En el atletismo se suele recordar a la persona que se corona con laureles en una prueba, a la ganadora o, en ocasiones, –normalmente suelen coincidir– a la más mediática, pero pocos se acuerdan de la segunda y menos aún del resto.
Con las mujeres que se han dedicado a la astronáutica, como a la ciencia en general, ha ocurrido algo parecido. Si preguntásemos por la primera mujer en llegar al espacio, resonarían los ecos del nombre de aquella joven soviética de amplia sonrisa y pelo corto, Valentina Tereshkova, quien lo consiguió el 16 de junio de 1963. Casi nadie mencionará a Svetlana Savitskaya, la segunda mujer en el mundo en convertirse en cosmonauta en 1982, casi veinte años después del vuelo de la Vostok 6 que inmortalizó a la joven de Maslennikovo.
Menos personas aún serían capaces de resucitar los nombres de alguna de las cuatro mujeres que, el 16 de febrero de 1962, fueron elegidas, junto con Tereshkova, entre los más de 400 aspirantes a convertirse en parte del cuerpo de cosmonautas de la URSS: Tatyana Kuznetsova, Irina Solovyova, Zhanna Yorkina y Valentina Ponomaryova.
En el bloque occidental las cosas no fueron, ni son, tan diferentes. Seguramente pocos han oído hablar alguna vez de Jerrie Cobb, la primera mujer en superar, en 1960, las pruebas del Programa Mercury para convertirse en astronauta, o de alguna de las otras Mercury 13, mujeres aspirantes a astronautas que fueron obligadas por las leyes y el machismo de los rostros conocidos del espacio en la época, a apartarse del programa espacial.
Sólo a partir de los 80 empieza a normalizarse la presencia femenina en el espacio. En 1983 Sally Ride se convirtió en la primera americana y tercera mujer en el espacio. Un año más tarde, en su segundo vuelo, Svetlana Savitskaya realizaba el primer paseo espacial de una mujer. En 1986, la especialista Judith A. Resnik fallecía en el desastre del Challenger, pero casi nadie la recuerda porque su figura fue eclipsada por la de Christa McAuliffe, elegida para ser la primera profesora en el espacio, que también era tripulante en aquel vuelo. Hubo que esperar hasta 1991 para ver a Helen Sharman convertirse en la primera mujer europea en el espacio, y un año más para el vuelo de Roberta Bondar, primera mujer canadiense y primera persona especialista en neurología en el espacio.
Carrera académica y profesional
Roberta Bondar nació el 4 de diciembre de 1945 en Sault Ste. Marie, Ontario (Canadá). De padre ucraniano y madre inglesa, su carrera académica fue meteórica: asistió a la escuela primaria y secundaria de la localidad en la que nació, se licenció en ciencias (especialidad en zoología y agricultura) en la Universidad de Guelph en 1968, realizó un máster en patología experimental en la Universidad de Western Ontario en 1971, obtuvo el doctorado en neurobiología de la Universidad de Toronto en 1974 y se graduó en medicina por la Universidad de McMaster en 1977 y, además, durante seis años, mientras era estudiante,trabajó en genética para el Departamento Federal de Pesca y Silvicultura.
Después de completar sus prácticas de medicina interna en el Hospital General de Toronto, amplió su formación médica con un postgrado en neurología en la Universidad de Ontario Occidental y en neuro-oftalmología en el Tuft’s New England Medical Center de Boston y en la Unidad de Neurociencia Playfair del Toronto Western Hospital. Títulos y especializaciones que la llevaron a ser nombrada profesora asistente de medicina (neurología) entre 1982 y 1984.
Fue precisamente en ese periodo cuando inició su carrera de astronauta.
Roberta Bondar fue una de los seis ciudadanos canadienses seleccionados por su agencia espacial CSA, en diciembre de 1983, para convertirse en astronauta, una carrera cuyos entrenamientos inició en febrero del año siguiente.
Sus aficiones le sirvieron bien en este periodo. Posee la certificación que la acredita como especialista en buceo y paracaidismo, disfruta volando y con paseos en globo, practica piragüismo, ciclismo, tiro al blanco (con fusil y pistola), la pesca, el esquí de fondo y el senderismo, unas habilidades notablemente valoradas cuando se inicia una carrera de astronauta.
A principios de 1990, mientras continuaba sus investigaciones sobre los efectos en el flujo sanguíneo en un cerebro expuesto a la microgravedad, fue seleccionada como especialista para la primera misión del Laboratorio de Microgravedad Internacional (IML-1), también conocido como Spacelab, que iba a ser utilizado para determinar los efectos de la ingravidez en los organismos vivos y en diversos materiales.
A bordo del transbordador Discovery viajó al espacio entre el 22 y el 30 de enero de 1992 en la misión STS-42. Durante los ocho días que pasó en el espacio, realizó varios experimentos sobre el efecto de la ingravidez en el sistema nervioso humano, en el de los camarones y en huevos de la mosca de la fruta y bacterias.
El planeta desde otro ángulo
Siendo parte del Equipo de Observación de la Tierra de la NASA, su papel en aquel vuelo espacial incluyó fotografiar la Tierra usando distintos tipos diferentes de cámaras.
Como muchas de las personas que tienen la fortuna de vivir una experiencia en el espacio, Roberta Bondar, afirma que el vuelo en el Discovery “me proporcionó una nueva visión de la ciencia, de mí misma y del futuro del planeta Tierra. Como médico, mi perspectiva sobre la medicina también cambió, para abarcar más especialidades, además de la neurología y medicina espacial, y me interesé por la salud del medio ambiente”.
Pocos meses después de regresar del espacio, el 4 de septiembre de 1992, la doctora Bondar dejaba la Agencia Espacial Canadiense para continuar sus investigaciones.
Hoy en día, influenciada por los amplios horizontes que pudo ver desde las ventanas del Transbordador Espacial, utiliza cámaras de medio y gran formato para capturar la Tierra, desde el suelo, como un planeta en evolución.
Durante tres años, la doctora Bondar fotografió todos los Parques Nacionales de Canadá para conseguir el material necesario con el que producir un libro que tituló Visión Apasionada. Descubriendo los Parques Naturales del Canadá.
Roberta Bondar también es autora de Tocando la Tierra, un testimonio visual y narrativo de la belleza y la variedad de nuestro planeta, con fotografías tomadas tanto desde el espacio como a ras de tierra. La historia, en imágenes, de su vuelo espacial y su reflexionado punto de vista sobre nuestro entorno.
Continuando con su ampliada perspectiva del mundo, en 2009, creó la Fundación Roberta Bondar, una organización benéfica sin ánimo de lucro.
Premios y reconocimientos
Antes incluso de terminar su carrera profesional en el espacio ya había recibido innumerables reconocimientos: en 1982, se le otorgó el “Premio a la Carrera Científica” por el Ministerio de Salud en Ontario y en 1989 recibió el primero de sus numerosos doctorados honoríficos. Por sus logros en medicina espacial, se hizo también acreedora de la oficialidad en la “Orden del Canadá”, el más alto honor civil que puede recibirse.
Su carrera académica no sólo ha estado ligada a la docencia y la investigación, sino también a la gestión. Entre 2003 y 2009 fue nombrada rectora de la Universidad de Trent en Peterborough, Ontario. Hoy en día, un parque en su ciudad natal y varias escuelas en Ajax, Brampton y Ottawa llevan su nombre.
Sobre los autores
Esta biografía ha sido realizada por Javier San Martín (@SanMartinFJ) e Izaskun Lekuona (@IzaskunLekuona) y es una colaboración de Activa Tu Neurona (@ACTIVATUNEURONA) con el blog Mujeres con Ciencia.
2 comentarios
Muchas gracias Javier e Izaskun por darnos a conocer estas fantásticas mujeres!
Aunque suene a tópico, para nosotros es un auténtico placer. Gracias Elena por seguir nuestro trabajo.