Un vestido del siglo XIX con un secreto meteorológico entre sus costuras

Ciencia y más

Cuando Sara Rivers Cofield encontró un vestido abullonado de color naranja óxido de 1880 en una tienda de antigüedades de Maine, no tenía ni idea del desafío tan inspirador que había entre sus capas de seda. Rivers Cofield es arqueóloga en el MAC Lab de Maryland e investiga la moda histórica, mezclando su carrera profesional con su afición.

El misterio del criptograma entre costuras

Durante sus investigaciones Sara ha encontrado de todo en los bolsillos de la ropa de otros siglos, pero esta es la primera vez que descubre algo tan misterioso oculto entre las costuras de un polisón de seda. Las palabras en los trozos de papel que descubrió parecían no tener sentido. Se le ocurrió publicar la imagen de las notas y del vestido en su blog y lanzó el reto a sus lectores. Al poco tiempo, los blogueros lo incluyeron entre los cincuenta códigos sin resolver más famosos del mundo.

Primer papel encontrado y vestido. Imagen: Sara Rivers Cofield.

En 2022, Wayne Chan resolvió el misterio y publicó sus hallazgos en 2023. Aunque no se trataba de espionaje ni de secretos internacionales, ese cifrado contenía información que, de alguna manera, cambió la vida de los estadounidenses y del resto del mundo. Wayne intuyó desde el principio que se trataba de un código telegráfico y necesitó casi cuatro años para descubrir cuál de todos era. Al examinar los datos enumerados, Chan dedujo que estos mensajes habían sido enviados a la División de Telegramas e Informes para el Beneficio del Comercio el 27 de mayo de 1888. Ese organismo, perteneciente por entonces al Cuerpo de Señales del Ejército de los Estados Unidos (USASC), es hoy el Servicio Meteorológico Nacional, una agencia de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA). Los papeles del vestido contenían una serie de telegramas abreviados con informes meteorológicos enviados a esa ubicación central en Washington.

Un punto de inflexión en el pronóstico del tiempo

Después de siglos de tormentas inesperadas y cosechas perdidas por las heladas que nadie auguraba, la posibilidad de predecir el tiempo meteorológico fue un logro revolucionario para la humanidad. Hasta mediados del siglo XIX, la observación y la búsqueda de patrones eran la base de las predicciones, pero esto estaba lejos de ser exacto. Las comunicaciones entre lugares geográficos permitían intuir la llegada de lluvias o la cercanía de un huracán, pero el correo postal era lento. Los dispositivos para registrar medidas, como barómetros, calculadoras de punto de rocío y anemómetros, se perfeccionaron a mediados del siglo XIX. Había mucho interés en intentar comprender la naturaleza del tiempo. En Estados Unidos, una red de voluntarios registraba observaciones meteorológicas que se centralizaban en varias sedes destinadas a elaborar patrones. La ciencia ciudadana irrumpía con fuerza.

Fue un instrumento que nada tiene que ver con los citados anteriormente el que marcó un punto de inflexión en el pronóstico del tiempo: el telégrafo eléctrico; con él, se disponía rápidamente de registros meteorológicos que se tomaban a la misma hora en distintos observatorios y con estos datos se elaboraban mapas de análisis, que son los que aparecieron antes de los de predicción. Joseph Henry (1797-1878) fue el impulsor de este progreso.

Por primera vez, en 1839, el telégrafo conectó las ciudades estadounidenses de Baltimore y Washington y se abrió una nueva era en las telecomunicaciones. Por otro lado, en 1846, se fundó en Washington la Smithsonian Institution con el objetivo de aumentar y difundir el conocimiento. Durante el primer año de su mandato en el Smithsonian, Henry encargó un informe al matemático Elias Loomis (1811-1889) sobre el estado de los conocimientos meteorológicos en el país, para conocer qué necesidades había y desarrollar un programa de Meteorología. Para llevarlo a cabo, se contó con una red de colaboradores que efectuaban observaciones meteorológicas diarias. A partir de 1849 comenzaron a transmitirse por telégrafo al Smithsonian. En 1856 ya se podía confeccionar cada día un mapa que mostraba las condiciones meteorológicas en las zonas donde llegaban las líneas del telégrafo y en las que había observadores. Unas doscientas estaciones meteorológicas en Estados Unidos y Canadá transmitían sus observaciones sobre el tiempo al menos tres veces al día. A las tres horas de informar al Smithsonian, se elaboraban los mapas meteorológicos. Los mapas se colocaban en el exterior del edificio del Smithsonian y se publicaban también en un boletín local.

Mensajes meteorológicos codificados

Los mensajes que llegaban al Smithsonian estaban codificados y constaban de seis palabras: la ciudad, la presión barométrica, el punto de rocío, la temperatura, la nubosidad y la dirección y velocidad del viento. Día tras día, los profanos enviaban sus datos mientras los científicos trabajaban arduamente para predecir sus patrones.

Los dos trozos de papel arrugado que encontró Sara contenían cadenas de texto aparentemente sin sentido: una línea, por ejemplo, decía «Bismark, omit, leafage, buck, bank», mientras que otra decía «Calgary, Cuba, unguard, confute, duck, fagan». La seda de la prenda estaba en buenas condiciones y todavía tenía los botones originales, que mostraban imágenes de Ofelia del Hamlet de William Shakespeare.

Un examen más detallado del vestido reveló una etiqueta de papel cosida en el corpiño con el nombre Bennett escrito a mano. Cuando Sara dio la vuelta del revés al vestido, apareció un compartimento oculto detrás de la sobrefalda, concretamente debajo de un precioso polisón de capas y capas de seda. Tras una inspección más detallada, vio que había trozos de papel arrugados.

Sara supuso que tanto el vestido como el papel probablemente databan de la década de 1880. Lo que no pudo descifrar fue el significado de las líneas de texto, muchas de las cuales comenzaban con el nombre de un lugar, seguidas de verbos y sustantivos aparentemente aleatorios. También había números entre líneas y cada línea está marcada con un color diferente; se podían leer notas extrañas de tipo horario en el margen: 10 p.m., 1113 p.m. y 1124 p. Con toda esta información, Wayne dio con la pauta: se trataba de información relacionada con el telégrafo.

¿Por qué codificar un telegrama?

Para que los telegramas no fueran tan caros, se desarrolló una especie de taquigrafía. Como las empresas de telégrafos cobraban según el número de palabras de un telegrama, se hicieron populares los códigos para comprimir un mensaje y utilizar menos palabras. Los códigos telegráficos también se creaban a menudo para garantizar la privacidad, ya que pasaban por muchas manos antes y después de ser enviados. Los organismos encargados de hacer cumplir la ley, por ejemplo, solían utilizar códigos secretos. Pero también lo llevaron a cabo las empresas mineras, las tiendas de comestibles, las empresas de semillas, los bancos, los ferrocarriles e incluso los cineastas en los primeros tiempos del cine.

Imagen: Library of Congress.

Wayne Chan, que trabaja como analista en el Centro de Ciencias de Observación de la Tierra de la Universidad de Manitoba y resuelve códigos como hobby, decidió dedicarse en unas vacaciones a investigar un misterio que ya llevaba diez años sin solución. Después de una búsqueda infructuosa en aproximadamente 170 libros de códigos telegráficos, decidió aprender más sobre la era del telégrafo. Chan encontró un libro antiguo llamado Telegraphic Tales and Telegraphic History que contenía una sección sobre el código meteorológico utilizado por el USASC. Los ejemplos del libro parecían similares a las palabras clave del vestido, lo que le llevó a creer que el código estaba relacionado con el tiempo.

Las observaciones meteorológicas tuvieron que condensarse, al igual que otros mensajes telegráficos, para ahorrar dinero. Se publicaron varios libros de códigos para uso de los observadores meteorológicos. Wayne encontró algunos extractos de dichos libros en Internet pero necesitaba el libro completo si realmente quería decodificar todos los mensajes de manera rigurosa. Después de mucha labor investigadora contactó con Katie Poser, la bibliotecaria de la NOAA en Silver Spring, que le proporcionó una copia de un libro de códigos meteorológicos, publicado en 1892. No era exactamente el libro que necesitaba pero con él supo que estaba en el buen camino.

Cada línea escrita en los papeles indicaba observaciones meteorológicas en un lugar y hora del día determinados, que fueron telegrafiadas a una oficina central del USASC en Washington. El formato de los mensajes meteorológicos en ese momento era el siguiente:

Cada uno comenzaba con la ubicación de la estación, que no estaba codificada, seguida de palabras en clave para temperatura/presión, punto de rocío, dirección de precipitación/viento, observaciones de nubes y observaciones de velocidad del viento/atardecer.

Así, por ejemplo, la línea «Bismark, omit, leafage, buck, bank» significaba que en Bismarck, la temperatura era de 56 grados Fahrenheit y la presión barométrica era de 30,08 inHg, información codificada en la palabra «omit». La palabra «leafage» indicaba que el punto de rocío era de 32°F a las 10 p.m. Los cielos estaban despejados, sin precipitaciones y con viento del norte («buck»), que soplaba a 12 millas por hora («bank»). Wayne también utilizó mapas meteorológicos diarios antiguos del USASC, que le proporcionó la Biblioteca Central de la NOAA, con los que pudo confirmar que los datos se tomaron el 27 de mayo de 1888.

Más indagaciones

Rivers Cofield señala que el vestido, aunque hermoso y elegante a nuestros ojos modernos, no era exactamente lo que alguien usaría para un baile. Era más bien el atuendo informal cotidiano en una oficina. Además de las mujeres colaboradoras en la red de observadores de datos, Chan también ha documentado que varias mujeres trabajaron como personal administrativo en las oficinas de Washington para el USASC en la década de 1880. Sin embargo, no encontró a ninguna mujer llamada Bennett entre el personal de oficina. Había un hombre llamado Maitland Bennett trabajando allí como empleado durante este período, y su esposa podría haber sido una posible dueña del vestido, pero estaba embarazada de ocho meses y el corte del vestido no era adecuado para su estado. Se mantiene el misterio; ¿quién era la mujer que guardaba los mensajes meteorológicos en un bolsillo secreto cerca de sus enaguas un día de primavera?

Rivers Cofield siempre ha sido una apasionada de los vestidos antiguos, pero ahora se interesa también por la historia de la meteorología moderna, por el telégrafo y, por supuesto, por la colaboración ciudadana que tanto aporta a los avances de la ciencia.

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

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