Salome Gluecksohn Waelsch: el legado de una ilustre bióloga

Vidas científicas

Todas las cosas son imposibles si nos lo parecen.

Concepción Arenal

Salome Gluecksohn Waelsch nació en Danzig, en la antigua Prusia oriental, hoy Alemania, el 6 de octubre de 1907 en una familia judía. A pesar de las importantes dificultades y el ambiente hostil con que tuvo que enfrentarse desde muy joven, Waelsch afirmaba: «nací con la intención de ser científica», y se enfrentó a sus estudios con una decidida determinación.

Nada más acabar su bachillerato decidió estudiar Química y Zoología en Königsberg y en Berlín. En 1928 logró que el biólogo, especializado en el desarrollo embrionario, más célebre de la universidad alemana, Hans Spemann, la aceptara como alumna de doctorado. Contemplando la situación en retrospectiva, Waelsch ha confesado que esta admisión fue muy beneficiosa para su carrera, pero no estuvo exenta de alguna faceta perjudicial para el desarrollo de sus capacidades. En su opinión, Spemann tenía prejuicios contra las mujeres que trabajaban en su laboratorio, razón por la cual no le permitió investigar en los proyectos más estimulantes del momento, sino que le dio «un estudio descriptivo más bien aburrido sobre formación de las extremidades [en anfibios]» como tema de su tesis doctoral.

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Salome Gluecksohn Waelsch

Sin embargo, cuando ya era una científica prestigiosa, Waelsch reconoció que, por encima de algunos conflictos, el trabajo en el laboratorio de Spemann fue muy instructivo, y objetivamente admitía que el investigador poseía una incorruptible ética en su trabajo, a través de la cual juzgaba y exigía a las demás personas.

Hans Spemann, al igual que muchos otros embriólogos de su tiempo, carecía de interés por una disciplina científica que acababa de nacer: la genética. No sólo se oponía filosóficamente al trabajo de los genetistas americanos (sobre todo a la escuela del famoso Thomas H. Morgan, de la Universidad de Columbia), sino que también trataba de impedir que sus estudiantes investigasen cuestiones que combinaran las técnicas de la embriología y de la genética.

Al respecto, Salome Waelsch escribió mucho después: «Spemann dejaba fuera de toda consideración el posible papel de los genes en [el desarrollo embrionario]. Esta expresión de estrechez mental […] tanto a nivel intelectual como científico me sorprendió enormemente». Las palabras de Salome Waelsch, revelan una notable agudeza por su parte: presagiaba un posible papel de los genes en el desarrollo, convicción que la llevó a decidir que, cuando completara su tesis doctoral, dedicaría todos sus esfuerzos como investigadora a tratar de discernir cuál era la función génica durante la embriogénesis.

Cuando contaba con 25 años de edad, Waelsch defendió de manera impecable su tesis doctoral en la Universidad de Friburgo y se dispuso a continuar su carrera científica. Pero en la Alemania de los años treinta la situación política y social se estaba volviendo cada vez más difícil y los prejuicios existentes frente a personas como ella, mujer y judía, hacían que sus perspectivas de trabajo fuesen poco prometedoras. En 1933 la joven investigadora y su esposo, Rudolf Schoenheimer, un conocido bioquímico, escaparon a Estados Unidos.

Una vez en Norteamérica, Salome Waelsch empezó a trabajar en un laboratorio Universidad de Columbia (donde permaneció 17 años), en el desarrollo embrionario del ratón. La investigadora se sintió enormemente satisfecha: ahora tenía la oportunidad de formarse en genética en el mismo centro donde nació la teoría del gen.

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Salome Gluecksohn Waelsch

La originalidad del pensamiento de Waelsch ha quedado reflejada en su rebeldía: mientras la mayoría de sus colegas seguía sin creer que los genes tuviesen alguna función durante las primeras etapas de la formación de un embrión, ella estaba convencida de lo contrario. En aquellos años se pensaba que los genes sólo contribuían a proporcionar al organismo caracteres secundarios, como el color de los ojos o el tamaño de las patas, pero casi nadie defendía que los genes tuviesen parte alguna en algo tan fundamental como la forma del cuerpo del individuo.

Salome Waelsch, como otras figuras brillantes en la historia de la ciencia, estaba adelantada a su tiempo. Persuadida de que el desarrollo embrionario está controlado por genes, se convirtió en una activa defensora de la necesidad de reunir los campos de la embriología y la genética en un nuevo ámbito de trabajo: la genética del desarrollo o biología del desarrollo. Inasequible al desaliento, defendió lo que posteriormente se comprobó como cierto: existen genes cuya función es poner en marcha el plan corporal del futuro organismo. La mayoría de sus colegas, sin embargo, tardaron bastantes años en asumirlo.

Mucho tiempo más tarde, en 1992, el prestigioso biólogo e historiador de la ciencia Scott F. Gilbert subrayaba que en la investigación de Salome Waelsch había cristalizado «la convergencia entre Friburgo y Columbia», que finalmente terminó por generar una disciplina autónoma provista de su propia metodología, alcanzando un gran ascendiente en el pensamiento biológico moderno.

En relación con la vida personal de Salome Waelsch, apuntemos que su marido Rudolf Schoenheimer murió en 1941. Posteriormente, en enero de 1943, se casó con un bioquímico de la Universidad de Columbia, Heinrich B. Waelsch con quien tuvo dos hijos. Con respecto a la familia, esta notable investigadora ha asegurado en distintas ocasiones que sus hijos no afectaron sus actividades profesionales, porque a lo largo de su vida fue capaz de mantener una estricta rutina y un elevado grado de organización. Pero también iba más allá, sosteniendo el relevante papel desempeñado por su marido en la crianza y educación de los hijos.

Estas declaraciones proceden de diversas entrevistas que trataban sobre el tema de la mujer en la ciencia. De hecho, Waelsch fue muchas veces protagonista de eventos relacionados con este asunto. Estuvo incluida entre las mujeres científicas, pioneras en los Estados Unidos, capaces de tener una carrera exitosa y una familia estable en una época en que tales actividades eran consideradas prácticamente incompatibles.

Salome Waelsch alcanzó un considerable reconocimiento como científica. Por ejemplo, con motivo del sesenta aniversario de la publicación de su excelente primer artículo de Waelsch –que en 1938 firmaba Salome Gluecksohn-Schoenheimer–, su colega Virginia Papaioannou, miembro del Departamento de Genética de la Universidad de Columbia, escribía: «El artículo describe un trabajo temprano (y lleno de belleza) de una de las más prominentes mujeres dedicadas a la biología del desarrollo, cuyo comportamiento ha sido un modelo con profunda influencia en aquellas mujeres que han aspirado a ser científicas».

Sin embargo, no debe olvidarse que en su profesión Waelsch superó importantes obstáculos antes de alcanzar el reconocimiento de sus colegas. Ella misma relataba que en su laboratorio siempre tuvo que luchar al máximo; por ejemplo, llegando diariamente la primera y marchándose la última, además de dar a su trabajo la mayor calidad y rigor posibles, sin regatear esfuerzos ni pensar en el escaso salario que recibía por su intensa actividad. Más de una vez ha afirmado que, según su criterio, las mujeres en la actualidad no experimentan la misma clase de restricciones que a las que ella se vio sometida en su campo de investigación.

Salome Gluecksohn Waelsch recibiendo la National Medal of Science (1993) del Presidente Clinton
Salome Gluecksohn Waelsch recibiendo
la ‘National Medal of Science’ (1993)

La comunidad científica ha reconocido ampliamente los méritos de esta investigadora. Sólo a título de ejemplo, valga señalar que en 1979, Salome Waelsch fue elegida miembro de la Academia Americana de las Ciencias y miembro de honor vitalicio de la Academia de las Ciencias de Nueva York. En septiembre de 1993 estuvo entre los ocho científicos que recibieron la Medalla Nacional de las Ciencias, un prestigioso honor concedido por el Presidente de los Estados Unidos a los mejores especialistas en el ámbito científico. Unos años más tarde, en 1999, se le concedió la valiosa medalla Thomas Hunt Morgan, última del siglo XX, poniendo así un magnífico broche a su excelente carrera.

Salome Waelsch falleció el 7 de noviembre 2007, a los 100 años de edad, en la ciudad de Nueva York.

Desde 2010, las instituciones Spemann Graduate School of Biology and Medicine (Friburgo) y Department of Genetics at Albert Einstein College of Medicine (Nueva York) conceden anualmente el galardón Salome Gluecksohn-Waelsch Prize a la mejor tesis doctoral en ciencias biomédicas para conmemorar los extraordinarios logros de esta científica.

Gran parte de las valiosas investigaciones de Salome Waelsch fueron ampliadas en la década de los ochenta por la prestigiosa científica Christiane Nüsslein-Volhard premio Nobel de Medicina.

Referencias

  1. Fox Keller, E. (2002), El siglo del gen. Cien años de pensamiento genético, Península, Barcelona
  2. Gluecksohn-Schoenheimer, S. (1938), «The development of two tailless mutants in the house mouse», Genetics 23:573-584.
  3. Martínez Pulido, Carolina, Mujeres en la historia de la biología, blog, junio 2011

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

2 comentarios

  • Bonito e interesante artículo, sólo una puntualización: si no estoy equivocado, Danzig actualmente es Gdansk, ciudad polaca en la costa del Báltico. Un saludo.

    • Gracias por tu comentario, Aitor. Sí, es cierto que hoy Gdansk es una ciudad polaca, pero se llamó Danzig en el tiempo que nació Salome Waelsch y fue alemana hasta el fin de la II Guerra Mundial.
      Un saludo cordial.

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