de tales adornos fueran también las inventoras, productoras y finalmente usuarias de esta importante industria.
Nuestras científicas expertas en estos supuestos de lo material en esas épocas, hacen hincapié en que los datos disponibles parecen indicar cada vez con mayor claridad que fueron las mujeres las que tejieron textiles y trenzaron cestas en los tiempos del Paleolítico Superior. Y esta afirmación, como apuntamos más arriba, no solo se basa en el registro arqueológico, sino también en el etnográfico.
En lo que a la etnografía se refiere, ya en 1991 Elizabeth Barber resaltaba que son numerosos los estudios que han puesto de manifiesto la estrecha asociación existente entre las mujeres y el mundo de las plantas en las sociedades de tecnología simple (esto es, pueblos cazadores-recolectores), donde los textiles y la cestería se producen para satisfacer las necesidades domésticas y las comunales.
Por su parte, en 2005, la arqueóloga Linda Owen también subrayaba que los estudios etnográficos documentan claramente no sólo la estrecha asociación entre las mujeres y la recolección de las plantas con fines alimenticios y medicinales, sino que además esa asociación se extiende a la transformación de los productos vegetales en estructuras más complejas mediante el tejido y el trenzado. Hoy a esto se le llama «aprovechamiento integral», nunca «tiempo marginal de tareas sin fines útiles».
Debe tenerse en cuenta, no obstante, que asignar con certeza una tecnología particular a cualquier grupo social concreto de individuos es un reto difícil. Y esto es especialmente así a medida que nos retrasamos más atrás en el tiempo. «Al estar separados en torno a 25.000 años de las primeras documentaciones sobre quienes tejían en la prehistoria europea, dotar a la tecnología textil de género debe hacerse, en el mejor de los casos, con gran prudencia», ha destacado Soffer.
Lo expuesto, por tanto, no pretende sugerir que los hombres no jugasen ningún papel en las tecnologías basadas en fibras vegetales. De hecho, existen numerosos datos que demuestran que algunas categorías de utensilios, tales como cierto tipo de calzado y algunas clases de redes, son a menudo hechas por varones. Pero asimismo parece cierto que estas producciones masculinas son la excepción y no la norma.
En cualquier caso, debemos tener presente que si las mujeres y los hombres desempeñaron labores distintas o complementarias en el pasado, ello no tiene porqué implicar que unas tareas, a ojos y entendimiento de nuestro tiempo, fueran socialmente más valoradas que otras ni, mucho menos, conducir necesariamente a la subordinación de un colectivo frente a otro.
Llegados a este punto, apuntemos que, además de las ampliamente estudiadas estatuillas y sus adornos, existen otras señales del uso de la fibra en el Paleolítico Superior. Un caso destacado son los diversos descubrimientos realizados en la década de 1990 en yacimientos Dolni Vestonice I y II, y Pavlov I de la República Checa. Se trata de hallazgos que han documentado ampliamente la existencia de tecnologías textiles muy diversas y sofisticadas, que incluyen la producción de cuerdas, redes con nudos, trenzados de cestas y ropas tejidas, todo ello a partir de fibras vegetales. Las valiosas evidencias proceden de huellas o marcas de textiles observadas en pequeños trozos de arcilla recuperados en esos yacimientos y datados entre 29.000 y 24.000 años antes del presente.
La gran variación del inventario realizado, junto con la excelencia de muchos de los productos finales, visiblemente indican a los especialistas que se trata de enseres muy bien hechos. Unas técnicas que posiblemente implicaron creación, aprendizaje y arraigos sociales. Además, cuando se observan al microscopio, resulta evidente que no representan los «primeros ensayos de artesanía», sino que, por el contrario, demuestran que su elaboración venía ya de muy atrás en el tiempo.
Aunque el número y sofisticación de los materiales procedentes de las cuevas checas es, según los expertos, deslumbrante, no son las únicas cuerdas o productos hechos con fibras registrados del Paleolítico Superior. También se han encontrado en Lascaux (Francia), en Ohalo II (Israel) y en Mezhirich (Ucrania).
Al calor de este tema, no puede olvidarse que los ropajes que adornan algunas «Venus» paleolíticas, al igual que las huellas detectadas en los fragmentos de cerámica, son pruebas indirectas del uso de textiles en el Paleolítico. En la última década, sin embargo, también se han encontrado algunas pruebas directas del uso y procesado de las fibras de origen vegetal. Las nuevas tecnologías de detección amplían el horizonte de rastros más frágiles en los yacimientos
Valga citar, a título de ejemplo, los asombrosos hallazgos realizados en la cueva de Dzudzuana situada en el Cáucaso. Entre los años 2007 y 2008, un equipo investigador del Museo Nacional de Georgia de Tbilisi recogió diversas muestras del suelo de esa cueva que contenían alrededor de 1.000 fibras de lino silvestre con más de 30.000 años de antigüedad. Lo lítico empezó a tener serios acompañantes.
Al observar estas fibras al microscopio comprobaron que algunas estaban dispuestas por pares y parecían haber sido retorcidas juntas, o bien presentaban una serie de nudos, o sus extremos aparecían limpiamente cortados, sugiriendo todo ello una modificación intencional. Además, pudieron observar fibras que daban la impresión de haber sido teñidas con diferentes colores, incluyendo el negro, gris, turquesa y, en un caso, el rosa.
Tras un meticuloso análisis de tan extraordinario material, diversos estudiosos opinan que los residentes de la cueva probablemente ya eran capaces de usar fibras con distintos fines. Uno de los miembros del equipo, el prestigioso profesor de la Universidad de Harvard Ofer Bar-Yosef, coautor de los descubrimientos de Dzudzuana, sugiere que «el lino silvestre que crecía en la vecindad de la cueva fue explotado intensa y extensamente por aquellos humanos». Por su parte, Elizabeth Barber interpreta que «la variedad de colores observada parece indicar que fue un proceso intencionado, no accidental. No se podría conseguir que el suelo local tiñera espontáneamente las fibras con tanta diversidad».
Como colofón final, señalemos que la amplia documentación recogida por investigadoras como Elizabeth Barber, Olga Soffer o Linda Owen, y sólo por citar algunas, junto a un creciente número de colegas varones, están abriendo prometedoras sendas no solo para hacer justicia a las trabajadoras mujeres de las sociedades pasadas, sino también para ampliar el mundo interactivo de la acción humana y los soportes materiales utilizados. De momento, se ha jubilado el absolutismo de lo pétreo, lo lítico.
En suma, los estudios acerca de la extensa producción textil existente en la prehistoria europea ofrecen claros indicios de que es posible adjudicar al género femenino participación en tecnologías, y arrojar una nueva e importante luz sobre el trabajo hasta ahora no bien reconocido de un segmento de habitantes del Paleolítico Superior: las mujeres.
Referencias
- Barber, E. (1991). Prehistoric Textiles. Princeton University Press. Princeton, NJ.
- Barber, E. (1994). Women’s Work: The First 20,000 Years. W.W. Norton and Co., New York.
- Soffer, O., J. Adovasio, J. and D. Hyland (2000). «The Well-Dressed Venus: Women’s Wear ca. 27,000 BP». Archaeology, Ethnology, and Anthropology of Eurasia. Institute of Archaeology and Ethnography SB RAS., Russia.
- Owen, L. (2005). Distorting the Past. Kerns Verlag, Tübingen.
Nota de la editora
Carolina Martínez Pulido ha obtenido el XXIV premio de divulgación Feminista “Carmen de Burgos” (instituido por la Asociación de Estudios Históricos de la Mujer de la Universidad de Málaga en 1993) por este artículo. Nuestra más sincera enhorabuena, Carolina.
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.
9 comentarios
Muy interesante el artículo. Gracias !!
Muchas gracias, Viviana. Me alegro que te interesase.
Saludos.
De nuevo gracias. He devorado este artículo.
Estupendo, Paz. Me da mucha satisfacción que te gustara este artículo.
Un saludo cordial
Carolina
Articulazo!
Otra vez nos has dejado con ganas de más. Algunas de las frases del artículo son relamente memorables, y te invitan a pensar en qué y cómo aprendimos algunas Prehistoria durante la carrera, y cuál y cómo, directamente o por omisión, era el papel de la mujer …las enormes autoras que mencionas han empezado a probar científicamente lo que muchas soñábamos, intuíamos, imagínabamos y esperábamos. REVOLUCIÓN, a todos los niveles.
Gracias por tu comentario, M8. Es cierto que hemos aprendido Prehistoria, y otras cosas, de manera sesgada. Los estudios con perspectiva de género nos están mostrando una perspectiva mucho más amplia e inclusiva y, sobre todo, nos ayudan a ir desechando de una vez esa injsta visión de las mujeres como seres pasivos, sumisos y dependientes.
Un saludo muy cordial.
[…] Los estudios sobre la cultura material del Paleolítico Superior, periodo de nuestra prehistoria que abarca desde hace unos 40.000 años hasta hace unos 12.000 antes del presente, habían centrado los análisis de los comienzos […]
Nuestra amiga y colaboradora Carolina Martínez Pulido recibió el pasado 8 de marzo el Premio de Divulgación Feminista «Carmen de Burgos» de la Universidad de Málaga (http://asociacionestudioshistoricosmujeres.blogspot.com.es/2017/03/xxiv-premio-de-divulgacion-feminista.html) por este magnífico artículo.
¡Enhorabuena, Carolina!
Gracias, Marta. Tu también has contribuido, y mucho, a este premio. El que forme parte de un blog tan cuidadosamente y bien editado, y que llegue cada vez a más gente es una labor que los colaboradores te agradecemos de verdad.