Botánicas de Latinoamérica (2): Helia Bravo Hollis, una vida entre cactus

Vidas científicas

Entre las científicas más importantes de México, destaca Helia Bravo Hollis (1901-2001) quien en 1927 fue la primera graduada en biología de su país. Tras una extraordinaria carrera profesional, esta notable mujer ha sido un valioso referente que abrió el camino a numerosas jóvenes con vocación por la investigación científica. El trabajo de Bravo Hollis estuvo en su mayor parte dedicado al estudio de las plantas cactáceas mexicanas, y en la actualidad es principalmente recordada por ser la fundadora del Jardín Botánico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y de la Sociedad Mexicana de Cactología, entre otras muchas actividades.

Los primeros años

Helia Bravo nació el 30 de septiembre de 1901 en la Villa de Mixcoac, ahora convertida en parte de la ciudad de México. Sus padres fueron Samuel Bravo y Carlota Hollis, ambos con marcadas inquietudes intelectuales y muy aficionados a la naturaleza. Diversas autoras y autores han destacado que el interés por el estudio de los organismos vivos surgió en Helia a partir de las múltiples caminatas realizadas junto a sus padres por los bellos alrededores con espectaculares volcanes que rodeaban al pueblo en que vivían.

Desde muy pronto, Bravo Hollis demostró ser muy buena estudiante, e incluso, al acabar la escuela primaria recibió un «diploma de buen aprovechamiento», firmado por el presidente de su país.

Entre 1910 y 1920, México vivió una situación muy convulsa, la conocida como Revolución Mejicana, que generó una enorme inestabilidad en la nación. Como consecuencia, el padre de Helia, que participaba activamente en la vida política, fue detenido y fusilado en 1914. La joven creció y fue educada por su madre y sus tías, quienes la impulsaron y apoyaron en su posterior desarrollo personal y profesional, como han apuntado las profesoras del Centro de Investigación de Monterrey, Rocío G. Balderas Robledo y Alma A. Gómez Galindo.

Helia Bravo Hollis (cerca 1930).

Pese a la inquietante conflictividad mexicana y a los problemas con los que tuvo que enfrentarse su familia, Helia Bravo Hollis consiguió progresar en sus estudios. En 1919, empezó a cursar el bachillerato en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP), una institución fundada en 1868 y equipada con muy buenos profesores que estimularon el interés de la joven por la ciencia en general y la biología en particular. Valga señalar, como subrayan diversas autoras, que la primera mujer que ingresó en esta escuela fue Matilde Montoya (1859-1938) en 1882, hecho que marcó una nueva apertura para la formación intelectual de las mujeres mexicanas, favoreciendo entre otras a Helia Bravo Hollis.

En su estancia en la ENP, la joven estudiante fue discípula del destacado botánico, investigador autodidacta y académico mexicano Isaac Ochoterena (1885-1950), quien le dio clases de Biología durante su segundo año. El profesor Ochoterena, según han relatado Baldera y Gómez, «era estricto pero a la vez apasionado por enseñar biología y trasmitir el amor a la investigación». Por esos años, Ochoterena fundó el Departamento de Biología en la ENP, tarea para la que contó con la colaboración de varios estudiantes entre los que se encontraba Helia Bravo Hollis.

El profesor asignó a cada alumno un tema de trabajo. A ella le correspondió estudiar la vida microscópica de cultivos de protozoos que, valga recordarlo, son organismos unicelulares que habitan en entornos húmedos, tanto de aguas saladas como dulces, o bien son parásitos de otros seres vivos. Con posterioridad, en 2001, la científica ha relatado a la antropóloga y divulgadora de la ciencia Concepción Salcedo Meza que «él [Ochoterena] me puso una mesa, un microscopio y un cultivo de infusión de paja, y empecé a observar a esos maravillosos organismos […]. Así empezó todo». Y empezó con gran entusiasmo, ya que entre 1921 y 1927 Bravo Hollis publicó nueve trabajos sobre el tema.

La joven presentó sus resultados en un centro de investigación científica de excelencia, donde el público, apuntan Baldera y Gómez, era en su mayoría hombres con gran experiencia en las áreas de ciencias experimentales y sociales. Pese a los aplausos recibidos al concluir, la oradora notó que algunos cuestionaban su estancia en ese lugar por el hecho de ser mujer. Como ella misma ha confesado a Salcedo Meza, «escuché que atrás decían unos científicos “ya empiezan a meterse las mujeres en la ciencia”». Sin embargo, Helia era consciente de que los tiempos estaban cambiando y no se dejó intimidar ni desistió en el estudio de lo que se convertiría la gran pasión de su vida.

Antes de terminar el Bachillerato, Bravo Hollis ya había impartido algunas clases de botánica que marcaron sus inicios en la docencia, otra actividad que también la ilusionaba. Por ese entonces tomó la definitiva decisión de estudiar ciencias biológicas, y en 1925, cuando empezó a impartirse en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) la carrera de biología, la joven se matriculó sin dudarlo. Unos años más tarde, Helia Bravo Hollis se convirtió en la primera bióloga titulada de su país, marcando un hito en la historia de la participación de las mujeres en la producción científica mexicana. En 1931, obtuvo un Máster en Ciencias Biológicas con la tesis «Contribución al conocimiento de los cactus de Tehuacán, Puebla».

Poco después, se creó en la Universidad un Instituto de Biología y el profesor Ignacio Ochoterena fue elegido director. Para formar parte de su equipo de trabajo, «el Maestro», como era habitualmente llamado, escogió a un grupo de sus mejores discípulos entre los que se encontraba la recién graduada Bravo Hollis. Al respecto, la científica ha señalado, «me nombró encargada del herbario y me pidió que estudiara las cactáceas de México».

Una fructífera vida profesional

El lugar que Bravo Hollis ocupó en el Instituto de Biología fue el de conservadora del Herbario Nacional de México (MEXU). Al hacerse cargo de sus nuevas ocupaciones, la científica tuvo que dejar atrás sus trabajos sobre protozoos y centrarse en estudios botánicos. Empezó sus investigaciones con las plantas suculentas, concretamente con la familia de las cactáceas. Recordemos que botánicamente las suculentas son plantas capaces de almacenar agua reduciendo su transpiración, y constituyen un grupo de más de 60 familias. Los cactus se encuentran incluidos dentro de una de esas familias, perteneciendo por lo tanto a las cactáceas. Se conocen cerca de 1400 especies a nivel mundial, de las cuales más de 600 son mexicanas.

Helia Bravo Hollis (cerca 1940).

El nuevo trabajo rápidamente atrapó el interés de la joven bióloga, que de inmediato se dedicó a mejorar su formación en el tema; leyó numerosos artículos, diversos libros, visitó herbarios nacionales y extranjeros, al tiempo que recopilaba cuantiosas fotografías. Asimismo, realizó un gran número de excursiones para explorar la inmensa riqueza de México en este tipo de plantas.

Tras un intenso trabajo que le llevó más de cinco años, en 1937 publicó el libro titulado Las cactáceas de México, de 775 páginas y con 324 fotografías. Describía con notable precisión a la mayor parte de los cactus del país, consiguiendo aportar una información muy apreciable a los conocimientos y valoración de la botánica mexicana de aquellos años. En 1941 recibió un premio de la CSSA (Cactus and Succulent Society of America) por este valioso libro.

La vida de la científica experimentó entonces un lamentable paréntesis profesional. Se casó con José Clemente Robles, un conocido médico y uno de los primeros neurocirujanos de México. Según han relatado Baldera y Gómez, «Helia, a petición de su esposo, dejó todas sus investigaciones y se dedicó a las actividades del hogar». Tras trece años, el matrimonio fracasó, no tuvieron hijos y optaron por el divorcio. La científica decidió retomar su vida como profesora investigadora, incorporándose a la UNAM con renovado entusiasmo.

Cuando Helia Bravo Hollis retornó a la vida académica, rápidamente se puso al corriente sobre los avances y cambios ocurridos durante el tiempo que había estado fuera. Junto a varios colegas, optó por emprender una interesante labor: fundar la Sociedad Mexicana de Cactología que, de manera inmediata, tuvo una respuesta muy positiva con un creciente número de colegas solicitando su ingreso. En 1955, crearon una revista titulada «Cactáceas y Suculentas Mexicanas», donde diversos expertos y expertas publicaban sus trabajos. A lo largo de más de veinte años, entre 1951 a 1972, Helia Bravo Hollis fue una eficiente y respetada presidenta de la citada Sociedad.

Explorando la rica botánica mexicana

Bravo Hollis, junto a su entusiasta equipo de trabajo, consiguió obtener los recursos necesarios para realizar numerosas excursiones y viajes; la finalidad de estas exploraciones era recolectar los extraordinarios especímenes vegetales que les brindaba la rica biogeografía de su país. Gracias a sus abundantes y provechosos resultados, el emprendedor grupo fue elaborando originales colecciones que inicialmente solo tuvieron importancia nacional, pero muy pronto despertaron también gran interés internacional.

Con el paso del tiempo, y apoyados por los éxitos alcanzados, el equipo alimentaría otro ambicioso proyecto: crear un jardín botánico en los terrenos de la universidad. Tras diversas gestiones, e impulsados por las autoridades del centro, en 1959 lograron su codiciada meta. Así nació el magnífico Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM, hoy el más importante del país. En este jardín, no solo se resguardaron las extensas colecciones de cactáceas que el equipo de trabajo había recolectado, sino que además se incluyeron diversas plantas endémicas de zonas tropicales (Baldera y Gómez, 2019).

Mapa del Jardín Botánico de la UNAM.

Helia Bravo Hollis fue la primera directora del Jardín Botánico del Instituto de Biología, el segundo más antiguo del país. En la actualidad, como se explica en la página web de la UNAM, este bello jardín botánico tiene carácter nacional por la diversidad y representatividad de sus colecciones. Por otra parte, además de mantener valiosas colecciones de plantas vivas, en este centro se realizan importantes actividades dedicadas a la difusión y educación de jóvenes y personas interesadas, así como a intensas tareas de investigación y conservación de la enorme diversidad vegetal mexicana.

A comienzos de la década de 1960, el rector de la universidad solicitó a Bravo Hollis que hiciera una nueva edición del libro de Las cactáceas de México, pues su exitosa primera edición de 1937 estaba agotada y la obra seguía siendo muy solicitada, tanto en el país como en el extranjero. La científica enfocó entonces sus esfuerzos en este trabajo, se documentó de nueva bibliografía, recorrió el país buscando ejemplares no conocidos, consultó herbarios y solicitó apoyo a diversas expertas y expertos en el tema.

Finalmente, tras una ardua labor en colaboración con su colega Hernando Sánchez Mejorada, Bravo Hollis terminó su mayor obra las plantas cactáceas de México en tres volúmenes. El primero apareció en 1978 con un total de 743 páginas; los dos restantes, como indican Baldera y Gómez, aunque los autores los habían entregado en 1982, aparecieron impresos en 1991, con 785 y 564 páginas, respectivamente. Este extenso y cuidado trabajo incrementó considerablemente el prestigio de la científica, que alcanzó gran reconocimiento dentro y fuera de su país. A título de ejemplo, en 1980, Bravo Hollis recibió el valorado premio Cactus de Oro (Cactus d’Or Award) otorgado por la International Organization for Succulent Plant Study (IOS).

Ese mismo año, la científica aceptó el encargo de coordinar un prometedor proyecto sobre gran parte de la flora mesoamericana, que abarcaba desde México hasta Panamá. Consistió en un amplio trabajo en el que participaron diversos colegas; su elaboración duró varios años. La revista Cactáceas y Suculentas Mexicanas fue publicando paralelamente, entre 1983 y 1887, datos y notas preliminares acerca de los avances del estudio. Estos avances despertaron gran interés entre la comunidad especializada, sobre todo por la precisión con que estaban descritas las distintas especies y géneros, así como por la cuidada y rigurosa mención de sus respectivos hábitats (Balderas y Gómez, 2019).

En 1985, la UNAM concedió a Helia Bravo Hollis un doctorado honorario por sus numerosos y valiosos trabajos. Distinción que, como han subrayado diversos colegas, llenó de satisfacción a la científica. También fue reconocida con el Premio Investigadora Emérita otorgado por la misma universidad.

Diez años más tarde, en 1995, salía a la luz otro excelente libro firmado por Helia Bravo Hollis en colaboración con Léia Scheinvar, botánica del Instituto de Biología y Ecología de la UNAM. La obra, titulada El interesante mundo de las cactáceas, ponía de manifiesto que México es el país más rico en diversidad de especies de cactus. Hecho que, además de su considerable importancia económica, representa un alto valor simbólico en la cultura del país.

En este libro, las autoras exponen cómo se han ido conociendo las cactáceas a lo largo de la historia; asimismo, incluyen las descripciones hechas por los españoles, junto a los usos medicinales y rituales que les dieron los indígenas. Información que se presentó acompañada de una precisa descripción científica de la morfología, taxonomía, variación y evolución de estas plantas. Además, para las y los aficionados incorporaron una guía práctica sobre el cultivo y reproducción de las cactáceas, así como recetas tradicionales de la cocina mexicana. Tan detallado trabajo fue muy bien acogido por la comunidad especializada y el público en general, alcanzando en el año 2002 su tercera edición.

Últimos años

Helia Bravo Hollis (cerca 1980).

A lo largo de las siete décadas en que se extendió su prolífica carrera Bravo Hollis, además de un gran número de artículos científicos publicados en revistas nacionales e internacionales, impartió interesantes conferencias, intervino activamente en diversos congresos y, como ha apuntado Daniela Rodríguez, graduada en Comunicación Social, por sus aulas pasaron grandes mujeres que, siguiendo su ejemplo, también consagraron su vida a la ciencia.

Es de interés destacar que un género, seis especies y una subespecie de cactus han sido bautizadas en su honor con su nombre, como por ejemplo Heliabravoa o Polaskia, un tipo de cactus cuyos ejemplares son casi árboles que alcanzan unos 4 o 5 metros de altura. Es una especie endémica de Puebla y Oaxaca.

Finalmente, recordemos que el último premio concedido en vida a Helia Bravo Hollis tuvo lugar en el año 2000, cuando se le otorgó una medalla por su trabajo sobre la flora de un área natural declarada Reserva de la Biosfera de la Barranca de Metztitlán (que significa «lugar de la luna»). Se trata de una región en la que, según diversos autores, durante su juventud la científica había invertido mucho tiempo y esfuerzo en estudiarla.

En honor a tan destacada botánica, la UNAM ha llamado Jardín del Desierto Helia Bravo a una sección de su Jardín Botánico. Se trata de un área reservada para ejemplares de plantas de zonas áridas donde se encuentra la colección de cactáceas más grande del país. Asimismo, el Jardín Botánico de Puebla, creado con el fin de proteger diversas especies vegetales que alberga numerosas cactáceas en peligro de extinción, lleva el también el nombre de la científica, Jardín Botánico y Vivero de Cactáceas Helia Bravo Hollis, fundado en 1989.

Al final de su vida, Bravo Hollis confesaba a Concepción Salcedo Meza: «Así ha sido mi vida; he hecho todo con amor, pasión y coraje; nunca he trabajado por un sueldo, todo ha sido por la investigación. Entregué mi vida a la UNAM, a mi ciencia, a mis compañeros y amigos. Cuando me toque, la muerte será bien recibida; para mí es sólo una cuestión puramente biológica». Poco tiempo más tarde, el 26 de septiembre de 2001, la gran botánica fallecía a la edad de 99 años, solo cuatro días antes de cumplir los 100. Sus magníficas contribuciones a la ciencia mexicana son hoy un inestimable referente para tantas mujeres estudiosas que han seguido sus pasos.

Referencias

Nota de la editora

Este artículo es el segundo de una serie sobre botánicas latinoamericanas.

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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