Testosterona Rex, ¿Una nueva especie de dinosaurio en la neurociencia?

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En febrero de 2018, salía a la luz un nuevo libro escrito por la conocida neurocientífica Cordelia Fine, profesora de historia y filosofía de la ciencia en la Universidad de Melbourne. Bajo el título Testosterone Rex: Myths of Sex, Science, and Society, esta obra amplía la meritoria lista de trabajos de su autora. Escrito con indiscutible rigor y al mismo tiempo amenizado con un buen sentido del humor, tiene el valor de estar dedicado a la divulgación de una disciplina científica que está hoy generando multitud de publicaciones y debates en los más diversos foros.

Como apunta la columnista colaboradora de The Guardian, Sarah Ditum, con el nombre de Testosterone Rex (Testosterona Rey) Cordelia Fine hace referencia a esa poderosa y tan conocida historia que sostiene que la desigualdad social entre los sexos es un hecho «natural», y no cultural. Partiendo de la idea de que la hormona testosterona es responsable de algunos caracteres masculinos, como la voz grave o mayor cantidad de vello corporal, también ha parecido válido para algunos imaginar que produce otras características que creemos masculinas, tales como la capacidad de liderazgo o la agresividad.

En realidad, son tantas las funciones tradicionalmente atribuidas a esta hormona que Cordelia Fine desde comienzos de su libro ironiza sobre el tema. Así, subraya que la testosterona rey tiene «capacidad de inducir todos los tipos de cualidades adaptativas en aquellas afortunadas criaturas que pueden producir cantidades suficientemente grandes de ella».

Con referencia al comportamiento sexual humano, la científica en su libro hace hincapié en que, desde tiempos ancestrales, en nuestra especie se han venido consolidando estereotipos basados en principios supuestamente innatos. Esto significa que por «naturaleza» los hombres son agresivos y que mayoritariamente muestran un comportamiento osado y promiscuo; las mujeres, por el contrario, dada su timidez «natural» tienden a ser prudentes y castas. El posterior descubrimiento de las hormonas sexuales, ya en las primeras décadas del siglo XX, y concretamente el de la testosterona, representó un poderoso argumento científico para justificar esas conductas sexuales tan antagónicas entre un sexo y el otro. La testosterona resulta, pues, tal como ironiza Cordelia Fine «un rey productor de reyes».

Después de un cuidadoso examen de evidencias científicas y de observaciones culturales, esta innovadora neurocientífica sostiene con firmeza que «una mirada atenta a la biología y al comportamiento de los humanos y de los animales, demuestra que muchas de las premisas que conforman ese planteamiento [de conductas sexuales opuestas], son erróneas».

Las hormonas, sostiene Fine, no ejercen una simple influencia dosis-respuesta sobre nuestra forma de actuar. En numerosas especies meticulosamente estudiadas, continua la experta, «las hembras exhiben una conducta competitiva o ejercen un papel dominante». La testosterona, al igual que otras hormonas, «afecta a nuestro cerebro, cuerpo y comportamiento. Pero no tiene el poder que tan a menudo se asume».

Cordelia Fine.

En su libro, Cordelia Fine rememora el trabajo publicado a mediados del siglo pasado por el biólogo británico Angus J. Bateman. Este investigador, a partir de una amplia gama de resultados experimentales realizados con la mosca de la fruta Drosophila melanogaster, llegaba en 1948 a la conclusión de que la poligamia (esto es, el apareamiento de un macho con muchas hembras, o de una hembra con muchos machos) era más valiosa para el éxito reproductivo del sexo masculino que del femenino. Bateman consideró que se trataba de una dicotomía biológica fundamental y no tuvo reparos en extrapolarla hasta nuestra propia especie.

En la década de 1970, otro biólogo, Robert Trivers de la Universidad de Rutgers, otorgó gran notoriedad al estudio de Bateman. Popularizó ampliamente la noción de que las hembras, al consumir mucha energía para producir óvulos, son más exigentes y menos promiscuas que los machos, ya que estos invierten mucho menos en generar espermatozoides.

Como resultado de los razonamientos de Bateman y Trivers, la mayor parte de la comunidad científica concluyó que a las mujeres, por aportar mucho en el proceso reproductivo, no les interesaba el sexo ocasional con parejas diversas. Los hombres, por el contrario, alcanzan un mayor rédito reproductor si copulan frecuentemente y con múltiples parejas. No es difícil imaginar los acalorados aplausos con que estos argumentos fueron admitidos por la mayor parte de la comunidad científica convencional y dominante.

Ciertamente, una vez más, la ciencia «neutra y objetiva» aportaba su «rigor» para consolidar estereotipos profundamente arraigados. Sentenciaban entonces que está en la naturaleza de los hombres ser promiscuos y osados, y en la de las mujeres ser recatadas y prudentes.

Sin embargo, no todo el mundo compartía esta opinión. En los últimos años se han ido obteniendo numerosos datos que contradicen de modo tajante las conclusiones de Bateman y Trivers. Los experimentos de Bateman, punto de apoyo de todo el modelo, estaban sesgados, como describe Cordelia Fine, por el diseño y por una inexplicable exclusión de datos. Cuando esta información se ha incluido en evaluaciones y reanálisis recientes, se demuestra que en realidad los machos y las hembras producen ambos más descendientes cuantas más veces se aparean.

De hecho, los expertos que hoy defienden el valor de la poligamia en el éxito reproductor, son cada vez más numerosos. Por ejemplo, el investigador del CSIC de la Estación Biológica Doñana, Francisco García González, afirma que la aplicación sistemática de los análisis de paternidad al estudio del comportamiento, ha puesto de manifiesto en las últimas décadas el apareamiento de una hembra con varios machos en el transcurso de un mismo episodio reproductivo. «La poliandria [una hembra y varios machos] es la norma en un gran número de grupos animales […]. Comporta una serie de implicaciones evolutivas de gran calibre y, por ello, su estudio está atrayendo la atención de investigadores en todo el mundo», afirma este científico en un trabajo publicado en 2012 en la revista Investigación y Ciencia.

En un artículo más reciente, también contenido en Investigación y Ciencia de 2017, Cordelia Fine y un compañero de la Universidad de Melbourne, el profesor de biología evolutiva Mark Elgar, rechazan el modelo propuesto por Bateman y consolidado por Trivers. Estos expertos citan diversos estudios realizados en un nutrido grupo de animales que revelan que el éxito reproductor de las hembras aumenta con la frecuencia del apareamiento.

Sarah Blaffer Hrdy.

Ocurre así incluso en los mamíferos, subrayan Fine y Elgar, pese a que en ellos la inversión en el proceso reproductivo se inclina claramente del lado femenino a causa del coste que suponen la gestación y la lactancia. Hasta entre nuestros parientes más próximos, los simios y los monos, las hembras logran beneficios reproductivos al aparearse con diversos machos, tal como han demostrado los trabajos de numerosas/os primatólogas/os, como la experta en comportamiento animal Sarah Bluffer Hrdy.

En el ser humano, puntualizan Cordelia Fine y Mark Elgar, se practica el coito en abundancia sin finalidad procreadora; el sexo, además, sirve para otros fines aparte de la procreación, como por ejemplo para reforzar relaciones. De hecho, los estudios más modernos están demostrando con nitidez que ambos sexos suelen mostrar preferencias similares en lo que concierne a la vida sexual. Fine y Elgar, defienden que los cambios culturales y sociales exigen un replanteamiento de la aplicación de los principios de Bateman y Trivers a la especie humana. Y en este contexto, son implacables al precisar que la visión dicotómica de los sexos que se impuso en el pasado siglo hoy ha quedado completamente desfasada.

Las investigaciones recientes no cejan en revelar que muchas de las premisas originales sobre las desigualdades «naturales» o «innatas» acerca del comportamiento sexual de hombres y mujeres son falsas. Es imprescindible tener presente que los factores ambientales desempeñan un papel primordial en el desarrollo de los comportamientos. Además, insiste Cordelia Fine, «los cambios culturales progresivos no van en contra de la naturaleza, sino que la reescriben».

La científica también argumenta que, si bien el surgimiento de cambios culturales no tiene nada de simple ni de rápido, puede ocurrir en lapsos relativamente breves. A modo de ejemplo recuerda «lo pintoresco que hoy suena el término “castidad” a los oídos de las jóvenes generaciones occidentales en contraste con hace algunas décadas; se trata de un claro reflejo de la rapidez con la que sobrevienen los cambios en las expectativas de género culturales».

El revuelo causado por el libro Testosterone Rex

Como apuntábamos más arriba, Cordelia Fine en Testosterone Rex se concentra principalmente en el papel de las hormonas. Basándose en su formación sobre el tema, define literalmente como «basura» los argumentos utilizados para defender que entre los hombres y las mujeres existen diferencias «fundamentales». Siguiendo un riguroso razonamiento, la autora rebate los numerosos mitos y prejuicios todavía hoy profundamente arraigados en el pensamiento de un amplio colectivo de expertos y público en general, y clama por una sociedad más igualitaria basada en el potencial de ambos sexos humanos.

Al respecto, en un artículo publicado en The Guardian bajo el título Why Testosterone Rex is extinct (Porqué se ha extinguido la testosterona rey), la científica ha escrito que «no existen características esenciales masculinas o femeninas, ni siquiera cuando se tienen en cuenta la osadía o la competitividad, rasgos a los que a menudo se recurre para intentar explicar porque los hombres tienen más posibilidades de llegar a lo más alto». En este terreno, Fine insiste que «es intuitivo buscar una única causa para la división entre los sexos, y si piensas en una hormona que empiece por “t”, no estás solo […]. Siempre que se discute sobre las desigualdades sexuales, aparecen unos testículos gigantescos en la habitación».

Yo Tarzán, tú Jane: Lex Barker y Vanessa Brown in Tarzán y la esclava (1950). Fotografía: Allstar/Cinetext/RKO.
Extraída del artículo Why Testosterone Rex is extinct.

El prestigioso premio Royal Society que se otorga al mejor libro de ciencia del año, ha sido concedido en 2018 a Testosterone Rex, convirtiendo a Cordelia Fine con solo 42 años de edad en la tercera mujer en ganarlo. Con este galardón, la joven neurocientífica se une a los prestigiosos Stephen Hawking, Jared Diamond o Stephen Jay Gould, entre otros, en la lista de los mejores escritores sobre ciencia popular.

Según ha escrito en The Guardian su editora asociada de cultura, Clair Armitstead, «el jurado elogió a Testosterone Rex por su amplitud de miras al considerar los estereotipos de género que aún existen y su urgente llamada a la necesidad de un cambio». Por su parte, el conocido paleontólogo británico, Richard Fortey, miembro del jurado, lo describió como una «crítica rompedora».

La profesora emérita de desarrollo cognitivo del University College London, Uta Frith, ha dicho al respecto: «Cordelia Fine, de forma ingeniosa, pero muy meticulosamente, ha desnudado los argumentos irracionales que se usan para justificar políticas de género».

Sin embargo, cuando el libro fue reconocido por el jurado del Royal Society, Clair Armitstead pronunció una premonitoria advertencia: «el galardón otorgado a Fine puede haber sido una elección provocadora para algunos». Y el presentimiento se cumplió con creces, sobre todo entre los sectores más conservadores de los neurocientíficos/as.

Como botón de muestra (porque hay muchos más), mencionamos al biólogo evolutivo profesor de la Universidad de Chicago, Jerry Coyne, quien apunta en su visitado blog Por qué la evolución es verdadera, que «los libros de Fine sostienen todos la misma tesis: esencialmente no hay diferencias evolutivas entre machos y hembras que justifiquen comportamientos distintos […]. La lección de Fine es que las diferencias sexuales que vemos, son abrumadoramente el resultado de influencias culturales».

J. Coyne acusa a Fine de presentar argumentos algo «resbaladizos», sobre todo cuando ella admite la necesidad de «investigar para comprender porque un sexo puede ser más vulnerable que el otro ante ciertas patologías del cerebro o de la mente». Olvida el biólogo que la investigadora se refiere a algo mucho más generalizado que las enfermedades, pues habla de las diferencias de comportamiento entre un sexo y otro.

Además, Jerry Coyne argumenta en su blog que «Fine es muy buena apartando malos artículos científicos, especialmente aquellos que tratan de la inferioridad femenina, pero no es buena al tratar con los artículos que van en contra de su hipótesis, y, en el mejor de los casos, los relega a notas a pie de página». En otras palabras, prosigue Coyne, Cordelia Fine «elige alegremente la bibliografía que sostiene lo que a ella le parece que son creencias preconcebidas: no hay diferencias biológicas entre mujeres y hombres».

Remata su crítica sosteniendo en el blog que «no es necesario que lo biológico se traduzca en una obligación social. Si los hombres y las mujeres difieren genéticamente en comportamientos y preferencias, como creo que ciertamente es, esto no significa que deban tener derechos distintos en la sociedad, o que no puedan disponer de las mismas oportunidades». Y concluye que «este libro, como otros anteriores de ella, está plagado de confirmaciones sesgadas.»

Katrina Krämer.

Para no extendernos demasiado, valga señalar que Jeremy Coyne termina su sarcástico juicio apuntando que «Testosterone Rex no es un mal libro, sino un libro sesgado. No es un libro sensato sobre ciencia, sino uno polémico. Por esto me quedé muy sorprendido cuando le dieron el Royal Prize».

Son numerosos los estudiosos que, sin embargo, valoran meritoriamente los argumentos de Cordelia Fine cuando defiende que en la especie humana existen factores ambientales como la cultura de género que condicionan nuestro comportamiento. Y este hecho significa que la igualdad entre los sexos podría ser mucho más factible de lo que hasta ahora se ha supuesto. Los esfuerzos deberían tener como blanco concreto la modificación de esa cultura de género.

Recordemos para terminar las palabras de Katrina Krämer, graduada en Química y corresponsal científica de Chemistry World, «aquello que exactamente genera diferencias de comportamiento entre los hombres y las mujeres sigue siendo un cuestión muy ardua de responder, pero a lo largo del libro de Cordelia Fine queda claro que la evolución y la naturaleza no tienen la culpa».

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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