Pilar Ipiña: “La Ingeniería tendrá mucho que decir en la Medicina del siglo XXI”

Protagonista

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Pilar Ipiña al comienzo de la entrevista.
Foto: © Izaskun Lekuona.

Pilar Ipiña nos recibe en “su” barrio de la capital vizcaína. En las mismas calles y rincones que conoce desde niña y por los que paseaba cuando, con sólo dieciséis años, decidió ingresar en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Bilbao. Los locales han cambiado en los últimos tiempos, los nombres de los restaurantes no son los mismos, ni los diseños interiores, ni el personal, pero lo que no ha cambiado son las intenciones de la clientela. Seguimos buscando una mesa tranquila en la que conversar en buena compañía.

Así que cuando en nuestra primera elección el hilo musical sonaba demasiado alto, no dudamos en buscar otro restaurante. Por el camino recordamos el acto de recepción del día anterior a quienes se licenciaron hace cincuenta años en la Escuela… Pilar se emociona al evocar a las personas de la promoción 110 que ya no están entre nosotros.

Cuando, ya sentados, le preguntamos su fecha de nacimiento, nos revela que fue en 1941. –Hace 100 años– dice, pero inmediatamente asegura que cumplirá los 150.

Javier San Martín (JSM) ¿Cree que llegaremos a tanto?

Pilar Ipiña (PI) Yo a los 125 o 130 igual sí… Con lo que avanza la medicina, seguro. Al menos hay que llevarlo con humor.

(JSM) Usted fue la primera mujer licenciada, en la promoción 109, de la que entonces era la ¿Escuela de Ingenieros?

(PI) La denominación oficial que aparecía incluso en las hojas de los exámenes era Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Bilbao.

(JSM) Lo decía porque hoy es Escuela de Ingeniería, sin distinguir entre el masculino y el femenino.

(PI) ¡Ay chico! A mí no me empieces con ingenieros e ingenieras, con el todos y todas. A mí háblame en la lengua de Cervantes. Para el plural, el masculino. Será políticamente incorrecto, pero qué le voy a hacer, me cuesta cambiar a mi edad.

(JSM) En aquel curso estudió con usted otro centenar de personas…

(PI) Estudié en la segunda promoción del plan de 1957. La carrera de entonces tenía dos cursos de ingreso que empezaron a realizarse en la Escuela el año anterior a mi entrada. Se llamaban Selectivo, que era común a todas las carreras de ciencias, e Iniciación. En ese curso, creo recordar, éramos cerca de 480 personas, pero mucha gente se marchó, y otros muchos repitieron, porque había que aprobar las cinco asignaturas del curso para poder llegar a Iniciación. Creo que pasamos algo menos de la mitad y en primero de carrera, cuando pasaban lista, éramos cien alumnos oficiales y yo era la única mujer.

(JSM) Usted fue la única en aquel curso, y la primera en terminar la carrera…

(PI) En Selectivo éramos cinco, pero dos eligieron otras carreras: químicas y exactas. En el curso de Iniciación una chica se fue a químicas, otra chica repitió y se le sumó otra que venía en el curso siguiente. Yo pasé a primero, así que en la promoción 109 estaba yo sola, y en la 110 había dos chicas más, mi compañera de colegio y otra chica de nuevo ingreso.

La Escuela de 1958

(JSM) ¿Cómo era aquella Escuela de 1958?

(PI) El edificio era el mismo pero sin los añadidos de ahora. Las clases eran grandes, inmensas. El nuestro era un edifico nuevo. Estrenamos la Escuela. No te olvides que en 1957, la primera promoción fue a la Casilla, donde luego estuvo la Escuela de Peritos, y en 1958 se pasó a la Escuela nueva. Ayer vi un aula y me pareció de juguete.

(JSM) ¿Había baños para mujeres?

(PI) ¡No pensaron jamás que pudiera ir a clase una mujer! Fíjate si la sociedad era típicamente masculina… no voy a decir machista, que hicieron una Escuela de Ingenieros maravillosa, con unos laboratorios magníficos,… y no había aseos para señoritas. Un catedrático, el Sr. Canivell, un señor mayor, vino y nos dijo que como en dirección había dos secretarias, allí había un baño para ellas y podíamos usar aquel baño. Teníamos que pasar un puente que había sobre las vías del tren desde la nave de las clases, y luego estaba el edificio de Dirección, que en los pisos inferiores tenía salas de motores… Teníamos que cruzar el puente para ir al cuarto de baño, pero hay cosas más graciosas que eso.

(JSM) Cuénteme…

(PI) A media mañana había un tiempo libre, casi como el recreo de los colegios, y no entendían que estuviéramos mezcladas con todos aquellos chicos, así que nos dijeron que podíamos quedarnos en la galería del puente para pasar esa media hora de descanso. Mira si éramos niñas que como el suelo tenía baldosas nos pusimos a jugar al truquemé.

(JSM) Y usted y esa amiga, compañera de colegio, no eran de esperar a los profesores. Si tardaban mucho…

(PI) ¡Ah! Nos íbamos… ¡Claro! En Selectivo, pero sobre todo en Iniciación ya teníamos clase por la tarde. A veces teníamos clases de ocho a diez de la mañana, de una a dos de la tarde y de seis de la tarde a diez de la noche, porque los ingenieros de aquel entonces eran ingenieros de verdad, es decir, que trabajaban y daban clases cuando podían, de acuerdo con sus empresas. Y nosotros estábamos en clase para las seis en punto. Así que si para las seis y diez o seis y cuarto no había venido…

(JSM) Pero había un límite, no se podía faltar a clase todo lo que uno quería…

(PI) No, no, claro. Teníamos un poco de cuidado porque sabíamos qué profesores pasaban lista y cuáles no.

(JSM) Pero siendo las únicas mujeres, su ausencia se notaba, ¿no?

(PI) Sí, pero no todos pasaban lista todos los días, y si no pasaban lista, no había falta… Si éramos una niñas Yo entré en la Escuela con dieciséis años. Cumplí los diecisiete en la Escuela. ¿Tú ves ahora a una niña o a un niño de dieciséis años entrando en la Escuela de Ingenieros?… ¡Éramos unas insensatas!

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Pilar Ipiña recordando sus vivencias en la Escuela de Ingeniería de 1958. Foto: © Izaskun Lekuona.

(JSM) ¿Algún profesor se lo puso difícil para aprobar?

(PI) Alguno siempre hay, pero eran perros ladradores… más que mordedores. Supongo que para ellos también era un compromiso porque nunca había habido mujeres en la Escuela. Para entenderlo hay que situarse en el Bilbao de entonces. Los ingenieros eran los dioses de la sociedad porque aquí, en Bizkaia, había muchísima industria y eran las personas que ocupaban los puestos más relevantes. Los catedráticos eran grandes catedráticos, que también estaban en fábrica. Además algunos habían sacado la cátedra en tiempos difíciles. A las generaciones jóvenes os cuesta situaros porque no percibís el cambio social, cultural y estructural que ha habido. Entonces, que fueran unas niñatas pensando que iban a estudiar ingeniería y a colocarse como ellos, no les debía de resultar fácil. No es que te tuvieran manía o te lo pusieran difícil, es que se podía pensar que si te aprobaban era por favoritismo… y eso les podía desprestigiar.

A nosotras nos llegaron a decir que íbamos a la Escuela a buscar novio. Lo pensaba muchísima gente porque en Madrid muchas chicas iban a la universidad a buscar novio.

El profesor tenía un papel difícil. Creo que ellos se limitaron a ser justos corrigiendo el examen.

(JSM) Alguno tendría curiosidad por sus notas…

(PI) Un profesor que vivía por aquí, me tenía mucho afecto, y cuando me veía por la calle siempre me paraba. Era un hombre terriblemente atento y cuando llegué a cuarto me dijo: “Enhorabuena señorita”… Yo le pregunté por qué y me contó que cuando fue a corregir el examen del curso anterior, buscó el primero de todos mi examen porque quería saber qué había hecho “la señorita”, y “cuál fue mi sorpresa –me dijo– que tuve que ponerle notable”. Y eso que había faltado a sus clases, porque era de los que daban a las seis de la tarde. Me lo recordó, y yo le respondí que tuve buenos compañeros que me pasaban los apuntes.

(JSM) ¿Había entonces también tráfico de apuntes?

(PI) Económico no. Se prestaban y punto. De hecho mi marido y un amigo hicieron la carrera con mis apuntes. Había otro compañerismo, otro respeto. Era todo menos mercantil.

Pilar Ipiña, primera mujer licenciada en la entonces Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Bilbao, en 1965. Foto: © Izaskun Lekuona.
Pilar Ipiña, primera mujer licenciada en la entonces
Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales
de Bilbao, en 1965. Foto: © Izaskun Lekuona.

(JSM) Creo que hubo otro profesor que la persiguió por un pasillo a grito limpio preguntándole porqué no había rellenado la parte teórica de un examen…

(PI) ¿Quién te ha contado eso?

(JSM) Eso… es secreto profesional.

(PI) ¡Pues es verdad!… Era uno de los profesores más duros de la Escuela. De verdad temblábamos con él. Si el límite eran 28 faltas, yo con aquel hombre tenía 27.

(JSM) (No puedo aguantar la risa…).

(PI) Que sí. De verdad,… Me parece que daba clase temprano y a mi madrugar me costaba mucho, y además, como a la primera no aprobaba nadie, la gente ni se presentaba. Yo no me iba a presentar, pero en clase no hacía el bobo, no perdía el tiempo, escuchaba, y para los problemas, para los números, tenía mucha facilidad. Entonces pensé en ir al examen para ver como era y en septiembre ir sobre seguro, sabiendo cómo me sentía allí dentro, porque no vale con ver al toro desde la barrera. Entonces, puso el primer problema y me salió; puso un segundo problema y me salió también… Puso la pregunta de teoría,… firmé y entregué en blanco. Yo no he servido para hacer trampas. Ni fui a ver la nota. Me lo contaron después: “Estaba Domicio que ardía, buscándote por todos los pasillos a voces y diciendo dónde está esa señorita que tiene 18 puntos en los dos problemas. Con el Padre nuestro que me hubiera escrito le hubiera podido poner un 0,5; pero sin escribir nada le he tenido que poner un cero”. Se aprobaba con 12 puntos entre los tres problemas y con eso se pasaba al examen oral… pero el cero no sumaba. En septiembre aprobé.

(JSM) O sea que tuvo que ir a septiembre, no le aprobó.

(PI) No, no, que va. A mí ni se me ocurrió reclamar nada… Si te suspenden, te suspenden y punto. Y en otro examen me suspendí yo… le dije al profesor que ya no podía más porque después de hacer un examen escrito toda la mañana lleno de problemas, a la tarde nos hizo un examen oral de más de cien preguntas cortas, una detrás de otra. Habíamos estado hasta las dos de la tarde, cada uno en una pizarra respondiendo a las preguntas. Eran exámenes fuertes y le dije: “me voy, ya volveré en septiembre”.

(JSM) Es una mentalidad especial la suya… tomarse así las cosas.

(PI) Es que las cosas o las haces bien o no las haces… Soy muy extremista. Quizá por eso a veces en la vida no te va tan bien, porque buscas la perfección y trabajas diez veces, pero qué le vamos a hacer…

(JSM) Así que le tocó pasar el verano estudiando…

(PI) Sólo a partir de segundo de carrera, que dejaba una asignatura para septiembre… pero salía todas las tardes con el novio. Yo no he perdonado salir todos los días con el novio, fuera verano o invierno, a las ocho de la tarde, paseíto y a las diez a casa y a la cama enseguida. Era muy distinta la vida a la de hoy. Nosotros no teníamos fiestas de noche.

El “Plan Ye-yé”

(JSM) Ahora en la universidad estamos en el plan Bolonia. Una de las críticas que se hace a ese plan es que está pensado para sacar a más personas al mercado laboral en menos tiempo y con menos preparación. En su época pasó algo parecido, se intentó reducir la carrera…

(PI) A cinco años… el “Plan Yeyé” se llamó… ¡Tuvimos unas huelgas horrorosas en quinto de carrera! Era un país que ya estaba apuntando a Europa, pero faltaban titulados superiores y técnicos porque en todo el país solo había tres Escuelas Superiores de Ingeniería: En Madrid, Barcelona y Bilbao; y el resto de las Ingenierías (caminos, agrónomos, montes, navales,…), se hacían sólo en Madrid. Recuerdo que el delegado de clase decía: “Franco ha dicho que todos los mayores de 25 años, ingenieros por decreto”, y redujo la carrera en dos años para que salieran ingenieros como churros.

(JSM) ¿Cómo les preparaban en su tiempo?

(PI) Nosotros éramos ingenieros generalistas… este profesor del que hemos hablado antes, era director de una fábrica, de cabecera americana, en España, y cuando iba a las reuniones a Estados Unidos, allí no comprendían cómo este señor podía sentarse en la misma mesa que otras veinte o treinta personas, que sólo eran especialistas en un tema y le planteaban dudas de los temas más variados. Se asombraban de que un ingeniero español estuviera preparado en todos los campos. Ayer decía el subdirector de la Escuela que hoy se trabaja más en equipo… así que se ha especializado más la enseñanza.

Pilar Ipiña evoca los recuerdos de su vida al terminar la carrera. Foto: © Izaskun Lekuona.
Pilar Ipiña evoca los recuerdos de su vida al terminar
la carrera. Foto: © Izaskun Lekuona.

(JSM) Terminó la carrera, por lo tanto, en el año 1965, pero no llegó a ejercer… ¿Por qué?

(PI) Pues porque iba a casarme en breve. Mi marido terminó en Junio de 1966, era de la promoción 110, y nos casamos en julio. Llevábamos seis años de novios. Por otro lado, la sociedad no admitía de buen grado que las mujeres trabajáramos. Gran error. Pero así fue.

(JSM) Sigue habiendo prejuicios hoy, en las empresa por ejemplo…

(PI) A nivel muy local, sí. Pero no es un problema de las empresas, es un problema de las personas. Y siempre hay alguien que deja a esas personas hacer lo que quieren, pero ¡pobre de la empresa que ponga vetos a las mujeres!, porque si no tienen la mente abierta para admitirnos, tampoco la tendrán para otras cosas innovadoras.

(JSM) ¿Cuál cree que puede ser el gran reto de la ingeniería para este siglo?

(PI) En las comunicaciones, por tierra, mar y aire, quizá todavía hay un campo en el que puede haber cosas nuevas que nos faciliten la vida muchísimo… y creo que la ingeniería puede hacer mucho en la rama de la medicina, porque a las personas con alguna discapacidad se les pueden inventar artilugios para que sean más funcionales. Yo creo que en ese campo todo avance es poco.

Hace veinticinco años en el Hospital Ortopédico de Lausanne, en Suiza, había cantidad de niños con diversas discapacidades, y había ingenieros trabajando en el mismo hospital. ¡No te imaginas que artilugios tenían aquellos niñitos! Cosas que aquí ni soñabas. Incluso niños con parálisis cerebral,… estaban allí jugando, se mantenían erguidos y dibujaban en el jardín gracias a aparatos ligerísimos adaptados a cada tipo de discapacidad.

Lo que no me gusta tanto son los edificios altos… Igual es un campo donde también hay grandes retos, pero esas ciudades de edificios inmensos me recuerdan a jaulas de conejos… Soy más partidaria de la parte más humana.

La humildad de aquella niña que pasaba los minutos de descanso saltando sin pisar las líneas de las baldosas de un pasillo de la Escuela de Ingenieros, sigue correteando por la vida de Pilar Ipiña. Cuando le preguntamos si se siente una pionera y una referencia, su respuesta fue: “Abrimos un camino, pero sin más, no tiene mayor importancia”.

Sobre los autores

Esta entrevista ha sido realizada por Javier San Martín @SanMartinFJ. Las fotografías son obra de Izaskun Lekuona @IzaskunLekuona y es una colaboración de Activa Tu Neurona @ACTIVATUNEURONA con el blog Mujeres con Ciencia.

2 comentarios

  • Me encantó la entrevista, creo que la Ingeniera Ipiña si fue una pionera y de seguro, de haberle sido más llevadero el camino para su ejercicio profesional, lo habría hecho muy bien. Gracias por compartir esta historia femenina.

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