La edad no inmuniza a las mujeres contra la preocupación por su peso y su imagen. Un número cada vez más alto de mujeres en la mediana edad y mayores muestran síntomas de trastornos alimentarios. El problema viene cuando los profesionales sanitarios no los reconocen y buscan otros diagnósticos para las afecciones que van asociadas a estos desórdenes.

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) en mayores
Los trastornos alimentarios y sus síntomas empiezan a ser comunes en una población que envejece a nivel mundial. Estos trastornos y la preocupación por el peso y la imagen no sólo los padecen niñas y adolescentes. De hecho, ahora se ponen de manifiesto en todas las edades, géneros, etnias, clases sociales, culturas y lugares.
En las mujeres mayores, el período perimenopáusico favorece el principio o la vuelta de un trastorno alimentario que puede haber estado en remisión o con síntomas camuflados durante muchos años. Como en el paso de la infancia a la adolescencia, la transición de la edad reproductiva a la menopausia es un momento de riesgo. El pico de aparición de desórdenes en la alimentación ocurre durante períodos críticos del desarrollo relacionados con los cambios hormonales reproductivos. Investigaciones recientes sugieren que los cambios de estrógeno asociados al intervalo de la menopausia, pueden ser una ventana de vulnerabilidad. Sin embargo, hay múltiples factores que influyen en la aparición de trastornos alimentarios a partir de los 50.
La ansiedad y el estrés que acompañan al envejecimiento (especialmente en la cultura occidental, que valora la juventud) fomentan los síntomas de trastornos alimentarios y actitudes, creencias y comportamientos disfuncionales. Las mujeres con riesgo de TCA piensan que los cambios fisiológicos que sufren son inaceptables y buscan estrategias para controlar su cuerpo. Estas estrategias son comportamientos destructivos y potencialmente mortales. Si existen antecedentes de TCA, hay acontecimientos en esa etapa vital que pueden reactivarlos.
Aparecen cambios de rol como el fenómeno sándwich», que implica cuidar a padres mayores y a hijos adolescentes. Esto puede intensificar el estrés durante este período de desarrollo. Hay otros factores más: el equilibrio entre la gestión del hogar y el trabajo, la presión para cumplir con el papel idealizado de la supermujer y el «nido vacío», la pérdida de seres queridos, problemas de pareja o los cambios en el tejido social.
Algunas mujeres han pasado toda su vida pendientes de su peso y su figura, siempre con dietas. Es muy probable que durante la menopausia el peso aumente y, en una sociedad que promueve un ideal de belleza delgado y juvenil, muchas tienen comportamientos extremos para retrasar los signos naturales del envejecimiento. Un estudio señaló que más del 50 % de las mujeres con peso normal (IMC < 25) no están satisfechas con su cuerpo en sus 50, en comparación con sus años más jóvenes. Para una parte de las mujeres mayores, las presiones de la vida, junto con el tabú cultural relacionado con los tipos de cuerpos de 50, pueden dar lugar a comportamientos extremos relacionados con la alimentación.
Cultura de la dieta globalizada
Los trastornos alimentarios y las alteraciones de la imagen corporal se han normalizado y se han relegado a un segundo plano. Enfermedades, síntomas médicos agudos o acontecimientos vitales dramáticos son los detonantes que impulsan a las mujeres a buscar tratamiento. Una vida entera hablando de la «gordura», moldeada por la «cultura de la dieta», hace que los trastornos alimentarios parezcan algo normal. La insatisfacción con su cuerpo puede comenzar en las primeras etapas de la vida, pero la influencia social sigue contribuyendo a la obsesión por la imagen y cada vez más mujeres sufren en la vejez trastornos que continúan sin ser reconocidos ni tratados.
Hay mil dietas, ejercicio y medicación para ralentizar el metabolismo, la pérdida de masa muscular y el aumento de peso que provocan los estrógenos. En el pasado, las canas y un ensanchamiento de la sección media era lo esperado al vivir hasta los 40, 50, 60 y más. En un grupo de mujeres de 61 a 92 años, cuando se les preguntó sobre sus cuerpos, el peso fue su principal preocupación.
Datos sobre TCA en mujeres mayores
Es muy difícil determinar tasas de prevalencia precisas porque los datos epidemiológicos son limitados. Casi tres cuartas partes (73 %) de las mujeres de mediana edad no están satisfechas con su peso y tienen síntomas depresivos. El 62 % de las mujeres de 50 años o más describen que la alimentación, el peso y las preocupaciones afectan negativamente a sus vidas, y señalan que el peso y la imagen tienen un papel importante o muy importante en la autopercepción.
En un estudio sobre diagnósticos de TCA y factores de riesgo, una revisión de 5658 mujeres en el Reino Unido mostró que, a partir de los 50, el 15,3 % de las mujeres cumplía los criterios para un trastorno alimentario. Aunque esta investigación muestra que una proporción significativa de mujeres experimentará un TCA, pocas buscaron atención médica profesional; sólo el 27,4 %.
La vergüenza y la culpa
Además de la presión para oponerse a los cambios normales del envejecimiento, la mayoría de las mujeres de 50 que padecen trastornos alimentarios no tratados experimentan mucha vergüenza y aislamiento. Los trastornos alimentarios a menudo pasan desapercibidos en mujeres mayores porque muchos profesionales de atención primaria no están capacitados en trastornos alimentarios y no disponen de recursos de evaluación de éstos. Los TCA aíslan, provocan vergüenza y culpa, y se consideran enfermedades de jóvenes. Por lo tanto, las mujeres mayores sufren una doble estigmatización: la incredulidad de los profesionales clínicos y que les digan que son demasiado mayores para tener un TCA.
Sin embargo, hay factores clave que son exclusivos de las mujeres mayores, diferentes a los de las jóvenes, y que sirven para reconocerse o reconocerlos. Debido a su larga duración y a la rigidez de los hábitos, los pensamientos y síntomas de los trastornos alimentarios, las mujeres mayores dan otra vuelta de tuerca y pasan a aceptar su condición como parte de su identidad. No creen que puedan cambiar y piensan que no merecen un tratamiento. De esta manera, no tienen que reconocer su conducta como problemática y no tienen por qué contarles nada a profesionales sanitarios. Muchas nunca han revelado sus trastornos alimentarios a un médico, a pesar de sobrellevar décadas de secretismo en sus comportamientos relacionados con los trastornos alimentarios; durante embarazos, partos, crianza, carreras profesionales, menopausia y pérdidas de familiares y amigos. El TCA en estas etapas de la vida puede convertirse en un mecanismo para afrontar esos momentos vitales.
El daño ocasionado por un TCA
Las mujeres de 50 o más experimentan las mismas secuelas médicas que las pacientes más jóvenes, pero el impacto en su salud puede ser drástico y repentino. De hecho, en algunas mujeres, los esfuerzos rigurosos y extremos por controlar el peso, el ejercicio excesivo y otras prácticas relacionadas llevan a otras afecciones mejor vistas para contar al médico. Las discapacidades físicas de los trastornos alimentarios crónicos se relacionan con los síntomas menopáusicos. Las dietas restrictivas crónicas pueden provocar ciclos de pérdida de peso, abuso de laxantes y atracones, seguidos de purgas compensatorias, y todo esto provoca síntomas gastrointestinales y cardiovasculares.
El impacto acumulativo en la salud de padecer un TCA se pone de manifiesto en la edad adulta, tras años de no estar lo suficientemente enferma, pero aun así sufrir. Al igual que ocurre con los trastornos alimentarios en pacientes jóvenes, en las mujeres adultas todos los sistemas vitales del cuerpo se ven afectados. Algunos ejemplos incluyen desequilibrios electrolíticos que pueden provocar arritmias y disfunción cardíaca; irregularidades neuroendocrinas, como la disminución de las reservas de grasa, que provoca una mayor disminución de estrógenos, desregulación menstrual y un aumento de los síntomas menopáusicos; disminución de la densidad mineral ósea, que aumenta el riesgo de osteopenia y osteoporosis; y desregulación metabólica resultante de los ciclos de cambio de peso y la desnutrición restrictiva crónica.
Uno de los riesgos para la salud exclusivos de los adultos mayores es un deterioro cognitivo más rápido debido a las dietas y la rápida pérdida de peso. En resumen, los hallazgos de la investigación sugieren que una tasa creciente de pérdida de peso desde la mediana edad hasta la vejez es un marcador de deterioro cognitivo leve. Hacer dieta es un factor de riesgo especialmente para los pacientes de edad avanzada, ya que la tasa de mortalidad aumenta con un peso menor a medida que las personas envejecen. En los adultos mayores, un IMC más alto se asocia con la longevidad.
¿Qué dice el personal sanitario?
Las mujeres mayores a menudo no reconocen sus conductas y síntomas como relacionados con trastornos alimentarios y, por lo tanto, no consideran que su estado de salud sea la consecuencia de desórdenes en la alimentación, el ejercicio excesivo u otros síntomas de TCA. Puede que a lo largo del tiempo les hagan pruebas médicas extensas y costosas para evaluar sus dolencias, que no relacionarán con un TCA. Estas condiciones médicas se aceptan como resultado de vivir en el siglo XXI, en una cultura obsesionada con estándares poco realistas que desafían la edad y dejan poco espacio para modelos de envejecimiento saludable. Sin un buen conocimiento del historial de TCA, las recomendaciones médicas hasta pueden incluir medicamentos para perder peso, cirugía o dietas restrictivas. Estos tratamientos contribuyen aún más a la reactivación o recaída de los comportamientos de TCA.
La empatía y un enfoque sin prejuicios por parte de los profesionales sanitarios pueden mejorar una evaluación y un tratamiento más efectivos.
Identidades adultas y supervivencia
A pesar de sus síntomas extremos, estas mujeres son fuertes y luchan para conseguir una relación más amable con la alimentación. Han vivido décadas de experiencia vital en las relaciones de pareja, la familia, la crianza de los hijos, el trabajo, la profesión y la comunidad. Las mujeres mayores suelen tener identidades multifacéticas, más allá de su trastorno alimentario o su alteración de la imagen corporal. Pueden estar casándose o divorciándose, viviendo en un nido vacío, jubilándose y criando a sus hijos.
No es que no quieran cuidarse a sí mismas, es que las mujeres adultas se preguntan si invertir en ellas y gastarse una fortuna en una residencia para TCA o ahorrar para la jubilación y las necesidades financieras de la educación y la vivienda de sus hijos. Verdaderamente, algo estamos haciendo mal como sociedad y las consecuencias son nefastas.
Referencias
- Manzato, Emilia y Eleonora Roncarati (2022). Eating Disorders in Midlife and in the Elderly. En: Manzato, E., Cuzzolaro, M., Donini, L.M. (eds) Hidden and Lesser-known Disordered Eating Behaviors in Medical and Psychiatric Conditions. Springer
- Micali, Nadia, Maria G. Martini, Jennifer J. Thomas, Kamryn T. Eddy, Radha Kothari, Ellie Russell, Cynthia M. Bulik y Janet Treasure (2017). Lifetime and 12-month prevalence of eating disorders amongst women in mid-life: a population-based study of diagnoses and risk factors. BMC Med. 15:12
- Samuels, Karen L., Margo M. Maine y Mary Tantillo (2019). Disordered Eating, Eating Disorders, and Body Image in Midlife and Older Women. Curr. Psychiatry Rep. 21:70
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.