Margaret Betts, la criptoanalista que se ofreció a hacer cualquier cosa para vencer a los nazis

Vidas científicas

La Segunda Guerra Mundial, el conflicto bélico más destructivo hasta la época, tuvo una cara invisible, la que ocurrió en forma de telecomunicaciones, de mensajes encriptados y de descifrado de códigos. Y si bien en el frente de batalla la acción estaba en manos casi exclusivamente de hombres, en los centros de descodificación las mujeres hacían buena parte del trabajo. El gran ejemplo en el bando aliado fue Bletchley Park, una instalación militar donde el 75 % de la plantilla eran mujeres y donde se trabajó para descifrar los mensajes codificados con la famosa máquina Enigma alemana.

“Cualquier cosa que pueda hacer para ayudar la haré”

Margaret Betts. Imagen: Betts family.

Una de esas mujeres fue Margaret Betts, nacida en diciembre de 1923 en Ipswich, Suffolk, Reino Unido. Su hermano era miembro de la Marina, y pocas semanas después de haberse casado su embarcación fue hundida por un submarino alemán, algo que causó un gran dolor a su familia. Por eso cuando a los 19 años miembros del gobierno británico vinieron a reclutarla para trabajos de decodificación, tras haber obtenido muy buenas calificaciones matemáticas en el instituto, ella accedió sin dudar.

En ese momento no le contaron qué iba a hacer, solo que sería un trabajo de alto secreto y que mientras se lo decían, tenía que hacer las maletas y marcharse a una casa segura en Londres: “Absolutamente, cualquier cosa que pueda hacer para ayudar la haré”, fue su respuesta, según contaría años después su hijo. Comenzó su labor en verano de 1943 y siguió trabajando hasta el final de la guerra con la derrota de Japón en 1945.

Le dijeron que no debía contárselo a nadie, y no lo hizo

Durante el tiempo que duró la guerra, y durante muchos años después de eso, ni Betts ni la mayoría de sus compañeras y compañeros hablaron sobre su trabajo descifrando códigos. El escenario mundial tras el fin de la contienda dejaba dos bloques enemigos enfrentados y nadie quería que lo aprendido sobre codificación y descodificación durante la guerra cayese en manos enemigas. Por eso el trabajo de las criptoanalistas de Bletchley Park fue desconocido para el gran público durante mucho tiempo.

“Le dijeron que no debía contárselo a nadie, y no lo hizo”, explicaría su hijo. Su versión era que había trabajado en una oficina de la Armada, y solo cuando décadas después comenzó a relatarse esa hazaña matemática en libros y documentales, ella dijo en voz alta que había formado parte de ella. Y aún así, no quiso llevarse el crédito que le correspondía: “Como la mayoría de ellas, siempre le quitó importancia a su papel. Decía ‘sí, sé que lo que conseguimos fue muy importante, y cuál fue nuestro papel en eso, y sé que era alto secreto, pero no vayas a pensar que todos éramos Alan Turing, porque no lo éramos’”.

Según su relato, ellas solo operaban las máquinas y cumplían órdenes, aplicando la lógica matemática para llevarlas a cabo. “Lo hacíamos de manera eficiente e inteligente, pero nosotras no diseñamos las máquinas de decodificación”. Lo que hacían, concretamente, era programar las máquinas y ponerlas a funcionar para identificar código encriptado. Cuando las máquinas se detenían, significaba que habían encontrado algo interesante.

Luego introducían una réplica de ese código en las máquinas Enigma que se había conseguido incautar al ejército alemán, utilizándolas para revertir la posible codificación. Si de ahí salía un mensaje con interés, se enviaba a las estancias superiores de la unidad que debían analizarlo y actuar en consecuencia.

“La mayoría del tiempo era un trabajo increíblemente aburrido”

A pesar de reconocer la importancia crucial de su trabajo para el devenir de la guerra y de las representaciones que la cultura popular ha hecho después del trabajo que se hizo en Bletchley Park, Betts negaba que hubiese sido un desempeño emocionante en la práctica. “Operábamos máquinas día y noche y la mayoría del tiempo era un trabajo increíblemente aburrido. Solo tenías que estar junto a las máquinas, y sí te tenías que concentrar al programarlas para asegurarte de que funcionaba correctamente, pero el resto del tiempo solo tenías que mirarla esperando que encontrase algo”.

Margaret Betts.

Betts y sus compañeras cumplieron una misión crucial y guardaron el secreto en ese momento y durante décadas después, demostrando no solo su capacidad intelectual y de trabajo, sino también que fueron dignas de la confianza depositada en ellas.

Y eso que ocasiones y motivos para presumir no les faltaron desde el principio. La base militar en la que trabajaban se encontraba en una gran finca llamada así, Bletchley Park, por la señorial casa que la coronaba. En el pueblo más cercano no sabían qué había allí ni qué trabajo se llevaba a cabo, y el secretismo se fomentaba por motivos de seguridad nacional. Cuando las criptoanalistas, mujeres jóvenes, iban allí de paseo o de compras, oían los rumores que circulaban por el pueblo, y el principal era que la mansión era un hogar para chicas jóvenes y solteras que se habían quedado embarazadas y debían desaparecer de sus pueblos y ciudades para evitar el escándalo a sus familias. Un rumor que ellas encontraban divertido y que no desmentían precisamente para no desvelar su verdadera actividad allí.

En 1947 Betts se casó con un exsoldado británico que había estado prisionero en un campo de concentración japonés. Sus hijos contarían que ella fue siempre quien se puso al frente de la familia, algo inusual en la época, porque él nunca superó los traumas de su cautiverio y estaba enfermo con frecuencia. Tuvieron cinco hijos.

Tras la muerte de su marido años después, ella decidió que era su momento de ver el mundo, y viajó por Europa y también a otros países como China, Egipto, Rusia o México, sola. Aprendió italiano pasados los 70 años y le gustaba jugar al Scrabble en ese idioma como desafío. Murió en agosto de 2023, solo cuatro meses antes de cumplir los 100 años.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.

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