Ida Barney, la gran exploradora de las estrellas

Vidas científicas

Hay un asteroide orbitando alrededor del Sol, con 6,5 kilómetros de diámetro, que da una vuelta a nuestra estrella cada cuatro años y dos meses. Fue descubierto en 1973 y se llama 5655 Barney.

Ida M. Barney. Yale University.

Es el apellido de la astrónoma y matemática Ida Barney, que vino al mundo en New Haven (Connecticut, Estados Unidos) en 1886, el mismo año que el apache Jerónimo se rendía a los invasores de sus tierras. Durante el siglo que vivió, iba a haber profundas transformaciones en el conocimiento del Universo y la forma de observarlo.

Entre los primeros recuerdos que nos han llegado de Ida está una niñez en la que se convirtió en una entusiasta de las aves, hasta el punto de que llegó a presidir, ya de joven, el New Haven Bird Club. Hija de un profesor de ingeniería civil en la Universidad de Yale, estudió en el Smith College, donde se graduó con 18 años, en 1908, en unos años en el que muy pocas mujeres tomaban el camino académico. Más tarde se matriculó y licenció en Matemáticas en Yale, donde obtuvo su doctorado solo tres años después.

Acabados sus estudios, durante casi una década Ida Barney trabajó como profesora de matemáticas en varios colegios exclusivos para mujeres, como eran en la época, pero la desesperaba el poco interés y escasa comprensión que sus alumnas tenían en la materia que se esforzaba en enseñarles así que, frustrada, acabó dejando de dar clases.

Mujeres “como computadoras”

En un documento de la Sociedad Astronómica Estadounidense (ASS, por sus siglas en inglés) se recuerda cómo Frank Schlesinger, que entre 1920 y 1941 sería director del Observatorio de Yale, ya en 1901 se había manifestado a favor «de emplear mujeres como medidoras y computadoras». Sus argumentos eran, no obstante, poco feministas: «No solo son mujeres disponibles con salarios más bajos que los hombres, sino que para el trabajo rutinario tienen importantes ventajas. Es más probable que los hombres se impacienten después de que la novedad del trabajo haya pasado y son más difíciles de retener» que ellas. De hecho, cuando ya en Yale, el astrónomo inició un grupo de astrónomos aficionados llamado «The Neighbors» (Los Vecinos), se negó a dejar participar a mujeres porque, decía, serían «una carga».

Las 150 000 estrellas de Ida

Los trabajos de Schlesinger en el nuevo Observatorio Allegheny eran de astrometría, una disciplina que exige pasar muchas horas al día acumulando datos sobre los movimientos de las estrellas. Los resultados, decía el astrónomo, tardarían generaciones en verse, algo que, como ya había dicho, en su opinión no importaba a las mujeres. El conocimiento matemático de Ida Barney le venía muy bien y a ella le gustó ese trabajo mucho más que dar lecciones, pese a que era una tarea monótona y aburrida: tenía que medir coordenadas de estrellas en placas fotográficas, marcar sus posiciones y compararlas con datos más antiguos para determinar cómo se movían en el Cosmos.

Página de Transactions of the Astronomical
Observatory of Yale University (1933). Archive.org.

Entre 1922 y 1959 tan intensa fue la labor que realizó, como colaboradora principal, que es autora de hasta 22 volúmenes de catálogos con las posiciones y movimientos de casi 150 000 estrellas. Prácticamente la mitad de todas las situó ella y el resto las supervisó. Fue tal hazaña que, en 1950, el periódico Boston Post destacó su investigación, señalando que sólo se había logrado algo similar 60 años antes, pero con muchos observatorios colaborando. «Es un trabajo de devoción bien hecho, testimonio de la firme voluntad de una mujer que fue delegada para llevar a cabo el sueño de un gran astrónomo», concluía el artículo. Debido a su gran precisión, los catálogos aún son utilizados, así como sus estudios de los movimientos estelares.

Eso si, en esos tiempos lo que se esperaba era que las mujeres trabajaran como hormiguitas a las órdenes de los hombres, pero no que hicieran investigación por su cuenta. Tanto Ida como su colega Annie J. Cannon aportaron sus ideas, aunque sus resultados figuraran luego en beneficio de sus superiores. Barney, no hay que olvidarlo, desarrolló varios métodos que incrementaron tanto la exactitud como la velocidad de las mediciones de estrellas, incluyendo el uso de una máquina que automáticamente centraba las placas fotográficas en tiempos previos a la informática.

Un siglo de cambios en el cielo

También es verdad que fue una mujer de su tiempo y que alguna de sus alumnas se topó con su negativa a introducir nuevas ideas científicas que no hubieran sido validadas por Schlesinger. La astrónoma Ellen Dorrit Hoffleit explicaba en un artículo cómo al final de su vida, aún empeñada en terminar unos catálogos de nuestra galaxia, se quejaba del uso de ordenadores IBM, pese a que gracias a ellos salieron las posiciones con menos errores. Luego, en la introducción de uno de ellos, se negó a que Ellen hablara de las estrellas: la dijo que si Schlesinger no las había incluido, ella tampoco debía hacerlo. «Por desgracia, esta dama dotada, y en general encantadora, parecía ejemplificar exactamente lo que Schlesinger esperaba de las mujeres». Sin embargo, el conocido como «padre de la astrometría moderna» no podría haber logrado su propósito de acumular tantos movimientos estelares sin una asistente tan minuciosa como Ida, que se retiró de la vida académica en 1955.

Tres años antes, en 1952, había recibido el Premio Annie Jump Cannon de la Sociedad Astronómica Estadounidense, un galardón en reconocimiento a las mujeres en el mundo de la astronomía. Barney fue la séptima ganadora y fue elegida por un comité de la AAS, que premiaba sin el previo conocimiento de las candidatas. Ahora son ellas quienes deben postularse si quieren optar a él.

Aún después de su jubilación, el observatorio de Yale siguió publicando catálogos de estrellas con sus mediciones, reflejando la existencia de hasta 400 000 estrellas en el inmenso cielo visible desde la Tierra, eso si, un cielo que cada vez está menos claro con miles de satélites artificiales orbitando y la exagerada energía lumínica que desprende nuestro planeta. Una vez dejó Yale, Ida volvió a residir en New Haven, donde murió el 7 de marzo de 1982, a los 95 años de edad.

Hoffleit, también ya fallecida, la recordaba como «una hermosa y graciosa dama menuda», que vivió toda su vida con su hermana, empleada de Berkeley Divinity School. Su afición por observar la aves, recordaba, no la perdió nunca.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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