Nicole Le Douarin, la ‘inventora’ de las quimeras genéticas

Vidas científicas

En la mitología clásica, una quimera es un “monstruo imaginario que vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón”. Nada que ver con las que la científica francesa Nicole Le Douarin consiguió crear en la década de 1960, gracias a una tecnología de manipulación de embriones, en su caso mezclando genes de pollos y codornices, que desarrolló en su laboratorio y ha sido desde entonces utilizada para grandes hallazgos sobre los sistemas nerviosos, inmunológicos o sanguíneos de los vertebrados. Hoy con 94 años, Nicole fue en su día una pionera en el desarrollo de la embriología, trabajo por el que ha recibido importantes reconocimientos en su larga vida. Esos éxitos no impidieron que se encontrara con problemas por razón de su género.

Nicole Le Douarin.

Le Douarin nació el 20 de agosto de 1930 en Lorient, en la Bretaña francesa, de un hombre de negocios y una maestra de escuela. Cuando comenzó la invasión alemana, sus padres la matricularon en un internado en Nantes, pero regresó a su ciudad para hacer educación secundaria cuando pasó el peligro. Fue allí donde se graduó a los 19 años y donde conoció al que sería su esposo. Ambos decidieron irse juntos a estudiar a la Universidad de la Sorbona, en París, pese a la oposición de su padre, y allí Nicole se licenció en 1954 en Ciencias Naturales. Para entonces, la pareja ya se había casado.

Tras unos años dedicada a dar clases de secundaria en un centro parisino y a criar a sus hijos, en 1958 Nicole decidió continuar su formación y empezó su doctorado en el Instituto de Embriología del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS), el equivalente al CSIC español. Trabajaba con un famoso embriólogo, Étienne Wolff, con quien logró su doctorado en 1964. Su tesis se centró en los factores involucrados en el desarrollo temprano del hígado y el tracto digestivo de los embriones de las aves.

En 1966, ofrecieron a la pareja sendos puestos de profesores en la Universidad de Nantes y se trasladaron. Al llegar, fue una desagradable sorpresa que el decano no quisiera aprobar el nombramiento de la bióloga porque no quería que las mujeres casadas compartieran la facultad con sus maridos, aunque al final tuvo que ceder por la intervención de Wolff a favor de ella. No obstante, le negó espacio de laboratorio y tener presupuesto para su investigación, lo que si concedió a su marido. Y para ponérselo más difícil, le asignó una gran carga docente. Pero ni aun así impidió que la joven científica continuara su investigación sobre embriones aviares en el espacio que le cedía su esposo.

Como investigadora, Le Douarin estaba muy interesada en las capas embrionarias llamadas endodermo y mesoderno que dan lugar a las células y tejidos de un organismo adulto. En esos años, a base de experimentos con células de pollos y codornices, inventó una tecnología de manipulación genética que le permitió producir embriones quiméricos, es decir, con genes de ambas especies de aves. ¿Y cómo lo hizo? Primero logró injertar la capa mesodermo de codorniz con el endodermo de un embrión de pollo. Para poder distinguir las células derivadas de uno y otro animal, se le ocurrió utilizar la técnica de teñir de Feulgen, un punto de inflexión importante porque así podía rastrear en el embrión quimérico donde acababan las células de codorniz y donde las de pollo en todo el desarrollo del organismo. Nadie había logrado antes algo así. ¿Los mitos clásicos se hacían realidad?

Reconocimientos a las ‘quimeras’

Cuando confirmó sus resultados con muchos experimentos exitosos, Nicole Le Douarin no dudó en presentar su trabajo en varias convenciones embriológicas importantes en Canadá. Era un trabajo tan asombroso que pronto comenzó a recibir el reconocimiento internacional de sus colegas, y consecuentemente esa financiación para su investigación que se le había negado hasta entonces.

A los 45 años, cuando su mentor Étienne Wolff se jubiló como director del Instituto de Embriología del CNRS, fue designada su directora sustituta. Recordaría después que, cuando llegó a este centro, casi todo el equipo eran mujeres, pero no porque Wolff fuera tuviera una mentalidad feminista, o similar, sino todo lo contrario: a los hombres graduados con él les encontraba trabajos, pero no a las mujeres, que no tenían otra opción que seguir en el CNRS. Nicole hizo una selección de las más capaces y les dio presupuesto suficiente para investigar, un nuevo enfoque que impulsó los resultados.

En su laboratorio, comenzó entonces a trabajar sobre el desarrollo de la cresta neural de los embriones aviares. Se trata de una estructura que comprende unas pocas células y que existe temporalmente en las etapas tempranas del desarrollo de los embriones de los vertebrados. Son células pluripotentes, es decir, que pueden generar muchos tipos de tejidos más tarde, desde los huesos y tendones a la piel o las neuronas. Se podría decir que son las células que hacen que los vertebrados sean vertebrados. En 1980, Le Douarin detalló en un artículo en Nature cómo insertaba células nerviosas de codorniz en un pollo, siguiendo luego, gracias a los tintes Feulgen, la migración de estas células. Fue un trabajo que impulsó la publicación de su primer libro, La cresta neural (1982). Encontró que sus quimeras de codorniz/pollo podían eclosionar y vivir unas pocas semanas o meses, lo que indica que el injerto era tolerado. Sin embargo, entre dos semanas y tres meses después del nacimiento, los injertos de tejido xenogénico eran rechazados.

Nicole Le Douarin (2024). Captura de pantalla video CNRS.

En los años siguientes todos estos logros la hicieron más conocida en el ámbito científico. Fue nombrada miembro de la Academia Francesa de Ciencias y recibió el Premio Kyoto en Tecnologías Avanzadas. A finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, también fue admitida en múltiples sociedades científicas de gran prestigio y recibió numerosos reconocimientos en su campo, incluido el Premio Louis-Jeantet de Medicina, el Premio Louisa Gross Horwitz o el Premio Pearl Meister Greengard.

Desde que se jubiló, a comienzos de este siglo, su trabajo se ha utilizado en investigaciones sobre el comportamiento de los pájaros cantores. Ahora, con 94 años, vive en compañía de su familia y ya ajena a los vaivenes de la ciencia.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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