Florence Rena Sabin, nacida en el último tercio del siglo XIX, rompió tantas fronteras invisibles para las mujeres, que su nombre, no solo figura entre las grandes de la medicina, sino entre las de quienes más hitos marcaron para su género: fue una de las primeras científicas en medicina, la primera que llegó a dar clase en una facultad y la primera que logró cambiar leyes que mejoraron la vida de millones de personas promoviendo la sanidad pública. En ciencia, ha pasado a la historia por explicar el desarrollo del sistema linfático y sus hallazgos sobre los vasos sanguíneos.
Florence R. Sabin nació un 9 de noviembre de 1971 en Central City (Colorado, Estados Unidos) de un ingeniero de minas y una maestra que murió cuando era niña. Trasladada con su hermana a vivir con su tío Albert a Chicago y Vermont, fue él quien despertó en la niña una precoz pasión por la naturaleza y la música, aunque luego su vida tomaría otros derroteros. Era una familia que apoyaba sin fisuras la educación de las mujeres.
Al parecer, desde muy joven Florence se interesó por la vida de un antepasado suyo que fue médico llamado Levi Sabin, al que su padre hubiera querido emular, y empezó a albergar en secreto el deseo de dedicarse a la medicina. Desde secundaria ya se hizo evidente su talento para la ciencia. Se dio la circunstancia de que, en 1893, el mismo año que ella se graduaba en el Smith College, por primera vez la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins admitió matricular a mujeres, lo que era su deseo. Pero la familia Sabin no podía costearle esos estudios, así que durante unos años dio clases de matemáticas y zoología para conseguir el dinero necesario. Finalmente, en 1896, ingresó en esa universidad, siendo aquel curso una de las escasas 14 mujeres de una clase de 45 personas.
Fue allí donde coincidió con su compañera y amiga Dorothy Reed Mendenhall. A ninguna de las dos les gustaba el ambiente que tenían que soportar. En una carta a su hermana, Florence le decía: «No parece que trabaje bien bajo esta presión. Necesito un ambiente tranquilo y plácido… Nunca tengo tiempo para investigar». El único lugar donde se sentía feliz era en el laboratorio, donde su perseverancia y su capacidad de observación llamaron la atención del anatomista Franklin P. Mall, alejándola para siempre de la práctica médica.
Mall la animó a participar en dos proyectos que hoy forman parte de su legado científico. Uno consistió en realizar un modelo tridimensional del tronco encefálico de un bebé recién nacido. Aquel modelo se convertiría en 1901 en el foco del reconocido libro de texto de Medicina Atlas de la médula y el cerebro medio. El otro proyecto buscaba discernir el desarrollo embriológico del sistema linfático humano. Florence concluyó que se forma a partir de los vasos sanguíneos del embrión y no de otros tejidos, como se creía. Antes de terminar la carrera, en 1900, ya había escrito su primer artículo científico (Sobre las relaciones anatómicas de los núcleos de recepción de los nervios coclear y vestibular). Todo un hito para una joven científica en aquellos tiempos.
Boicot a las mujeres
Al año siguiente, en la Johns Hopkins se le concedió una beca para trabajar con Mall en el departamento de Anatomía, donde había demostrado su talento para la investigación anatómica. Como a comienzos del pasado siglo la universidad no quería contratar mujeres, la financiación de sus investigaciones procedía de un grupo externo que dedicaba fondos a apoyar a las científicas. Los artículos que publicó gracias a esta ayuda volvieron a poner de manifiesto su excepcional habilidad investigadora. Finalmente, le dejaron dar clases; primero como ayudante y en 1905 como profesora asociada, siendo la primera mujer en conseguirlo.
Cuando en 1917 Mall murió, se esperaba que Florence R. Sabin fuera elegida su sucesora en la dirección de Anatomía. Por desgracia, su género seguía siendo un hándicap y, pese a las protestas de muchos estudiantes, se eligió a un exalumno de Mall que no tenía tantos méritos, pero era hombre. Como consuelo, la nombraron profesora titular de Histología, siendo de nuevo pionera en ocupar ese puesto, en el que estuvo siete años.
En 1925, cansada de la discriminación machista en esa institución, se trasladó al Instituto Rockefeller, creado en 1901 en Nueva York para la investigación médica. Allí podía trabajar a tiempo completo en ciencia y con un equipo a su cargo, pues fue nombrada directora de la sección de inmunología celular. De nuevo, a sus 54 años, era la primera en abrir otra puerta a las mujeres como miembro de pleno derecho del prestigioso centro de investigación.
Los reconocimientos a su trabajo desde entonces fueron a más. Ya en 1924 había sido nombrada presidenta de la Asociación Estadounidense de Anatomistas –de nuevo pionera en conseguirlo–, y en 1926 también sería la primera en formar parte de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
Como investigadora, y en su faceta como miembro del comité científico de la Asociación Nacional de Tuberculosis, creado para controlar la enfermedad, Florence se centró en las células inmunes. Quería averiguar el papel de los glóbulos blancos en la defensa contra las enfermedades como esa infección. En el Rockefeller dirigía un gran equipo que aplicaba métodos científicos modernos a problemas médicos cotidianos y, no solo era responsable de importantes investigaciones, sino que capacitaba a la que sería la siguiente generación de científicos en el campo médico. Creaba escuela.
En 1938, cuando tenía 67 años, se jubiló, si bien siguió participando activamente en la comunidad científica a través de su correspondencia con colegas o asesorando cuando así se lo pedían. Pero no se quedó ahí.
Tras siete años de tranquilo retiro, en 1944, el gobernador del estado de Colorado le propuso participar como asesora sanitaria en el Comité de Planificación de la Posguerra. Aquello fue un revulsivo en su vida. Durante un año, Florence investigó sobre la crónica falta de fondos y de personal en los servicios sanitarios públicos. Al final, envió al político una carta en la que destacaba “lo atrasado” que estaba el estado en salud pública. Como sabía que la legislación sobre atención médica había sido rechazada siempre por los dirigentes en el poder, se mostró implacable en su demanda de una reforma sanitaria, batalla en la que se implicó al cien por cien.
Pese a su edad, se recuerda que ni las fuertes tormentas de nieve impedían que diera discursos en defensa de las reformas, acusando directamente a quienes se oponían a mejorar la situación sanitaria de la población. Todos esos esfuerzos dieron como resultado la aprobación de un conjunto de leyes que llevarían su nombre, las llamadas “Leyes de Salud Sabin”, que lograron modernizar la asistencia en todo el estado. Entre otras medidas, se aumentaron las camas hospitalarias para tratar la tuberculosis y en poco tiempo hubo una reducción significativa de los casos.
En una intervención ante el Comité de Salud Estatal de Illinois en 1947, Sabin comentaría que el gobernador la había elegido para esa investigación porque era conocida y pensó que, al ser ya “una anciana”, no iba a lograr nada. Pero le salió mal la estratagema, ya que se topó con una mujer acostumbrada a llegar hasta el final en la defensa de aquello en lo que creía. Ya tenía 76 años cuando fue nombrada gerente de salud en la ciudad de Denver, cargo que aceptó, aunque no así el salario correspondiente: durante tres años lo donó a la investigación médica, lo que da idea de su compromiso con la ciencia.
Jubilada por segunda vez, en 1948 dejó el puesto pero mantuvo su implicación en la defensa de la sanidad pública. Finalmente, 3 de octubre de 1953 falleció por un ataque cardiaco y fue incinerada en su ciudad.
En reconocimiento por su dedicación a la ciencia médica y la salud pública, el departamento de Medicina de la Universidad de Colorado se bautizó como Edificio Florence R. Sabin para la Investigación en Biología Celular. Más tarde, en 1959, Colorado donó una estatua suya a la Colección Nacional del Salón de las Estatuas y en 1973, fue incluida en el Salón Nacional de la Fama de las Mujeres. Más recientemente, en 2005, la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins honró el legado de Florence Sabin nombrando una de sus cuatro facultades en su honor. Le hubiera gustado saber que era reconocida en el lugar donde tanta discriminación tuvo que sufrir.
Referencias
- Ashton D. Hall and Julia E. Kumar, Dr. Florence Rena Sabin (1871–1953): Remaking the Face of Medicine, Journal of Medical Biography, 2023
- Robert Tennent, Obituario, Br Med J. 2 (4843) (1953) 996-998
- Dr. Florence Rena Sabin, Changing the face of Medicine
- Florence Rena Sabin, Britannica
- Florence Rena Sabin, Wikipedia
Sobre la autora
Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.