Rozanne Colchester, la criptoanalista que conoció a Mussolini de adolescente y luego ayudó a vencerle

Vidas científicas

Rozanne Colchester tenía 15 años cuando vivió en Roma antes de la Segunda Guerra Mundial. Años después recordaría cómo en esos años de adolescencia, ajena como era a la actualidad geopolítica europea, disfrutó mucho de su tiempo en esa ciudad. Llegaría a conocer a Mussolini, sin adivinar en ese momento que, durante los años siguientes, con Europa ya en guerra por culpa del fascismo, colaboraría en el esfuerzo bélico precisamente por su capacidad de hablar y entender el italiano.

Mussolini, un “hombre horrible”

Rozanne Colchester nació como Rozanne Medhurst el 10 de noviembre de 1922 y pasó su infancia en Yorkshire, Inglaterra. A su padre, Charles Medhurst, piloto del ejército inglés, le destinaron como agregado de inteligencia de la embajada británica en Roma cuando ella era una adolescente, y la familia se trasladó allí.

Rozanne Colchester. Dangerous Women.

En esa época conoció a Mussolini, al que se refería como Musso y del que no tenía una buena opinión; le definía como “un hombre horrible” y se burlaba de que salía a saludarlas a ella y a su hermana cuando pasaban junto a su villa de camino al colegio. “Era una figura divertida entre nuestros amigos, se tomaba a sí mismo muy en serio. Ponía caras, cuadraba la mandíbula y desfilaba, lo que era ridículo”.

También conoció brevemente a Hitler, ya que, como parte de la misión diplomática británica en Roma, su padre estaba junto a su familia en el andén cuando el líder nazi llegó a la ciudad en 1938 para reunirse con Mussolini. “Parecía mucho más normal en persona de lo que me imaginaba. Yo me imaginaba a alguien del estilo de Charlie Chaplin con un bigote negro. Pero sí que tenía unos ojos azules de aire fanático, los recuerdo vivamente”.

Las ganas de involucrarse en el conflicto

En 1940 la guerra llegó a Italia, o más bien Italia se involucró en la guerra, y Colchester volvió a su país tras un sobrio paso por París, que también estaba afectada de lleno por el conflicto. Volvió a Yorkshire, donde trabajó una temporada como mecanógrafa. Pero aquello le parecía algo sin sentido, ella quería contribuir a la contienda como su hermano, que entrenaba para ser piloto, su hermana, que trabajaba para el SOE (una organización dedicada al espionaje, el sabotaje y la ayuda a la resistencia en los territorios europeos ocupados por Alemania), y su novio, el guardiamarina David Bevan, que de hecho murió en el verano de ese año cuando un torpedo alemán alcanzó su buque en el Mediterráneo. “Yo deseaba involucrarme, deseaba tener edad suficiente. Llevaba la Fuerza Aérea en la sangre, pensaba unirme a la Fuerza Aérea Auxiliar de las Mujeres”.

Terminó efectivamente involucrada en la guerra, pero no en el frente, ya que poseía una habilidad que la hacía mucho más valiosa en la retaguardia, haciendo trabajo de inteligencia: hablaba italiano, el idioma de uno de los países enemigos. Su padre había ascendido a jefe de inteligencia en el Ministerio del Aire y, sabedor de que su hija dominaba esta lengua, la encaminó hacia un puesto donde podría ser útil. “Mi padre me habló de un lugar llamado Bletchley Park y me dijo que necesitaban hablantes de italiano”.

Entre códigos y secretos

En 1942 inició su trabajo en uno de los centros de operaciones más secretos del país, donde trataban de descifrarse las comunicaciones alemanas e italianas. Un trabajo que no siempre era sencillo de entender ni siquiera para ella misma, precisamente con el objetivo de mantener el secreto todo lo posible y que fuera difícil, prácticamente imposible, que nadie se fuera de la lengua incluso aunque quisiera hacerlo.

Mujeres trabajando en Bletchey Park. Fuente: Wikimedia Commons.

Su trabajo consistía en descifrar los códigos con los que el enemigo protegía sus comunicaciones. Se trataba de ir probando combinaciones hasta que se obtenían fragmentos de palabras que empezaban a tener sentido. “Mucho de ello eran cosas monótonas”, contaría ella años después. Sin embargo, otras resultaron tener una gran influencia en el desarrollo de la guerra: en marzo de 1941, por orden de Hitler, las tropas africanas bajo las órdenes del general Rommel llegaron a Libia para socorrer a los soldados italianos. Las batallas allí fueron sangrientas y se prolongaron en el tiempo. La detección y descifrado de las órdenes que daban y recibían los italianos tuvieron un gran valor para decantar la balanza.

En otra ocasión, a principios de 1943 y con las tornas en favor de los aliados, pudo descifrar con tres horas de adelanto cuándo varios buques y torpederos italianos iban a abandonar Trípoli para cruzar el Mediterráneo. Comunicó el mensaje recién decodificado a sus jefes, que reaccionaron de inmediato y movilizaron los efectivos británicos necesarios para hundir esas naves antes de que llegaran a Sicilia, el lugar que pensaban bombardear. Aunque fue un gran momento para ella, al contarlo recordaría también la pena que sintió al pensar en “todos esos italianos siendo disparados”.

El Cairo, Jerusalén y vuelta a Reino Unido

Tiempo después su padre fue destinado como comandante a Oriente Medio, y su hermano estaba desaparecido (más adelante sería encontrado muerto), así que ella recibió permiso para acompañar a sus padres a El Cairo, en Egipto, y hacer allí un trabajo similar al que hacía en Bletchley Park.

Al acabar la guerra, Colchester estaba prometida con un paracaidista del Servicio Aéreo Especial (SAS) que pasaría a formar parte del servicio secreto y enviado en misión a Palestina. Ella permaneció trabajando en El Cairo hasta que se casaron. Pasaron otro año después en Jerusalén y volvieron a Inglaterra en 1948.

Tendrían que pasar más de 30 años, hasta llegar la década de 1980, para que Colchester y sus compañeras en Bletchley Park pudieran hablar del trabajo que habían llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial. Por entonces comenzaron a publicarse algunos libros que contaban su historia, y aun así fue difícil para ella romper el hábito de silencio que había guardado durante tantos años. Ella misma contaría que le irritaba que le preguntasen qué había hecho en su trabajo durante la guerra, y que se había acostumbrado a responder con evasivas.

Rozanne Colchester murió el 17 de noviembre de 2016.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.

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