Josefina Pérez Mateos: la pionera geóloga de las arenas

Vidas científicas

En tiempos en los que las mujeres españolas estaban bajo la tutela de la Sección Femenina, que coartaba su futuro, una joven mujer de Salamanca logró colarse en el exclusivo mundo masculino de la geología para descubrir muchos de los misterios que encerraban los suelos de nuestro país, los africanos y hasta los de los meteoritos llegados del espacio. Josefina Pérez Mateos, que vivió casi un siglo, a fuerza de tesón logró convertirse en un referente para la ciencia que “lee en las rocas”, una profesión investigadora que combinó a lo largo de toda su vida, con la de farmacéutica.

Josefina Pérez Mateos. Imagen: SGE.

Josefa, como también la llamaban, nació en Ciudad Rodrigo en 1904 en el seno de una familia de clase media. Su padre, que fue militar de “los últimos de Filipinas”, de donde había regresado un año antes, trabajaba en España al servicio de un diputado liberal que se trasladó a Madrid en 1907. Y con él, lo hizo la familia Pérez Mateos al completo. En esta ciudad ella estudió, hizo el Bachillerato y se matriculó, a los 17 años, en la Universidad Central (hoy Complutense) en la carrera Ciencias, si bien poco después optó por cambiarse a Farmacia, una profesión que entonces era, sin duda, mucho más lucrativa que la ciencia.

A los 25, ya tenía su propia farmacia en el centro de la ciudad. Pero su vocación investigadora no se conformaba con ese trabajo, así que dos años después, en 1931, retomó sus estudios de Ciencias, en los que se licenció en 1934 con las más altas calificaciones. Ya durante sus estudios se había interesado por la geología, disciplina sobre la que decidió hacer su doctorado. Como a todo el país, la Guerra Civil dejó sus deseos en suspenso tres largos años. En 1939, tras la victoria del bando golpista, Josefa fue interrogada por su afiliación a UGT, si bien declaró que lo hizo obligada y que no tenía simpatía alguna por los perdedores: ni ella había colaborado en nada con el gobierno anterior. Libre de sospechas para el nuevo régimen, enseguida fue contratada como docente en el Instituto Lope de Vega, que como todos (también la universidad) se encontraba bajo mínimos después de que gran parte de su profesorado fuera depurado o acabara en el exilio.

Por fin, en 1945, Josefina pudo presentar su tesis sobre el color del mineral turmalina, que también fue premio extraordinario. En aquella dura postguerra, el sueldo que tenía como regente de una farmacia era exiguo, pues no conseguía reabrir una propia tras haber sido destruida la suya en la contienda. Optó por presentarse a oposiciones y finalmente logró una plaza como colaboradora científica del nuevo Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), creado por el franquismo en 1939 en sustitución de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE). En concreto, fue nombrada conservadora de la Sección de Mineralogía del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Era el año 1946.

Inmersa en la ciencia de los suelos

Fue desde allí, y mientras también hacía su doctorado en Farmacia, cuando comenzó a investigar diferentes minerales terrestres (como las antimonitas) y también los meteoritos de la colección del museo, un trabajo que presentó años después en un congreso de geología en Argel. Fue durante una estancia científica, en Países Bajos (1948), cuando descubrió la ciencia de estudio de los suelos, la edafología. En España, pocos años antes, se había fundado el Instituto Español de Edafología, Ecología y Fisiología Vegetal, que acababa de reestructurarse, creándose un laboratorio para la petrografía sedimentaria, al que Josefa quedó adscrita al año siguiente como investigadora. Por cierto, en esos años también tuvo gran reconocimiento con su tesis en Farmacia sobre un mineral similar al wolframio, la scheelita, más escaso pero más puro.

Desde entonces, todo su interés se volcó en el estudio de los sedimentos en suelos diferentes zonas. Comenzó por los depósitos en la cuenta alta del río Tajo, pero también analizó muestras del Sáhara Occidental, entonces colonia española, y de otros muchos lugares. Siempre intentando mejorar, en 1952 hizo otra estancia científica en la Universidad de Gotinga (Alemania) para aprender nuevas técnicas, en un momento en el que se contaban con los dedos de las manos las científicas y menos las que lograban colaboraciones en el extranjero. A su regreso, las comenzó a aplicar para analizar los sedimentos de la cuenca del Guadiana, de las costas de Galicia o del levante español. Todo estaba por hacer y ella estaba dispuesta a trabajar duro en que se contara con una buena información de estos sedimentos arenosos.

En esos años, incluso planteó un gran proyecto a su instituto.

Estudiaremos primero las rocas ácidas, granitos, dioritas, gneises y rocas de quimismo análogo, y en segundo lugar las rocas básicas, gabros, peridotitas, anfibolitas y sus análogos geoquímicamente considerados en busca de los minerales que nos interesan.

Lo que buscaba con ello no era solo hacer ciencia pura, sino investigar qué minerales aportan una mayor fertilidad a los suelos, especialmente en zonas tropicales, como Fernando Poo o Guinea, también bajo el poder colonial español. Fue en esa década de los 50 cuando, cada vez más, empezó a intervenir en congresos y simposios internacionales, donde exponía los resultados de sus investigaciones.

Josefina Pérez Mateos. Imagen: SGE.

Tanto trabajo tenía, que durante esa década tuvo que dejar de lado su faceta farmacéutica, de cuyo colegio profesional se dio de baja. Fue al final de esos años 50 cuando, por fin, configuró también su propio grupo de trabajo, a la vez que participaba de la formación de nuevos científicos. Esta faceta docente de nuevos investigadores se reforzó desde 1960, cuando se inauguró en Madrid el “Cursillo de Sedimentología”, organizado por ella misma, un ciclo que fue muy práctico y se convirtió en una auténtica escuela de futuros geólogos interesados en esta especialidad. Fueron también años de numerosas publicaciones sobre las arenas de cuencas fluviales y arenales costeros gallegos. Algunos tenían gran importancia práctica para comprender el deterioro de construcciones históricas, en función de sus minerales. Una de las obras más significativas la publicó entonces. Es su monografía Análisis mineralógico de arenas: métodos de estudio, que ya ha sido superada por las nuevas tecnologías.

En los años 60, también ejerció de tesorera de la Sociedad Española de la Ciencia del Suelo, pero sobre todo siguió analizando muestras de sedimentos, muchas recogidas por ella misma en sus viajes, otras por sus colaboradores, siempre tratando de compaginar esa ciencia con la farmacia que había logrado reabrir con esfuerzo, hasta que la traspasó de forma definitiva en 1965. En todas las reuniones a las que acudía, las geólogas seguían siendo una excepción. Un ejemplo de tantos fue la III Reunión de Geología del NW Peninsular de 1960, donde de setenta personas solo cinco eran mujeres y una era la esposa de un científico americano.

A comienzos de los años 70 comenzó también participar de la difusión de la ciencia, colaborando con la revista de ciencia y cultura del CSIC, Arbor, con artículos sobre los minerales en el arte o en la arquitectura. No fue hasta los 66 años que logró su puesto de profesora de investigación del CSIC (equivalente a una cátedra universitaria).

En 1972, poco antes de jubilarse, ella misma describiría la importancia de todos sus trabajos en un artículo:

Creemos haber contribuido a despertar con nuestras investigaciones y nuestro trabajo, el interés por estos temas, como lo demuestra el elevado número de personas que han pasado por la Sección a lo largo de estos años para formarse en nuestra especialidad siguiendo nuestros métodos de estudio y practicando nuestras técnicas, tanto licenciados de nuestro país de las Escuelas de Geología de Barcelona, Granada, Sevilla, Oviedo, Salamanca, Santiago de Compostela…, como científicos hispano-americanos de Argentina, Colombia, Venezuela y Chile y otros de Portugal, Brasil, República Árabe Unida, etcétera.

A finales de 1974, con 70 años, Josefina se jubiló, recibiendo meses después la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X El Sabio. Durante años, siguió colaborando en investigaciones sobre mineralogía de la arena, sobre todo en estudios en el delta del Llobregat y en la costa de Málaga, con lo que quedó completado el trabajo sobre todos los arenales costeros meridionales de la península.

El 14 de abril de 1994, a punto de cumplir los 100 años, fallecía a consecuencia de un infarto en Madrid, en la misma casa en la que residió toda la vida con su hermana. Josefina Pérez Mateos es considerada una de las pioneras de la geología en España.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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