Cuando en el instituto nos hablaban de la revolución industrial, había un invento que destacaba por encima de todos y un nombre que asociábamos con él, la máquina de vapor y James Watt.
Aquel artefacto, adaptado primero a campos como la minería, la industria textil, los molinos, las destilerías, las obras públicas o los talleres y con el tiempo a casi todo, pero sobre todo al transporte, adolecía de un efecto secundario que hoy podríamos considerar una lacra. Generaba contaminación, no sólo ambiental, sino también acústica.
No mucho después de Watt, una mujer inventora independiente, Mary Walton, fue la primera persona en preocuparse y resolver algunos de los problemas relacionados con esa contaminación, que hoy en día irrumpen, con cierta frecuencia, en las portadas de los informativos, sobre todo cuando afectan a las grandes ciudades.
Mary Elizabeth Walton nació en el Estados Unidos en 1829, siendo la única descendiente de su familia, y fue lo que en el siglo XXI llamaríamos una pionera en la lucha por el medio ambiente.
Sus invenciones en el campo de la ingeniería, una disciplina dominada abrumadoramente por hombres, la convirtieron en una de las pocas mujeres de su época que recibieron cierto reconocimiento social y económico por sus esfuerzos para mejorar su sociedad.
Walton vivió en un momento en la que la revolución industrial había generado un sinnúmero de fábricas en los Estados Unidos. Al mismo tiempo que la industria fue prosperando, también lo hizo un nuevo problema a una escala que no se había conocido hasta entonces: la contaminación.
La inteligente y creativa Mary, estaba preocupada por el humo emitido por las fábricas que habían surgido como consecuencia de la imparable industrialización, inquietud que la impulsó a lograr el desarrollo de un sistema para reducir los riesgos ambientales causados por la emisión de humos, que hasta entonces se vertían sin control por todo el país.
El dispositivo impedía la emisión directa al medio de los humos procedentes de las chimeneas de las locomotoras, la industria y los edificios residenciales desviándolo a tanques de agua, donde los contaminantes eran retenidos para ser expulsados posteriormente por el sistema de alcantarillado de la ciudad.
El método Walton fue patentado el 18 de noviembre de 1879, con el número 221.880.
Ruido ambiental
Tan solo dos años más tarde, Mary Walton patentó su segundo gran invento.
A finales del siglo XIX, el tren elevado se convirtió en la solución a los problemas de transporte en la ciudad de Nueva York. Al principio se especuló con la posibilidad de usar coches de caballos como mejor sistema para trasladar a los habitantes de un sitio a otro, pero debieron pensar que había algún residuo de los caballos peor que las cenizas y el humo que caía desde los trenes elevados.
Esta novedosa posibilidad, el tren elevado, que empezó a funcionar el 2 de julio de 1878, se estaba extendiendo rápidamente a otras grandes ciudades de los Estados Unidos y, como en el caso de la máquina de vapor de Watt, con consecuencias que, en aquel momento, no se habían medido con exactitud. Los sociólogos llegaron a culpar al ruido de los trenes de las crisis nerviosas y neurosis de algunos urbanitas.
En 1880, la mayoría de los habitantes de Manhattan vivían a menos de diez minutos a pie de una de estas líneas, así que no es difícil imaginar a Mary Walton soportando el ruido del paso del tren, como tantas veces hemos visto en escenas de películas, o hablando a gritos o interrumpiendo una conversación cada vez que uno de aquellos convoyes circulaba por la vía.
Como en el caso de la manzana de Newton, sobre la figura de Mary Walton también circulan historias sobre sucesos de la vida diaria que, para quienes los viven, terminan convirtiéndose en revelaciones científicas.
Se dice que una noche, cuando Mary dormía en su cama, con la cabeza reposando sobre su almohada pasó uno de aquellos trenes, y en ese momento se dio cuenta de que el ruido se reducía. Mary pensó que podría usar algún tipo de material para absorber el sonido, dando comienzo a su búsqueda de un elemento capaz de reducir los decibelios de sonido ambiental provocados por el paso del tren.
Walton se dispuso a resolver el problema. Trabajando en el sótano de su casa, construyó un modelo a escala de una de estas vías elevadas y realizó con ella numerosos experimentos que, con el tiempo, le llevaron a descubrir un excelente amortiguador del sonido para los trenes que circulaban por los raíles.
Recubrió las vías con una envoltura en forma de caja madera alquitranada que se forraba con una capa de algodón y se rellenaba de arena. El invento facilitaba la absorción de las vibraciones y por consiguiente del ruido.
Su sistema de amortiguación de sonido, patentado el 8 de febrero de 1881, era tan eficaz que vendió los derechos sobre él al Ferrocarril Metropolitano de Nueva York por 10.000 dólares.
Sobre los autores
Colaboración realizada por Javier San Martín e Izaskun Lekuona (Activa Tu Neurona, @ACTIVATUNEURONA) para el blog Mujeres con Ciencia.
4 comentarios
Muy interesantes las aportaciones de Mary Walton. Merece la pena que se den a conocer estos retazos biográficos en la gran pantalla.
¿quien se anima?
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