Dentro de la atmósfera terrestre hay que abrigarse porque afuera hace verdad. La historia de la Ciencia del Cambio Climático ostentó una orfandad impostada tras ser destetada de la madre que la parió, Eunice Newton Foote. La doblemente pionera –en ciencia y feminismo– fue materia de descarte. Su estado de alerta para con el planeta la llevó a descubrir los gases de efecto invernadero, y la sororidad a sentar las bases del feminismo contemporáneo. En pleno Siglo XIX su actitud volcánica fue estrangulada con la misógina opacidad inventiva. La Asociación Americana para el Avance de la Ciencia –que debía inculcar valores de cooperación para el mejoramiento de la humanidad– la aplastó sometiéndola a vejaciones. Con la institución al servicio de la castración científica, el apartheid epistemológico cobró vigor. Las mujeres fueron envasadas al vacío con el distintivo “entusiastas de la ciencia” mientras que los hombres se vanagloriaban de prestigio “profesional”.
Glándulas de la invención
“Somos un mar de fueguitos” lanzó desde un trampolín literario el escritor uruguayo Eduardo Galeano y la muchacha estadounidense era la atleta textual del clavado perfecto. Eunice tenía yesca en su interior. Era un iniciador natural de tormentas de cambio.
Descripta como “una persona de fisonomía buena, con ingenio, belleza inusual y pintora de paisaje” –, fue la última integrante de una familia numerosa. Alumbrada bajo el nombre de Eunice Newton el 17 de julio de 1819 en Goshen –Connecticut, Estados Unidos–, su primer lazo fue el de hermandad. Troy –Nueva York– abrazó su crianza junto a cinco hermanos y seis hermanas. Antes del despertar de sus pasiones por la lucha feminista, la observación y experimentación, su primer rol fue el de hija. Su madre Thirza se dedicó al cuidado del hogar. Su padre Isaac Newton Jr. –también oriundo de Goshen, Connecticut–, años después se mudó al este de Bloomfield –Ontario, Nueva York– donde ofició de labrador.
Observaba como “una mujer estadounidense aficionada a la invención en un país sin mucha infraestructura científica”, logró transformarse en activista, científica, física e inventora. De acuerdo con el Santa Barbara Independent: “Foote asistió al Troy Female Seminary (renombrado como Emma Willard School en 1895), cuyos estudiantes fueron invitados a asistir a una universidad de ciencias cercana iniciada por Amos Eaton –un estafador convicto sentenciado a cadena perpetua que fue liberado después de cuatro años para poder seguir su llamado de vida como evangelista de educación científica–. Sin percatarse de que las mujeres no podían hacer ciencia en aquellos años, “aprendió los aspectos básicos de la química y las técnicas experimentales en su escuela”. En la misma línea, la escritora e historiadora Judith Wellman cuenta que “durante el seminario (1836 a 1838) tuvo a Almira Hart Lincoln Phelps como maestra –una educadora destacada, autora de manuales científicos y una tercera mujer admitida en la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia–.
La juventud atrapó a Eunice con sentido de existencia. Su carnal compromiso científico y social encontró compañía. Con tan solo 22 años en su haber –el 12 de agosto de 1841 en Bloomfield– contrajo matrimonio con Elisha Foote –juez, matemático e inventor aficionado educado en el Instituto Albany, proveniente de una familia próspera cuyo progenitor era fideicomisario del Barnard College–. La frescura de su vida marital transcurrió en la geografía pueblerina de Seneca Falls, lugar –que por cierto– maceraría un streptease de derechos.
Previo a dejar su huella de carbono –ya conjugando su apellido con el de su marido con quien construyó un laboratorio en su propia casa– Eunice Newton Foote decidió desenfundar su arsenal sustantivo y verbal. Sedienta de libertad de acción y trato igualitario para con sus congéneres –en un momento histórico que desmoralizaba la organicidad femenina con palizas intangibles–, ingresó al Comité Editorial para organizar la Convención de Seneca Falls y parir un tratado de integridad libertaria.
Síntomas de emancipación
El 9 de julio de 1848, cinco mujeres se conocieron en Waterloo –Nueva York–, en la casa de Jane y Richard Hunt. Ese día, las activistas Elizabeth Cady Stanton, Lucretia Mott, Martha Wright y Mary Ann M’Clintock se unieron a Jane Hunt en la planificación de la Primera Convención sobre los Derechos de la Mujer.
En “The Road to Seneca Falls”, la pluma de Judith Wellman –directora de Historical New York Research Associates— documentó íntegramente la reunión histórica de estas feministas norteamericanas en la década del 40’ que detonó con onda expansiva el activismo contemporáneo –primero en América y luego en el resto del mundo– gracias a la unión de elementos poderosos del movimiento antiesclavista, los cuáqueros radicales y la campaña para la reforma legal bajo una causa común.
El 14 de julio de 1848 las partículas de polvo se alborotaron al son de un anuncio reformista publicado en el periódico local Seneca County Courier: “Convención sobre los derechos de las mujeres. Una convención para discutir las condiciones legales y los derechos sociales, civiles y religiosos de las mujeres. Tendrá lugar en la Capilla Metodista de Seneca Falls, Nueva York, el miércoles y el jueves 19 y 20 de julio a las 10 de la mañana. Durante el primer día, el encuentro será exclusivamente para mujeres, a las que se invita cordialmente. El público en general está invitado a la segunda sesión, en la que Lucretia Mott, de Philadelphia, y otras mujeres y hombres, hablarán en dicha convención”.
La Convención finalmente se celebró en el estado de Nueva York en la capilla wesleyana metodista de Seneca Falls. Aquella mañana del 19 de agosto, la Convención se reunió a las 11 hs. Ni un minuto más, ni uno menos. Si bien la primera sesión –a priori– era solo para mujeres, los hombres que asistieron no fueron expulsados. Por su tradición republicana (derechos del hombre e igualdad natural) las mujeres allí reunidas exigían plena ciudadanía; por su tradición protestante (libertad individual) apelaron al derecho de la conciencia y la opinión. La vindicación de ciudadanía civil suponía la modificación de las leyes que impedían «la verdadera y sustancial felicidad de la mujer». La ley situaba a las mujeres en una posición inferior a la del hombre, lo que era contrario al gran precepto de la naturaleza «la mujer es igual al hombre». La reunión fue organizada por el nombramiento de la Secretaria de Mary M’Clintock. El objeto de la reunión fue declarado por Elizabeth C. Stanton; después de lo cual, Lucrecia Mott hizo comentarios –instando a las mujeres presentes a dejar de lado los obstáculos de la educación y no permitir que su nueva posición les impida unirse a los debates de la reunión–. La Declaración de Sentimientos –ofrecida para la aceptación de la Convención–, fue leída por Stanton. Se hizo una propuesta para que se volviera a leer por párrafo –y después de mucha consideración–, se sugirieron y adoptaron cambios. Al parecer, la conveniencia de obtener las firmas de los hombres en la Declaración se discutió de manera animada: se emitió un voto a favor; pero se concluyó que la decisión final sería el negocio legítimo del día siguiente. El momento del aplazo llegaría sin remedio a las dos y media. Entrada la tarde, la reunión se llevó a cabo en concordancia con el aplazamiento, y durante su apertura se leyeron las actas de la sesión de la mañana. Stanton luego se dirigió a la reunión, y fue seguido por Lucrecia Mott. Se solicitó la lectura de la Declaración, una adición que se ha insertado desde la sesión de la mañana. Se sometió a votación la enmienda y se distribuyeron documentos para obtener firmas. Tras leer las resoluciones convenidas –para amenizar–, L. Mott se volcó a la oratoria de un artículo humorístico de un periódico –escrito por Wright–. La reunión concluyó después de un discurso de E. M’Clintock. Durante esa noche –ante un público amplio e inteligente–, Lucrecia Mott tomó la palabra –con la elocuencia y el poder propios de su personalidad– para enfatizar sobre las Reformas en general.
El segundo día por la mañana –jueves 20 de julio–, la Convención presidida por James Mott –de Filadelfia– se reunió a la hora señalada. Después de leer las actas del día anterior, E. C. Stanton releyó la Declaración de sentimientos –discutida libremente por Lucrecia Mott, Ansel Bascom, S. E. WoodWorth, Thomas y Mary Ann M’Clintock, Frederick Douglass, Amy Post, Catharine Stebbins y Elizabeth C. Stanton–, y fue adoptada por unanimidad. “Esperamos que a esta Convención le sigan una serie de convenios que abarquen todas las partes del país”, manifestaron. Luego de dos interrupciones de sesión pactadas –durante la mañana y la tarde–, finalmente la Asamblea aprobó la organización de un Comité Editorial para preparar los procedimientos de la publicación del manifiesto titulado “Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls” firmado por cien precursores del cambio –sesenta y ocho mujeres y treinta y dos hombres–. “Confiando firmemente en el triunfo final de lo Correcto y lo Verdadero, hoy colocamos nuestras firmas en esta declaración” sustentaron. Aquel día de hipocondría para quienes el despertar femenino les significaba un ultraje, Eunice –junto a su marido Elisha y el resto de sus compañeros de lucha–, se consagró como una de las parturientas del texto fundacional del feminismo como movimiento social organizado y del sufragismo estadounidense.
El documento estratégico –por los trazos desobedientes de la abolicionista americana Elizabeth Cady Stanton–, adoptó la forma de Declaración de Independencia (1776) (de raíz profundamente ilustrada, redactada por Thomas Jefferson, que enumera entre los derechos naturales e inalienables la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad) cargado con una poderosa fuerza de convicción y de significado histórico, consta de doce decisiones e incluye dos grandes apartados teóricos: las exigencias para alcanzar la ciudadanía civil y los principios que deberían modificar la costumbres y la moral. “La historia de la humanidad es la historia de las repetidas vejaciones y usurpaciones perpetradas por el hombre contra la mujer, con el objetivo directo de establecer una tiranía absoluta sobre ella”, desenvainó el manuscrito para introducir el listado de los derechos arrebatados para la condición femenina. A diferencia de tratados anteriores —Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791) de Olimpia de Gouges o Vindicación de los derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft–, es considerado como una de las expresiones colectivas del feminismo contemporáneo.
Por su carácter desafiante, el manifiesto se enfrentó a restricciones de tinte político –no poder votar, ni presentarse a elecciones, ni ocupar cargos públicos, ni afiliarse a organizaciones políticas o asistir a reuniones políticas–; económico –la prohibición de tener propiedades ya que los bienes eran transferidos al marido, de dedicarse al comercio, de tener negocios propios o abrir cuentas corrientes–; y también expresaba la necesidad de extirpar la negación de derechos civiles o jurídicos para las mujeres. Once de las decisiones vertidas en el documento fueron aprobadas por unanimidad («Decidimos: que todas aquellas leyes que sean conflictivas en alguna manera con la verdadera y sustancial felicidad de la mujer, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y no tienen validez, pues este precepto tiene primacía sobre cualquier otro.») y la número doce («Decidimos: Que es deber de las mujeres de este país asegurarse el sagrado derecho al voto.»), por una pequeña mayoría.
De las mujeres participantes en la reunión de Seneca Falls –tan sólo una–, Charlotte Woodward –quien en aquel entonces tenía apenas diecinueve años–, llegó a presenciar en el año 1920 las primeras elecciones presidenciales en las que las mujeres americanas pudieron radicalizar sus posiciones emitiendo su voto tras ser aprobada la Decimonovena Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que estipula que ni los estados de los Estados Unidos de América ni el gobierno federal puede denegarle a un ciudadano el derecho de voto a causa de su sexo.
Referencias
- Reed, Elizabeth Wagner (1992). «Eunice Newton Foote (1819-1888)». American Women in Science before the Civil War, 65-68. Ed. University of Minnesota, Minneapolis
- Wellman, Judith (2004). «Eunice Newton Foote and the Declaration of Sentiments». The Road to Seneca Falls. Elizabeth Cady Stanton and the First Woman’s Rights Convention, 1-320. Ed. University of Illinois Press, Urbana and Chicago
- Fleming, James Rodger (1998). «An Introduction to the Climate Change». Historical Perspectives on Climate Change, 1-208. Ed. Oxford University Press, Inc. New York, Oxford
- Sorenson, Raymond P. (2011). «Eunice Foote’s Forgotten Work». Eunice Foote’s Pioneering Research On CO2 and Climate Warming, 1-5. Search and Discovery – Online Journal for E&P Geoscientists. AAPG/Datapages, Inc. Tulsa, USA
- Jackson, Roland (2019). «Tyndall did not reference Foote’s work». Eunice Foote, John Tyndall and a question of priority. Notes and Records, 1-14. The Royal Society Journal of the History of Science, London
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- Lovering, Joseph (1858). «Communications: Physics and Chemistry. On a New Source of Electrical Excitation. By Mrs. Eunice Foote». Proceedings of the American Association for the Advancement of Science, 123-126, AAAS. Ed. Harvard University, Library of the Museum of American Archeology and Ethnology
- Kohlstedt, Sally Gregory. Sokal, Michael Mark. Lewenstein, Bruce V. (1999). «150 Years of the American Association for the Advancement of Science». The Establishment of Science in America, 1-236. AAAS. Ed. Rutgers University Press, New Brunswick, New Jersey, and London
Sobre la autora
Jessica Brahin. Periodista, Internacionalista y escritora.
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