Ayudar al otro fue esencial para sobrevivir en la prehistoria

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Ilustración del cuidado de las personas en el Paleolítico Superior. Andrés Marín/PastWomen, CC BY.

Las primeras representaciones de los homínidos prehistóricos, en el siglo XIX, no se apoyaban en datos científicos. Los retratos les hacían parecer “bestializados”, viviendo en parajes de gran dureza para la supervivencia. Pero los recientes estudios muestran que la cooperación fue fundamental para su supervivencia, lo que nos hace abandonar esa visión hostil de la vida en la Prehistoria.

Un gran ejemplo de esta cooperación se puede ver en la atención que nuestros antepasados ponían en los cuidados al prójimo, de la que encontramos testimonio en los restos fósiles humanos más antiguos. Desde los primeros Homo hasta su última especie, los sapiens, hay casos excepcionales de individuos que superaron sus limitaciones gracias a los cuidados.

Muchas de las enfermedades y lesiones que sufrían los habitantes de esa época hacían imposible que sobreviviesen por sí mismos. Las fluctuaciones climáticas o el acceso a los recursos para alimentarse suponían un reto. Si a eso añadimos los momentos de cambio en la dentición –que dificultaban, a niños y ancianos, comer todo tipo de alimentos–, la fragilidad quedaba patente.

La organización del grupo debía modificarse para cubrir las necesidades de los más vulnerables y garantizar que viviesen. Así, las actividades destinadas a favorecer la alimentación, cuidado e higiene del individuo desde el nacimiento hasta la muerte tenían que tener en cuenta a individuos que en apariencia no colaboraban en ellas y lastraban al grupo.

Ejemplos de cuidados prehistóricos

Dos de los fósiles más antiguos que atestiguan estos comportamientos son el Homo 8 y el Hombre de Kiik-Koba, de 1.8 millones de años, de Olduvai (Tanzania). Ambos presentaban evidencias de artrosis en las extremidades. La artrosis, además de generarles fuertes dolores, les provocaba rigidez en las articulaciones y terminaba deformándolas. Esto probablemente les dificultaba el desplazamiento. Y cualquier complicación en este sentido les ponía en peligro al ser plenamente nómadas. El hecho de que en los fósiles se puedan reconocer dichas patologías quiere decir que estos individuos sobrevivieron con esa enfermedad bastante tiempo, el suficiente para dejar huella, apoyados por su grupo.

La mandíbula de Kanam (500 000 años), perteneciente a un Homo erectus hallado en Kenia, muestra una lesión causada por un osteosarcoma o un osteoma. Independientemente de su naturaleza, la lesión le dificultó la ingesta de alimentos, pero las investigaciones indican que finalmente pudo solventar el problema.

Al igual que en el caso anterior, su enfermedad era incapacitante y estaba en un estado avanzado. El hecho de encontrarlo con evidencia física de ello prueba que fue cuidado, porque de otra forma no hubiera sobrevivido.

Atapuerca, hogar social

En Atapuerca, en la Sima de los Huesos, encontramos a Benjamina, un claro ejemplo de los primeros atisbos de humanidad dentro de los Homo heidelbergensis. Por la naturaleza de su encéfalo, los heidelbergensis son los primeros Homos a los que se les atribuye un tipo de pensamiento más complejo, similar al pensamiento simbólico o abstracto.

Con una datación de uno 400 000 años, Benjamina posee un cráneo deformado, consecuencia de una enfermedad congénita denominada craneosinostosis. Además de impedir un desarrollo normal del cerebro, la craneosinostosis es la causa de diferentes discapacidades intelectuales y muy corta esperanza de vida. Sin embargo, Benjamina, estiman los científicos, vivió hasta los 8-10 años, y se cree que eso se debió a una atención específica.

Miguelón, también Homo heidelbergensis, también en Atapuerca, sufrió una importante infección debido a un golpe en la cara. La infección afectó a uno de sus caninos, extendiéndose y provocándole la muerte. Su estado provocó que el grupo cooperase en sus cuidados, igual que en el caso de Benjamina.

Mucho tiempo después, en Irak, encontramos a Sahanidar 1, neandertal y con patologías muy graves, como deformaciones en el cráneo y en las extremidades derechas. Sahanidar tiene una datación de 50 000 años aproximadamente y vivió unos 40-50 años. Hoy sabemos que era ciego desde la infancia, debido a un fuerte golpe. Dadas las difíciles condiciones de su tiempo, se deduce que su supervivencia se debió al altruismo de otros individuos.

Una especie que se cuida

A pesar de la dificultad para detectar este tipo de comportamientos, cada día se conocen nuevos casos en todo el mundo que demuestran nuestra humanidad. Las papillas como alimento durante el destete o la ancianidad son una de las formas ingeniosas que nuestros antepasados descubrieron con el objetivo de salvar esos retos. La fórmula de las papillas favoreció el aumento de la esperanza de vida durante el Neolítico.

El cuidado de los más desprotegidos es un reflejo evidente de lo que significa ser humano. Lejos de ser un lastre, atender a los vulnerables supone un desafío. Todos los ejemplos que hemos puesto defienden la existencia de una sociedad compleja

Las “sociedades complejas” son aquellas en las que existe un tamaño poblacional que permite la especialización del trabajo como forma eficiente de evolución. Si cada individuo realiza una o unas tareas concretas, todos dependen unos de otros para la obtención de recursos, ya sean bienes o servicios.

La cooperación y la solidaridad hablan entonces de conductas sociales avanzadas. Los grupos optaron por cuidar de sus semejantes en lugar de abandonarlos ante la acción de carnívoros o depredadores. Al incorporar esto dentro de las actividades de supervivencia, había una división del trabajo y eso les lleva a constituir sociedades en las que los usos y costumbres –como pueden ser las normas, leyes o sistemas jurídicos– van cobrando protagonismo a medida que se complejizan.

Estos descubrimientos sobre la Prehistoria indican que el progreso en todas sus líneas de avance solo es posible mediante la aceptación de lo diferente, el cuidado y el trabajo en equipo.The Conversation

Sobre la autora

Cristina de Juana Ortín, Personal docente e investigador, miembro del grupo de investigación ART-QUEO, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.

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