Todos los caminos de la radiactividad llevan a Ellen Gleditsch

Vidas científicas

Entre 1900 y 1910, unas treinta mujeres de toda Europa trabajaron en el campo de la radiactividad. Durante esos años, fueron muchas las estudiantes que decidieron probar suerte en el laboratorio de Marie Curie (en el libro Les femmes du laboratoire de Marie Curie, de Natalie Pigcard-Micault, se pueden encontrar 45 biografías de las mujeres que pasaron por su laboratorio). Una de ellas fue la noruega Ellen Gleditsch, que trabajó desde 1907 hasta 1912 en París junto a la ganadora del Nobel. Este comienzo tan extraordinario dio origen a la buena racha que acompañó a Ellen hasta su retiro, avalado siempre por su trabajo incansable. Se convirtió en una pionera de la radioquímica: estableció el periodo de semidesintegración del radio y ayudó a demostrar la existencia de isótopos.

Su padre, Karl Kristian Gleditsch, fue la persona que le enseñó a amar la ciencia, y más concretamente a apreciar la botánica. Esto tuvo un efecto inminente en la pequeña Ellen, que ya empezaba a mostrar un creciente interés por las ciencias naturales. Finalmente, se decantó por la farmacología y mientras estudiaba, empezó a trabajar en la Universidad de Kristiania (actualmente, Universidad de Oslo) como asistente de investigación en el laboratorio de química. Dos años más tarde, ya tenía en su poder un grado no académico en química y farmacología. En ese momento, nada hubiera hecho más feliz a Ellen que seguir estudiando pero no tenía el dinero suficiente para hacerlo. Como ella dijo en una ocasión: “Una tiene que vivir, así que empecé a trabajar… ¡Primero pan, luego ciencia!”.

Un revés lo tiene cualquiera. Sin embargo, esta situación no la dejó fuera de combate. Decidió probar suerte en el laboratorio de Marie Curie, en París. No lo tuvo fácil; Curie la rechazó porque no tenía espacio para ningún estudiante más. Parecía que nadie podría hacerle cambiar de idea hasta que llegó Eyvind Bødtker, mentor de Ellen y profesor asociado de la universidad, que insistió diciéndole con cierta gracia que “es tan pequeña que no necesita mucho espacio». Al final, la aceptó en su equipo.

Ellen Gleditsch y Thekla Resvoll (hacia 1905).
Imagen: Oslo Museum.
No contaba con muchos ahorros y por eso decidió quedarse solo un año en París. Pero la estancia se prolongó. De esta manera, mientras trabajaba en el laboratorio, se dedicó a estudiar química, mineralogía y radiactividad en la Sorbona, y en 1911 recibió su grado en ciencias. En el laboratorio, ayudó en la cristalización rutinaria de sales de radio y bario. Su trabajo fue tan brillante que pronto fue ascendida a asistente personal de Curie. Asimismo, investigó sobre la relación radio-uranio (Ra-U). Gleditsch dio con la clave para la determinación de las edades de los minerales radiactivos.

La confianza que depositó Curie en ella seguía siendo un misterio para Gleditsch: «No entiendo cómo alguien se atrevió a confiar en mí. Tenía entre mis manos una preparación de radio por valor de 100.000 francos…”. Durante su etapa en París, publicó algunos artículos por su cuenta y uno en colaboración con Curie sobre el litio en minerales radiactivos.

Un año en Estados Unidos

Tras cinco años de investigación, a Gleditsch le tocó decir adiós a una etapa maravillosa en París… pero no para siempre, ya que Curie solicitó su ayuda de forma intermitente en más de una ocasión durante la década de 1920 –en la Primera Guerra Mundial fue llamada para supervisar las instalaciones de extracción de radio, por ejemplo–. Los cambios no son malos de por sí, y Ellen además contaba con una suerte que no se había agotado todavía. Después de su estancia en París, recibió una beca por parte de la American-Scandinavian Foundation para poder trabajar en Estados Unidos.

Sin embargo, la suerte siempre viene con un traspiés: todos los centros en los que solicitó entrar la rechazaron. Su buena racha podría haber terminado aquí, pero no fue así. En 1913, Gleditsch se presentó en el Laboratorio de Bertram Boltwood, en la Universidad de Yale, y consiguió trabajo para un año. Allí, se encargó de establecer el periodo de semidesintegración del radio. Después de la Gran Guerra, Gleditsch continuó trabajando en isótopos radiactivos y en la edad de los minerales.

Defensora del papel de las mujeres en la ciencia

En 1919, cofundó la Asociación Académica de Mujeres noruegas, para centrarse en el desarrollo de la ciencia y las condiciones en las que trabajaban las científicas. Fue elegida presidenta y desempeñó ese puesto durante cuatro años (1924-1928). A Gleditsch también le preocupaban las oportunidades académicas para las mujeres, y se convirtió en presidenta de la IFUW – Federación Internacional de Mujeres Universitarias (1926-1929). Su principal objetivo era proporcionar becas para que las mujeres pudieran estudiar en el extranjero. Ella creía que los beneficios de estudiar en instituciones extranjeras era clave para el desarrollo profesional. En 1964, se convirtió en miembro honorario del IFUW y su sección estableció un fondo de becas en su nombre.

Ellen Gleditsch (1954).
Imagen: Norsk biografisk leksikon.

En 1929, la nombraron profesora en la Universidad de Oslo (la segunda profesora en Noruega, la primera fue Kristine Bonnevie), donde creó también un grupo de investigación sobre radiactividad. Durante la ocupación de Noruega por la Alemania nazi, dirigió un laboratorio que utilizó para esconder a científicos que huían de la barbarie. Finalmente, se retiró de la docencia en 1946 pero no dejó de lado las causas solidarias: trabajó con la UNESCO para acabar con el analfabetismo, por ejemplo. Asimismo, fue parte de la Comisión de control de la utilización de la bomba atómica y recibió, a sus 83 años, un doctorado honoris causa por la Sorbona, fue la primera mujer en recibirlo.

Si uno se detiene a pensar en la historia reciente de la radiactividad y la radioquímica, puede que solo le vengan a la cabeza los nombres de los investigadores más famosos: Pierre Curie (1859-1906), Marie Curie (1867-1934), Ernest Rutherford (1871-1937), Bertram Boltwood (1870-1927), Otto Hahn (1879-1968), Stefan Meyer (1872-1949). Nadie duda de sus habilidades y conocimientos, y de lo que lograron, pero aquellos grandes científicos estaban rodeados de investigadores menos conocidos que los ayudaron. La buena racha que tuvo Ellen hizo que participara en muchas de las investigaciones sobre la radiactividad que iniciaron esos grandes científicos, que trabajara, y que incluso, mantuviera correspondencia con ellos. Pero no solo fue un golpe de suerte lo que la hizo convertirse en una pionera en este campo. Como dijo Emily Dickinson: “La buena suerte no es casual, es producto del trabajo”.

Referencias

Sobre la autora

Uxue Razkin es periodista y colaboradora del blog de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU Zientzia Kaiera.

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