Uno puede retrotraerse en el tiempo casi hasta donde le plazca para buscar las raíces de cualquier corriente cultural o filosófica. Al fin y al cabo, ninguna idea es radicalmente nueva, en el sentido de que ninguna ha surgido en un vacío intelectual. Siempre se pueden rastrear hasta muy atrás los antecedentes de las nociones que caracterizan un determinado periodo de la historia del pensamiento humano. Pero creo que se puede afirmar que la Modernidad –o, si prefieren, la Ilustración–, muchos de cuyos elementos constituyentes siguen vigentes hoy día, en plena Posmodernidad, dio comienzo en el siglo XVII.
Lo normal es que en las transiciones culturales o ideológicas, sean diversos los factores que han propiciado o propician la emergencia de las nuevas ideas, nuevos valores, o nueva estética. En ese sentido el movimiento ilustrado no fue una excepción. Ciertos personajes tuvieron una influencia de especial importancia, por supuesto, pero, más allá de los personajes, fueron claves la recuperación y valoración de los textos clásicos que se produjo desde finales de la Edad Media y a lo largo del Renacimiento, el periodo de dos siglos, aproximadamente, que antecedió a la Ilustración.
De rerum natura
Uno de esos clásicos fue ‘De rerum natura’ (Sobre la naturaleza de las cosas) (s. I a.e.c.), de Tito Lucrecio Caro. Se trata de un poema que mostraba una concepción asombrosamente moderna de la realidad. A los efectos de lo que aquí nos interesa, además de ofrecer una visión atomista –de raíces jónicas– de la materia, propugnaba la idea –epicúrea– de que la razón por la que los seres humanos somos infelices es que vivimos bajo el temor a la muerte y a los dioses. En su poema, Lucrecio pretende, de hecho, mostrar que no hay razón para la infelicidad, que los dioses no intervienen en los asuntos humanos, y que no debemos temer a la muerte. Lo hace exponiendo y desarrollando esos puntos de vista en una forma atractiva, tratando de mostrar mediante la poesía que todo en la naturaleza puede ser explicado por leyes naturales, que la condición de los seres humanos está sometida a los dictados del azar y que no hay necesidad alguna de invocar la intervención de seres divinos.
El poema había circulado durante la Edad Media por diversos monasterios, pero no fue hasta el hallazgo, en 1417, por Poggio Bracciolini, de un ejemplar en la biblioteca benedictina de Fulda, que se empezó a copiar y a distribuir por diversas regiones europeas. La importancia de la obra radica en que introdujo en el pensamiento occidental nociones que acabarían teniendo una influencia notable en el desarrollo de la filosofía y de las ciencias. No es que esa influencia fuese decisiva, pero probablemente sí facilitó un desarrollo más temprano de la llamada Revolución Científica del siglo XVII. Galileo Galilei, Giordano Bruno, Michel de Montaigne, René Descartes, Thomas Hobbes, Isaac Newton, Pierre Gassendi y Marin Mersenne fueron, de una forma o de otra, influidos directamente por el poema de Lucrecio.
Lucy Hutchinson, traductora del De rerum natura
Aunque la obra circuló ampliamente por los ambientes filosóficos de la época, no se empezó a traducir a las lenguas vulgares hasta mediados del siglo XVII. Y es aquí donde entra en escena nuestra protagonista, Lucy Hutchinson, que fue la autora de la primera traducción (prácticamente) completa y en verso del poema de Lucrecio al inglés.
Nacida Apsley, Lucy vino al mundo el 29 de enero de 1620 en la Torre de Londres, donde su padre, Sir Allen Apsley, era teniente. Segunda de una progenie de diez, fue bautizada con el nombre de su madre, Lady Lucy St John. Desde muy pequeña recibió, con el apoyo de su padre, clases especiales de latín. Su madre, a quien no convencían demasiado las inclinaciones intelectuales de Lucy, le dio una educación protestante rigurosa. Con diecisiete años empezó a componer canciones que, aunque desconocidas en la actualidad, recibieron el aplauso del músico de la Corte Charles Coleman. Fue por entonces cuando conoció a John Hutchinson, con quien se casó el 3 de julio de 1638. Ella dejó escrito que su marido se había sentido atraído por sus virtudes poéticas e intelectuales, afirmación que, veraz o no, pone de relieve la importancia que Lucy otorgaba a esa faceta de su personalidad.
Los Hutchinson eran puritanos, partidarios del bando parlamentario en la Guerra Civil Inglesa que concluyó con la derrota del bando monárquico, la decapitación del rey Carlos I –en enero de 1649– y el establecimiento, en mayo de ese mismo año, de la Mancomunidad de Inglaterra. John era coronel en el Nuevo Ejército Modelo de Oliver Cromwell, pero, cuando Cromwell asumió el poder supremo como Lord Protector, Hutchinson, que era republicano convencido, se le opuso.
John había sido uno de los firmantes de la sentencia de muerte del rey Carlos I, razón por la que más adelante sería arrestado y encarcelado por regicidio. Aunque le fue concedido un perdón condicional, tras la restauración de la monarquía por el Parlamento en 1659, se implicó en un complot fallido en 1663 para derrocarla por segunda vez y fue encarcelado. Lucy se presentó entonces ante la Cámara de los Lores para pedir su liberación, pero no tuvo éxito. En 1664 su esposo murió sin llegar a ser juzgado. Su muerte la afectó profundamente, como lo atestigua su serie de poemas ‘Elegías’, escritos en los años inmediatamente posteriores a su fallecimiento.
Lucy Hutchinson es muy conocida en los círculos de historiadores y eruditos literarios anglosajones especialistas en el siglo XVII por haber sido la autora de ‘Memorias de la vida del coronel Hutchinson’, una biografía clásica que presenta la vida de su marido, puritano y republicano comprometido, como antes he apuntado, en el amplio contexto de la Guerra Civil Inglesa y la Restauración. Lucy había conocido de primera mano a los protagonistas principales del movimiento revolucionario, por lo que era buena conocedora del bando republicano. Las ‘Memorias’, más que de hechos y estrategia política y militar, tratan de los personajes implicados en el conflicto, sobre todo de las familias puritanas de clase alta de la Inglaterra de la época.
La biografía fue compuesta entre 1664 y 1668, pero no se publicó hasta siglo y medio más tarde. Para hacernos una idea de la importancia que ha tenido en la historiografía del siglo XVII inglés, esta obra no se ha dejado de imprimir desde que sus herederos la publicasen por primera vez en 1806, a partir de un manuscrito.
Por razones que se desconocen, Lucy Hutchinson decidió, entre los años 1640 y 1650, utilizar su conocimiento del latín para hacer la traducción al inglés del poema de Lucrecio. Es probable que la comenzase algo más tarde, durante la década de 1650. Lo más intrigante de su decisión de traducir ese poema es que es casi seguro que antes de comenzar sabía de qué trataba, incluidos los pasajes que, para ella eran más lascivos y más impíos. De hecho, eliminó esos fragmentos, por lo que la traducción no está totalmente completa.
Nunca intentó publicarla, pero encargó y pagó copias. Y aunque las distribuyó ella, afirmó que había perdido el control de quién las tenía. Además, dedicó y regaló una copia de su manuscrito al influyente conde de Anglesey. Estaba muy orgullosa de su logro y lo cierto es que le sirvió para mantener su posición como intelectual en su círculo social. Aunque era una traducción excelente, no llegó a publicarse hasta trescientos quince años después de su muerte. Los herederos del conde de Anglesey vendieron en 1853 a la Biblioteca Británica el manuscrito que le había regalado su traductora, pero durante mucho tiempo pasó casi completamente desapercibido. La traducción de Hutchinson no se publicó por primera vez hasta 1996, y Oxford University Press la volvió a publicar en una edición completa en 2018.
En la misma época en que Lucy Hutchinson tradujo el poema de Lucrecio al inglés se publicaron traducciones a otras lenguas vulgares. Michel de Marolles, el abate de Villeloin, publicó una traducción al francés en 1650, que fue después revisada en 1659. En Italia, fue el matemático Alessandro Marchetti el que hizo la primera traducción en 1668. En España, sin embargo, y debido a su contenido, tuvieron que pasar más de cien años por temor a posibles represalias: a finales del siglo XVIII lo tradujeron Santiago Saiz, en prosa, y José Marchena (conocido como Abate Marchena), en endecasílabos blancos.
La carrera literaria de Lucy Hutchinson
El clímax de la carrera literaria de Lucy Hutchinson fue ‘Orden y desorden’, escrito algo antes de 1679, doce años después de que Milton compusiera su ‘Paraíso perdido’. ‘Orden y desorden’ es un poema bíblico sobre un tema paralelo al del poema de Milton. Ambos son reelaboraciones, desde puntos de vista muy diferentes, de la historia de la Creación, tal y como se cuenta en el libro del ‘Génesis’. La obra de Lucy Hutchinson se oponía de forma militante a todas y cada una de las premisas de Lucrecio. El de Hutchinson fue el primer poema épico escrito por una mujer inglesa.
Solo recientemente se ha reconocido la escala y el alcance de los intereses de Lucy Hutchinson. Al igual que su contemporánea y rival política Margaret Cavendish, duquesa de Newcastle, aspiraba a conformarse al nuevo modelo europeo de mujer intelectual, y ello a pesar de las contradicciones a que se veía abocada debido a sus creencias religiosas. Como personaje, Lucy Hutchinson recuerda, en cierto modo, a su coetánea Isabel de Bohemia y el Palatinado. Como ella, compaginó un gran interés por los asuntos políticos de la época convulsa que les tocó vivir, un credo religioso –calvinista– muy exigente, e inclinaciones intelectuales a la altura de los pensadores más influyentes de la época. A diferencia de Lucy, Isabel no dejó obra escrita, salvo su rica correspondencia; aunque la obra escrita de la primera tuvo que esperar largos años, cuando no siglos, para que viera la luz.
Lucy Hutchinson fue un personaje singular. Lo fue por sus contradicciones. Porque, por un lado, vertió al inglés la obra de la antigüedad clásica que más se alejaba de sus propias creencias y cosmovisión –De rerum natura– y, por el otro, siendo como era una autora que defendía con tenacidad la doctrina paulina de la subordinación femenina, no dudó en asumir un protagonismo político e intelectual incompatible, en principio, con esa idea de subordinación.
Y también lo fue por sus elecciones. Es posible que fuera solo por casualidad o por las circunstancias, pero lo cierto es que eligió escribir sobre temas que muy bien podían haberle ocasionado serios problemas: el ateísmo bajo la Revolución Puritana, primero, y el republicanismo subversivo bajo la Restauración, después.
Sea como fuere, y al igual que sus coetáneas antes nombradas –Margaret Cavendish e Isabel de Bohemia–, Lucy Hutchinson fue un personaje muy interesante. Cada una a su manera, las tres fueron verdaderas intelectuales, con amplios y diversos intereses, e implicadas en los acontecimientos de un tiempo en el que germinaron las ideas que se han desarrollado y han prevalecido prácticamente hasta finales del siglo XX.
Lucy Hutchinson murió en su lugar de residencia, Owthorpe, Condado de Nottingham, en octubre de 1681.
Referencias
- Centre for Early Modern Studies (University of Oxford): Lucy Hutchinson Project
- Stephen Greenblatt (2011): The Answer Man. The New Yorker, August 1, 2011.
- Bernard J. T. Jones, Vicent J. Martínez, Virginia L. Trimble (2024): The reinvention of Science. Slaying the Dragons of Dogma and Ignorance, World Scientific.
- Wikipedia (en): Lucy Hutchinson
Sobre el autor
Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.