Mildred Cohn, la bioquímica que trabajó con cuatro premios Nobel en toda su carrera

Vidas científicas

Mildred Cohn. Imagen: Wikimedia Commons.

Cuenta Laura Primakoff, hija de Mildred Cohn y Henry Primakoff, que probablemente la época más emocionante en la vida de su madre coincidió con los años de su adolescencia y primera juventud, cuando a los 23 años su padre trasladó a toda su familia a vivir en una cooperativa judía en Nueva York dedicada a la preservación de la cultura yiddish y a promover la justicia social.

Los abuelos de Laura y padres de Mildred, judíos, habían nacido en Rusia pero huyeron de allí en torno a 1907. Mildred nació en Nueva York en 1912 y el traslado a la cooperativa fue para ella abrir las puertas a un mundo cultural y de ideas que la sostendría y alimentaría durante toda su vida, hasta convertirse en una bioquímica de renombre que publicaría durante toda su vida más de 160 artículos científicos. Dedicó sus esfuerzos a investigar el papel que distintos isótopos tienen en las reacciones químicas que se producen en las células.

En concreto fue una de las mayores expertas en el trifosfato de adenosina (ATP por sus siglas en inglés), un compuesto imprescindible en el proceso por el que las células obtienen la energía que necesitan para llevar a cabo sus funciones. También fue pionera en el uso de la tecnología para medir esas reacciones y sus resultados.

La química no es “para señoritas”

Fue una chica brillante y terminó la secundaria a los 14 años. Empezó la formación universitaria a los 15 en el Hunter College de Nueva York, que por entonces era solo femenino. A falta de estudios en física, que era el área científica que más le interesaba por entonces se decantó por la química, a pesar de los comentarios de uno de sus profesores de que no era un área muy apropiada para “señoritas”. El interés por la física nunca desaparecería de su cabeza y sería su gran aliado en sus trabajos sobre bioquímica.

Mildred Cohn (2005). Imagen: Wikimedia Commons.

Su idea era seguir estudiando, pero para entonces la Gran Depresión del 29 azotaba con todas sus fuerzas. El negocio de su padre había cerrado y ella no podía aspirar a becas universitarias por ser mujer. Había ahorrado lo suficiente como para cursar en 1932 un año de un máster en química en la Universidad de Columbia, pero eso fue todo. Después tuvo que buscar trabajo, y lo consiguió en un laboratorio gubernamental de aeronáutica en Virginia.

En dos años había logrado ahorrar lo suficiente como para retomar sus estudios, y solicitó ser admitida en el laboratorio de Harold Urey, ganador del Premio Nobel de Química en 1934 por su trabajo con isótopos. Él intentó disuadirla explicándole que no solía pasar demasiado tiempo enseñando a sus alumnos y que en realidad esperaba que aprendiesen y se formasen por sí mismos. Ella no se dejó desanimar e insistió en pedir un hueco. Finalmente, Urey la aceptó en su equipo. Sería el primero de los cuatro premios Nobel con los que Cohn trabajaría a lo largo de su carrera.

Bajo su dirección se dedicó a estudiar modos para separar distintos isótopos de carbono, pero las limitaciones de los equipos con los que trabajaba limitaban sus avances. Finalmente se doctoró en química en 1938 con una tesis sobre el comportamiento de los isótopos del oxígeno.

Su siguiente trabajo fue en la Universidad George Washington, en Washington D.C., junto al bioquímico Vincent du Vigneaud, que obtendría el Nobel de Química en 1955 por su trabajo investigando importantes componentes basados en el azufre y por la síntesis de la primera hormona polipéptida, y se trasladó con él a la Universidad de Cornell a finales de la década de los 30. Permaneció en esa universidad hasta 1946.

“Siempre me trató como a un colega intelectual”

Durante esos años se casó con el físico Henry Primakoff, algo que ella siempre consideró una de las grandes suertes de su vida: “era un excelente científico que me trató como a un colega intelectual y siempre supuso que debía seguir una carrera científica y se comportó en consecuencia”.

En 1946 su marido obtuvo una plaza en el profesorado de la Universidad Washington en St. Louis, Misouri. Cohn se trasladó allí con él y se incorporó al laboratorio que dirigían Carl y Gerty Cori, que ganaron conjuntamente el Nobel de Fisiología o Medicina en 1947. Gerty y Cohn no se convirtieron solo en prolíficas colegas sino también en buenas amigas.

En el laboratorio junto a los Cori, Cohn introdujo el uso del isótopo 18 del oxígeno para estudiar procesos metabólicos y el papel que las enzimas jugaban en las reacciones químicas que ocurren en el interior de las células y hacen funcionar al organismo. Más adelante comenzó a utilizar procesos como las resonancias magnéticas nucleares o las resonancias paramagnéticas electrónicas para ahondar en esos estudios y observar cómo determinados intermediarios metabólicos afectaban a sus resultados.

Mildred Cohn (2005). Imagen: Wikimedia Commons.

En 1960, Cohn y Primakoff volvieron a trasladarse. Él recibió una oferta de la Universidad de Pensilvania, y ella aceptó allí también un puesto de profesora asociada. En 1961 se convirtió por fin en profesora de Bioquímica y Biofísica. Continuó en esa universidad hasta su jubilación en 1982, el año que recibió uno de los mayores honores científicos que concede Estados Unidos, la Medalla Nacional de la Ciencia.

Los prejuicios por ser mujer y judía

Durante su carrera, Cohn fue en varias ocasiones “la primera mujer que”: fue la primera mujer que presidió la Sociedad Estadounidense de Bioquímica y Biología Molecular, y la primera mujer investigadora de la Asociación Estadounidense del Corazón, así como la primera mujer elegida para el comité editorial de la prestigiosa revista científica Journal of Biological Chemistry.

Pero además de mujer, Cohn era judía. En un mundo y época en la que para muchos puestos de trabajo se buscaban explícitamente a hombres cristianos, esto suponía una doble discriminación. Ella estaba decidida a demostrar que el talento científico debía ser la única cualificación necesaria para trabajar en un puesto de químico en un laboratorio. Frente a no pocas muestras de prejuicios contra las mujeres y los judíos, ella se hizo un hueco por derecho propio en los laboratorios y en la historia de la bioquímica.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista.

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