Los alambiques y matraces nunca han sido una tarea exclusivamente masculina. Desde hace miles de años ya eran muchas las mujeres apasionadas por los entresijos de la química.
Las primeras perfumistas
En el año 1200 antes de Cristo, Tapputi Belatekallim desarrolló procedimientos químicos para la producción de perfumes y cosméticos en la antigua Babilonia. Su nombre y profesión aparecieron en una tablilla de cerámica sin cocer, de las que se usaban para la escritura en toda la región de Mesopotamia, cuna de la civilización. Fabricaba perfumes en el palacio real de Babilonia que fue el centro político, religioso y cultural de toda la Baja Mesopotamia. Debió ser una persona influyente en la corte ya que su nombre estaba cincelado en una tablilla, en la que incluso se puede leer que tenía una ayudante, cuyo nombre está incompleto debido al paso del tiempo.
«Belatekallim» es una especie de título que Tapputi debió tener dentro de la sociedad de la que formaba parte y que se puede traducir como supervisora o gobernanta de palacio con una actividad que era la elaboración de perfumes que usaba la realeza.
La falta de higiene habitual en esos tiempos producía unos olores corporales muy desagradables que desde muy antiguo se encubrían con los perfumes, para los que se utilizaban muchas especies de plantas y vegetales, e incluso minerales y sustancias de origen animal, como el almizcle. Se sabe que Tapputi empleaba flores diversas, aceites, cálamo, ciprés, mirra y bálsamos, todo ello mezclado en distintas proporciones para obtener las diferentes fragancias. Tapputi desarrolló un sistema de destilado de los productos que iba a utilizar, para lo que ideó un alambique. La destilación se convertiría en la mejor forma para conseguir perfumes ya que en cada paso del proceso la esencia iba quedando más y más concentrada.
No obstante, en la cultura helenística se tiene a María la Judía como la primera mujer alquimista y quizá incluso como la creadora de esa ciencia. Debió de vivir en Alejandría entre los siglos I y III de nuestra era.
María inventó y construyó aparatos eficaces en sus experimentos: por ejemplo, un alambique de tres brazos llamado tribikos, o el kerotakis que servía para calentar sustancias y recoger sus vapores. Pero la invención más famosa de esta mujer es una que lleva su nombre y es algo que en la actualidad se continúa utilizando en la preparación de alimentos. Se trata del Baño María y consiste en calentar un recipiente a través del calor del agua de otro en el que está sumergido.
Más mujeres alquimistas
Son muchas más las mujeres alquimistas olvidadas y poco o nada reconocidas. Durante el Renacimiento aparecen en Europa textos dedicados al arte alquímico escritos por mujeres. El más antiguo, del año 1561, tiene el sugerente título de I secreti y su autora es la enigmática Isabella Cortese. No tenemos apenas datos de esta mujer que perteneció a la nobleza veneciana. Viajó por Europa Oriental, donde aprendió los fundamentos de la alquimia. A través de las páginas de sus Secreti se la reconoce como apasionada alquimista, ciencia a la que dedicó más de treinta años. Pero el interés de Cortese no era obtener la piedra filosofal, sino los perfumes, cosméticos, perlas artificiales, aceites y esencias. Al publicar las recetas pretendía introducir a las mujeres de su tiempo en esta ciencia.
I secreti está estructurado en tres apartados: el primero está dedicado a cuestiones de naturaleza médica; el segundo, a lo que hoy podríamos llamar química industrial; y el tercero, a la cosmética. Su obra se inscribe en la llamada «literatura de secretos»: recetas y fórmulas de marcado carácter alquímico que se clasificaban, según su utilidad, en medicinales, domésticas y técnicas. Las primeras recogían recetas para todo tipo de enfermedades. En cuanto a los secretos domésticos, incluían diversas recetas para hacer perfumes, jabones, lociones corporales y líquidos para fumigar ropas y habitaciones, además de diversas formas de elaboración de confituras. Los secretos técnicos, por último, se referían a fórmulas para fabricar tinturas y a procesos alquímicos y metalúrgicos.
La tradición científica de las alquimistas continúa en el siglo XVII, debido al desarrollo de prácticas novedosas y al descubrimiento de nuevas sustancias. Una de estas mujeres es la polifacética Marie le Jars de Gournay (1565-1645). Buena parte de su vida la dedicó a viajar, a traducir (entre otros, epigramas de la poeta griega Safo) y a escribir poemarios y ensayos sobre la igualdad entre hombres y mujeres. En contra de los convencionalismos de la época, decidió no casarse. A los 50 años escribió un breve apunte de sus años jóvenes, titulado La copie de la vie de la Demoiselle de Gournay donde cuenta sus experimentos químicos y responde a aquellos que la atacaban criticando su rigor en las medidas de una cocción; no era propio de una dama andar entre números y proporciones. Entre los procedimientos que describe, explica cómo utilizaba diversas cantidades de oro, cobre, plomo, hierro, estaño y mercurio, con el objetivo de estudiar su composición, una tarea que también llevaba a cabo con sales corrosivas como el vitriolo o los cloruros.
Contemporánea de Mademoiselle de Gournay fue Marie Meurdrac (1610-1680), autora de La Chymie charitable et facile en favour des dames (1666), considerado el primer tratado de química escrito por una mujer. En esas páginas comenta cómo, al comenzar a redactarlo, sólo se proponía que fuera un simple cuaderno de campo para uso propio, donde recopilar todo el conocimiento adquirido tras años de intenso trabajo. Sin embargo, una vez que lo concluyó pensó que sería interesante publicarlo, aún consciente de las críticas que recibiría. Le habían hecho creer que una mujer debía permanecer callada, escuchar y no demostrar nunca lo que iba aprendiendo; publicar una obra estaría por encima de su condición. Esas cosas no contribuirían a su buena reputación ya que los hombres desprecian y desaprueban el producto de la mente femenina… Estaba convencida de que no existían diferencias entre las mentes de hombres y mujeres: «si las mujeres fuesen cultivadas como los hombres y si se emplease tanto tiempo y medios en instruirlas, podrían igualarlos». La obra de Meurdrac puede considerarse precursora de la química actual.
Ella dice a menudo: «Tuve cuidado de no ir más allá de mi propio conocimiento, y puedo asegurar que todo lo que enseño es cierto y que todos mis remedios fueron probados». El cuaderno está estructurado en seis partes: los aparatos y técnicas empleados, las prácticas químicas vinculadas al mundo animal, vegetal y mineral, las propiedades y elaboración de medicinas simples; y la preparación de compuestos y cosméticos. El tratado también incluye una tabla de pesos y otra de símbolos alquímicos.
Las españolas
Hubo muchas alquimistas en España, pero sus textos no nos han llegado. Tenemos referencias en la literatura de los siglos XVI y XVII y destaca el caso de La Celestina, donde encontramos una de las descripciones más completas de lo que era un laboratorio alquímico en aquella época. Otras alusiones específicas se encuentran entre la multitud de procesos inquisitoriales conservados en los archivos españoles.
Uno de ellos, en concreto, describe el laboratorio bien pertrechado de pócimas y ungüentos mágicos perteneciente a María Sánchez de la Rosa, bruja madrileña procesada por el Santo Oficio a finales del siglo XVII. En el inventario de su laboratorio se encontraron un gran número de pucheros, jarras vidriadas, ollitas y papeles con polvos, aceites y otros objetos que utilizaría la procesada en el ejercicio de su ciencia. La lista, casi interminable, de recipientes vidriados, jarras con vinagre en mixtura ferruginosa, redomas con ungüentos para quitar las manchas de la cara, o muestras de cinabrio, cobre y antimonio, demuestran que Sánchez de la Rosa era una apasionada experta en el arte hermético. Se le confiscó un cuadernillo manuscrito en el que recogía recetas transmutatorias, así como una bolsa donde guardaba un exorcismo impreso en forma de cruz procedente de la obra Flagellum Daemonum.
Una vez más se ha ignorado una parte de la historia de la ciencia, difícil de rescatar del olvido por la carencia de fuentes documentales, aunque podemos intuir la importancia de las aportaciones clave de estas mujeres.
Un olor que evoca un recuerdo o un recuerdo construido con un olor
Quizá las perfumistas antiguas y las creativas alquimistas, hechiceras o brujas, soñaran en algún momento con una biblioteca del olfato con miles de olores catalogados. Hay una investigadora noruega experta en aromas que ha logrado ese sueño. Sissel Tolaas ha catalogado 7000 olores y creado incluso «paisajes olfativos» que nos ofrecen la posibilidad de viajar aromáticamente a una determinada ciudad o país. Se asoció con Florian Kaps y así nació Supersense en Viena, un local particular de difícil definición que es una auténtica oda a lo analógico en plena era digital en la que se muestran los recuerdos embotellados de Tolaas.
La tienda comercializa 200 Smell Memory Kits diferentes con un precio de 99 euros por unidad. Son frascos que contienen olores abstractos que no han sido conectados con ningún recuerdo concreto. «Cuando en tu vida haya un momento mágico, especial o significativo que quieras recordar, sólo tienes que abrir la ampolla del kit, liberar las moléculas de ese aroma y respirar profundamente. Así, recuerdo y olor quedarán vinculados». Lo mejor es que podremos volver a ese recuerdo en cualquier momento al volver a abrir otro frasquito del mismo modelo.
El perfil más común de las personas que pasan por Supersense no es el de alguien que quiere viajar en el tiempo y dar con el olor de un buen recuerdo almacenado en los estantes del local; por el contrario, son jóvenes a los que les queda mucho por vivir y quieren sensaciones analógicas, quizá saturados de lo audiovisual.
«Nuestro producto captura y preserva tus recuerdos más preciados para siempre, algo que lo digital nunca será capaz de hacer», afirma el fundador de la tienda vienesa. Parece que lo más solicitado no se compra para fijar un viaje, el nacimiento de un hijo o la entrega de un primer premio: «Como siempre en la vida el amor es el recuerdo más deseado», asegura Kaps.
Más allá del asombro que puedan provocarnos empresas de este tipo, sabemos que cada recuerdo viene acompañado de su olor natural, pero les debemos a Tapputi y sus alambiques la opción de poder elegir un perfume que nos guste y nos haga sentir bien.
También es posible que en estas fiestas navideñas se active la nostalgia por un olor reconocible y es aquí donde entra en juego el hipocampo, sistema límbico de nuestro cerebro, nuestra biblioteca de recuerdos.
En estos días nos llegarán olores del agua de azahar que se utiliza para preparar un panettone, el olor a almendra del mazapán, de los turrones, el perfume de quien nos da un abrazo… Se activará ese vínculo entre olor y recuerdo, aroma y magia, pero lo mejor es disfrutarlos, sin necesidad de kits para rememorarlos. Echaremos de menos los buenos olores que nos faltan estos días y no estaría de más bajar el ritmo para darle una oportunidad a este sentido, tan fiel cuidador de nuestros recuerdos.
Referencias
- Marta Macho Stadler, Tapputi-Belatekallim, la primera química, Mujeres con ciencia, Ciencia y más, 28 agosto 2018
- The Supersense
- Mar Rey Bueno
- Rey Bueno, M (2017). Evas Alquímicas. Glyphos ediciones
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.