Las botánicas en Latinoamérica (1)

Hitos

Ante un hecho evidente, la escasez de mujeres latinoamericanas en la investigación botánica frente al elevado número científicas anglosajonas que los estudios con perspectiva de género están revelando, me he embarcado en una búsqueda de información sobre botánicas de los países al sur del Río Bravo. Los resultados, notablemente más interesantes de lo esperado, justifican con creces el intento de colaborar, dentro de mis modestas posibilidades, en la difusión de sus valiosos y originales trabajos sobre un mundo vegetal de maravillosa biodiversidad.

El Río Bravo al sureste de la presa Falcon, municipio de Mier, Tamaulipas, México.

En primer lugar, recordemos que Latinoamérica, al igual que la mayor parte de los países fuera de Europa y de los Estados Unidos, tradicionalmente ha permanecido en la periferia de la producción de ciencia. Como describía en 2002 el profesor de Historia en la Universidad Vanderbilt, Tennessee, EE. UU., Marshall C. Eakin, aunque la emergencia de la ciencia moderna en Europa jugó un papel fundamental en la conquista y colonización de Latinoamérica, la historia de la ciencia en esta extensa región ha sido inadecuadamente cultivada.

Ciertamente, la información hoy disponible muestra que solo en los últimos años algunos estudiosos y estudiosas han comenzado a dirigir su atención a la historia de la ciencia latinoamericana, disminuyendo temporalmente la exclusiva atención a las tradiciones científicas de Estados Unidos y de Europa (M. C. Eakin, 2002).

En la misma línea, la página web Women Scientists apunta que la escasa disposición o rechazo de la comunidad científica en prestar atención a la ciencia producida en el Hemisferio Sur ha relegado a Latinoamérica a un papel secundario, donde las mujeres con intereses científicos se han visto obligadas a luchar contra imponentes desafíos. «Pese a que ellas durante largo tiempo realizaron muy buenos trabajos en varios campos científicos, añade la página web, el dominio de los hombres en este ámbito ha provocado que solo recientemente se comenzara a reconocer sus méritos y numerosos logros».

Valga insistir en que, desde la época colonial hasta entrado el siglo XIX no hubo prácticamente espacio en Latinoamérica para el conocimiento científico de las mujeres. Incluso las más informadas se enfrentaban a tremendas presiones sociales y religiosas para que renunciasen a buscar y profundizar en conocimientos. No obstante, partir de su independencia las nuevas naciones americanas realizaron esfuerzos por la modernidad, abriendo oportunidades para la práctica científica. Así, «algunos países (especialmente México y, posteriormente, los del cono sur) reconocieron el potencial de las mujeres y su impacto positivo en la sociedad», ha detallado Women Scientists.

Aunque en la ciencia latinoamericana aún existen barreras de género, y también de raza y clase, continúa la citada página web, «los enormes avances hechos por las científicas, especialmente en los últimos cien años son un testimonio del duro trabajo, la tenacidad y el talento natural del creciente y amplio conjunto de mujeres que se negaron a permanecer en la periferia».

Una buena ayuda: la estrategia puntual de cooperación Norte-Sur

Durante el siglo XX, hubo varias conexiones importantes entre las científicas de Latinoamérica y las de los Estados Unidos, que generaron redes de trabajo y colaboración con objetivos de diversa índole científicos y sociales. Nacieron así interesantes actividades como, por ejemplo, la Pan-American Conference on Women, celebrada en Baltimore, Maryland, en 1922, que reunió a numerosas mujeres progresistas de toda América.

Algunas participantes en la Pan-American Conference of Women.

La conferencia tenía como fin impulsar y estrechar la cooperación entre las féminas del continente americano, figurando entre sus principales objetivos, por ejemplo, conquistar la igualdad civil entre ambos sexos, incluyendo el sufragio universal; o bien, el derecho a la formación superior femenina y la libertad para ejercer y ampliar sus carreras profesionales. Entre las participantes a dicha conferencia se encontraban combativas feministas que lograron aglutinar a un gran número de mujeres tejiendo redes de trabajo en torno a sus metas y proyectos.

En lo que respecta al ámbito de la botánica destacan diversas científicas, sobre todo estadounidenses que a través de numerosos viajes por Latinoamérica entraron en contacto con estudiosas locales, impulsando una rica labor creadora gracias al esfuerzo colaborativo. Entre estas profesionales se encuentra, por ejemplo, la prestigiosa botánica nacida en Illinois, Mary Agnes Meara Chase (1869-1963), hoy recordada no solo por su excelente trabajo en el mundo de las plantas, sino también por los destacados esfuerzos docentes que llevó a cabo, y su incansable lucha por los derechos femeninos.

El historiador de la ciencia Marshall C. Eakin enfatizaba en 2002 que, «superando enormes obstáculos, [Agnes Meara Chase] se convirtió en una insigne científica trabajando estrechamente con investigadoras latinoamericanas al tiempo que abría oportunidades para otras mujeres». En el mismo sentido, años más tarde, en 2017, la escritora Vonne Lara hacía hincapié en que Agnes Meara Chase, además de haber clasificado miles de especímenes vegetales procedentes de casi todo el continente americano, y elaborado uno de los tratados más importantes en su especialidad, fue también «todo un ejemplo debido a su lucha por los derechos civiles femeninos y por tender la mano a las jóvenes interesadas en la ciencia».

Ciertamente, Agnes Meara Chase desarrolló una escuela de investigación botánica geográficamente extendida por el continente americano. Y, con el fin de que este centro se desarrollase de manera cohesionada, la científica, en colaboración con grupos de mujeres latinoamericanas especializadas, empleó su experiencia científica, su capacidad para enseñar y orientar, y sus buenas relaciones personales, con la finalidad de enfocar un programa extensivo de investigación. Tal proyecto estaba basado en recolectar, observar, describir, identificar y clasificar especímenes vegetales procedentes de una amplia variedad de ecozonas, esto es, de regiones biogeográficas definidas por la distribución de las plantas y animales. En este caso, se incluían territorios procedentes de los Andes, de las sabanas y de bosques húmedos, así como de zonas semidesérticas.

La especialidad de Agnes Meara Chase eran las gramíneas, y su obra más popular fue un texto que salió publicado en 1960 bajo el título Primer libro de las gramíneas. Una de las antiguas alumnas de Chase, que con el tiempo se convirtió en su amiga y colaboradora, fue la distinguida botánica venezolana Zoraida Luces de Febres, quien tradujo al castellano este excelente tratado.

Mary Agnes Chase.

La estrecha relación que Chase fue capaz de establecer con sus colaboradoras latinoamericanas, ha quedado reflejada en el primer párrafo del prefacio «Nota de la traductora» con que se inicia el texto: «La traducción del inglés al español del Primer Libro de las Gramíneas de la eminente doctora Agnes Chase, me proporcionó una de las mayores satisfacciones de mi vida profesional; primero por la profesionalidad científica de la autora, luego, por facilitar a los estudiantes de habla hispana conocimientos sobre la morfología de una de las familias más importantes del reino vegetal, no solo desde el punto de vista económico sino también científico; y por último, por los grandes vínculos espirituales que me unieron a la doctora Chase, mi maestra, a quien le profesé la más grande admiración y profundo cariño».

Zoraida Luces de Febres atestigua la especial preocupación que Agnes Meara Chase demostró a lo largo de toda su vida por las carreras de las jóvenes latinas estudiantes de botánica. Ciertamente, tras sus numerosos viajes, trabó amistad y mantuvo correspondencia con muchas de ellas a las que proporcionó formación al tiempo que las ayudaba a entrar en este campo de la ciencia. Su casa en los Estados Unidos, apodada Casa Contenta (en castellano en el original), se mantuvo siempre abierta para las mujeres botánicas.

Las valoradas colecciones de gramíneas realizadas por Agnes Meara Chase contribuyeron a enriquecer el herbario del Smithsonian Tropical Research Institute (STRI), el cual se convirtió en una fuente de recursos para la investigación taxonómica de estos vegetales en toda América. Dada la enorme influencia de este Instituto, nos parece de interés dedicar una breve mirada a su historia y actitudes hacia las mujeres y hacia Latinoamérica.

El papel del Smithsonian Tropical Research Institute en Panamá: un ejemplo pionero

El Instituto Smithsoniano de Investigación Tropical se fundó con el propósito de incrementar y compartir conocimientos sobre el pasado, presente y futuro de los ecosistemas tropicales y su relevancia para el bienestar humano. Según podemos leer en su página web, el proyecto empezó en Panamá en 1910 con el objeto de establecer uno de los primeros estudios mundiales sobre impacto ambiental, figurando entre sus prioridades catalogar la flora y la fauna de los bosques tropicales que quedarían inundados tras la construcción del Canal de Panamá. Un siglo más tarde, este centro representa una plataforma global de referencia en la investigación avanzada sobre diversos ecosistemas tropicales y su sorprendente biodiversidad.

Según ha puntualizado la escritora Hannah Byrne (2020), sus primeros miembros constituían un grupo principalmente compuesto por hombres naturalistas estadounidenses blancos. No había ni panameños ni mujeres. Las actitudes de estos hombres configuraban una cultura de monopólica práctica, e incluso la infraestructura física del centro era profundamente misógina. Cuando en 1924 surgió el propósito de construir instalaciones separadas para mujeres y estimular así su participación como investigadoras del instituto, el botánico norteamericano David G. Fairchild rechazó la idea, manifestando un claro machismo ancestral. Al respecto escribió: «Déjennos mantener un lugar donde los verdaderos hombres investigadores puedan encontrar tranquilidad, profundo estímulo intelectual, y libertad de las distracciones de fuera».

Los esfuerzos de Fairchild para mantener a las mujeres fuera, continúa Hannah Byrne, «estaban dirigidos a las mujeres blancas, tanto a aquellas interesadas en investigaciones científicas propias, como a las esposas de los investigadores que a menudo colaboraban con sus maridos […]. Existen registros de mujeres dirigiendo investigación, pero fueron excluidas de permanecer en el centro y participar en la vida social e intelectual».

Sirva como ejemplo de la misoginia reinante que en 1911 y 1912 se organizaron una serie de interesantes expediciones botánicas a Panamá en las que la reconocida botánica Agnes Meara Chase solicitó participar, pero fue excluida debido a que quienes sufragaban ese proyecto «temían que la presencia de mujeres podría distraer a los hombres».

La investigadora Pamela Henson también ha analizado, especialmente a través de la extraordinaria carrera de Agnes M. Chase, la actitud de la Smithsonian en la Zona del Canal, frente al papel del género en el desarrollo de la ciencia de campo tropical. Explorando los ricos archivos de la Institución, Henson ha demostrado «que Agnes Chase representó una amenaza para el “club de los viejos muchachos” (“old boys club”) de los científicos norteamericanos en Panamá cuando las mujeres “invadieron su arcadia”».

Oris Sanjur. Smithsonian Tropical Research Institute.

Con notable satisfacción, Hannah Byrne ha descrito que, en julio de 2020, 96 años después de que Farichild declarara que las mujeres eran una «distracción» para la «verdadera» investigación de los hombres, la doctora Oris I. Sanjur, una panameña nativa con un doctorado en biología por la Universidad Rutgers, New Jersey, fue la primera mujer nombrada directora del Smithsonian Tropical Research Institute.

Byrne ha destacado la amplia historia profesional de Sanjur, quien ha sido ayudante de investigación post doctorada, directora del laboratorio de evolución molecular y directora asociada para la administración científica. Además de los numerosos honores que ha recibido por su investigación y capacidad de liderazgo, Oris I. Sanjur hoy está considerada como una de las más mujeres más poderosas de Latinoamérica. Seguidamente Byrne pone el acento en que un Instituto líder del mundo en investigación sobre los trópicos esté hoy dirigido por una panameña nativa, lo que es un hito en la historia de las mujeres en la ciencia de Panamá.

Siguiendo la senda de las palabras de Hannah Byrne, quien ha subrayado que «la participación de las mujeres en la ciencia y en los espacios profesionales nunca fue concedida, sino que se ganó tras una dura lucha», queremos evocar en próximas entradas algunas meritorias botánicas latinoamericanas cuya capacidad de resistencia y gran vocación, junto al trabajo en red con otras especialistas, les permitió ampliar conocimientos tras sortear multitud de obstáculos.

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

2 comentarios

  • ¡Gracias por artículos como este!

    Parece que las mujeres hemos empezado a hacer cosas hace 20 años y no cientos de años.

    Como aficionada a la botánica me siento muy identificada con la foto de Mary Agnes Chase.

    He disfrutado mucho el artículo.

    • Muchas gracias por tu comentario, Blanca. Mary Chase fue una magnífica botánica y en el blog tenemos algún otro artículo sobre ella, que nos permite tener consciencia de quién fue, de su solidaridad con las jóvenes latinoamericanas y de su entrega al estudio de las plantas.
      Un cordial saludo.
      Carolina

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