Tessa Verney Wheeler, arqueóloga, divulgadora y maestra

Vidas científicas

Una conocida imagen de una excavación arqueológica es la que la divide como un damero, en unas cuadrículas que permiten organizar los hallazgos. Detrás de esa técnica, hoy fundamental, está una de las mujeres que más hizo por este área de la investigación en las primeras décadas del siglo XX. Se trata de Tessa Verney Wheeler, cofundadora del Instituto de Arqueología de Londres y una pionera en los estudios sobre la presencia romana en las islas británicas. Su legado va más allá de los espectaculares mosaicos que sacó a la luz. Gracias a su tesón, creó una escuela que animó a muchas otras mujeres a seguir su camino y, pese a que la sombra de su marido era alargada, destacó por sus méritos.

Tessa Wheeler en Verulamium. Fuente: Trowelblazers.

La historia de Tessa Wheeler comenzó en Johannesburgo (Sudáfrica) en 1893, en una familia de clase media que, siendo ella aún niña, se trasladó a vivir a Londres. Fue en esta ciudad donde, entre 1911 y 1914, estudió historia en el University College de Londres, en un momento en el que el feminismo tomaba fuerza con las sufragistas a la cabeza. Eran tiempos en los que las mujeres no solo no votaban sino que ni siquiera podían compartir salas en la universidad con sus colegas masculinos. En las aulas conoció a su marido, un joven y apuesto arqueólogo llamado Robert Eric Mortimer Wheeler, con quien se casaría poco antes de comenzar la Primera Guerra Mundial y que llegaría a tener el título de Sir. Durante ese conflicto, Mortimer fue destinado al frente occidental, siendo condecorado.

Tras el armisticio, Mortimer fue nombrado conservador de Arqueología y más tarde director del Museo Nacional de Gales. Instalados en Cardiff, y ya con un niño, en 1920, ambos comenzaron a trabajar juntos en unos yacimientos romanos que los harían famosos, en concreto, en Segontium (1921-1922), en Gaer (1924-1925) y en Caerleon, lugar donde Tessa siguió trabajando en solitario cuando su esposo fue nombrado conservador del Museo de Londres, en 1926. Fue en estos lugares donde la joven científica empezó a utilizar técnicas de arqueología que hoy son básicas para las excavaciones en todo el mundo, como son las cuadrículas (entonces de cuatro por cuatro metros y hoy, casi siempre, de uno por uno), el registro con siglas de los hallazgos en cada una de ellas o los análisis estratigráficos. Ese método pasó a la historia como método Wheeler, más tarde perfeccionado por una alumna de Tessa llamada Kathleen Kenyon y rebautizado como método Wheeler/Kenyon.

Los mosaicos romanos, metáfora de una vida

En Caerleon, su equipo sacó a la luz el que es el anfiteatro romano mejor conservado de toda Gran Bretaña; y en Verulamium logró excavar un mosaico de un suelo del baño en un palacio romano con todas sus piezas en perfecto estado, siendo uno de sus trabajos que más reconocimiento ha tenido por la forma meticulosa y perfeccionista con la que lo realizó. De hecho, sus excavaciones de mosaicos se convirtieron en su marca profesional y la metáfora de su enfoque de la arqueología y su vida.

Esta capacidad como investigadora fue reconocida no sólo por sus resultados, sino también por el interés que ponía en la formación de los estudiantes, que contagió a su esposo, y su afán de divulgar los hallazgos en charlas y conferencias destinadas al público general. En el libro Arqueología de la Tierra, publicado por Mortimer en 1954, el arqueólogo dejó muy claro el fundamental papel que Tessa tuvo en las excavaciones, al realizar su descripción de cómo debe ser el ‘director ideal’. Era su retrato.

En 1928, también ella consiguió un cargo en el Museo de Londres, como profesora, a la vez que fue elegida como miembro de la Sociedad de Anticuarios. Empeñada en divulgar, continuó junto a su marido con su afán de dar a conocer la arqueología a toda la sociedad, compartiendo sus descubrimientos en periódicos, convencida de que la historia y el arte son patrimonio de todas las personas y no sólo de unas élites sociales de eruditos, como había sido hasta entonces.

Desde el Museo, sin dejar nunca de excavar en nuevos lugares –en una villa romana en Lydney Park (1928-1929), en la ciudad romana Verulamium, en el castro de la Edad de Hierro Maiden Castle, etcétera– la pareja comenzó a formar a jóvenes universitarios interesados en esta disciplina. Se dividieron las tareas: Mortimer les enseñaba la teoría en clases durante el invierno, mientras que Tessa les daba lecciones prácticas durante las campañas de excavación en verano, que es cuando suelen realizarse.

Institute of Archaeology (University College London).

Sobre esta base, decidieron fundar el Instituto de Arqueología, ligado a la Universidad de Londres, en el año 1934. Debido a su creciente fama, no tardaron en llegarles interesados de todo el mundo, muchos de lugares tan alejados como China o Australia. Se dice que durante mucho tiempo pasar una «temporada con los Wheeler» era imprescindible para cualquier aspirante a ser arqueólogo. Entre su alumnado figuraban algunas figuras tan importantes como la mencionada Kathleen Kenyon, que realizó importantes excavaciones en Jericó (Cisjordania). Tessa fue quien organizó muchos de los aspectos prácticos del Instituto, desde las finanzas y la logística hasta la organización del alojamiento de los estudiantes en una residencia cercana.

Pero en su vida no todo fue armonía. Además de bregar con algunos problemas de salud, tuvo que enfrentarse a las muchas infidelidades de su esposo, que era conocido por las numerosas aventuras que tenía con mujeres jóvenes. De hecho, entre sus colegas, era desacreditado por el acoso sexual al que las sometía. Es posible que ambas cuestiones aceleraran el fatal desenlace de la pionera arqueóloga a principios de 1936, cuando tras una intervención menor enfermó de gravedad, hasta que una embolia pulmonar causó su fallecimiento con tan solo 39 años de edad.

Por desgracia, no pudo ver abierto el instituto al que tanto esfuerzo había dedicado, pues no comenzó a aceptar estudiantes hasta un año después de su muerte. Pero su espíritu siguió vivo porque mantuvo vivo lo que siempre fue su máxima: que cualquier persona, tenga el origen o género que tenga, podía dedicarse a la arqueología, que no era algo de hombres privilegiados y con educación tradicional que habían dominado el campo anteriormente.

Prueba de su influencia en generaciones posteriores, quedó de manifiesto en el artículo publicado en 2006 por investigadores de la Universidad de Michigan sobre mujeres pioneras de la arqueología, en el que Tessa Verney Wheeler ocupa un lugar central de toda la red posterior.

Herridge, Victoria (2013). A very incomplete network of early 20th Century pioneering women archaeologists.
Puede descargarse en formato pdf en tamaño original.

Hoy la arqueología no sería lo mismo sin las muchas aportaciones de esta mujer que fue además de arqueóloga, maestra de arqueólogos y divulgadora.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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