Existe un extraño síndrome conocido como síndrome de Frey que consiste en que una persona siente rubor y sudoración en una mejilla, en el área junto a su oreja, cuando come ciertos alimentos o incluso si sueña, piensa o habla sobre ellos. No es grave, pero si incómodo para quien lo padece, que es muy posible que no sepa que fue una pionera neuróloga, nacida a finales del siglo XIX, quien describió ese daño en un nervio que aún es difícil de tratar. Se trata de Łucja Frey, o Frey-Gottesman con su nombre de casada, nacida en 1889 en Leópolis, que ahora forma parte del occidente de Ucrania y está siendo bombardeada por Rusia desde hace meses.
Lucja Frey nació el 3 de noviembre de 1889 en una ciudad que en aquellos tiempos era parte del Imperio austrohúngaro y un centro científico y cultural. Era hija de un contratista de obras, Szymon Symcha Frey, y su mujer, Dina. La suya era una familia judía de las muchas que vivían en la ciudad. Tras su paso por escuelas católicas y judías, a los 19 años, Lucja se matriculó en filosofía en la Universidad, aunque no tardó en cambiar a las matemáticas, que la atraían más. Se graduó en 1913 y unos años después comenzó medicina, dando muestras de su afán por continuar con unos estudios que no eran nada habituales en aquellos años para mujeres, aún menos si, como ella, no tenían un entorno cultural o científico en sus familias.
Desde un principio, la vida no le iba a poner fácil su carrera científica. Debido a la guerra polaco-ucraniana, tuvo que abandonar un curso sus estudios para trabajar en la sala neuropsiquiátrica del Hospital Estatal de Leópolis, bajo la tutela del especialista Kazimierz Orzechowski, quien en 1920 sería nombrado director de la clínica neurológica universitaria de la capital, Varsovia. Allí iría ella también a terminar medicina, lo que hizo con un expediente excelente. Enseguida, en junio de 1923, entró a trabajar con Orzechowski. Por entonces, ya se hizo conocida en el minoritario mundo de la neurología al publicar algunos prominentes estudios científicos que le darían décadas después mucha notoriedad a nivel mundial, de los que hablaré más adelante.
Pero Lucja no se quedó en Varsovia. A los seis años de estancia, regresó a Leópolis para casarse con el abogado Mark Gottesman y trabajar en el llamado Hospital de la Comunidad Judía. Al año siguiente, tuvo a su hija Danuta. Se cree que tuvo otro hijo en 1939, aunque no es seguro. Para su desgracia, de nuevo una guerra iba a entrar en su vida. El año que estalló la Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético llegó a Lvov y su marido fue arrestado por las agencias de inteligencia soviéticas, acusado de actividad contrarrevolucionaria. No se volvió a saber de él.
De la ciencia al Gueto
Dos años después, la ciudad fue ocupada por las fuerzas alemanas y tampoco tuvo más suerte con el otro bando de la contienda. Lujca, como otros 136 000 judíos, fue trasladada al gueto de su ciudad y obligada a trabajar en una clínica. Desde allí, en marzo 1942, cuando las autoridades alemanas comenzaron a organizar el extermino de los judíos, unas 15 000 personas fueron trasladadas al campo de concentración de Belzec, adonde irían otras 50 000 en agosto. A los 50 000 que quedaron en Leópolis les rodearon con una valla para impedir que salieran del gueto, donde pronto estalló una epidemia de tifus que se llevó a otros muchos miles por delante. A comienzos de 1943, el lugar pasó a ser un campo de trabajo bajo el mando de las SS, hasta que los pocos supervivientes que quedaban fueron llevados a campos de exterminio.
Pero para entonces seguramente Lucja estaba ya muerta. La última prueba de que seguía viva es de abril del año anterior, lo que se sabe porque por entonces hizo una solicitud de permiso de trabajo. Además, el 20 de agosto de 1942 casi todos los pacientes y el personal médico de la clínica del gueto (unas 400 personas) fueron asesinados, así que o murió allí o en Belzec, porque no hubo más noticias de ella ni de su familia.
Pese a su corta carrera científica, antes de que los nazis entraran en su vida y acabaran con ella, como se ha señalado, Lucja había publicado muchos artículos y estudios de casos médicos valiosos de neurociencia. Entre ellos, destacan los que trataron del efecto del veneno vegetal en la degeneración de la médula espinal, la topografía del tronco encefálico, la esclerosis lateral amiotrófica, los aneurismas del plexo medular, los quistes de los ventrículos cerebrales o los tumores del lóbulo frontal. Pero lo que más trascendencia tuvo fue su investigación sobre el síndrome auriculotemporal, conocido por ella como síndrome de Frey.
Este trabajo lo publicó en 1923, el mismo año que se graduó en medicina, en la revista polaca Polska Gazeta Lekarska y en la francesa Revue Neurologique. Describía el caso de un paciente que, debido a una herida de bala en la cara, experimentó síntomas que no podían calificarse en ninguna patología. El caso se remontaba a finales de 1920, cuando un hombre joven fue herido de bala en el lado izquierdo de su mandíbula inferior, tras lo cual la zona se le inflamó durante meses, hasta que comenzó a supurar por la oreja. Al mes de ser operado del conducto auditivo, y mejorar, el paciente notó que mientras comía, el lado izquierdo de su cara sudaba, a la vez que sentía calor en esta zona, lo que llamaba la atención porque enrojecía. Tras la cirugía, resulta que tenía daños en el nervio auriculotemporal y al comer aparecía ese enrojecimiento en la cara, junto con sensación de calor y sudoración.
Frey fue la primera que propuso que casos como éste eran un síndrome del nervio auriculotemporal y además buscó un tratamiento para eliminar los síntomas. En su trabajo, no solo presentaba el caso anterior, sino que ofrecía una explicación fisiopatológica a todos los síntomas patológicos que se habían observado. Aunque algunos antes ya habían descrito esos síntomas, ella fue la primera que observó que su aparición era un trastorno de las fibras nerviosas simpáticas y parasimpáticas, por lo que pasó a la literatura médica con su apellido, una nomenclatura que fue introducida por un colega en 1926.
Fue una pena que la Segunda Guerra Mundial truncara los logros científicos de Lucja Frey respecto a los de otros colegas de su tiempo, pero en los años que pudo investigar, en cada artículo que publicaba aportaba una nueva cualidad al mundo de la medicina, así que llegó a tener una importante influencia en la creación de los fundamentos de la neurología polaca. Algunos colegas que la conocieron dirían de ella que tenía una “diligencia de hormiga” por capacidad de trabajo, siempre con precisión y una insistente aspiración de ampliar el conocimiento y encontrar una explicación a cada fenómeno examinado. Otros la recordaban como una persona tranquila y modesta, pero trabajadora y metódica con devoción a la objetividad.
Gran parte de su trabajo se publicó tanto en polaco como en francés, ya que en aquella época era bastante común en Polonia que los polacos hablaran francés.
Referencias
- Andrzej Grzybowski and Jarosław Sak, Lucja Frey (1889–1942): Life destroyed by the Holocaust—on the 70th anniversary of her death, Clinics in Dermatology Volume 30, Issue 3, May–June 2012, 355-359
- Andrzej Grzybowski and Jarosław Sak, Łucja Frey (1889–1942), J Neurol. 2016; 263(11): 2358–2359
- Lucja Frey-Gottesman, Whonamedit?
- Łucja Frey, Wikipedia
Sobre la autora
Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.