La victoria de Margaret Dunlevy sobre la tuberculosis

Vidas científicas

Tisis, mal del rey, peste blanca, plaga blanca… Son algunos de los nombres con los que se ha conocido a la tuberculosis a través de la historia, la infección elegida por la médica irlandesa Margaret Dunlevy para, con su labor, salvar decenas de miles de vidas promoviendo campañas de vacunación y realizando investigaciones de epidemiologia entonces poco generalizadas. Hoy, la tuberculosis puede controlarse, pero todavía, según la OMS, hay unos ocho millones de personas en el mundo que se contagian sin poder acceder a acciones como las que Dunlevy ideó hace unos 70 años.

Pearl Dunlevy. RCSI.

Las crónicas relatan que miembros de la familia Dunlevy habían servido a los aristócratas del condado irlandés de Donegal como médicos desde siglos atrás, tradición que recuperaron tanto Margaret, nacida el 13 de agosto de 1909, como otros cuatro de sus hermanos. Pearl, apelativo con el que se la llamaba de niña, tras pasar por varios centros de enseñanza religiosos, estudió Medicina en el Royal College of Surgeons de Dublín, donde se graduó, primera de su clase, en 1932.

No eran tiempos en los que a las mujeres tuvieran fácil recibir formación posgrado, aunque tuvieran un expediente espectacular, así que Pearl comenzó a trabajar en varios hospitales como cirujana, primero en su país y luego en Gran Bretaña. En 1935, regresó a Irlanda y al año siguiente se graduó con honores en el University College de Dublín con un diploma en salud pública. No tardó en acceder al cargo de subdirectora médica en su condado natal. A los dos años, fue nombrada asistente del Servicio Médico Escolar de Dublín, donde residía en el sanatorio para tuberculosos de Crooksling.

Rodeada de afectados por este bacilo –descubierto por Robert Koch en 1882–, la joven pronto adquirió una gran experiencia en el tratamiento y control de la enfermedad, cuya vacuna se había inventado en 1921. La contaminada Dublín no era una ciudad saludable y las muertes por tuberculosis duplicaban las de Londres: 1,3 por cada mil habitantes. En esa ciudad de cielo negro por el carbón, la mayor parte de las víctimas eran niños de corta edad, muchos menores de dos años, como ella misma determinaría con datos en sus trabajos de análisis de la situación.

Cada vez más volcada en tratar de frenar su expansión infantil, Margaret se trasladó al Dispensario de Tuberculosis Collier, más especializado, si bien no tardó en comprobar que los padres eran reacios a llevar a los niños al edificio porque estaba abarrotado de casos y temían el contagio. Esto la llevó a crear en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, una clínica primaria de tuberculosis, especializada en el tratamiento y el diagnóstico de los menores, reduciendo así su estancia en sanatorios. Fue un paso fundamental.

Vistos sus éxitos, en 1947, la corporación de Dublín la nombró como responsable de tuberculosis en la capital. Aquello le permitió poner innovadoras medidas en marcha de política sanitaria, como fue un programa masivo de radiografía o promover la prueba de la tuberculina para evaluar las tasas de infección y encontrar los focos de transmisión. Eso hizo posible conocer que el origen y la expansión de la infección estaban muy relacionados con el hacinamiento en las viviendas. Un año después ascendería a médica adjunta de la ciudad.

Una gira de aprendizaje

Pero aquellas experiencias exitosas no le bastaban. Una vez acumulada una considerable experiencia sobre tuberculosis infantil, junto con otros tres colegas, se embarcó en una intensa gira de seis semanas, entre junio-julio de 1947, por Noruega, Dinamarca y Suecia con objeto de conocer cómo se estaba realizando la campaña de vacunación en estos países, que habían logrado tener un impacto de la tuberculosis infantil mínimo.

Con este aprendizaje, su capacidad organizativa fue a más y las autoridades le encargaron diseñar y dirigir el programa de vacunación infantil para Dublín, que comenzó en octubre de 1948. Dunlevy comenzó su estrategia de inmunización con los bebés de padres infectados –que a partir de 1954 extendió a todas la maternidades–, con el personal médico y con los estudiantes de medicina que pudieran contagiarse. Su programa incluía un registro de los bebés en contacto con enfermos y de la ubicación de las muertes semanales, lo que facilitaba seguir el rastro de la infección. En un año, usando rayos X para saber quién requería tratamiento y vacuna, logró que los fallecimientos infantiles por tuberculosis disminuyeran más de un 60 %; y cuando se generalizó, más del 82 %. En total, más de 85 000 niños fueron vacunados entre octubre de 1948 y octubre de 1958, sin que se registrara ninguna muerte en Dublín por este motivo. También ayudaron los nuevos antibióticos y la expansión de las radiografías. Todo ello con las duras condiciones de posguerra en la ciudad.

G. Carey, Pearl Dunlevy, E. Wallis, B. O’Donnell (Irish Society of Medical Officers of Health, 1975). RCSI.

Una vez conseguido el objetivo, Pearl se pudo dedicar también a otras infecciones. Participó en el programa de vacunación contra la rubéola, que centró en mujeres embarazadas y niñas adolescentes cuando comenzó en 1971, y en el de la vacuna combinada contra la difteria, el tétanos y la tos ferina. Esta última ha traído controversia porque se suministró a 53 niños que vivían en una institución pública, sin consentimiento de paterno. Aunque entonces no era obligatorio, ha sido calificado de abuso infantil.

Fue con la reorganización del servicio de salud en 1970, cuando Margaret Dunlevy se convirtió en subdirectora médica de la Junta de Salud del Este de Dublín, cargo que ocupó hasta su jubilación en 1976.

A lo largo de su carrera, participó en numerosos congresos y eventos médicos en toda Europa explicando sus investigaciones y sus programas. En 1951 fue elegida la primera mujer presidenta de la Sociedad Biológica del RCSI (Royal College of Surgeons in Ireland) y ocupó diversos cargos en el ámbito del asociacionismo médico. Tras ser atendida por su compañera de toda la vida, Kathleen Hughes, falleció el 3 de junio de 2002 en Dublín. No hay ninguna estimación de cuántas vidas pudo salvar con sus decisiones pero, sin duda, más que decenas, son cientos de miles.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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