Josephine Elizabeth Tilden (1869-1957), una valerosa y singular ficóloga

Vidas científicas

En el año 1903, la Universidad de Minnesota contrataba por primera vez a una mujer como profesora con dedicación exclusiva: Josephine Elizabeth Tilden, brillante bióloga estadounidense experta en algas. Dotada de gran curiosidad y determinación, rápidamente rompió los límites de la ciencia históricamente dominada por los hombres, dedicándose con notable curiosidad y determinación a emprender diversos proyectos de investigación.

Tilden fue una viajera incansable capaz de salvar todo tipo de obstáculos con el fin de recolectar ejemplares inusuales, la mayor parte desconocidos para la ciencia de su tiempo. Organizó y emprendió diversas expediciones marinas, consiguiendo, entre sus múltiples logros, crear una valiosa colección de algas que estudió y clasificó meticulosamente.

Primeros pasos profesionales

Josephine Elizabeth Tilden. MNHS.

Josephine Tilden nació en 1869 en el estado de Iowa, siendo la única hija de Elizabeth Phillips y Henry Tilden. Desde muy pronto mostró gran interés por las plantas, e incluso antes de incorporarse a la universidad publicó un artículo sobre la vegetación local. Cursó estudios superiores en la Universidad de Minnesota, donde en 1895 obtuvo el grado de botánica; dos años más tarde, en 1897, realizó un máster y fue nombrada profesora ayudante del departamento de botánica, como han descrito Marilyn Olgivie y Joy Harvey.

Durante el tiempo en que cursó su carrera se despertó en ella una gran fascinación por la ficología y, según relata Emily Dzieweczynski en la página web Celebrate Women, decidió «estudiar el mundo poco conocido de las algas escondidas en la costa del Pacífico». Josephine Tilden sabía que las algas del océano Atlántico estaban bien estudiadas, mientras que, por el contrario, las del Pacífico eran muy poco conocidas. Por esta razón, su primer propósito fue dedicarse a estos organismos presentes en la Isla de Vancouver (Vancouver Island), zona que se encuentra en la costa oeste de Canadá y pertenece a la provincia de la Columbia Británica (British Columbia).

Distintos autores, como el conocido escritor científico Tim Brady o la destacada escritora canadiense Margaret Horsfield, han subrayado que la administración de la universidad era escéptica sobre los beneficios de ese proyecto de investigación. Los reparos surgían sobre todo por el elevado coste de llevarla a cabo, ya que geográficamente Minnesota, situada en el Medio Oeste estadounidense estaba demasiado alejada del océano. Ciertamente, un proyecto tan innovador y distante indudablemente generaba ciertos riesgos.

Josephine Tilden, sin embargo, con el arrojo y la convicción que la caracterizarían toda su vida, decidió que debía intentarlo y tras acalorados debates, finalmente alcanzó un acuerdo con la universidad: la institución aceptó proporcionar instructores y un equipo, pero no los fondos. El dinero llegó de otras fuentes, casos de la propia Tilden, de su mentor el profesor Conway MacMillan (1867-1929) director del departamento de botánica, y de pagos realizados por los estudiantes.

Josephine Tilden con colegas en la expedición al lago Gull en el verano de 1893.
Sentado junto a ella está Conway MacMillan. Wikimedia Commons.

Un prometedor proyecto

En 1898, cuando Josephine Tilden tenía 29 años, empaquetó sus cosas y se desplazó a Vancouver para encontrarse con Thomas Baird, quien era dueño de una propiedad que interesaba a la joven investigadora como lugar para emprender su proyecto. El sitio elegido, describe Tim Brady, consistía en una pequeña y desolada playa de la isla de Vancouver situada a unos cien kilómetros al oeste del continente.

Durante el encuentro con el propietario, llegaron a un acuerdo que satisfacía a todos. Optaron entonces por contratar una canoa en la que viajarían el piloto, Baird y Josephine Tilden acompañada de su madre, como era la costumbre en aquel tiempo, pues las mujeres no podían viajar solas. Impulsados por el apasionado entusiasmo de Josephine, y confiando en la experiencia del piloto, pusieron proa hacia la isla en un encrespado mar.

Enfrentándose a un fuerte viento y empapados por la lluvia, llegaron a la costa el 4 de agosto de 1898. En aquel momento la marea estaba muy baja y mostraba exactamente lo que Tilden estaba buscando. Como describe Tim Brady, «incrustado entre montañas boscosas y los embates del Pacífico, pocos lugares del mundo podían igualarse a ese particular sitio con respecto a su gran variedad de algas marinas […]. Con exaltada pasión, la joven comenzó de inmediato a recolectar material».

En esa singular playa pasaron cuatro días. Con posterioridad, Josephine Tilden ha recordado que «las algas que cubrían toda la zona expuesta superaban mis sueños más osados. Pasé cada momento de luz al día recolectando algas […]. Al final del cuarto día, Mr. Baird me dijo “Voy a cederte los mejores cuatro acres [unas 1,6 hectáreas] de mi zona. Elígelos”. Escogí ese sitio inicial, que se convirtió en el terreno donde surgiría la futura Estación Marina de Minnesota (Minnesota Seaside Station)». La citada escritora canadiense Margaret Horsfield, ha descrito que «ese trozo de tierra se encontraba en un bosque lluvioso que miraba a una amplia playa pedregosa salpicada de incontables pozas de marea, algunas lo suficientemente grandes como para bañarse en ellas».

En 1901, sobre el espacio de costa elegido por Tilde conocido como Botanical Beach, y ahora llamado Juan de Fuca Provincial Park, se fundó una prometedora Estación Marina. Pese a que comenzó solo como una extensión de los intereses científicos del Departamento de Botánica de la Universidad de Minnesota, subraya Brady, rápidamente superó su objetivo básico de recolección de algas y evolucionó hasta convertirse en un centro educativo. Albergó gran variedad de estudios, incluyendo geología, zoología, algología y liquenología.

En 1902, el profesor Conway MacMillan publicó una amplia descripción de la nueva estación, defendiendo que «vocacionales estudiantes, que no tenían reparos en realizar extensos viajes a través de Norteamérica para llegar hasta allí [la costa de Vancouver], fueron los primeros beneficiados». De hecho, el centro alcanzó muy pronto gran popularidad entre el alumnado de la universidad y, como detalla la escritora Emily Dzieweczynski, cada verano acudían entre 25 a 30 estudiantes, la mayoría de ellos mujeres, que se desplazaban a través de todo el medio oeste americano con el fin de completar sus proyectos de trabajo. Asimismo, llegaron acreditados profesores e investigadores interesados por tan original instalación.

En relación a las estudiantes hay que destacar, subraya Margaret Horsfield, que «la mayoría de aquellas jóvenes estudiaban botánica, entonces la carrera científica más accesible y aceptable para ellas, debido a la larga tradición de mujeres naturalistas». Josephine Tilden, continúa Horsfield, tenía grandes expectativas en sus estudiantes femeninas, a las que «les daba instrucciones sobre cómo vestirse para que pudieran desenvolverse bien en el campo. En un anuncio que puso en la universidad, enseñaba a las alumnas acerca de la ropa y calzado que debían usar para recorrer la costa con libertad». Tilden explicaba con claridad que «los desafíos del trabajo de campo en la estación marina requerían adentrarse en pocetas con fondos irregulares, resbaladizos y oscuros, caminando sobre el barro y acarreando pesadas cargas»; un protocolo donde todo implicaba una vestimenta adecuada, notablemente distinta de la moda femenina en aquellos años.

Josephine Elizabeth Tilden. U. Minnesota.

Con la afluencia de estudiantes y profesores, recuerda Tim Brady, «la Estación Marina se fue transformando en una especie de campamento para los amantes de la botánica interesados en investigar las algas del Pacífico. Las actividades emprendidas eran numerosas, incluyendo extenuantes caminatas por la isla, juegos y deportes, así como interesantes conferencias impartidas por los reputados ficólogos que acudían al centro». Por su parte, Horsfield anota que «el mes largo de estancia deslumbraba al alumnado acostumbrado a la botánica de tierra adentro; [observaban] maravillados las relucientes pocetas de la playa con los miles de colores de las algas junto a otros organismos vivos».

La Estación de Minnesota, sin embargo, empezó a sufrir las amargas disputas generadas en la universidad debido a los costes de fondos y equipamiento, lamenta Margaret Horsfield. «Durante años, MacMillan y Tilden no repararon en esfuerzos incluso con sus propios salarios, para mantener la estación, creyendo que la universidad finalmente concedería más financiación. Pero solo fue una esperanza vana, y con una airada protesta, el profesor Conway MacMillan dimitió en 1906. Josephine Tilden consiguió mantener la estación abierta durante el verano de 1907, aunque financieramente no pudo seguir y tuvo que rendirse. Nunca perdonó a la universidad».

En suma, para gran desilusión de Tilden su querida Estación Marina en total solo duró abierta media docena de años, desde 1901 hasta que en 1907 tuvo que cerrarse. El motivo expuesto por la Universidad de Minnesota fue que la propiedad estaba en Canadá, según la institución era algo inapropiado mantener un centro de investigación en el extranjero.

Pese a este duro desengaño, la indomable Tilden no permitiría que los obstáculos consiguieran alejarla de su doble pasión del viajar y recolectar algas. Aunque sus disputas con la universidad continuaron, pasó allí toda su carrera. Con voluntad inquebrantable emprendió nuevos estudios y proyectos.

Fructíferas expediciones: la científica no se da por vencida

Durante los años en que la Estación Marina estuvo abierta, esto es, desde 1899, Tilden había aprovechado los inviernos para realizar una serie de viajes por el océano Pacífico con el fin de enriquecer su colección de algas. Su propósito incluía llevar a cabo un estudio de ficología lo más amplio y minucioso posible. En total, registra Tim Brady, realizó trece viajes visitando playas y costas desde Japón a Tahiti, Australia, Nueva Zelanda y Hawái.

Entre 1909 y 1910, la incansable científica organizó una expedición al Pacífico sur acompañada por Ethel Winifred B. Chase (1877-1949), profesora y decana de la facultad de botánica en la que hoy es la Universidad Estatal Wayne (Wayne State University), y por la joven botánica Bernice Leland. Como ha referido el profesor de botánica Kenneth Jones (1905-1999), el viaje fue muy productivo, ya que entre las tres lograron recolectar una colección científicamente significativa de especímenes botánicos procedentes del Pacífico Sur.

Por entonces, en 1910, Josephine Tilden era ya una destacada experta en algas y una autoridad internacional en ficología de la costa del Pacífico. Y, pese a que nunca realizó un doctorado, ganó una plaza de profesora a tiempo completo en su universidad. Ese mismo año publicó su primer libro titulado Algae of Minnesota.

En los años que siguieron, Tilden continuó con sus viajes por Australia, Nueva Zelanda y Tahití; esta pequeña isla fue su base de estudio durante quince meses. Como apunta Tim Brady, «amaba las islas y desarrolló una estrecha relación con los nativos». Posteriormente llegaría hasta Japón. Durante esos numerosos viajes, la científica recolectó una amplia variedad de muestras de algas del Pacífico que incorporó al herbario de la Universidad de Minnesota. También almacenó una exhaustiva bibliografía de escritos sobre algas de todo el mundo, publicándola en el Index Algarum Universalis.

The Minneapolis Star. 18 octubre 1935 (pág. 15).

El interés profesional y la curiosidad de Josephine Tilden eran realmente inagotables. No solo estudió las algas marinas del Pacífico en diferentes latitudes. También investigó las algas de agua dulce de los lagos próximos a Minnesota. Años más tarde, en 1935, publicó un estudio sobre las algas y sus relaciones vitales, The Algae and Their Life Relations, que fue el primer trabajo científico escrito por una experta estadounidense (hombre o mujer) describiendo las características de la flora marina y de agua dulce.

Asimismo, esta singular científica prestó gran atención al uso aplicado de las algas, su utilidad nutritiva y su valor económico, sobre todo como fertilizantes. De hecho, impartió un curso de botánica industrial en la universidad al que el departamento de historia de la botánica calificó de «muy adelantado a su tiempo».

En la década de 1920, ha descrito Tim Brady, «Tilden estaba en la vanguardia de un grupo de científicos del Pacífico interesados en los problemas emergentes relacionados con la conservación, producción de alimentos, la dispersión de plantas nocivas y la menguante pesca de la región». En estos temas, pese a que ella no era una estudiosa de la ecología, tuvo la suficiente visión para comprender las conexiones ecológicas entre las algas y la vida en el océano.

La perspectiva de esta científica fue muy avanzada en su época; por ejemplo, escribía en un periódico de Nueva Zelanda: «Las algas marinas forman la base de la vida animal en el mar […]. Su destrucción puede llevar automáticamente a la muerte de todas las poblaciones de peces». Y en la misma línea, predijo los futuros problemas que acarrearía el derramar petróleo al mar. «Es esencial evitar la contaminación de las aguas en las grandes bahías a partir de los barcos petroleros» escribía, esta vez en un periódico de Minneapolis. «El petróleo impide que las algas reciban el aire necesario para sobrevivir. Debido a que éstas forman la base para la vida animal del mar, destruirlas llevaría finalmente a devastar la vida de los peces». Argumentos que fueron vistos con extrañeza cuando Tilden los hizo públicos, defendiéndolos con razonamientos claros y contundentes. El paso del tiempo ha ido confirmando lo acertado y premonitorio de su discurso.

Un activo retiro

Josephine Tilden se jubiló en 1937, cuando tenía 69 años. Optó por mudarse a Florida, un estado que, según relata Tim Brady, le recordaba a Tahití. Allí vivió durante más de veinte años. Ese tiempo, sin embargo, no fue para ella una etapa de descanso y relax; por el contrario, se dedicó a escribir diversos libros y artículos.

Esta notable científica falleció en Florida el 15 de mayo de 1957, y todos sus escritos fueron enviados a la Universidad de Minnesota. Sus colecciones de algas permanecen hoy en el Bell Museum, un importante centro dedicado a la historia natural ubicado en la citada universidad, donde la memoria y el inmenso trabajo de esta extraordinaria estudiosa de las algas están cuidadosamente preservados y debidamente valorados.

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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