Ann Mitchell, la matemática que pasó de descifrar Enigma a investigar el efecto del divorcio en los niños

Vidas científicas

Ann Mitchell, matemática británica, tuvo un importante papel en los trabajos de decodificación de la máquina Enigma que sirvió para cifrar los mensajes alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, pero durante décadas nadie lo supo, ni siquiera su familia. Su hijos oyeron a menudo las hazañas bélicas de su padre, que participó en el desembarco de Normandía, pero no supieron que su madre había contribuido al esfuerzo de guerra de forma quizá más determinante.

No fue hasta los años 70 cuando el trabajo realizado por Mitchell y otros muchos fue desclasificado y se convirtió en objeto de interés y atención pública, también para su marido y sus hijos.

Las matemáticas, “poco femeninas”

Ann Mitchell nació como Ann Williamson en Oxford, Inglaterra, en noviembre de 1922. Su madre había ayudado en la creación de uno de los primeros centros de planificación familiar del país. Gracias a sus buenos resultados académicos, obtuvo una beca para estudiar en el instituto femenino Headington School, donde pronto mostró especial habilidad para las matemáticas, algo que no pareció gustar a la directora, que las consideraba poco femeninas.

Ann Mitchell (Oxford University, 1943). Imagen: BBC.

Los padres de Mitchell impusieron su criterio al de la educadora y ella pudo seguir su formación matemática. De hecho entre 1940 y 1943 estuvo también becada para seguir sus estudios en la Universidad de Oxford. En ese año, 1940, Mitchell fue una de las solo cinco mujeres aceptadas para estudiar matemáticas en Oxford.

Entrevista para un trabajo que no se podía revelar

«Cuando me gradué, fui a la oficina de la Universidad de Oxford a que me diesen información y consejo sobre qué hacer después. Yo no quería servir de uniforme, así que me enviaron a un lugar llamado Bletchley, del que yo no había oído hablar a pesar de que estaba muy cerca de donde yo vivía. Me hicieron una entrevista en la que no me quisieron decir que trabajo haría, y tras unas cuantas semanas recibí una carta ofreciéndome un empleo como asistente temporal del Ministerio de Exteriores. De nuevo, sin decirme en qué consistiría mi trabajo, pero en cualquier caso yo me sentía muy agradecida de que me lo ofreciesen», explicó Mitchell años después, en una entrevista realizada en 2013 sobre su labor de aquellos años.

En esa misma entrevista, en la que asegura que ella no era tan brillante en matemáticas como los hombres «que habían sido enseñados adecuadamente en la escuela», cuenta que durante su tiempo en Bletchley escribió un diario, «probablemente algo ilegal», y que él, desde el primer día, consignó el ambiente de secretismo que se respiraba en aquellas oficinas. «Sabía desde el principio que era un secreto, pero no sabía qué tipo de secretos, de dónde venían o para qué servían. Disfruté profundamente mis dos semanas de formación, aprendiendo sobre la máquina Enigma, cómo funcionaba y qué tipo de secretos podía revelar».

Crucigramas para descifrar códigos secretos

Tras esas dos semanas comenzó a trabajar en la barraca 6 y permaneció allí hasta el final de la guerra. Allí debían desarrollar menús para las máquinas de cifrado, algo similar a lo que hoy llamaríamos programas de ordenador, aunque nada parecido existía por entonces. Ella misma no tenía del todo claro para qué servían esos programas. «Sé que tenían que ver con los códigos alemanes, con palabras. Sabía que estábamos intentando romper unos códigos que, si se leían correctamente, estaban en alemán. […] A mí me encantaba hacer esos menús, era muy parecido a hacer crucigramas, uniendo cadenas de letras».

Barraca 6 en Bletchley Park (2004). Imagen: Wikimedia Commons.

Cuando décadas después se desclasificaron muchos de los documentos relacionados con el trabajo realizado en Bletchley, se pudieron conocer mejor algunos detalles de estos trabajos. La barraca 6 trabajaba con códigos alemanes de alta prioridad que utilizaban la armada y la fuerza aérea. Entre ellos era de especial importancia el código Rojo de la Luftwaffe.

Al captar alguna de sus comunicaciones, los expertos a la escucha sólo podían deducir de dónde provenía y a partir de ahí, suponer las palabras que la conformaban. Así que debajo del mensaje cifrado que habían detectado, escribían una aproximación al texto en alemán que creían que se estaba transmitiendo. El trabajo de Mitchell y sus colegas era el siguiente paso para descifrar el código utilizado: se trataba de establecer un patrón (los menús de los que hablaba Mitchell) que uniese las letras del mensaje captado con el texto propuesto. Cuanto más coherente, mejor.

A medida que avanzaba la guerra y los aliados iban derrotando a los alemanes, cada vez llegaban menos mensajes que descifrar a la barraca 6, hasta que un día ya no llegaron más mensajes. El día de la victoria, Mitchell acudió a los desfiles de celebración que tuvieron lugar en Londres, aunque después contó que no recordaría mucho de aquella fiesta. Tras terminar su trabajo para el Ministerio de Exteriores, la matemática recibió la instrucción de no hablar públicamente de su labor allí.

No fue hasta los años 70 cuando la historia se hizo pública y ella pudo contar esa parte de su historia: «Fue un vuelco hacia el final de mi vida, de pronto subir tanto en importancia, pasar de no ser nadie a ser alguien. Todo un pasado que a nadie le interesaba y de pronto le interesaba a todo el mundo. Fue muy raro». Los decodificadores de Enigma fueron formalmente reconocidos en 2009, cuando Mitchell y otros supervivientes recibieron una enseña conmemorativa.

Tras la guerra: consejera matrimonial e investigadora social

Ann Mitchell. Imagen: Esme Allen (© JPIMedia).

Pero eso pasó décadas después. Tras la guerra, Mitchell trabajó como secretaria hasta que conoció a su marido y se trasladó a Edimburgo. Él fue ascendiendo hasta convertirse en Secretario del Departamento de Educación de Escocia. Ella estaba interesada en asuntos sociales y se formó como consejera del Consejo de Orientación Matrimonial de Edimburgo. En ese trabajo, pasado un tiempo, llegó a la conclusión de que, en el caso de los matrimonios que terminaban separándose, todo el interés se centraba en los padres, mientras que los niños quedaban en un segundo plano sin que apenas se tuviesen en cuenta sus necesidades. Así que decidió poner en marcha una investigación para aprender qué efectos tenían los divorcios en los hijos. Le sorprendió descubrir que no existía documentación previa al respecto.

Su investigación, pionera por tanto en este campo, no solo le valió un título académico de la Universidad de Edimburgo, sino que supuso un cambio en la ley escocesa que regulaba el divorcio para asegurar que las necesidades de los hijos se tuviesen debidamente en cuenta en los acuerdos de divorcio. En una revisión de su trabajo publicada en 2014 en la revista Scots Law Times se decía que éste tuvo y seguía teniendo un profundo impacto en las leyes familiares escocesas.

Además de estos trabajos, Mitchell sentía un gran interés por la historia escocesa y en los años 70 publicó dos libros sobre ese tema.

Ann Mitchell falleció el 11 de mayo de 2020 a los 97 años, poco después de haber dado positivo en un test de COVID-19.

Referencias

Sobre la autora

Rocío P. Benavente (@galatea128) es periodista.

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