En la Isla Norte de Nueva Zelanda, en el distrito de Bahía de Hawkes situado en la costa occidental, nació el 4 de febrero de 1922 Joan Pederson Wiffen. Posteriormente conocida como la «Dama de los dinosaurios» (Dinosaur Lady), al convertirse en la paleontóloga más popular de Nueva Zelanda.
Los comienzos de su vida fueron semejantes a los de tantas y tantas mujeres: en su entorno la educación de las niñas no era importante, su principal expectativa consistía en casarse y formar una familia. Como para cumplir tan destacado objetivo la formación no era necesaria, muy pronto se vio obligada a dejar la escuela. De esta época Joan Wiffen ha recordado que cuando era una niña se sentía maravillada por la presencia de conchas marinas en los altos de Bahía de Hawkes, pero sus conocimientos de ciencias eran tan escasos que no podía entender su significado.
Durante la II Guerra Mundial Wiffen se unió a la Fuerza Aérea Auxiliar Femenina (Women’s Auxiliary Air Force), donde permaneció trabajando a lo largo de seis años. En 1953 se casó con Pont Wiffen. Juntos construyeron una pequeña granja en Bahía de Hawke, restauraron una casa abandonada, cultivaron un jardín, criaron un variado número de animales y tuvieron dos niños.
El interés por la ciencia de Joan Wiffen se despertó gracias a la lectura de libros de historia natural que tomaba prestados de la biblioteca pública para compartirlos con sus hijos. La curiosidad creció tanto en ella que contagió al resto de su familia, y finalmente Pont Wiffen optó por matricularse en clases nocturnas de geología. Una anécdota ocurrida en esos momentos dio un profundo impulso al trabajo de Joan. Su marido enfermó, y para no malgastar la matrícula ella decidió acudir a las clases en su lugar. Desde entonces se sintió fascinada por la geología, por la historia de la Tierra y la enorme diversidad biológica desplegada a lo largo del inmenso tiempo geológico. Los animales antiguos, y concretamente los dinosaurios, le despertaron una genuina curiosidad.
Deslumbrada por los vínculos que representaban los organismos que vivieron en un pasado distante con los actuales, encontrar fósiles fue para ella una gran emoción. «Eran tesoros invaluables del pasado y, súbitamente, me convertí en una adicta. Sabía lo que quería: coleccionar fósiles», explicaría más tarde.
Joan Wiffen y su familia viajaron ampliamente por diversos lugares de Nueva Zelanda y también realizaron algunas expediciones por Australia, siempre en búsqueda de todo tipo de rocas y minerales. Desde esta actividad, la ambición de Joan Wiffen por encontrar fósiles de dinosaurios en su país fue creciendo día a día. Por entonces no sabía que la mayor parte de los expertos pensaba que los dinosaurios nunca habitaron en las tierras de Nueva Zelanda porque consideraban que esas islas habían estado aisladas durante largo tiempo. El único disidente de este punto de vista fue el destacado naturalista Charles Fleming, quien subrayaba a finales de los años sesenta que quizá el país «no tenía dinosaurios fósiles simplemente porque nadie los había encontrado todavía».
Joan Wiffen logró hacerse con un viejo mapa geológico que señalaba la presencia de huesos de reptiles en el remoto valle de Mangahouanga, concretamente en el lecho del río Te Hoe, situado en las zonas altas de la región de Bahía de Hawke. Le llevó unos seis meses establecer donde estaba exactamente el lugar, de quien era propiedad y conseguir un permiso para explorarlo. Finalmente, en 1972 pudo empezar su ansiada búsqueda. La acompañaba su marido y un pequeño equipo de voluntarios.
En su libro El valle de los dragones, publicado en 1991, Joan Wiffen ha dejado escrito que cuando rastreó el sitio muy pronto halló «rocas con dientes, escamas y vértebras de peces incrustados en ellas, también con dientes de tiburón y conchas de todo tipo». Durante meses y años exploró la zona, ciertamente bastante inhóspita. El terreno era tan escarpado y accidentado que solo se podía acceder a pie; además, cada roca que quería estudiar había que cargarla en la espalda hasta el coche. Tras varios meses de búsqueda encontraron el primer hueso fósil de reptil marino. Fue el comienzo de muchos fructíferos hallazgos.
Impulsada por su gran interés en el tema, y dotada de un notable talento, Joan Wiffen estudió paleontología por sí misma, logrando una notable formación. Recordemos que la paleontología es un complejo campo científico que requiere conocimientos académicos y prácticos de primer orden. De manera autodidacta, aprendió a localizar y extraer los fósiles de la roca usando baños ácidos, martillos, cinceles, serruchos y hasta explosivos, cuando eran necesarios. Asimismo, consiguió hacer moldes de los fósiles obtenidos (o sea, copias de yeso) que luego enviaba a los expertos para su identificación.
Sus esfuerzos, sin embargo, no se limitaron a lo práctico, también fue capaz de aprender por su cuenta los conocimientos necesarios para describir los restos hallados y redactar con un vocabulario correcto artículos científicos sobre lo que observaba. Además, adquirió todas estas habilidades en el relativo aislamiento de Bahía de Hawke y a sus propias expensas, procurando el menor gasto posible.
En 1975 Joan Wiffen encontró su primer hueso fósil de dinosaurio en el yacimiento de Mangahouanga. Sabía que se trataba de un hueso muy poco usual de una criatura que vivía en tierra, pero lo descubrió mucho antes de que pudiera identificarlo. De hecho, el pequeño fósil esperó su identificación en casa de Wiffen durante cuatro años.
Cuando tenía 57 años, en un viaje de vacaciones por Australia, Joan Wiffen fue a visitar el Museo Queensland en Brisbane. Allí se puso en contacto con el respetado paleontólogo Ralph Molnar y en su despacho vio un hueso que le resultó familiar. Molnar le informó que pertenecía a un dinosaurio, a lo que Wiffen respondió que tenía uno muy parecido en su casa.
Unas semanas después de esta conversación, tras haber examinado el fósil, Molnar confirmó a Wiffen que había encontrado una vértebra de la cola de un dinosaurio terópodo de hace 75 millones de años. En otras palabras, no sólo esta paleontóloga autodidacta encontró la primera prueba que confirmaba la existencia de fósiles de dinosaurios en Nueva Zelanda, sino que había encontrado un carnívoro, mucho más difícil de hallar que un herbívoro.
El gran entusiasmo y determinación de Joan Wiffen crecían a medida que iba encontrando más y más fósiles. Junto a su pequeño grupo de colaboradores descubrió evidencias de al menos cinco tipos de dinosaurios terrestres distintos, así como de otros reptiles marinos y voladores. La pasión y el júbilo con que llevaban a cabo esta dura pero estimulante tarea está magníficamente relatada en el citado libro El valle de los dragones.
Esta extraordinaria mujer no sólo escribió con el fin de dar a conocer su obra al público en general. También trabajó intensamente junto a Ralph Molnar y fueron coautores de numerosos artículos científicos, que publicaron en prestigiosas revistas especializadas en la materia. Su dinamismo, además, la llevó a impartir gran número de conferencias en diferentes foros con tanto entusiasmo que su trabajo alcanzó considerable reconocimiento.
Inicialmente, el hecho de ser mujer y sin cualificación científica fue una verdadera desventaja para Wiffen. Sin embargo, ella no se amedrentaba fácilmente; consciente de su falta de formación y del escepticismo de los especialistas, optó por dedicar todo el tiempo necesario para formarse, concentrando su atención en los fósiles y su significado. Por esta voluntariosa senda, gradualmente consiguió ser aceptada en la comunidad de expertos y terminó teniendo una reputación incluso mejor que la de muchos científicos profesionales.
El crédito alcanzado por la incansable labor de esta científica se extendió no sólo por su país sino también fuera de él. Así, en 1994 Joan Wiffen fue premiada con un doctorado honorario por la Universidad de Massey, una de las más importantes de Nueva Zelanda, y también con la Medalla de Bronce de Ciencia y Tecnología (Science & Technology Bronze Medal). Al año siguiente fue condecorada con el título honorífico de CBE (Commander of the British Empire), una valorada Orden del Imperio Británico.
El reconocimiento a su trabajo no llevó, sin embargo, a Joan Wiffer a «dormirse en los laureles». Por el contrario, continuó perseverante con sus investigaciones y en 1999, con 77 años de edad, hizo otro importante descubrimiento: un hueso de uno de los dinosaurios más grandes conocidos, un tiranosaurio. Así lo ha relatado: «Vi una roca sedimentaria parcialmente expuesta del tamaño de una pelota de rugby a la orilla del río Te Hoe. La excavé y le pedí a un colega que la abriera con un martillo. Inmediatamente vi una estructura ósea en su interior que era diferente de los huesos de los reptiles marinos». Pronto comprendió la importancia del hallazgo, describió y publicó sus resultados, añadiendo un mérito más a su ya extensa lista de éxitos.
En 2004 le fue concedido un premio profesionalmente muy valioso, el Morris Skinner Award, otorgado por la Sociedad de Paleontología de Vertebrados de los Estados Unidos en honor a sus destacadas contribuciones al conocimiento científico. La ya anciana investigadora recibió orgullosa tan grato espaldarazo a su carrera: su trabajo había conseguido dar una dimensión geográfica internacional a Nueva Zelanda.
Joan Wiffen murió en junio de 2009 a la edad de 87 años, y el valor de su magnífica carrera fue ampliamente reconocido por sus colegas. Entre los muchos que la conmemoraron en su obituario, podemos citar al paleontólogo de la Universidad de Victoria, Wellington, James Crampton, quien apuntaba: «Su historia es un maravilloso ejemplo del intenso interés y de la energía que motiva a muchos naturalistas, tanto amateur como profesionales, y del simple gozo por descubrir que ha conducido a todos los grandes descubrimientos científicos a través de la historia».
Ewan Fordyce, Jefe del Departamento de Geología de la Universidad de Otago, la recordaba diciendo: «Joan Wiffen hizo lo que un buen paleontólogo de vertebrados debía hacer. Comenzó su trabajo impulsada por publicaciones sobre huesos fósiles. Organizó grupos de campo, recuperó material nuevo, lo preparó, y lo describió. […]. Desarrolló excelentes colaboraciones especialmente con paleontólogos de vertebrados de otros países. […]. Sus artículos son hoy fundamentales para la paleontología.»
Por su parte, el geólogo Hamish Campbell, sostenía en recuerdo de la científica que «[Joan Wiffer] fue un exquisito ejemplo para todos nosotros. […]. Su mayor legado desde mi punto de vista no es tanto la suerte de haber descubierto el primer dinosaurio fósil de Nueva Zelanda en 1975, sino el subsiguiente descubrimiento de al menos cinco clases diferentes de dinosaurios en una única localidad (el arroyo Mangahouanga). Esta es una confirmación más allá de toda duda de que en Nueva Zelanda hace unos 80 millones de años habitaban dinosaurios».
El paleontólogo de vertebrados Ralph E. Molnar, amigo personal y coautor de muchas de las publicaciones de Joan Wiffen, dedicaba en recuerdo a su apreciada colaboradora las siguientes palabras: «Con más de cincuenta años, en una edad en la que la mayor parte de nosotros estamos pensando en el retiro, Joan Wiffen emprendió la búsqueda de fósiles de reptiles […]. Su trabajo fue revelador por varias razones. Para mí, lo más significativo no es lo que ella encontró, sino lo que hizo con sus descubrimientos. Sin una formación universitaria formal, fue autodidacta no sólo en cómo extraer los fósiles de las rocas muy resistentes en las que estaban embebidos, que representarían un desafío para cualquier técnico formalmente entrenado, sino también en describir científicamente los restos y publicar sus descripciones en revistas científicas».
La vida de Joan Wiffen muestra con nitidez, continúa Molnar que «una mente interesada, lógica y crítica es el factor más importante para tener éxito. Demostró que una persona con estas cualidades puede hacer importantes contribuciones al campo que haya elegido. Logró publicar artículos científicos no sólo en Nueva Zelanda, sino también en Australia, en los Estados Unidos y en Brasil y fue recompensada con el premio Morris K. Skinner por la Sociedad de Paleontología de Vertebrados por sus contribuciones a la ciencia».
La cariñosamente llamada «Dama de los dinosaurios», es hoy considerada un modelo para todos los estudiosos por su capacidad para aceptar nuevos desafíos, no rendirse ante la falta de formación o la escasez de recursos, y perseguir sus intereses con gran entusiasmo. Pero, por encima de todo, fue un modelo excepcional para las mujeres en la ciencia: una luchadora tenaz y valiente. Desde su respetada posición siempre recomendó a las jóvenes que no siguieran un camino autodidacta para aprender como ella misma había hecho; por el contrario, las estimuló para que adquirieran la mejor formación posible en universidades y centros especializados. Sólo así, afirmaba con convicción, lograrían estar en igualdad de condiciones con sus colegas varones.
Referencias
- Caldwell, M. (2012). «In Memorium: Dr. Joan Wiffen (1922–2009)». Bulletin de la Société Géologique de France. January 2012: 183 (1).
- Molnar, R. E., T. Crabtree and J. Wiffen (2006). «A presumed miniature theropod pelvis from the late cretaceous of North Island, New Zealand». Mesozoic Terrestrial Ecosystems: 59-92.
- Scarlett, R. J. & R. E. Molnar (1984). «Terrestrial bird or dinosaur phalanx from the New Zealand Cretaceous». New Zealand Journal of Zoology, 11:3, 271-275.
- Wiffen, Joan (1991). Valley of the Dragons: The Story of New Zealand’s Dinosaur Woman. Random Century, Auckland.
- Carl Walron, «All hail the Dragon Lady», Signposts, 6 julio 2009.
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.