Sophie corta los puzles de la misma manera en la que muchos aficionados los resuelven: empieza por los bordes y va avanzando hacia el centro. Las obras de arte de pintoras y pintores son la base de sus creaciones; recorta piezas diferentes para el agua, para el cielo o para las hojas de una planta. El estilo del pintor también sugiere la silueta de las piezas y no serán iguales para un van Gogh o para un Brueghel: para el primero sigue los trazos del pincel, mientras que para el segundo trabaja alrededor de los personajes. Con una técnica meticulosa y creativa diseña formas asombrosas alejadas de la típica pieza de puzle con entrantes y salientes. Para ponérselo más difícil a sus seguidores, Sophie procura minimizar los puntos de referencia que pudieran darles pistas. “Hay clientes que vuelven para decirme lo mucho que me odian”, dice sonriendo. “Para mí es un cumplido, porque no hay nada más interesante que un puzle que se resiste”.
A modo de broma, diremos que los puzles tienen un lado oscuro: se utilizan a menudo en pruebas de inteligencia y, en ocasiones, mantienen el inquietante adjetivo de educativos.
Los primeros puzles de madera, del siglo XVIII, eran mapas diseñados para facilitar el aprendizaje de geografía a los hijos de los aristócratas. En la década de 1760, el cartógrafo londinense John Spilsbury pegó un mapa de Europa en una lámina de madera y cortó Inglaterra por un lado, Alemania por otro, etc. Dos años después del éxito de su primer mapa, Spilsbury puso a la venta puzles del resto de continentes, de Inglaterra, Gales, Irlanda y Escocia. Este formato, llamado “disección” se extendió rápidamente a escenas bíblicas, árboles genealógicos y tablas matemáticas. Más allá del potente recurso didáctico, en el siglo XIX el pasatiempo se popularizó también entre los adultos; los temas se diversificaron y aparecieron hadas, trenes, barcos… Los creadores innovaron en técnicas de estampación y materiales, pero las piezas se seguían cortando a mano recorriendo los contornos de las figuras y esto encarecía su precio, equivalente a la décima parte del salario mensual de una familia de clase media.
En la década de 1870 se inventó una sierra de marquetería con pedal que convirtió a las mujeres estadounidenses acomodadas en aficionadas al corte de madera. Fue la compañía de juegos Parker Brothers quien tuvo la idea de cortar piezas aleatorias a modo de cuadrícula en toda la lámina, sin seguir el contorno de las figuras. Para este trabajo, Parker contrataba mujeres porque ya sabían coser, era fácil enseñarles cómo hacer su tarea y además, ¡podían pagarles mucho menos!
La demanda de puzles aumentó y en la década de 1930 existían bibliotecas de préstamo donde se contaban las piezas cuando un usuario devolvía el puzle que había disfrutado en su casa. Fue durante la Gran Depresión cuando se disparó la popularidad de los puzles. Según Anne Williams, historiadora del puzle y profesora jubilada de economía del Bates College , “Treinta millones de hogares en los Estados Unidos absorbían diez millones de puzles cada semana”. Este pasatiempo solitario suponía entretenimiento y empleo. Había mucha gente sin trabajo y era sencillo comprar una caladora por 20 dólares, instalarla en el garaje, cortar puzles y venderlos a los vecinos o alquilarlos a través de alguna tienda del barrio.
Los creadores de puzles comenzaron a usar imágenes de adultos, incluidas caricaturas políticas, en sus creaciones, y la gente glamurosa e influyente organizaba cenas en las que los invitados competían para resolver puzles. Hoy hacemos algo parecido compitiendo en concursos en los que parejas, equipos o en solitario, resuelven puzles en tiempos increíbles.
Pero el mundo del puzle va mucho más allá de los productos comerciales con más o menos piezas. La creatividad de algunos autores y autoras llega a límites asombrosos y así encontramos puzles en los que el borde es ondulado e irregular, para frustrar a las personas que prefieren empezar por él. En otros, las piezas con algún lado recto forman parte del interior para complicar el acertijo. Hay puzles transparentes de metacrilato en los que no sabemos si las piezas están hacia arriba o hacia abajo. Uno de los más espectaculares, creado por John S. Stokes III, es un tríptico del “Jardín de las delicias” de El Bosco, con 4 271 piezas. Se vendió en eBay por 25 100 dólares. Cada panel del tríptico tenía estilos de piezas diferentes: swirl, curl, long round y creative. Es lógico que el autor cobre por pieza, hasta 3 dólares por las creative.
Hay artesanos que cortan alguna pieza con forma reconocible, una bailarina en una escena de nieve que encajará a la perfección. Estas piezas son las favoritas de sus seguidores. También encontramos cajas de puzles que no traen imagen orientativa y la sorpresa aparece cuando lo resolvemos. Otros tienen dibujo en los dos lados de las piezas y podemos resolver una escena u otra. Triunfan los puzles personalizados en los que simplemente subimos una foto de nuestro gato, se imprime en gran formato y se corta en piezas.
Además de los puzles de producción masiva y de los hechos a mano con sierras de calar, algunos autores y autoras crean diseños con algún software adecuado y envían la imagen a una cortadora láser, que la talla en la lámina del material elegido. Es el caso de Maya R. Gupta, profesora de ingeniería eléctrica en la Universidad de Washington, quien creó un negocio de cortes de puzles por láser, artifactpuzzles.com, en 2009. “Esperaba encontrar un cliente que se pareciera mucho a mí: alguien que fuera profesional de la tecnología y quisiera alejarse de los ordenadores”, dice Gupta. Según Anne, la historiadora de puzles, existe una danza en sintonía entre el creador del puzle y la persona que intenta resolverlo.
Para los creadores de juegos de mesa, las restricciones de movimiento y los confinamientos han supuesto una oportunidad debido al aumento de ventas. Anne Williams opina que los puzles suponen un reto sobre el que es posible tener éxito y la gente recurre a este pasatiempo cuando sienten que les falta control sobre sus vidas. Son un entretenimiento tranquilo, nos relaja, nos hace estar concentrados y apaciguamos el estrés y el exceso de pantallas.
Volvemos con Sophie, que no puede admirar una obra de arte sin imaginarla troceada en piezas. Corta láminas finas de materiales como el metal, el plástico o el marfil con mucha precisión y control utilizando la sierra de calar como si fuera una máquina de coser; en lugar de una aguja, el hilo de metal, sube y baja. Muchas veces van clientes a la tienda a verla trabajar. Ella disfruta haciendo su trabajo, se divierte y eso se nota en el proceso y en el resultado.
Sophie asegura que haciendo puzles ha notado su cerebro más elástico, más rápido, más activo. Tiene razón en parte, pero lo mejor es ir a las evidencias. El desarrollo de la conciencia espacial es uno de los beneficios más obvios de los puzles.
Según una investigación publicada en Developmental Psychology en 2012, los niños que jugaban con puzles hacían mejor tareas que implicaban transformaciones mentales de formas bidimensionales, al contrario que los niños que no hacían puzles. De hecho, los niños de todas las edades se forman una especie de mapa mental de qué debería ir, dónde y cómo. Así que, al jugar con puzles, los niños pequeños aprenden cómo se ensamblan piezas en un conjunto mayor, igual que aprenden a encajar formas con volumen en los huecos correspondientes o a colocar la ropa en los cajones; les da un contexto perceptual que contribuye a que vayan adquiriendo nuevos aprendizajes (Bretherton, 2014).
Hacer puzles también ayuda a pensar de forma divergente. El pensamiento divergente es un proceso cognitivo que consiste en explorar muchas soluciones posibles y, por lo general, no es lineal. Coger una pieza del puzle una por una sin un orden específico, y tratar de encontrar su lugar, ayuda a usar el pensamiento divergente. En el futuro, esto puede ayudar a resolver problemas y analizar situaciones de la vida cotidiana, plantearse alternativas y anticipar soluciones diferentes a las que puedan parecer obvias.
En el nivel más básico, las formas son geometría. Pero pensemos en las piezas del puzle, en cómo cada pieza tiene barrigas y muescas. Algunas de ellas son mucho más grandes que otras, o nos encontramos con algunas que difieren un poco en la forma. Los niños comienzan a pensar en términos de tamaño y proporción sin siquiera darse cuenta con solo encajar piezas. Incluso en edad preescolar, los niños exploran patrones y formas, comparan tamaños y cuentan; participan en actividades matemáticas informales (Sarama y Clements, 2009). De hecho, hay seis aprendizajes matemáticos básicos asociados con los puzles de acuerdo con el American Journal of Play:
- Clasificación: clasificación por tamaño, forma y color.
- Magnitud: cómo de grande o pequeña es una pieza o una parte del puzle.
- Enumeración: cuántas quedan sin poner o faltan por colocar.
- Dinámica: Juntar o desarmar cosas o incluso la necesidad de tener que dar la vuelta a las piezas
- Patrón y forma: identificar un patrón visual para inferir qué va a continuación.
- Relaciones espaciales: saber dónde va algo o cómo encaja en un contexto más amplio.
Sabemos que la socialización es clave para los niños de todas las edades, pero también lo es la capacidad de pensar por uno mismo y dominar algo de forma autónoma. En términos de desarrollo cerebral, el juego solitario mejora la función ejecutiva. Es decir, anima a los niños a gestionarse a sí mismos, sus recursos, su tiempo, etc. para conseguir un objetivo. Este mecanismo neuronal se basa en la memoria de trabajo, la planificación, la toma de decisiones y la flexibilidad; todo lo necesario para completar un puzle. A medida que se desarrolla la función ejecutiva, también lo hace la corteza prefrontal. Así que parece que dedicar el tiempo de ocio a esta tarea tan entretenida es un buen ejercicio para el cerebro.
Además, los puzles evolucionan con sus fans; a medida que los niños y adolescentes crecen, pueden seguir desafiando sus mentes con puzles más y más seductores y complejos.
Es probable que tengamos alguno de éstos en casa, comprado por capricho pensando que ya tendríamos ocasión de armarlo con tiempo por delante. No contábamos con tantas horas encerrados en casa, sin reuniones sociales, sin viajes, sin más urgencia que la de escapar de tanta pantalla.
Bien, ahora tenemos la oportunidad de sumergirnos en un estupendo desafío. Podemos, si no lo somos aún, convertirnos en expertos puzleros. Parece que la línea entre la afición y la obsesión es muy delgada y quizá tenga que ver la puesta en marcha del circuito de recompensa en nuestro cerebro y lo gratificante del reto superado.
O acaso haya algo parecido a la nostalgia: Sydney Jones, miembro de la Association of Game and Puzzle Collectors, recuerda los veranos de su infancia cuando ella y su madrastra hacían un puzle juntas. Buscaban piezas y la madrastra les daba la vuelta para ver en qué dirección iba la trama, el grano, del cartón o la madera, y Sydney la acusaba en broma de tramposa. Colocar piezas una tarde de domingo, era una excusa atractiva para hacer algo juntas.
Referencias
- Bretherton I (2014). Symbolic Play: the Development of Social Understanding. Elsevier Science
- Levine SC, Ratliff KR, Huttenlocher J, Cannon J (2012). Early puzzle play: A predictor of preschoolers’ spatial transformation skill. Developmental Psychology, 48(2): 530-542. DOI: 10.1037/a0025913.
- Sarama J, Clements DH (2009). Building Blocks and Cognitive Building Blocks. Playing to Know the World Mathematically. American Journal of Play, 1(3): 313-337
- Williams AD (2004). The Jigsaw Puzzle: Piecing Together a History. Berkley/Penguin
- Asociación española de puzzles
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.