María Cegarra: poemas de laboratorio

Ciencia y más

Es que yo me he enamorado de la química. Francamente, la he trabajado con mucho gusto y no he encontrado aridez. Bueno, la química son unos nombres, unas letras con unos subíndices que te dicen…, pues hasta el secreto de la vida y de la muerte.

María Cegarra. Entrevista de García Martínez.
Cristales míos.

María Cegarra Salcedo (1903-1993) fue la primera mujer perito químico del estado español y una gran poeta.

Su madre, Filomena Salcedo Apolinario, era maestra y su padre, Ginés Cegarra Bernal, comerciante. La primera persona dedicada a la literatura en su entorno familiar fue su hermano Andrés (1894-1928), a quien María dedicó su primer poemario, Cristales míos (1935), al perderlo tras una larga enfermedad. Su último libro de poesía, Poemas para un silencio (1995), estuvo dedicado a su hermana Pepita, a la que sobrevivió poco tiempo.

Nacida en La Unión (Murcia), una comarca muy ligada a la minería, Andrés la animó a estudiar química. A su hermano le parecía una buena manera de ganarse la vida, estudiando y analizando minerales. Aunque al principio no le gustaba demasiado la idea, como atestigua la cita que abre esta reseña, María se fue enamorando poco a poco de esta disciplina y, de hecho, mucha de su poesía está inspirada y salpicada de conceptos de química.

La sílice es una afirmación con un círculo duplicado. Tierra y Dios: mi barro y mi atmósfera.
La química lo afirma; pero se engaña. No existe la saturación.
Hidrocarburos que dais la vida: Sabed que se puede morir aunque sigáis reaccionando; porque no tenéis risa ni aliento, ni mirada ni voz. Sólo cadenas.
Balanza, urna de sensibilidad: Eres el crucifijo de la mirada.
La sonoridad de las ebulliciones y de los alambiques es como un viento sin mar y sin molinos.
¡Ansia de la transmutación! Para conseguirte, cada vez más pequeña, más minúscula, más átomo.

María Cegarra Salcedo, Poemas de laboratorio en Cristales míos, 1935.

Su diploma de perito químico le permitió abrir un laboratorio de análisis mineralógico, alternando su trabajo con la actividad docente en la Escuela de Peritos Industriales y Maestría de Cartagena, y otros centros de formación profesional y bachillerato.

Compartió amistad con escritores y políticos de su época. Aunque de ideologías opuestas, fue una gran amiga del poeta Miguel Hernández (1910-1942), con el que intercambió cartas durante un largo período de tiempo.

Sus análisis químicos, su docencia y su poesía estuvieron ligados a su tierra, en la que siempre residió, llevando una vida discreta, como ella misma expresa a través de estos versos:

20 años del fallecimiento de María Cegarra.

He sido una sencilla profesora de química.
En una ciudad luminosa del sureste.
Después de las clases contemplaba el ancho mar.
Los dilatados, infinitos horizontes.
Y los torpedos grises de guerras dormidas.
He quemado mis largas horas en la lumbre
de símbolos y fórmulas. Junto a crisoles
de arcilla al rojo vivo hasta encontrar la plata.
No he descubierto nada.
No tengo ningún premio.
A Congresos no asistí.
Medallas y diplomas
nunca me fueron dados.
Minúscula sapiencia para tan grandes sueños.
Pequeñez agobiante para inquietudes tantas.
Y rebelde ha surgido, como agua en desierto,
el manantial jugoso, intenso, apasionado,
–dulce herencia entrañable– que tiene la riqueza
de llenar de poesía tan honda desolación.
Y, del resto salvado, rebrotar lo necesario.

María Cegarra Salcedo, Desvarío y fórmulas, 1978.

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Sobre la autora

Marta Macho Stadler es doctora en matemáticas, profesora del Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU y colaboradora en ::ZTFNews y la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.

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