En nuestro día a día es común decir o escuchar expresiones como “La mañana se ha pasado volando” o “Se acerca la hora de salida del trabajo”. Cada año, la primavera “llega” a El Corte Inglés (con cierta antelación). Y la frase “Winter is coming” (“Se acerca el invierno”) le resultará familiar a cualquier espectador de Juego de Tronos. Todos estos enunciados tienen algo en común: en ellos, el tiempo se desplaza.
A diferencia de las dimensiones físicas en las que nos movemos, el tiempo no puede ser visto ni tocado, pero su presencia es constante. Estructura cada aspecto de nuestras vidas.
¿Cómo, entonces, llegamos los seres humanos a entender y comunicar con tan poco esfuerzo un elemento tan difuso? Una clave para descifrar este misterio reside en la manera en que utilizamos nuestro entendimiento del espacio –una dimensión con la que interactuamos de manera tangible– para conceptualizar el tiempo.
La metáfora conceptual como herramienta para pensar y entender el mundo
La exploración de cómo los seres humanos conceptualizamos el tiempo a través del espacio está muy vinculada al estudio del lenguaje y la cognición. La teoría de la metáfora conceptual, desarrollada por George Lakoff y Mark Johnson, argumenta que nuestro entendimiento del mundo se estructura ampliamente a través de metáforas. Muchas de estas tienen una base espacial, anclada en el entorno físico en el que nos movemos constantemente.
Las metáforas son una herramienta esencial para el razonamiento humano. Estas construcciones influyen en cómo hablamos y comprendemos conceptos abstractos. En el caso del tiempo, utilizamos nuestro conocimiento del espacio y el movimiento como dominios de partida para hablar de este concepto más complejo.
Así, cuando decimos que “Adelantamos la reunión” estamos conceptualizando el tiempo como un elemento que se mueve y en el que nos movemos. Esto refleja una tendencia innata a utilizar nuestras experiencias físicas para comprender conceptos abstractos.
Un mismo tiempo para todos, diferentes formas de entenderlo
La hipótesis del relativismo lingüístico, propuesta inicialmente por Benjamin Whorf y Edward Sapir, sugiere que las lenguas que hablamos estructuran la forma en la que pensamos y entendemos el mundo.
El estudio de diferentes culturas y lenguas muestra que no todos pensamos en el tiempo de la misma manera. Por ejemplo, en lenguas como el español o el inglés, hablamos de los eventos futuros como algo que está delante (por ejemplo, “Avanzamos hacia un futuro prometedor”, “We have a bright future ahead”) y del pasado como algo que está detrás (por ejemplo, “Dejemos atrás los malos momentos”, “We should leave the past behind and move on”).
Por otra parte, los aimaras, un pueblo indígena de América del Sur, utilizan el patrón inverso: sitúan el pasado delante (pues es lo ya visto, lo conocido) y el futuro detrás (lo no visto, lo que está por conocer).
En otras lenguas, como el chino mandarín, el tiempo también puede conceptualizarse en el eje vertical, utilizando términos que se refieren a “arriba” para eventos pasados y “abajo” para eventos futuros (por ejemplo, 上个月– “El mes pasado”, literalmente “El mes de arriba”).
En muchas culturas occidentales, donde la escritura y la lectura se realizan de izquierda a derecha, hay una tendencia natural a asociar el pasado con la izquierda y el futuro con la derecha. Esta orientación no solo se refleja en anclajes materiales, como las líneas del tiempo que aparecen en los libros de historia, sino también en los gestos que realizamos al hablar de eventos pasados y futuros. Los hablantes de estas lenguas tienden a gesticular hacia la izquierda cuando hablan de eventos pasados y hacia la derecha cuando se refieren al futuro.
Sin embargo, esta orientación no es universal. En culturas de escritura de derecha a izquierda, como el árabe o el hebreo, se observa a menudo el patrón inverso. Aquí es más común que las líneas del tiempo se organicen de derecha a izquierda. Asimismo, un hablante de estas lenguas podría señalar hacia la derecha al recordar algo que sucedió hace años, en contraposición a un hablante de español o inglés que señalaría hacia la izquierda.
Dos perspectivas en la navegación temporal
La distinción entre las metáforas ego-moving y time-moving refleja las diferentes maneras en que podemos percibir la relación tiempo-espacio. En las metáforas de tipo ego-moving, nosotros somos el centro y nos movemos hacia un punto fijo en el tiempo (“Nos acercamos al verano”). Contrariamente, en las metáforas de tipo time-moving, es el tiempo el que se mueve hacia el individuo (“El verano se acerca”).
La preferencia por un tipo de metáfora frente a otro puede estar influenciada por varios factores. Estos incluyen la estructura de las lenguas, la orientación cultural hacia la acción o el destino, e incluso el estado emocional individual. Por ejemplo, en situaciones positivas o en las que los hablantes se sienten en control, pueden preferir metáforas ego-moving (“Nos acercamos a las vacaciones”). Por otro lado, en circunstancias donde hay menos control o el futuro parece imponerse en el presente, pueden predominar las metáforas time-moving (“Se acercan los exámenes”).
El tiempo se mueve
En el análisis de la espacialización de eventos temporales, destaca un fenómeno lingüístico particularmente interesante: el uso de verbos de movimiento para describir el paso del tiempo. Verbos típicamente reservados para desplazarse en el espacio, como “avanzar”, “acercarse” o “pasar”, se emplean habitualmente para articular transiciones temporales.
El uso específico de verbos de movimiento para describir el paso del tiempo puede reflejar nuestra percepción subjetiva del mismo. Por ejemplo, cuando decimos que el tiempo “vuela” en situaciones agradables, este verbo representa una experiencia de alegría o diversión. Esto sugiere que los momentos felices parecen pasar más rápido.
Por contraste, en momentos de aburrimiento o espera, se podría decir que el tiempo “se arrastra”, usando este verbo para evocar una sensación de lentitud y tedio. Así, en una clase, las horas pueden pasar “volando” o “arrastrándose”, dependiendo, por ejemplo, de la afinidad que sintamos hacia lo que nos están contando.
Esta oposición no solo destaca cómo nuestra experiencia emocional influye en la percepción del tiempo, sino también cómo el lenguaje ofrece distintos medios para expresar estas variaciones subjetivas.
A través de la elección de verbos, comunicamos no solo un fenómeno objetivo, sino también nuestro estado emocional y psicológico. Así lo hacemos también al calificar un período temporal como “largo” o “corto” de acuerdo con nuestras estimaciones individuales. Esto evidencia el entrelazado que conforman la cognición, la emoción y el lenguaje en nuestra interpretación del paso del tiempo.
La comprensión de estas metáforas y su uso ofrece una ventana fascinante hacia la cognición humana. Revela cómo el lenguaje y el pensamiento se relacionan para dar sentido a la experiencia temporal. Reconocer y analizar estas diferencias nos permite apreciar la riqueza y la diversidad del pensamiento humano. También nos proporciona herramientas para explorar cómo diferentes culturas y lenguas abordan uno de los conceptos más abstractos y universales: el tiempo.
Sobre la autora
Rosa Illán Castillo, CNRS Postdoctoral Researcher, laboratoire Dynamique Du Langage (DDL-Lyon) / Investigadora Posdoctoral-Fundación Séneca, Lingüística Cognitiva, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.