Casi como en las películas. Los insectos permiten estimar el intervalo post mortem, es decir, cuánto tiempo ha pasado desde que se produjo una muerte. Los insectos también pueden decir si el cadáver ha sido trasladado de un lugar a otro, o del exterior al interior, o cuánto tiempo ha pasado en un pozo, o enterrado. Incluso gracias a ellos podemos saber si una persona ha muerto envenenada cuando resulta imposible extraer muestras de sus tejidos porque ya están demasiado secos.
El esqueleto abandonado
La presencia de una mosca y los restos de su actividad permiten estimar en qué momento ha fallecido una persona. Y esto ha ocurrido en distintas ocasiones, facilitando la investigación policial.
Uno de los casos en los que participamos desde el grupo de Entomología Forense de la Universidad de Murcia implicó el hallazgo casual de un cadáver bastante esqueletizado en el interior de una construcción abandonada.
Los médicos forenses no lograban estimar una fecha de fallecimiento debido a su estado. Teniendo en cuenta los restos de actividad de una mosca muy frecuente en periodos cálidos del año en la zona del sureste español, en particular a finales de verano y en el otoño, se pudo acotar tal fecha. Nuestra data fue de unos 6 meses como mínimo. En el momento de la publicación del artículo científico el caso no estaba resuelto. Posteriormente confirmaron la fecha.
Datar la muerte permitió un punto de partida para la investigación criminal. Si se aplicara la Entomología Forense como una ciencia auxiliar de modo más habitual se podrían alcanzar conclusiones en muchos casos no resueltos. El problema es que cuando se acuerdan de esta disciplina suele ser tarde. Nos explicamos: si el escenario forense o el cadáver no se ha procesado en busca de evidencias entomológicas, difícil será poder hacer uso de ellas cuando se vea que pueden hacer falta. Aquí vale eso de “se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena”.
El cuerpo humano es un hábitat para los insectos
Los insectos son el grupo animal más abundante y diverso que existe en nuestro planeta. En conjunto, pueblan todos los hábitats terrestres posibles, aunque muchas de sus especies muestran preferencia por ciertos ambientes en determinadas épocas del año. Por eso pueden actuar como especies indicadoras, esto es, especies que poseen características particulares que permiten su empleo para estimar atributos de ciertas condiciones ambientales.
Un ambiente muy particular es el que constituye la materia orgánica de origen animal en descomposición, esto es, los cadáveres.
Los cadáveres son ambientes que evolucionan muy rápidamente cambiando con el tiempo sus condiciones fisicoquímicas y atrayendo, según éstas, a diferentes especies de insectos, en particular moscas y escarabajos. Así, según qué especies se encuentren asociadas a un cadáver (humano o no), se puede estimar cuánto tiempo hace que se produjo la muerte.
Este aspecto resulta de especial interés en las investigaciones criminales, tanto en las que impliquen cadáveres humanos o malos tratos y abandonos como en las que afecten a cadáveres animales; en este último caso no hay que olvidar que también el maltrato animal o la caza furtiva están perseguidos por la ley.
En el caso de malos tratos o abandono, las moscas pueden colocar huevos en heridas no tratadas, y pueden ser atraídas por pañales que no han sido cambiados en mucho tiempo, tanto en el caso de bebés como en el de adultos discapacitados o postrados.
De CSI a la vida real
En distintas series de televisión (CSI, Bones, etc.) se refleja el estudio de los insectos de los cadáveres, lo que ha ayudado a difundir el trabajo de los entomólogos forenses.
Esta disciplina científica que sirve para colaborar con el sistema judicial es la entomología forense.
Su historia es relativamente reciente. Surgió como tal disciplina científica a mediados del siglo XIX en Francia, y se ha desarrollado paulatinamente a lo largo del siglo XX, en particular en los EE. UU. de la mano del FBI.
En Europa, y sólo en algunos países, no se empezó a aplicar sistemáticamente hasta casi finales del siglo pasado y aún hay países, como España, en que no se suele poner en práctica más que de modo casi anecdótico.
A pesar de ello, algunos grupos de investigación, como los de las Universidades de Murcia, Alicante, Alcalá de Henares y el País Vasco, por ejemplo, efectúan habitualmente peritaciones entomológicas por encargo de miembros de los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado, así como de médicos de Institutos de Medicina Legal y Forense.
El caso Diana Quer y la mosca en su pelo
Un caso de repercusión mediática que pudo resolverse gracias a contar con evidencias entomológicas fue el del asesinato en Galicia de la joven madrileña Diana Quer, ocurrido en 2016, aunque su cadáver fue hallado en un pozo 467 días después, el último día de 2017.
Los forenses que examinaron su cadáver encontraron en el pelo de la joven varias pupas de mosca Synthesiomyia nudiseta que habían completado su ciclo, lo que determinó que el cuerpo había flotado en el pozo al menos durante 20 días (la metamorfosis completa de la mosca pasa por las fases de huevo, larva, pupa y adulto). Resultaron prueba irrefutable de que el testimonio del acusado no se ajustaba a la verdad y permitieron reconstruir los hechos.
Conocer cada especie de insecto y su desarrollo
Para la aplicación de esta disciplina es imprescindible poder identificar las especies implicadas. Dado que hay muchísimas especies de insectos, la tarea se hace difícil, aunque no imposible.
Además, hay que conocer las distintas etapas por las que pasa un insecto hasta alcanzar el estadio adulto. Por ejemplo, los conocidos “gusanos de la carne” no son otra cosa que las larvas de las moscas que han depositado sus huevos en el cadáver para desarrollarse. Estas larvas son de gran importancia puesto que toman parte activa en el proceso de la descomposición y lo aceleran. De hecho, si los insectos no tomaran parte en este proceso, la descomposición sería un proceso mucho más lento y estaríamos pisando una espesa capa de restos cadavéricos.
Conocer estas larvas, poder identificar la especie de mosca a través de ellas y saber cuánto tiempo tardan en desarrollarse según la temperatura ambiente son elementos cruciales en la investigación forense puesto que pueden permitir un cálculo bastante preciso del tiempo transcurrido desde la muerte del individuo.
La investigación científica que aporta resultados a esta disciplina se nutre, a su vez, de otras disciplinas que resultan auxiliares, como la Microscopía, que permite visualizar los caracteres morfológicos identificativos de las distintas especies, o la Genética, cuyos análisis contribuyen a la tipificación del ADN de las distintas especies y, por tanto, a su identificación.
En una investigación forense, la Entomología constituye una más de las muchas piezas que contribuyen a la resolución del caso. En ocasiones, por sí misma no aporta la solución, al igual que otras disciplinas criminalísticas, pero todas, en sinergia, sí pueden resultar concluyentes.
La identificación precisa de un desaparecido
Un caso que puede servir de ejemplo de lo anterior pudo resolverse gracias al estudio de las huellas dactilares de un cadáver en avanzado estado de descomposición y de la fauna entomológica asociada a los restos. Las huellas, una vez reconstituidas aplicando técnicas criminalísticas, permitieron la identificación del sujeto, cuya desaparición había sido denunciada en su momento por la familia. Faltaba comprobar si el fallecimiento había ocurrido en fechas próximas a la desaparición o no.
A través de la identificación de las evidencias entomológicas pudimos estimar la época del año en que había ocurrido el fallecimiento, que concordaba con la época de la desaparición. Con todo ello, se pudo completar una investigación que, en inicio, se presentaba complicada.
La colaboración entre entomólogos, médicos forenses y cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado es vital para una exitosa aplicación de la Entomología a la resolución de casos, entre ellos los de índole criminal. Y es que los insectos pueden actuar como excelentes “detectives”.
Sobre las autoras
María-Dolores García, Catedrática de Universidad, Área de Zoología, Universidad de Murcia y María-Isabel Arnaldos Sanabria, Profesora de Zoología. Especialización en Entomología Forense, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.