La odisea de Jimena Quirós, la oceanógrafa

Vidas científicas

Jimena Quirós (1899-1983) se echó a la mar, fue la primera mujer española que embarcó en una campaña oceanográfica como científica, en 1921. Lo hizo a bordo del buque Giralda (anteriormente había sido el flamante yate del rey Alfonso XII); la expedición, ordenada por el Instituto Español de Oceanografía (IEO), duró un mes y recorrió las costas españolas del mediterráneo. No fue su única aventura, ni siquiera la más arriesgada. De hecho, contrariamente a lo que uno pueda imaginarse, la desdicha no esperaba en el mar, sino a su vuelta, en tierra.

El yate Giralda de Alfonso XIII en el puerto de Gijón en 1912. Imagen: Wikimedia Commons.

Esta joven almeriense vivió en un constante movimiento; salió de Andalucía con destino Madrid en 1917, para estudiar Ciencias en la Universidad Central (la actual Universidad Complutense). Al mismo tiempo, se apuntó a varios cursos que se impartieron en el IEO como “Técnicas de microscopía aplicada al plancton”, “Oceanografía” y “Química del mar”. Su incursión en esta institución fue tan satisfactoria que solo tuvo que esperar unos meses para que le asignaran una labor importantísima: la preparación de una campaña oceanográfica que debía realizarse al año siguiente. Compaginó sin problemas sus estudios universitarios con este trabajo. Finalmente, en 1921, se licenció en Ciencias con premio extraordinario en Naturales.

Con un grado debajo del brazo, y después del viaje en barco como ayudante del oceanógrafo y naturalista francés Julien Thoulet, empezó a trabajar en el Laboratorio de Baleares del IEO: opositó y se convirtió en la primera mujer contratada por una institución científica. Un año más tarde, en 1922, se trasladó a los laboratorios situados en Málaga para indagar sobre la biología de los moluscos. De esta investigación nació su primer artículo científico, el primero del ámbito marino que firmaba una mujer. Ese mismo año, volvió a Madrid, a los Laboratorios Centrales, y trabajó en el Departamento de Biología y en el de Oceanografía. Las continuas idas y venidas, lejos de agotarla, parecían insuflarle energía.

El viento cambió el rumbo; a la investigación, se le añadió la enseñanza. Durante esta etapa, Quirós impartió clases de Zoología, Biología, Geología y Mineralogía. No fue una sorpresa que se decidiera por la docencia porque ya había sido profesora en su etapa universitaria. Asimismo, siguió estudiando y especializándose. En 1925, por ejemplo, M. Adrien Robert, profesor de la Sorbona de París, acudió al IEO a dar un curso de biología marina. Este tema despertó un gran interés en la joven lo que la llevó a trabajar durante el verano en el Laboratorio de la Universidad de París y en la Estación Biológica de Roscoff.

Jimena Quirós con M. Adrien Robert (1925). Imagen: Oceánicas.

De una aventura, pasó a otra, sin tiempo a desperezarse. En 1926, solicitó una estancia en la Universidad de Columbia, y gracias a una beca, pudo marcharse a Nueva York. Allí, estudió Geografía Física de la Atmósfera y los Océanos durante un año, y colaboró en varios trabajos de investigación. Su principal interés y especialidad fue la física: las masas de agua del océano, temperatura, salinidad, corrientes…

Una guerra, mil batallas

Jimena fue una mujer de ciencias pero también se hizo un hueco en la política española y en la lucha por los derechos de las mujeres junto a Clara Campoamor, María de Maeztu, Elisa Soriano y Matilde Huici, entre otras. Por ejemplo, desde 1924 fue vicepresidenta de la Asociación Juventud Universitaria Femenina y en 1928, presidió el comité de organización de la XII Conferencia Internacional de la Federación Internacional de Mujeres Universitarias que se celebró en España. Dos años más tarde, empezó a militar en el Partido Republicano Radical Socialista y en 1932, dirigió la sección femenina del partido. De forma paralela siguió con su trabajo en el terreno científico.

De hecho, en ese momento, el IEO le encargó un trabajo en el mar Cantábrico; durante tres meses, se dedicó diariamente a tomar medidas de temperatura, transparencia y salinidad del agua en dos estaciones: en el interior y en el exterior de la bahía de Santander. Ella fue muy crítica en su informe porque había errores metodológicos en las instrucciones y los datos que habían sido recabados hasta entonces no eran válidos según su opinión. Por ello, rediseñó el plan y comenzó de nuevo.

Comité de la XII Conferencia Internacional de la Federación Internacional de Mujeres Universitarias.
De izquierda a deecha: Loreto Tapia, Jimena Quirós (sentada), Matilde Huici, Conrada Calvo,
María Arapalis, Clara Campoamor y Josefina Soriano. Imagen: Oceánicas.

Se encontró con muchos obstáculos: falta de material para el muestreo, escaso personal, averías continuas del barco… No iba a poder entregar a tiempo un informe que le habían exigido porque le faltaban las tablas de cálculo. El IEO no atendió a razones y la apartó del Departamento de Oceanografía; al final, terminaron por expedientarla. Entonces, Jimena decidió emprender una batalla legal donde se argumentó que la destituyeron porque no tenía la especialización necesaria y mencionaron “sus condiciones naturales”, porque según ellos, “estaba en desfavorables condiciones para el trabajo en el mar”. Jimena quedó absuelta de todos los cargos.

A partir de 1933, todo se fue a pique. La reciente riña hizo que se mantuviera alejada del IEO y encontró refugio en la docencia –sin perder su plaza de funcionaria, claro– hasta la Guerra Civil. En 1940, la expulsaron del Instituto por sus “ideas izquierdistas”. En 1966, decidió iniciar otra batalla legal, ya la última. Al final, logró un indulto por parte del Gobierno franquista y decidió recuperar lo que era suyo, ese primer trabajo que con tanto esfuerzo había logrado, el inicio de un viaje que años más tarde terminaría en una gran desventura. Jimena consiguió su reingreso en el IEO pero ya como jubilada. Una victoria demasiado amarga.

No fueron ni la ferocidad del mar ni sus peligros los que terminaron con su carrera científica, sino los impedimentos que encontró en la tierra. Aquí resuenan las palabras del Capitán Nemo, a bordo del Nautilus, en Veinte mil leguas de viaje submarino: «Aquí está la tranquilidad suprema. El mar no pertenece a los déspotas. En la superficie todavía pueden ejercer sus inicuos derechos, batirse, devorarse, traer todos los horrores terrestres… pero a treinta pies bajo su nivel, su poderío cesa, su influencia se extingue, y su potencia desaparece. ¡Solo aquí está la independencia!».

Referencias

Sobre la autora

Uxue Razkin es periodista y colaboradora del blog de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU Zientzia Kaiera.

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