El trabajo de cuidados no remunerado es el “motor oculto” que sostiene la vida de muchas personas en el planeta, y mantiene la existencia de empresas y sociedades (Oxfam Intermón 2020). Son las mujeres las que realizan más de las tres cuartas partes de este trabajo. Las mujeres y niñas dedican 12 500 millones de horas diarias a ese trabajo sin reconocimiento ni salario que engloba actividades como el cuidado de niños y niñas, personas mayores, enfermas o discapacitadas, además de tareas domésticas como cocinar, lavar o ir a buscar leña o agua. Ese tiempo supone una contribución a la economía mundial de al menos 10,8 billones de dólares anuales, una cifra que triplica el volumen de la industria mundial de la tecnología, es decir, del gasto total en tecnología que realizan en una gran mayoría de países, personas, empresas y gobiernos. En muchas ocasiones, las mujeres tienen que reducir su jornada laboral o renunciar a sus empleos para poder cuidar a los suyos. En todo el mundo, el 42 % de las mujeres no puede acceder a un empleo remunerado porque son las responsables del trabajo de cuidados, en comparación con tan solo el 6 % de los hombres.
Las más “afortunadas” constituyen dos terceras partes de la mano de obra que se ocupa del trabajo de cuidados remunerado. Empleos como el de enfermera, trabajadora del hogar o cuidadora, a menudo están mal pagados, no tienen derechos laborales, conllevan un horario irregular y pueden suponer un importante desgaste físico y emocional.
Tenemos que pensar además que un gran número de países se enfrenta al reto que supone el envejecimiento de la población en un contexto en el que cada vez menos personas se dedican a proporcionar la atención que las personas mayores necesitan. Se prevé que, durante la próxima década, aumente la presión sobre las personas que se dedican al sector de cuidados, tanto remunerado como no. Se estima que para el año 2030, 2 300 millones de personas necesitarán cuidados; 200 millones más que en 2015.
El cambio climático podría empeorar esta inminente crisis de las tareas asistenciales. Se calcula que en 2025 hasta 2 400 millones de personas vivirán en zonas donde no habrá agua suficiente, y las mujeres y las niñas se verán obligadas a recorrer mayores distancias para conseguirla.
Con este panorama del futuro de los cuidados, el informe de Oxfam Intermón afirma que un incremento de tan solo el 0,5 % adicional en el tipo del impuesto que grava la riqueza del 1% más rico de la población mundial durante los próximos 10 años permitiría recaudar los fondos suficientes para crear 117 millones de puestos de trabajo de cuidados en sectores como la educación, la salud, el cuidado infantil y la asistencia a las personas mayores. En la actualidad, el 11,5% de la mano de obra a nivel mundial se dedica al trabajo de cuidados remunerado y, a medida que la población mundial siga envejeciendo, la demanda de estos cuidados se incrementará considerablemente y el sector asistencial podría suponer una gran cantidad de empleos dignos para millones de personas.
Según la Confederación Sindical Internacional (CSI), una inversión pública directa en la economía de los cuidados equivalente al 2 % del PIB en tan solo siete países de renta alta permitiría crear más de 21 millones de puestos de trabajo, de los cuales entre el 75 % y el 85 % estarían ocupados por mujeres. Sin embargo, los gobiernos invierten muy poco en infraestructuras y servicios públicos vitales que también podrían contribuir a reducir el trabajo asistencial que recae sobre las mujeres y las niñas. Las inversiones en sistemas de suministro de agua y saneamiento, electricidad, cuidado de menores y asistencia médica podrían liberar parte del tiempo que las mujeres y niñas dedican a estas tareas y mejorar su calidad de vida.
Pero si se ignora la necesidad de invertir en estos puestos de trabajo, serán las reglas del mercado las que se encarguen de proveer servicios de cuidados, con la consiguiente precariedad de salarios y el deterioro de las condiciones de trabajo, al mismo tiempo que se reduce la accesibilidad y la calidad de estos servicios.
Esta carga pesada del cuidado de otros que recae sobre las mujeres perpetúa tanto las desigualdades económicas como la desigualdad de género. Sería deseable que los gobiernos tomaran medidas urgentes para construir una economía más humana que valore lo que realmente importa, en vez de promover la acumulación de riqueza por encima de todo. Quizá en un futuro sea posible una inversión en sistemas nacionales asistenciales que se planteen la desproporcionada responsabilidad del trabajo de cuidados que recae sobre tantas mujeres y niñas, que se cuestionen un modelo fiscal progresivo en el que también se grave la riqueza y que se legisle para proteger a las personas que realizan tareas de cuidados.
Quizá la fracción de la sociedad cuidada sea, en un futuro, consciente de las condiciones de vida de sus cuidadores, de sus cuidadoras, y haga lo posible por mejorarlas.
La perspectiva a nivel mundial del sector asistencial no es nada favorable para las mujeres. Tampoco, a corto plazo, auguramos para ellas un futuro de equidad, corresponsabilidad y recursos en el ámbito doméstico. Si focalizamos la situación en el primer mundo, en un núcleo familiar tradicional de nivel socioeconómico medio, y tomamos un primer plano del adulto responsable del cuidado y las tareas domésticas, lo más probable es que aparezca en pantalla el rostro de una mujer. Si observamos un día cualquiera de su vida, no es extraño que la cámara siga las idas y venidas de una persona que ha perdido por completo el control de su vida, y que se siente obligada a procurar el bienestar de los suyos.
No necesitamos hacer ningún ejercicio de memoria para recordar de dónde venimos, ya que desafortunadamente este comportamiento persiste como consecuencia de una cultura androcéntrica que favorece evidentemente al hombre.
Esa manera de hacer, desatendiendo su propia salud física y emocional, se da sobre todo en mujeres y es una señal de alarma del síndrome de Wendy. El objetivo de una Wendy es ser perfecta como cuidadora y cubrir absolutamente todas las necesidades de los suyos y, si no lo logra, se siente frustrada y culpable. Suele justificar su cansancio apoyándose en su idea de que su amor a la familia exige un sacrificio. Es así, es un principio indiscutible para ella.
Los especialistas no se refieren al síndrome de Wendy como una patología reconocida, sino como un conjunto de conductas características que se dan en una persona por diferentes causas: miedo al rechazo y al abandono y deseo de complacer a los demás, afán exagerado por proteger a los seres queridos con una actitud desmedida de estar en todo; hasta el punto de que viven la vida de los que cuidan en lugar de la suya propia.
Este cúmulo de desórdenes emocionales tiene características muy concretas que nos pueden poner en alerta: sentir que es normal estar agotada, creerse imprescindible, pensar que el amor es sacrificio, mantener un estado de ansiedad permanente por el acto reprimido de no molestar a los demás (aunque se sufra por no mostrar las propias emociones) o pedir disculpas por todo aquello que no se ha sabido o no se ha podido hacer para complacer. Además, es habitual que las personas que son cuidadas acepten el sacrificio de la Wendy sobrepasada e incluso se vuelvan más exigentes.
Estas cuidadoras sólo se sienten útiles ayudando al precio que sea, siempre con la sensación de miedo a la soledad y el abandono. Llegan a responsabilizarse de las vidas de los demás y esto les lleva a un cansancio extremo, que unido a su baja autoestima, puede derivar en una depresión severa.
En el origen del síndrome de Wendy intervienen varios factores: las experiencias vividas en la niñez, la educación recibida, las características de cada persona y el momento vital que se esté experimentando. Puede ser que en alguna etapa determinada de la vida, las mujeres tengan que actuar de esta forma y tendrán los síntomas de Wendy; sin embargo, para que realmente estén atrapadas en la preocupación constante de satisfacer los deseos de los demás, sus acciones deben basarse en un miedo enraizado a ser abandonadas y la conducta debe ser constante en el tiempo.
En el momento en que Wendy reflexiona sobre la pérdida de control de su propia vida y se descubre encerrada en su jaula de oro, ya no hay vuelta atrás. En el momento en que Wendy reflexiona sobre la pérdida de control de su propia vida y se descubre encerrada en su jaula de oro, ya no hay vuelta atrás. Un primer paso ya está dado y el siguiente lo dará con su terapeuta. Éste, o ésta, propondrá relaciones familiares y sociales saludables, recíprocas, donde se recibe en la misma medida en que se da y la autoestima sale reforzada. Le ayudará a identificar cuáles son sus responsabilidades y cuáles no para evitar asumir tareas de otros. La Wendy tendrá que aprender a decir “no” cuando la ocasión lo requiera sin sentir culpa. También es fundamental que comience a responsabilizarse de su propia vida con madurez. Los cambios son muy lentos porque la forma de vivir como cuidadoras está muy arraigada y se arrastran estereotipos y patrones culturales de miles de años. Es necesario ser conscientes, críticos, y escapar de esa inercia patriarcal que niega la valía de las personas que cuidan. También es importante no transmitir a los hijos e hijas esta conducta de ansiedad permanente por responsabilizarse de todos y de todo y hacerles ver que no es necesario pagar el precio del propio bienestar para procurar el de los otros.
Sería deseable que los que son cuidados no lo fueran al precio de dejar sin vida propia al cuidador, y sería bueno que éste o ésta disfrutaran su derecho a buscar la felicidad sin tener que vivir la vida de otros para ello.
Referencias
- Kiley, D (1985) El síndrome de Peter Pan. Los hombres que nunca crecieron. Javier Vergara Editor.
- Oxfam Intermón (2020) Tiempo para el cuidado. El trabajo de cuidados y la crisis global de desigualdad.
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.