Resiliencia, ¿mecanismo neuronal o imposición cultural?

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Según la OMS, la depresión es la cuarta causa principal de enfermedad y discapacidad en la adolescencia. Afecta más a mujeres que a hombres (Kuehner, 2017) y una de cada tres adolescentes será diagnosticada de este trastorno. La adolescencia es un período importante de desarrollo cerebral y la reestructuración de redes neuronales (plasticidad cerebral) puede conferir vulnerabilidad y resistencia a la depresión. Muchas personas cuentan con la capacidad para adaptarse y recuperar un bienestar cotidiano después de sufrir adversidades que hacen tambalear los cimientos de nuestra normalidad. Sabemos que no siempre la depresión tiene una causa externa y que es el resultado de interacciones entre factores sociales, psicológicos y biológicos (como el probable papel de las hormonas sexuales, Li y Graham, 2017) pero es crucial investigar sobre los procesos neuronales implicados en ella. Cuando se dan circunstancias vitales adversas (muerte de un familiar, estrés continuado, abusos, maltrato, etc.) las nuevas condiciones de vida suponen un desafío para nuestra estabilidad emocional. Un buen afrontamiento puede disminuir el riesgo de sufrir depresión o cualquier otro desorden mental. A esta capacidad de aceptación de un hecho desfavorable, adaptación a una nueva situación y asimilación de estrategias para recuperar el control de la propia vida después del golpe la definimos como resiliencia.

Depresión. Imagen: Pixabay.

Aún no se conocen bien los mecanismos neuronales de las regiones del cerebro implicadas en esta capacidad de afrontamiento; sin embargo, un aumento en las conexiones funcionales en ciertas áreas neuronales podría utilizarse como biomarcador para evaluar la resiliencia en las mujeres adolescentes en riesgo de depresión. Esto es lo que han mostrado en sus investigaciones Fischer y su equipo (Fischer et al, 2018) con hallazgos esperanzadores. Las investigadoras orientaron su observación a la conectividad funcional en áreas neuronales claves en la depresión: amígdala en la red límbica, que regula las emociones y el miedo, área orbitofrontal, implicada en la resolución de problemas y la toma de decisiones y red de saliencia, involucrada en el comportamiento social y la comunicación.

Las adolescentes con un alto riesgo de depresión pero que no llegaron a padecerla, a las que llamaremos resilientes, mostraron una mayor conectividad entre la amígdala y la corteza orbitofrontal, y entre la corteza prefrontal y regiones de la red de saliencia en comparación con las adolescentes que sí sufrieron depresión. Además, solo en el grupo de las resilientes los eventos positivos ocurridos en sus vidas estaban correlacionados con una mayor conectividad entre la amígdala y la corteza orbitofrontal. Esto es importante porque, de algún modo, lo bueno que habían vivido las “protegía” neurológicamente frente a una posible depresión.

Las conexiones funcionales más fuertes podrían representar una adaptación del cerebro como respuesta a una experiencia de vida positiva y sugieren que es posible atenuar riesgos de enfermedades mentales aumentando los factores de protección: procurando redes sociales de apoyo, reivindicando oportunidades para una educación inclusiva, exigiendo infancias sin abusos ni maltrato, haciéndoles llegar mensajes que refuercen su dignidad, confiando en ellas, etc. Siempre es posible reestructurar áreas neuronales y establecer nuevas conexiones reforzadas por experiencias y aprendizajes; el cerebro es plástico y capaz de modificar sus conexiones y reestructurarse.

Sin embargo, este valioso mecanismo neuronal frente a las adversidades no puede equipararse a la tendencia cultural en alza que asocia resiliencia con éxito. Estamos comprobando que en muchos medios de comunicación se alienta a las mujeres a ser resilientes y la sociedad en la que estamos inmersos considera esta capacidad como una cualidad imprescindible para tener éxito. ¡No te rindas! ¡Puedes hacerlo! ¡Levántate de nuevo! Seamos honestos, ¿qué destinatario imaginamos para tales exhortaciones? Ellas resurgen una y otra vez, incluso en condiciones de discriminación en el trabajo, aceptando situaciones de desigualdad o renunciando a proyectos de futuro por los que habían apostado. Sus expectativas no se cubren y los objetivos llevan una carga de condiciones negativas que no pueden controlar: salario inesperado, horario sin margen para conciliar, pocas oportunidades de ascenso, trabajo extra mal pagado, etc. Si repasamos mentalmente la cantidad de mensajes que promueven la resiliencia femenina nos daremos cuenta de que proliferan los que marcan un ideal de mujer que desafía la adversidad y la precariedad afrontando cualquier crisis.

La intención es ensalzar la habilidad para adaptarse en cualquier circunstancia, y lo vemos en publicidad, en revistas femeninas, en reality shows, en el floreciente mercado de aplicaciones motivadoras para el móvil y en redes sociales. El mensaje en todos estos contextos es el mismo: la mujer exitosa quizá no pueda evitar situaciones difíciles pero puede adaptarse y resurgir con la ayuda de estrategias de psicología motivacional y confiando en ella misma.

Resiliencia. Imagen: Pixabay.

Un estudio llevado a cabo por Rosalind Gill y Shani Orgad (2018) muestra que en los medios de comunicación las nociones de resiliencia se dirigen cada vez más a las mujeres, y en particular a las de clase media que deben proveerse de todo lo que sea necesario para ser meritoriamente resilientes. Identificaron tres características centrales del ideal contemporáneo de la mujer resiliente.

En primer lugar, debe ser capaz de recuperarse ilesa de las catástrofes siguiendo aforismos de autoayuda, como “ten confianza en ti misma”, “renuncia a ser perfecta”, “adáptate al cambio o “estás a medio camino de tus sueños”. Este tipo de exhortaciones sirve lo mismo para sus carreras profesionales que para sus relaciones íntimas y sexuales o la aceptación de su propio cuerpo.

Segundo, la mujer resiliente reconoce su dolor y sus luchas, pero rápidamente los considera oportunidades. Es fundamental aplicar todas las reglas de la psicología motivacional para triunfar incluso en condiciones adversas. La estrategia es asumir que cada revelación de una experiencia dolorosa es siempre una oportunidad para avanzar sin el consuelo de un tiempo de duelo.

Por último, la cultura contemporánea promueve la idea de que la resiliencia depende de la habilidad de cada uno para favorecer sentimientos “positivos” como el amor propio, el creer en uno mismo, la confianza, el optimismo y la gratitud, al tiempo que rechaza los sentimientos “negativos”, especialmente el dolor, la tristeza, la desesperación y la ira.

Todas son afirmaciones inspiradoras y motivadoras cada vez más abundantes en redes sociales y apps dirigidas a las mujeres. Se convierten en compañeros íntimos, en la propia conciencia o en un terapeuta metido en el bolsillo.

Asistimos a una nueva vuelta de tuerca de políticas de austeridad y recortes. Por un lado, las revistas de mujeres, los libros de autoayuda, las apps de nuestros móviles y los pósits en la nevera, nos proporcionan recursos para desarrollar la resiliencia como una forma de sobrellevar las dificultades y sobrevivir al dolor y el estrés, por otro, al fomentar la flexibilidad, el autoengaño de una nueva identidad y la idea de reinventarse, el énfasis permanece en aprovechar los recursos individuales para superar la precariedad. Así, en lugar de servir para exponer y desafiar las fuentes sociales y estructurales que causan la crisis que experimentan las mujeres, estos mensajes están incitándolas a trabajar en sí mismas y asumir la plena responsabilidad de su bienestar. De esta manera, las discusiones sobre las condiciones que crearon la precariedad y la desigualdad en primer lugar, y la responsabilidad del estado y la sociedad para abordarlas, se silencian.

Con todo, son incuestionables los beneficios de la resiliencia considerada como un mecanismo neuronal magnífico que mejora nuestras vidas tras un evento adverso al que todos estamos expuestos. Sin embargo, es importante ser conscientes y críticos, tanto hombres como mujeres, y reflexionar sobre la parcialidad de los mensajes que en muchas ocasiones encubren graves desajustes sociales.

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

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