Marie Morisawa, la geomorfóloga que quería medir la belleza de los paisajes

Vidas científicas

Marie Morisawa.

La comida hecha en casa en las típicas bolsas de papel marrón que se ven en las películas americanas y un puñado de estudiantes sentados a su alrededor. Así era como la geomorfóloga Marie Morisawa y su colega Donald R. Coates solían comer en sus años juntos como profesores de Geología en la Universidad de Binghamton, en el estado de Nueva York, en EE. UU. Así es como lo recuerda Coates en la necrológica que escribió sobre Morisawa: “Nuestros estudiantes siempre eran bienvenidos a unirse a nuestras frecuentes conversaciones sobre el estado de la geología y la geomorfología, así como la actualidad nacional e internacional. Enseñar y hablar con los estudiantes eran algunas de las mayores alegrías para Marie”.

Pero no solo por su faceta de docente es recordada Morisawa. La geomorfóloga japoamericana fue una de las impulsoras de la revolución que su campo experimentó en la década de los 50 y los 60, pasando de ser una disciplina meramente descriptiva a dotarse de técnicas y herramientas cuantitativas que permitiesen hacer análisis estadísticos del impacto de sus distintos fenómenos. Como parte de sus investigaciones, estudió la geomorfología de los ríos, el impacto de los movimientos de las placas tectónicas y los riesgos y amenazas geológicos entre otros muchos aspectos.

De las matemáticas a la geología pasando por la teología

Morisawa nació en 1919 en Toledo, Ohio, hija de un japonés y de una americana que valoraban mucho la educación, el contacto con la naturaleza y el valor de perseguir los intereses de cada uno. Estaba muy orgullosa de sus orígenes y de su cultura paterna, a pesar de que sufrió la discriminación racial en algunos momentos de su vida. Se graduó en Matemáticas en 1941, algo que le sería muy útil cuando después viró hacia la geología.

Sin embargo, antes de eso Morisawa ingresó en el Union Theological Seminary donde cursó estudios de educación religiosa, y después fue profesora de religión en Hawaii durante dos años. Tras esta experiencia aceptó un puesto de técnica de laboratorio en el Departamente de Geología y Geografía en el Hunter College, donde ya había estudiado matemáticas, y esta experiencia la animó a volver a estudiar y a especializarse en geología. Solicitó plaza en varios programas de máster de distintas universidades, pero el ser mujer le cerró la mayoría de las puertas. Solo la Universidad de Wyoming la aceptó. Allí era la única mujer de la clase, pero ella aseguró después que siempre se sintió como “una más de los chicos”. Obtuvo su título de máster en 1952.

Un peregrinaje científico

Marie Morisawa.

Siguió moviéndose incansablemente unos años más. De Wyoming se trasladó a la Universidad de Columbia donde formó parte del equipo financiado por la Oficina Naval de Investigación, en el que realizó su doctorado, que terminó en 1960. Mientras tanto fue también profesora en el Bryn Mawr College. Su trabajo ya se desarrollaba en torno a encontrar métodos cuantitativos para aplicarlos a la geomorfología: cómo medir los cambios que distintos fenómenos provocaban en los paisajes y sus materiales. Una de sus disertaciones sobre las corrientes en pequeñas cuencas fluviales se consideró una gran aportación a esta incipiente revolución.

Con su doctorado casi terminado obtuvo una plaza de profesora asistente en la Universidad de Montana en 1959, y dos años después entró a trabajar en el Servicio Geológico Estadounidense, en Reston, Virginia. En 1963 estaba de vuelta en la vida académica, dando clases en el Antioch College, en Ohio, donde pasó seis años antes de aceptar un puesto en personal del Departamento de Ciencias Geológicas y Estudios Ambientales de la Universidad de Binghamton donde, por fin, se asentó y desarrolló el resto de su carrera.

“No podía haber elegido una colega mejor, más compatible ni más digna de confianza para esos 25 años”, aseguraba Coates en su necrológica. Morisawa llegó a esta universidad en 1970 como profesora asociada, y en 1974 obtuvo la plaza de profesora de geología. A partir de ese momento, ambos colegas unieron sus esfuerzos para destacar el valor y los aportes de la geomorfología dentro de la geología, organizando una serie de simposios sobre el tema en la universidad que comenzaron ese mismo año y que siguieron realizándose año tras año, incluido en 1994, su 25 aniversario, tras la muerte pocas semanas antes de la propia Morisawa. “En vez de los aplausos que debía haber recibido, dedicamos el encuentro a su memoria”.

Un terremoto convertido en un laboratorio al aire libre

En cuanto a su trabajo como investigadora, el año 1959 fue un gran año para Morisawa. Ese año, el terremoto de Hebgen, en Montana, causó un desplazamiento masivo de tierra que formó una presa natural en un río formando un enorme lago en la región. Esto le dio la oportunidad de estudiar sobre el terreno los primeros momentos en la formación de los sistemas de drenajes que tuvieron lugar, y sus observaciones se convirtieron en un artículo publicado en la revista American Journal of Science.

Destrozos causados por el terremoto de Hebgen. Imagen: Wikimedia Commons.

Durante su carrera se interesó en un amplio espectro de fenómenos geológicos como terremotos, corrimientos de tierras, inundaciones y actividad volcánica. También en otros aspectos de la geomorfología, como las placas tectónicas o la geomorfogía de las costas. Todo esto sirvió para iniciar el estudio de la geomorfología ambiental, o cómo los aspectos ambientales influyen en la forma de los paisajes y sus materiales.

El impacto que dejó en ella su época como estudiante y profesora de religión le acompañó toda su vida y se notaba en su amor por la naturaleza y los animales. “Amaba la belleza de los paisajes y estaba intensamente interesada en sus valores estéticos, en cómo evaluarlos, medirlos y preservarlos. Marie fue una de las pioneras en los intentos por cuantificar las preferencias humanas en cuanto al paisajismo”, contaba Coates. Ella misma escribió que “solo últimamente los científicos se han sentido lo suficientemente interesados en el deterioro de la calidad del medio ambiente como para intentar evaluar la belleza del paisaje. Estamos empezando a darnos cuenta de que lo verdaderamente valioso de la vida viene del contacto con el mundo natural. Es necesario preservar los santuarios para el espíritu ahora”.

“Puertas abiertas sin horario fijo de tutorías”

Obtuvo muchas becas y premios a lo largo de su carrera. Se sentía especialmente orgullosa del reconocimiento como Alumna Distinguida de la Universidad de Wyoming y del Premio como Educadora Sobresaliente de la Asociación de Mujeres Geocientíficas. También fue vicepresidenta de la División de Geología y Geomorfología del Cuaternario de la Sociedad Geológica de Estados Unidos. Pero de lo que más orgullosa se sentía era de su enseñanza y de sus estudiantes. “Mantenía una política de puertas abiertas sin fijar horas de tutoría, porque su alumnado sabía que le daría tanto tiempo como necesitase, a cualquier hora del día o de la noche”.

Marie Morisawa murió la mañana del 10 de junio de 1994 en un accidente de coche.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista.

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