Ruth Hubbard, desde la investigación de punta a la crítica feminista de la ciencia

Vidas científicas

Las mujeres aún están socializadas para sentarse a los pies de los grandes hombres.

Ruth Hubbard

En la década de 1970, las científicas empezaron a tomar clara conciencia de que habían permanecido al margen en un mundo de hombres. La conocida y desafortunada frase «la ciencia no es cosa de mujeres», había impregnado tan profundamente y durante tanto tiempo el mundo académico, que los expertos, al igual que los aficionados o interesados por el conocimiento independientemente del sexo al que pertenecieran, apenas dejaban espacio para plantearse si afirmaciones de ese tipo eran o no ciertas.

Pese a que la historia de la ciencia no puede entenderse sin tener en cuenta las aportaciones de las mujeres, sólo a partir del último tercio del siglo XX las estudiosas empezaron a protagonizar desplantes a ese reinado masculino y a rebelarse con energía ante tan descarado androcentrismo dominante. La realidad es que de un modo creciente acuñaron su presencia, a veces en forma de una dura lucha, la cual fue sumando adeptos con el tiempo. Bajo el nombre de Estudios de mujeres o Estudios con perspectiva de género, múltiples investigaciones procedentes de distintos ámbitos han conseguido enriquecer y ampliar el ámbito de la ciencia haciéndola más objetiva y libre de prejuicios, esto es, más inclusiva y justa socialmente.

Ruth Hubbard. Fotografía de Science Magazine.

En este contexto, la bióloga Ruth Hubbard (1924-2016) ha sido una extraordinaria pionera. Su carrera profesional se extendió por un periodo de drástico cambio para las científicas, desde los días en que eran claramente marginadas hasta ya entrado el siglo XXI. La larga vida de Hubbard como investigadora, profesora, escritora y pensadora, constituye un ejemplo muy ilustrativo del camino emprendido por diversas estudiosas, y también honorables estudiosos. El tema tratado busca recuperar el talento femenino al servicio de la ciencia. Recordar a esta insigne mujer creemos que tiene un notable valor porque nos ayuda a entender de dónde venimos y hacia dónde queremos ir.

Primera juventud

Ruth Hubbard nació en Viena el 3 de marzo de 1924. Era la hija mayor de dos médicos judíos vieneses, Richard Hoffmann y Helene Ehrlich. Tenía un hermano menor, Alexander Hoffmann, y otro adoptivo, Benjamin S. Goldstein. Desde muy joven Ruth disfrutaba leyendo libros de complicadas tramas sobre cuestiones científicas. También tocaba el piano interpretando elaboradas piezas de cámara. En 1938 la familia escapó a los Estados Unidos, huyendo tras la anexión de Austria a la Alemania nazi. Finalmente, lograron establecerse en Brookline (Boston, Massachusetts).

En 1941, cuando Hubbard contaba con 17 años, se matriculó en el Radcliffe College, un colegio femenino afiliado a Harvard, eligiendo ser estudiante de bioquímica. Valga apuntar que estas dos instituciones tenían campus separados, pero los profesores de Harvard daban clase a sus alumnos masculinos y luego estaban obligados a repetirlas al completo en las aulas solo femeninas de Radcliffe. Según ha relatado en un artículo la escritora y colaboradora de The New York Times Magazine, Sara Corbett, la joven Hubbard se sentía afortunada porque sus profesores eran los «grandes hombres de Harvard». Sin embargo, también resultaba evidente que la enseñanza a las mujeres era un deber poco placentero, incluso un insulto, a tenor de lo que parecía leerse en las caras de esos afamados docentes. La propia estudiante confesaba que hacían muy poco para esconder su desdén.

Ruth Hubbard (1990). Getty Images.

Ruth Hubbard obtuvo en Radcliffe el grado de bióloga, especializada en bioquímica, en 1944. En esos años conoció a un joven graduado de Harvard, Frank Hubbard, y se casaron solo un poco antes de que él se marchara a la guerra. A su regreso, la pareja continúo viviendo en Cambridge.

Una vez graduada, la joven bióloga comenzó a trabajar como ayudante de investigación en el laboratorio de química del reconocido y carismático profesor George Wald (1906-1997) en Harvard. Este investigador estaba intensamente dedicado a la fotoquímica ocular, centrando sus esfuerzos en averiguar cómo el ojo logra convertir la luz en información dirigida al cerebro.

En el citado artículo para el New York Times, Sara Corbett relata con cierto detalle que, poco tiempo después de entrar al laboratorio de Wald, en Ruth Hubbard se despertó también un profundo interés por las complejidades de los procesos que permiten la visión. Y, antes de cumplir los 25 años, la joven ya había emprendido una serie de estudios de referencia que a la postre formarían parte de su tesis doctoral. Enfocó su trabajo en analizar la función de un pigmento presente en los ojos llamado rodopsina, una proteína que poseen los organismos no fotosintéticos cuya principal función es captar la energía de la luz.

Inmersa en su proyecto, la investigadora consagró largas horas al laboratorio, donde logró mantener diversos tipos de ojos almacenados en frío –ojos humanos, ojos de calamar, ojos de vacas– poniendo a punto refinados métodos para cortarlos en finas rodajas, abrirlos y extraer su contenido al objeto de estudiarlos con la mayor meticulosidad posible. En una entrevista concedida en 1990 al periódico The Boston Globe, su director de tesis George Wald afirmaba: «Fue la mejor estudiante graduada que he tenido nunca».

La excelente relación profesional surgida entre la joven doctoranda y su maestro no tardó en convertirse en algo mucho más personal. Corbett revela que un día de primavera Wald mencionó a su estudiante que pensaba ir un fin de semana en bicicleta desde Woods Hole, un prestigioso centro de investigación oceanográfica de la costa de Massachusetts, hasta el extremo de Cape Cod, un promontorio saliente que se extiende hacia el interior del océano Atlántico. Ruth Hubbard sugirió que podría acompañarlo, y en esa excursión nació entre ellos una intensa relación amorosa. No importó que él fuera su jefe, 17 años mayor y que ambos estuviesen casados con otras personas. Para Hubbard –y también para Wald, como se comprobó posteriormente– estas complejidades eran superables. Después de lo que Sara Corbett ha descrito como «un fin de semana de tórrido ciclismo, mantuvieron su enamoramiento en secreto por más de una década».

En el laboratorio, las investigaciones continuaban prosperando y, en 1950, Ruth Hubbard obtuvo su doctorado en biología por Radcliffe. En 1952, recibió una beca Guggenheim en el Carlsberg Laboratory en Copenhague, Dinamarca. Hasta finales de los años sesenta, esta brillante científica continuó realizando importantes contribuciones a la fotoquímica de la visión, tanto en vertebrados como en invertebrados. Hubbard y Wald, tras divorciarse de sus respectivos cónyuges, se casaron en 1958. Tuvieron dos hijos: Elijar Wlad, músico, y Deborah Wald, abogada.

Sus vidas continuaron alrededor del laboratorio. Iban caminando al campus cada mañana, trabajaban codo con codo, comían juntos y volvían andando a casa, discutiendo sobre su trabajo todo el tiempo. «Había rodopsina en la mesa del desayuno y rodopsina en la cena», recuerda su hijo Elijah Wald, que veía la relación de sus padres como «un gran romance». Hubbard publicó al menos 31 artículos científicos dedicados a la visión, la mayoría de ellos en colaboración con su marido. En 1967 ambos, Wald y Hubbard, fueron conjuntamente premiados con la prestigiosa Paul Karrer Godal Medal por la Universidad de Zurich, en reconocimiento a sus sobresalientes investigaciones sobre la rodopsina y los resultados logrados en la bioquímica de la visión. Ese mismo año, George Wald fue parte del equipo que ganó el Premio Nobel en Fisiología o Medicina.

La perspectiva de género se abre camino

Hubbard permaneció científicamente activa en su especialidad bioquímica hasta comienzos de los años setenta. Por esa época, su interés profesional empezó a cambiar rápidamente. Pasó desde la investigación científica a temas sociales y políticos. Ciertamente, en el pensamiento de la científica se desencadenó una explosiva «tormenta de ideas» que la llevaría a modificar las que hasta el momento habían sido sus prioridades. Ella misma revelaría posteriormente que, pese a haber sido una «científica devota» a lo largo de más de veinte años, la guerra de Vietnam y, sobre todo el movimiento de liberación de las mujeres (women’s liberation movement), le despertaron nuevas y vibrantes inquietudes.

Ruth Hubbard (izquierda) con una estudiante Radcliffe College en los años 1970. Fotografía de Starr Ockenga
(Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Harvard University).

Un giro radical muy bien expresado por ella a modo de confesión: «Simplemente me pareció imperativo no cerrar los ojos ante el hecho de que la ciencia es parte de la estructura social». El tema de la discriminación de las mujeres en la vida académica le causó un verdadero impacto tras esa toma de consciencia. «Me quedé completamente estupefacta», revelaría en una entrevista al periódico The Boston Globe años más tarde. «Yo era una científica. Y me permitían trabajar en Harvard. Entonces ¿cómo podía haber allí discriminación?»

En torno a esta traumática temática, en diversos escritos y entrevistas publicados a lo largo de los años, recapitulaba que durante las primeras décadas de su vida profesional se había encontrado «perfectamente confortable en el paradigma interno [de la ciencia]. Te hacías una pregunta y si tenías suerte encontrabas la respuesta que te llevaba a la siguiente pregunta y así sucesivamente». De hecho, afirmaba, «no era necesario buscar muy lejos ni cuestionar por qué se hacían unas pregunta y no otras».

Reconocía, en suma, que había vivido satisfecha haciendo ciencia en un mundo de hombres. «Realmente pensaba que los hombres eran más inteligentes, más interesantes, la mejor compañía». Aún no le preocupaba el que ella y otras mujeres científicas en Harvard estuviesen bloqueadas en un nivel laboral bajo de enseñanza e investigación –«no trabajos», como los llamaría posteriormente– mientras los hombres alcanzaban niveles mucho más altos. «Éramos bastante ingenuas al respecto. Harvard nos permitía trabajar allí. ¿No era amable de su parte?», recuerda con ironía. «Yo no estaba realmente mirando la escena completa» (Corbert, 2016).

El cambio que Ruth Hubbard estaba incubando sobre el papel de las mujeres en la sociedad acabaría eclosionando con fuerza. Una vez enfrentada a estas cuestiones del status quo, para ella ya no hubo vuelta atrás. Su interés por la rodopsina desapareció. Se declaró a sí misma que había acabado con la «pretendida objetividad» del trabajo en el laboratorio y en su lugar se dedicó a escribir y editar libros que desafiaban los paradigmas masculinos de la ciencia.

«Históricamente, –ha subrayado en más de una ocasión– lo que constituye la ciencia ha estado decidido por un grupo que se auto perpetúa, auto reflexivo: los elegidos por los elegidos; y esos “elegidos” han sido hombres blancos de clase alta […]. Las mujeres, quienes no son blancos, la clase trabajadora y los hombres pobres, han estado eternamente fuera del proceso de hacer ciencia». Toda una declaración de guerra al orden académico establecido Hubbard publicó ensayos enfrentándose a ideas asumidas por destacados científicos, como Charles Darwin, E. O. Wilson o Watson y Crick. Escribió y editó libros que diseccionaban los modelos sobre quien hace las preguntas científicas que establecen y definen los roles sociales. Su trabajo desmanteló la mayor parte de las teorías biológicas sobre la desigualdad de los géneros.

Con relación a la teoría evolutiva, por ejemplo, una relectura de la obra darwiniana le demostró «el efecto de la teoría política y social sobre la ciencia que se hace», y cómo los científicos aplican las convicciones sociales humanas al mundo vivo. En 1982 publicó un ensayo bajo el título «¿Solo han evolucionado los hombres?», contenido en el libro Biological Woman – The Convenient Myth, coeditado también por ella. El contenido de este ensayo tuvo un gran impacto entre los estudiosos de la evolución humana, e igualmente en el pensamiento crítico feminista, en clara expansión durante aquellos años.

Argumentaba la científica que «necesitamos volver a pensar nuestra historia evolutiva porque hasta ahora las mujeres no han figurado en el paradigma de la evolución humana». Apoyaba sus razonamientos en el error que conlleva analizar un proceso de tanta relevancia sin tener en cuenta a la mitad de la especie. Los eruditos, afirmaba la autora en unas declaraciones publicadas por Bryan Marquard del Boston Globe, «predominantemente hombres blancos universitarios procedentes de clases privilegiadas […] con sus investigaciones a menudo revelan más sobre el investigador que sobre el sujeto a ser investigado».

Además, Ruth Hubbard también constató otro hecho que no había considerado con anterioridad: «De pronto me di cuenta que era una investigadora asociada, contratada a tiempo parcial, mientras que los hombres que fueron mis contemporáneos ya habían conseguido cargos estables. ¿Cómo había ocurrido esto?». Ciertamente, pese a su magnífico curriculum, no fue hasta 1974, y la científica contaba con ya casi 50 años de edad, cuando Harvard daría lo que ella llamó «un paso inusual», ascendiéndola desde «el típico gueto de las mujeres» hasta un rango de profesora estable.

Ruth Hubbard se convertía así en la primera profesora de biología estable en Harvard, honor que fue muy aplaudido por muchos. Su relación con la universidad, sin embargo, permaneció incómoda. En 1981, confesaba: «He sentido, y todavía lo siento, que Harvard es un mal lugar para las mujeres». Y añadía: «Las mujeres aún están socializadas para sentarse a los pies de los grandes hombres».

La colaboradora científica de la revista Science, Beryl Lieff Benderly, ha descrito cómo los temas relacionados con las mujeres y la biología absorbieron profundamente la atención académica de Hubbard. Desde su nuevo cargo universitario estable, tuvo la libertad para publicar una serie de artículos pioneros y de libros, de impartir conferencias y clases, que hicieron mucho para demoler los cimientos tan largamente sostenidos acerca de la supuesta inferioridad intelectual de las mujeres.

En Harvard dedicó uno de sus cursos (Biología 109), a examinar la invisibilidad femenina en la ciencia y en la medicina, y sus consecuencias. Se comprometió a sí misma a estimular a las jóvenes para que siguieran carreras científicas. Su excelente formación en los aspectos técnicos, filosóficos y sociales de la biología, obligó a sus colegas a cuestionarse viejas convicciones e incluso a repensar muchas de sus teorías. Todo ello la convirtió en una científica muy conocida; tan es así, que el prominente genetista Richard Lewontin, afirmaba: «Nadie ha tenido más influencia crítica en la teoría biológica sobre la desigualdad femenina, que Ruth Hubbard».

La libertad de una científica especial

El hijo mayor de Ruth Hubbard, Elijah Wald, ha relatado que su madre «siempre se sintió una extranjera en los Estados Unidos. […]. Se vio obligada a abandonar Europa, pero nunca dejó de sentirse una europea que terminó viviendo aquí». La propia científica comentaba al respecto, en 1990, durante una entrevista en el Boston Globe: «Esta situación de extranjera me ha brindado el derecho interior y la libertad de dar forma a mi vida de acuerdo a mis necesidades –no de tener que ajustarme a los modelos que indican cómo debe ser una profesional, una esposa, una madre o una anfitriona–. […]. Cuando miraba a algunas de mis amigas, sentía que para mi había sido más fácil deshacerme de aquello en lo que no quería participar. Puedo llamarlo arrogancia, y lo es en cierto sentido. Pero surge de la falta de identificación con un modelo en el que debo encajar».

También mostró su libertad y carencia de prejuicios junto a su esposo, y no sólo por la forma en que comenzó su relación sentimental. Durante muchos años, Ruth Hubbard y George Wald pasaron los inviernos en Cambridge y los veranos en Woods Hole, donde les gustaba tomar el sol y nadar desnudos en la playa pública. Al respecto, su hijo Elijah ha comentado: «Él tenía 80 años y era un premio Nobel. Honestamente ¿quién iba a detenerlos?».

Cuando Wald murió en 1997, Hubbard se sintió despojada de todo excepto para dejar de producir trabajo académico. Según su hijo, la magnitud de su dolor la sorprendió. «Para alguien que ha hecho su vida como feminista, que él fuera realmente el centro de su vida fue un gran shock». Sin embargo, durante tanto tiempo como fue capaz físicamente, Hubbard continuó nadando en la costa de Woods Hole, y sus convicciones permanecieron muy vivas.

Ruth Hubbard Wald, en la playa de Woods Hole. Fotografía de Wikipedia.

El 5 de septiembre de 2016 Ruth Hubbard falleció a los 92 años de edad. La comunidad de mujeres científicas recuerda siempre con gran respeto a esta bioquímica premiada, durante muchos años investigadora de élite, que tuvo el coraje de enseñar en Harvard innovadores cursos de biología con clara perspectiva género. Desde una atalaya con tanta audiencia y visibilidad como la de esa famosa universidad, denunció la larga exclusión de las mujeres en la historia de la ciencia. Sus escritos y posiciones, elaborados con gran rigor, encontraron eco en un público entre adverso y sorprendido. Estas valientes contribuciones ayudaron en gran parte a comprender las empobrecedoras consecuencias de tan injusta marginación.

Con sus rupturistas análisis biológicos de género y su crítica ante la poderosa influencia de quiénes hacen ciencia, Hubbard fue una destacada protagonista de una época de profunda transición. Ella proyectó un enérgico impulso al avance en la lucha por la igualdad femenina. Pese a que la brecha de género aún persiste, muchos de los temas que la brillante bióloga desarrolló y defendió han pasado a formar parte de nuestro saber colectivo gracias a su determinada batalla contra la desigualdad.

Gran parte del mérito de Ruth Hubbard radica en que publicó sus valerosas ideas en un tiempo en que los asuntos relacionados con el género eran considerados provocaciones poco aceptables. Supo hacer gala de un formidable espíritu de lucha que nunca se amilanaba, y de un modo de hacer, decir y comportarse donde no tenía cabida la crítica suave que indujera a confusos alineamientos.

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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