Durante siglos, las mujeres de grandes científicos pasaron como una sombra por la historia de los grandes hallazgos. Desde un segundo plano, ellas buscaban sus espacios, no reconocidos oficialmente, para colaborar con sus esposos. Campos como la botánica son un ejemplo de su empeño, y desde ahí algunas lograban trabajar de igual a igual con sus parejas en un mundo que les cerraba las puertas. Este es el caso de Agnes Syme Lister, que ha pasado a la historia como colaboradora de su compañero de vida pero que merece un reconocimiento propio, sobre todo en hallazgos como el uso del cloroformo o la hoy imprescindible asepsia hospitalaria. La humanidad le debe muchas vidas.

Agnes Syme, Lady Lister, nació el 23 de noviembre de 1834 en la escocesa y fría ciudad de Edimburgo en una familia de clase media. Su madre, Anne, murió cuando era una niña tras uno de los nueve partos que tuvo, de los que solo sobrevivieron tres criaturas. Desde muy joven, ya se notó que su mentalidad era muy abierta para mediados del siglo XIX. Su padre, James Syme, cirujano, era un apasionado de la ciencia y le contagió desde la infancia el interés por el conocimiento. No se sabe dónde estudió, si es que lo hizo fuera de casa, pero sí que conoció al joven Joseph Lister. Él estudiaba cirugía en el University College de Londres, donde se graduó en medicina con honores en 1852, lo que compaginaba con un trabajo como asistente de James. Se enamoraron. Incluso Joseph, que era cuáquero, se hizo episcopaliano para poder unirse a Agnes.
Tras la boda, iniciaron juntos un viaje de tres meses por Europa que le cambiaría la vida. Fue entonces cuando se cree que comenzó a ejercer de asistente de su joven esposo, anotando sus hallazgos en un libro mientras iban de un lado a otro. A su regreso, la pareja se instaló en Edimburgo. Desde entonces, no dejaría nunca de colaborar con él, así que puede decirse sin lugar a dudas que los logros son compartidos, aunque es Joseph quien se llevó los honores. Como tantas esposas de científicos, su nombre permanecía en segundo plano, pero juntos recopilaron, en sus viajes por el entonces Imperio Astro-húngaro, las 53 plantas de su herbario; y juntos, entre 1863 y 1894, escribieron libros. De hecho, la mayoría los escribía ella a mano, sobre temas como bacterias, material de suturas o apósitos antisépticos. Durante horas, tomaba dictados de su esposo, dejando espacios en blanco entre las páginas para pegar luego pequeños diagramas que creaba con la técnica de la cámara lúcida. Se cuenta en The Lancet que su casa acabó siendo un laboratorio en el que ambos trabajaban a destajo muchas horas del día.
La batalla contra las infecciones
Joseph Lister, como cirujano que era, tenía una gran preocupación por las infecciones postoperatorias, a menudo fatales. Cuando conoció la teoría microbiana de Louis Pasteur, que sugería que había microorganismos que las causaban, comenzó a investigar cómo prevenir que estos microorganismos entraran en las heridas durante las intervenciones. Se cuenta que experimentó con varios químicos, como el ácido carbólico, que mata gérmenes al contacto y que implantó, en el año 1867, la limpieza de heridas, la esterilización del instrumental quirúrgico y el uso de un spray durante las operaciones para crear una barrera química contra las bacterias. Aquel método innovador hizo caer drásticamente las infecciones, sentando las bases de la asepsia en la medicina doméstica. Y una curiosidad, el colutorio bucal “Listerine”, que es un antiséptico, se llama así en su honor.
Pero en realidad, debe señalarse que es en honor de ambos, porque tanto Joseph como Agnes colaboraban en los experimentos. Era ella quien los documentaba, un paso fundamental en cualquier trabajo científico. También lo hizo en los muchos que realizaron sobre el cloroformo, con el objetivo de determinar cuál era la dosis correcta para los pacientes. Este químico había sustituido rápidamente al éter porque era más potente y fácil de suministrar, pero tenía riesgos cardiacos que ambos lograron determinar y que más adelante llevarían a su desuso. El cirujano Watson Cheyne, que era casi como un hijo adoptivo para ambos (los Lister no tuvieron hijos naturales), recordaría que las discusiones científicas entre ellos eran casi en igualdad de condiciones y que Agnes siempre fue su única secretaria, un trabajo por el que no figuraba como parte de ninguna institución ni recibía remuneración alguna.
También las 53 hojas de herbario que recogieron en sus viajes están registradas a nombre ambos Lister y contienen la escritura de ambos en la colección del Science Museum Group Collection. A Agnes, de hecho, se la considera como una botánica y coleccionista de plantas por derecho propio. No hizo ningún hallazgo notable en esta disciplina, pero si creó esa colección documentada de plantas europeas que hoy sirve como documento histórico de lo que había entonces.

Aunque gozaba de buena salud, fue precisamente mientras estaban de vacaciones en Rapallo (Italia) recolectando especímenes, cuando Agnes contrajo una neumonía aguda. Su estado empeoró muy rápido y falleció tan solo cuatro días después, el 12 de abril de 1883, dejando al barón Lister totalmente devastado. Tenía 58 años de edad.
Como Agnes Syme Lister estuvo en segundo plano, no recibió reconocimientos ni premios formales en vida. En el siglo XIX y parte del XX, las contribuciones científicas de las mujeres de los científicos eran muy raramente tenidas en cuenta. En su caso, su trabajo quedó eclipsado por la fama de su esposo, que sí recibió numerosos honores, como ser nombrado Barón Lister de Lyme Regis por la Reina Victoria, lo que le facilitó un escaño en la Cámara de los Lores, o la concesión de la Medalla de la Royal Society. Incluso existe la Medalla Lister, el premio más prestigioso a nivel mundial de cirugía.
Ya en tiempos modernos se ha comenzado a poner en valor el papel crucial que Agnes tuvo como colaboradora intelectual y asistente científica. Así lo apuntan historiadores de la ciencia en publicaciones como The Lancet y tanto su herbario como sus diarios de viaje se conservan como un legado importante. Es evidente que su existencia fue indispensable en el desarrollo de la antisepsia moderna, y eso son muchas vidas en el haber de esta escocesa tan desconocida como fundamental para la ciencia.
Referencias
- Agnes Syme Lister, Wikipedia
- Ruth Richardson, Joseph Lister’s domestic science, The Lancet 382 (9898) (2013) e8-e9
- Agnes Syme Lister 1834 – 1893, Science Museum
- 53 herbarium sheets of plants collected by Joseph Lister, 1883, Science Museum
Sobre la autora
Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.