Matilda Evans, la pionera médica de los niños negros

Vidas científicas

Imagina que eres mujer y negra, que naces en Carolina del Sur, apenas siete años después de que se haya eliminado la esclavitud en Estados Unidos. Imagina que creces en una familia de campesinos, de familia de esclavos, y de niña trabajas en el campo. Y ahora, con ese ‘equipaje’, imagina que llegas a ser una reconocida cirujana en tu país. Todos esos complejos retos los tuvo que superar Matilda Arabella Evans, la primera médica afrodescendiente en ese estado americano y una de las primeras en EE. UU., siguiendo los pasos que marcaba Rebecca Lee Crumpler en Pensilvania. Su dedicación a la salud de los niños negros la convirtió en un referente de la salud pública.

A Matilda le tocó vivir en un mundo en el que el racismo estaba tan instaurado que hasta tenía una supuesta explicación científica. Vino al mundo un 13 de mayo de 1866 en la ciudad de Aiken, que se había fundado treinta años antes. Sus padres eran aparceros, es decir trabajaban la finca de una familia blanca, la familia Schofield, a cambio de pagar con parte de la cosecha. Tanto Matilda como sus dos hermanos ayudaban con tareas agrícolas. Y en su caso tuvo suerte: la propietaria, Martha Schofield defendía que había que educar a los afroamericanos y fundó la Escuela Normal e Industrial Schofield, donde Evans comenzó su carrera educativa. Como enseguida se comprobó que Matilda era ‘chica lista’, la propia Schofield la animó a matricularse, con una beca, en el Oberlin College de Ohio, donde estuvo cuatro años, hasta que le salió la oportunidad de ser docente en Georgia durante un curso, y lo dejó.

Schofield Normal and Industrial School. Wikimedia Commons.

Ese tiempo le sirvió para reflexionar y descubrir que lo suyo era la medicina, carrera en la que se matriculó con 27 años en el Woman’s Medical College de Filadelfia (WMC), de nuevo con la ayuda de su mentora, Schofield, que convenció a una adinerada benefactora para que financiara su educación. Eran tiempos en los que pocas personas negras eran admitidas en escuelas de medicina y hospitales para blancos, donde se enfrentaron a un racismo flagrante, al ostracismo y los prejuicios. Y luego, la dificultad de ser mujer: esa facultad de Filadelfia se creó porque los centros que había no dejaban que las alumnas hicieran prácticas, ni acudieran a conferencias, ni vieran a pacientes, así que no tenían experiencia clínica, por lo que en 1867 se había creado el WMC para ellas.

Una vez doctorada, en 1897, aunque en principio deseaba ser misionera y irse a África, decidió regresar a Carolina del Sur y abrir un consultorio en la ciudad de Columbia, al principio en su propia casa. Ninguna mujer negra antes que ella había ejercido la medicina en ese estado. Es más, su estatus solía ser de sirvientas de las familias blancas, pero su profesionalidad y discreción hizo que pronto tuviera una gran demanda como obstreta, ginecóloga y cirujana, tanto de pacientes blancos como negros. El dinero que sacaba a los primeros, más adinerados, le servía para atender gratuitamente a los segundos.

Tras mucho trabajo, en 1901, pudo fundar su propio hospital, el Hospital Taylor Lane, que fue el primero para personas negras en esa ciudad. En una carta enviada en 1907 al tesorero de la facultad femenina de Filadelfia, reconocía que le habían ido bien las cosas y tenía “un éxito ilimitado”, así que había inspirado a otras mujeres a seguir sus pasos. De hecho, el motivo de la misiva era recomendar para una beca a una joven afroamericana. Posteriormente, fundó otro hospital sobra las ruinas del primero, que se incendió, el Hospital St. Luke y también una Escuela de Formación de Enfermeras, que dirigió hasta 1918. Tenía catorce habitaciones y veinte camas.

Activista por la salud de la comunidad negra

En esos años de intensa actividad, su implicación con la comunidad afroamericana fue a más. Evans se preocupaba especialmente por los niños. Defendía su derecho a la atención médica como responsabilidad del gobierno y para ellos solicitaba vacunas gratis a la autoridad estatal. Visto que no bastaba, en 1916, creó la Asociación de Salud para Negros de Carolina del Sur y también fundó un centro comunitario y una piscina para niños de la comunidad negra de Columbia. Había tanta necesidad a su alrededor que en total adoptó siete niños y, con el tiempo, acogió a otras dos docenas. Algunos eran hijos de familiares fallecidos, otros que se habían quedado solos en sus clínicas. A todos les proporcionó estudios universitarios.

Matilda Evans. Wikimedia Commons.

Una de sus iniciativas con más impacto fue preguntar en los colegios a estos menores racializados sobre su estado de salud, detectando graves problemas. Esos resultados hicieron posible implantar exámenes médicos rutinarios en las escuelas en todo el estado. En su ánimo de colaborar, en 1918, se ofreció como voluntaria en el Cuerpo de Servicio Médico del Ejército durante la Primera Guerra Mundial.

Incombustible en ese afán por mejorar la salud de la comunidad negra, en 1930, ya con 64 años, creó otra organización: la Asociación Clínica de Columbia para atender la salud de la población afroamericana, pero también para impartir educación y para cuidar la salud a familias de bajos recursos. Para ella era fundamental convencer a las personas de que siguieran hábitos saludables y una higiene segura, que entonces no se practicaba.

En 1922, la doctora Matilda ya se había convertido en la única mujer negra del país en ser presidenta de una asociación médica estatal: la de Palmettode Carolina del Sur. También fue vicepresidenta regional de la Asociación Médica Nacional e incluso fundó un diario (The Negro Health Journal of South Carolina), que ofrecía actividades recreativas para los niños. Contaban quienes la conocieron que a Evans, que nunca se casó, le encantaba nadar, bailar, tejer y tocar el piano. Y también que cobraba honorarios mínimos y que iba en bicicleta, caballo o coche de caballos para visitar a los enfermos que no podían acudir a su consulta por cualquier motivo. No hay cifras de cuántas vidas pudo salvar a lo largo de la suya, pero fueron muchas.

A los 69 años, el 17 de noviembre de 1935, falleció en Columbia, sin grandes honores, de la misma forma modesta en la que vivió. Más recientemente, el Hospital Richland Memorial de Columbia ha nombrado un premio en su honor, en homenaje al legado que dejó.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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