En los seres humanos, la idea de familia es, cada vez más, un concepto muy amplio donde caben muchas estructuras y relaciones. Para algunas personas, la familia de verdad, la que sienten como tal, es la que han elegido y no la que determina la genética. En el mundo animal, en los animales con más dimensión social, la manada es su familia.
Rita Miljo, sin formación en primatología y solo su pasión por los animales como motivación, demostró que los babuinos podían, también, formar familias sin que la genética jugase necesariamente un papel, y lo hizo en un entorno en el que la muerte de estos animales no solo no se lamentaba, sino que se fomentaba por ley. A pesar de ello, logró salvar a varios cientos y convertirse en una experta internacional en babuinos.
Rita Miljo nació como Rita Neumann el 18 de febrero de 1931 en un pequeño pueblo del este de Prusia cerca de lo que hoy es Kaliningrado, en Rusia. Eran dos hermanos en una familia de clase media y ella, desde pequeña, soñaba con ser veterinaria. Sujeta a una estricta vigilancia por parte de su madre, el permiso que tenía para participar en actividades propias de su edad era muy limitado.
A los 8 años se unió a la Liga de Muchachas Alemanas, la rama femenina de las Juventudes Hitlerianas. Años después, recordando esa época, explicaría que era “joven e ingenua” y que solo más tarde se dio cuenta de la “locura total” a la que estaban sometidos durante el nazismo. Mientras perteneció a la organización, fue capaz de disfrutar de algo más de libertad y de participar en competiciones deportivas en las que pronto destacó. En pocas semanas se convirtió en una de las jefas del grupo provincial.
Su padre fue llamado a filas cierto tiempo después pero, tras la invasión de Polonia en 1939 que dio comienzo a la Segunda Guerra Mundial, mostró su desacuerdo con las acciones del régimen nazi y ella dejó de participar en las organizaciones juveniles. Cuando la guerra terminó en 1945, la familia se trasladó a Baviera y terminó asentándose en Hamburgo en busca de oportunidades laborales y mejor educación para los niños. Allí su padre encontró trabajo en la administración y ella comenzó a asistir a un instituto femenino.
Terminó la enseñanza básica en 1949 y aún tenía la idea de estudiar para convertirse en veterinaria, pero en la Alemania de la posguerra se daba prioridad para entrar en la universidad a los exsoldados que habían participado en la contienda, por lo que ella se quedó fuera. Realizó algunos cursos relacionados con la psicología pero era algo que no le interesaba demasiado y terminó dejándolo. En ese momento su madre fue diagnosticada de cáncer. Cuando murió en 1951, aceptó un trabajo en una fábrica y se llevó a su hermano a vivir con ella.
Primer trabajo con animales en un zoo
Tiempo después, cuando su padre volvió a casarse, su hermano volvió a la casa familiar y ella pudo, durante un tiempo, cumplir su sueño de trabajar con animales al entrar a trabajar en el zoológico Tierpark Hagenbeck. En esa época conoció a Lothar Simon, estudiante de ingeniería de minas, con quien inició una relación amorosa. Al terminar sus estudios, Simon obtuvo un puesto de trabajo en Sudáfrica, y ella decidió acompañarle, esperando que su nuevo destino le facilitase seguir trabajando en el cuidado de animales. Aunque, antes de que ella llegase, él había tramitado su permiso de trabajo y encontrado para ella un trabajo de oficinista.
Gracias al éxito de Lothar trabajando en minas de oro, la pareja pronto tuvo una situación económica suficientemente desahogada como para que ella pudiese dedicarse a su pasión por la fauna salvaje. Los fines de semana, Neumann salía de Johannesburgo, la capital, y viajaba al Parque Nacional Kruger. Allí aprendió la historia de su país de acogida de la mano del ornitólogo local, y ambos visitaron Zambia y Zimbabue, países vecinos, para estudiar las aves locales. Ella hacía de asistente ayudándole a registrar los avistamientos y descubrimientos que realizaban.
En esa época aprendió a pilotar una avioneta, y ante la negativa de los instructores, hombres, de enseñarle a hacer acrobacias aéreas, se compró un libro y aprendió por su cuenta.
En 1963 compró una parcela de veinte hectáreas junto al río Olifants, en la provincia sudafricana de Limpopo, y empezó a pasar allí mucho tiempo, primero acampada en una tienda de campaña y después en una cabaña a la que solía ir con su hija. En 1972 su marido y su hija murieron en un accidente de avioneta que él pilotaba. Ella no se iría de Sudáfrica, y años después volvió a casarse con un afrikáner, un sudafricano descendiente de los primeros colonos, principalmente holandeses, que llegaron a esta zona de África.
Booby, la primera babuina
En 1980, Miljo (cambió su apellido por el de su marido al casarse) estaba de expedición en Angola cuando descubrió una cría de babuino chacma que había sido abandonada. En esa época, estos animales eran considerados legalmente una plaga en Sudáfrica, y estaba prohibido adoptarlos o cuidarlos. Se fomentaba que los cazadores les disparasen. Desafiando esa normativa, Miljo recogió a la pequeña babuina, a la que llamó Bobby, y la llevó consigo, introduciéndola de forma clandestina en el país.
Aunque no tenía formación científica ni experiencia en el rescate de animales, Miljo sentía una fuerte inclinación a llevar a cabo esta tarea siguiendo los pasos de otras conservadoras como Dian Fossey con los gorilas en Ruanda, Jane Goodall con los chimpancés en Tanzania o Biruté Galdikas con los orangutanes en Indonesia. Empezó a rescatar distintos animales heridos o abandonados, desde puercoespines hasta pájaros.
En 1989 fundó oficialmente el Centro para la Rehabilitación y la Educación Animal (CARE, por sus siglas, que es además la palabra en inglés para “cuidado”). Para entonces ya se había enfocado principalmente en el rescate y la conservación de babuinos, aunque seguía haciendo hueco para cualquier otra especie que lo necesitara, de manera que en el refugio había también cocodrilos, hipopótamos, suricatos o búfalos, entre otros.
El objetivo de su organización era recoger y criar crías de babuinos que habían quedado abandonados o curar a los que estuviesen heridos, así como investigar y desarrollar métodos para reintroducirlos en sus hábitats naturales una vez que pudieran valerse por sí mismos. Desarrolló un protocolo para llevar a cabo este objetivo.
La familia (babuina) que se elige
El primer paso era asignarles una madre adoptiva humana, que los alimentaba con un biberón y se mantenía en contacto directo con ellos cargándoles atados al cuerpo durante todo el día. A medida que crecían iban pasando cada vez más tiempo con otras crías y sus respectivas madres adoptivas, de manera que en torno a los seis meses ya tenían contacto con una pequeña manada. Esos grupos, una vez que aprendían a conseguir comida por sí mismos, eran reintroducidos en la naturaleza juntos, algo que despertó cierto escepticismo entre la comunidad de primatólogos. Sin embargo, el método funcionaba: un año después de la primera reintroducción, el 70 % de los babuinos había sobrevivido.
En esa época, Miljo pudo demostrar que las manadas podían formarse con individuos que no tuviesen relaciones familiares directas, algo que chocaba con la creencia asumida hasta entonces de que las manadas se formaban solo por línea descendente materna, esto era, que las hembras y sus crías se mantienen juntas y los machos en edad de apareamiento van y vienen de unos grupos a otros buscando hembras en celo. Las manadas que se formaban en el centro CARE no respondían a estos esquemas y aún así se mantenían unidas y funcionaban.
A pesar de su experiencia directa con estos animales, su falta de formación académica dificultó que sus hallazgos fuesen tenidos en cuenta como merecían: cuando contaba que los babuinos mostraban rasgos sociales evidentes, se la acusaba de estar atribuyéndoles características humanas.
El activismo animal contra las leyes de la época
También tuvo que hacer frente a las leyes sudafricanas que consideraban a los babuinos una plaga a eliminar, según las cuales los cazadores podían dispararles o envenenarlos incluso dentro de su propiedad. En varias ocasiones tuvo que reembolsar a los clubs de caza el precio de las balas que los cazadores habían usado para matar a los babuinos que ella tenía acogidos en su refugio.
En 1995, Sudáfrica firmó el Convenio sobre la Diversidad Biológica, lo que daba esperanzas para que la situación legal de los babuinos y otros animales cambiase. Sin embargo, otros cambios políticos de calado (el fin del Apartheid) se desarrollaron en la misma época y esto fue retrasando ese objetivo. La ley siguió en vigor hasta 2007.
CARE llevó a cabo la segunda reintroducción de babuinos en 1996: dieciocho individuos en la Reserva Natural de Mosdene, que para entonces había perdido toda su población de estos animales. Diez años después, el número había subido a cuarenta y cinco. En 2002 un grupo de babuinos fueron rescatados de laboratorios donde el ejército francés llevaba a cabo pruebas con radiación. Cuando meses después fueron liberados de nuevo en su hábitat, el expresidente de Sudáfrica Nelson Mandela estaba presente para mostrar su apoyo al esfuerzo de Miljo y su equipo. De los animales que formaban de esa manada, seis fueron asesinados, dos por disparos, y uno de los grupos envenenado. El resto de los animales fueron recapturados y llevados de nuevo al centro CARE para mantenerlos a salvo hasta que pudieran ser liberados de forma segura.
En total, en torno a 250 babuinos fueron liberados en los últimos veinte años de la vida de Miljo. Para los animales más ancianos para los que la reintroducción en la naturaleza no era una opción, CARE proporcionaba un entorno seguro donde recibían alimentación y cuidados. Además, fundó otro proyecto para una reserva de leones y un programa de conservación del mono azul, otra especie de mono amenazado.
Al envejecer, fue delegando la gestión diaria del centro CARE, pero no abandonó la causa de la defensa de los animales y sus hábitats naturales, y siguió siendo reconocida como una experta mundial en babuinos. Miljo murió el 27 de julio de 2012 en un incendio que arrasó su casa y el centro. En el fuego también murió Bobby, la primera babuina que rescató en aquella excursión por Angola. En la provincia de Limpopo, donde está el centro, ahora es ilegal matar a los babuinos.
Referencias
- Michael Blumenthal, Because they need me: Rita Miljo and the orphaned baboons of South Africa, New York : Aequitas Books/Pleasure Boat Studio, 2016
- Michael Blumenthal, Learning to Speak Baboon, Washington Post, 19 octubre 2008
- Remembering Rita Miljo, the “Mother Teresa of Baboons”, IPPL, 1 agosto 2012
- Rita Miljo, Wikipedia
Sobre la autora
Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.