Santa Hildegarda de Bingen: religión, ciencia y poder

Vidas científicas

Escultura de Hildegarda de Bingen de Karlheinz Oswald.
Escultura de Hildegarda de Bingen de Karlheinz Oswald.

Tras ser silenciada casi ocho siglos, la figura de la mística, poeta, filósofa, naturalista y compositora Santa Hildegarda de Bingen fue rescatada del olvido para manifestarse como una de las mujeres más poderosas e influyentes del medioevo.

Su biografía fue encargada por los abades Ludwig de Trier/Tréveris y Gottfried de Echternach al monje Theoderich. Este, que no había llegado a conocerla, insertó en su escrito un texto biográfico elaborado por el también monje Gottfried, que había sido secretario de Hildegarda. La obra resultante presenta algunas deficiencias pero es muy valiosa siempre que se tenga en cuenta la religiosidad del autor así como el mensaje que quería transmitir a los lectores.

Hildegarda nació en Bermersheim en 1098 y fue la décima hija de un matrimonio de la nobleza local. Sus padres Hildebert von Bermersheim y Mechtild decidieron consagrarla a Dios como “diezmo” y la recluyeron en el monasterio de San Disibodo bajo la tutela de una monja llamada Jutta que le enseñaría latín básico y teología. Hildegarda, delicada y enfermiza, desde los seis años aseguró ver cosas fuera de lo normal y decidió compartir su secreto con Jutta, quien supo encontrar la forma de tranquilizarla ya que, según el biógrafo de la maestra, esta también vivía episodios similares. Las experiencias místicas de Hildegarda se prolongarían durante toda su vida llegando a expresar sus conocimientos en forma de visiones. Si bien esto puede causar extrañeza en la actualidad, debe tenerse en cuenta que, tal y como señala Margaret Alic en “El legado de Hipatia”: “El afirmar que uno tenía visiones era cosa frecuente en el siglo XII , y siguió siendo un recurso literario durante siglos”.

La reputación de la santidad de Jutta y su alumna se extendió por la región y otros padres ingresaron a sus hijas en lo que se convirtió en un pequeño convento benedictino agregado al monasterio de Disibodenberg. Tras la muerte de su maestra en 1136, Hildegarda se puso al frente del grupo monacal femenino.

La nueva abadesa, hacia el 1141, le confió al monje Volmar, que Dios se le había aparecido para mandarle escribir sus visiones. Este le animó a hacerlo para examinar, posteriormente, si su procedencia podía ser divina. Juzgó que lo era y, así se lo comunicó al abad de San Disibodo, colocándolo en una delicada situación. Era arriesgado autorizarla a escribir sus visiones y a ejercer una misión profética que la jerarquía eclesiástica creía reservada a los hombres. Sin embargo, algunos monjes le hicieron ver que contar con una visionaria en el monasterio podría favorecer el incremento de monjas y donativos. Así que, al fin, el abad accedió y, una vez Hildegarda hubo redactado sus primeros textos con la ayuda de Volmar, se los mostró al arzobispo de Maguncia.

Con los escritos en posesión del episcopado, Hildegarda dio muestra de su inteligencia y astucia en una jugada magistral. Se dirigió a la persona idónea para la defensa de su causa, Bernardo de Claraval, el monje con mayor influencia en la cristiandad occidental. Contar con su apoyo, suponía, con una alta probabilidad, contar con el del pontificado. En la carta que mandó al monje, le relató sus visiones y le informó del mandato divino de hacerlas públicas. No olvidó resaltar lo enferma que se ponía al incumplir lo que le ordenaba el Señor ni que otro monje ya había dado por buenas las visiones. Bernardo se mostró prudente en su respuesta sin pronunciarse sobre si debía divulgar o no lo revelado. Se limitó a alegrarse de la gracia de Dios que poseía y la exhortó a responder a ella con humildad.

No obstante, en el Sínodo de Trier, en el que estaba presente el pontífice Eugenio III, expuso el caso de Hildegarda y el pontífice decidió enviar al obispo de Verdún y al de Trier al monasterio para recabar más información. En la valoración del caso, Bernardo dio su apoyo a la monja pidiendo a Eugenio III que no permitiese “que tan insigne luz fuera apagada” y como resultado, el pontífice, no solo concedió a Hildegarda el permiso, sino que también la animó a “expresar lo que conociera por el Espíritu Santo”.

Hildegarda de Bingen.

Con la ratificación papal a su misión profética, la abadesa se situó en una posición de prestigio que llevó al aumento del grupo monacal femenino de San Disidobo con la entrada de varias muchachas del estamento nobiliario. Hubiesen tenido que ampliarse las dependencias del monasterio si no fuese porque Hildegarda tuvo otra visión que la impulsó al traslado a un lugar que “le fue mostrado por el Espíritu Santo”, el de la tumba de San Rupert. Cabe señalar que en el contexto general del monacato benedictino, en esa época, se estaba produciendo la independencia de las comunidades femeninas de la tutela de los monjes en el orden disciplinario y también en el económico. Fenómeno por el que muchos religiosos no mostraban ninguna complacencia y al que en algunos casos, como en el de Hildegarda, se manifestaban contrarios. Ante la negativa a su misión, la abadesa cayó enferma, así como algunos de los que se habían opuesto al traslado. Finalmente, gracias a la ayuda del arzobispo de Maguncia, ante el que intercedió la marquesa Von Stade, el abad le concedió el permiso. En el consiguiente reparto de bienes, Hildegarda se mostró generosa dando a los monjes más de lo que les correspondía. Por fin se había emancipado de la tutela directa de la autoridad abacial masculina sin someterse, tampoco, a ningún protector laico. La economía monacal se consolidó gracias a las donaciones de los fieles.

Pero esta separación le costó muchas críticas. Algunos la atribuían a su ambición mientras que otros dudaban de la legitimidad de tales dotes de visión por parte de una mujer que creían inculta y necia. Los familiares de algunas monjas no vieron con buenos ojos que parte de sus bienes fuesen destinados a engrosar un cenobio dirigido por una abadesa dispuesta a ejercer su autoridad sin restricciones de varón alguno. Richardis, la monja a quien Hildegarda tenía mayor estima, fue una de las que la abandonaron para presidir el monasterio de Bassum. Su madre era la marquesa que había apoyado el traslado a San Rupert, pero su hermano el arzobispo de Bremen, disconforme, tomó cartas en el asunto para apartar a su hermana de la abadesa independiente. Richardis fue la única monja de la que tenemos constancia que compartiese las visiones de Hildegarda y era la elegida por esta para sucederla. Pero se alejó de ella, muriendo al poco tiempo de ocupar su nuevo puesto. En su desesperación, Hildegarda llegó a considerar la muerte de Richardis como un castigo a las ansias de su discípula por convertirse en abadesa de un monasterio importante.

En San Rupert, Hildegarda prosiguió con la redacción de sus obras y empezó a elaborar composiciones musicales. Era toda una autoridad a la que acudían gentes de todas partes para escucharla, para pedirle consejo, para obtener curación, etc. Se hallaba inmersa en una sociedad aristocrática que se defendía hasta el punto de rechazar el ingreso al monasterio a mujeres que no fuesen de origen noble y careciesen de riqueza. Justificaba tal proceder ante quienes le acusaban de obrar en contra de las escrituras, aduciendo la necesidad de un orden social. Creía que cada hombre tenía asignado un lugar y rango en la sociedad y que Dios cuidaba de que el orden menor no ascendiese por encima del orden superior. Tenía una concepción feudal de absoluta rigidez.

Otro punto controvertido de la vida monacal de San Rupert era el atuendo que vestían las monjas en los días de fiesta. Cantaban los salmos con los cabellos sueltos bajo coronas de oro decoradas con cruces a ambos lados y la figura de un cordero delante y detrás. Lucían vaporosos velos de seda de un blanco resplandeciente y llevaban en los dedos anillos de oro. Para Hildegarda los textos paulinos del Nuevo Testamento que hacían referencia a la sobriedad de los ropajes femeninos iban dirigidos a las mujeres casadas, no a las vírgenes cuyo cuerpo no había sido corrompido. Creía que estas últimas merecían llevar ornamentos simbólicos tan vistosos como los sacerdotes y obispos.

Hildegarda podía permitirse implantar sus propias reglas porque se había convertido es una de las personas más influyentes de la cristiandad. Estableció comunicación con papas, hombres de estado, emperadores y otras figuras notables. Fue la única mujer a quien la Iglesia permitió predicar al clero y al pueblo en iglesias y abadías. Les hablaba de la corrupción de los canónigos y del avance de la herejía de los cátaros culpando de esta última a la falta de piedad del clero y del pueblo en general.

Hildegarda de Bingen.

Por lo que a sus obras se refiere, dictó un total de doce libros. El primero, escrito entre el 1141 y el 1151, fue Scivias y trata de la creación del mundo y del ser humano, así como del pasado, presente y futuro de este último. Entre 1151-1158 llevó a cabo su obra de medicina bajo un único título: Liber subtilitatum diversarum naturarum creaturarum (Libro sobre las propiedades naturales de las cosas creadas), que en el siglo XIII fue dividido en dos textos: Physica (Historia Natural) o Liber simplicis medicinae (Libro de la Medicina Sencilla); y Causae et Curae (Problemas y Remedios) o Liber compositae medicinae (Libro de Medicina Compleja). Entre 1158 y 1163 redactó la Liber Vitae Meritorum, y entre 1163 y 1173-74, el Liber Divinorum Operum, considerados, junto con el Scivias, como sus obras teológicas de mayor importancia.

De su obra musical, iniciada en la década de los años 1150, se conservan más de 70 piezas recopiladas en la Symphonia armoniae celestium revelationum (Sinfonía de la Armonía de Revelaciones Divinas), y un auto sacramental cantado, titulado Ordo virtutum.

A través de sus textos, la abadesa realizó interesantes aportaciones a la ciencia. A pesar de creer en un origen divino, no pensaba que la creación fuese resultado de una intervención sobrenatural sino de la presencia de los cuatro elementos primordiales que dividió en dos clases, las superiores o celestiales (fuego y aire) y las inferiores o terrenales (agua y barro). Según Hildegarda, ambas clases estaban relacionadas como lo estaban el macrocosmos y el microcosmos. Por ello Hildegarda intentó armonizar la física con la anatomía y la fisiología.

Mostró grandes conocimientos de botánica, medicina y fisiología humana. Intuyó la circulación de la sangre siglos antes de que pudiese comprobarse y realizó la descripción más detallada del orgasmo femenino que se había hecho hasta la fecha. En realidad, todas sus explicaciones médicas sobre el sexo llaman la atención por su realismo.

Es muy destacable que una mujer sin instrucción formal llegase a aceptar que, con independencia del impulso creador, los misterios del cosmos podían explicarse a través de la observación y el razonamiento.

Hildegarda de Bingen.

En 1165, el crecimiento de la comunidad del convento de Rupertsberg hizo necesario que parte de las monjas se trasladasen al convento de Eibingen. Hildegarda murió el 17 de septiembre de 1179 y fue sepultada en la iglesia del convento de Rupertsberg del que fue Abadesa hasta su muerte. Sus reliquias, que actualmente se encuentran en Eibingen, permanecieron en Rupertsberg hasta que el convento fue destruido por los suecos en 1632. Su recuerdo y sus aportaciones se olvidaron durante siglos, hasta que la humanidad volvió a necesitarlas en la II Guerra Mundial.

La escasez de medicamentos propició la búsqueda de remedios naturales y al final de la contienda la abadesa Adelgundis Führkötter confirmó la autenticidad de los manuscritos de Hildegarda y el Dr. Hertzka empezó a tratar a sus pacientes siguiendo sus métodos. A partir de aquí, su fama creció y fueron saliendo a la luz sus múltiples facetas.

Por lo que se refiere al ámbito religioso, fue proclamada santa por el Papa Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012 y el 7 de octubre de 2012, fue proclamada oficialmente “Doctor de la Iglesia”, título que sólo se ha aplicado a 35 cristianos.

Santa Hildegarda de Bingen nos dejó un valioso legado en las artes y las ciencias y un testimonio de inteligencia, fortaleza y astucia.

Sobre el artículo original

El artículo Santa Hildegarda de Bingen: religión, ciencia y poder se publicó en el blog Los Mundos de Brana de Laura Morrón el 6 de noviembre de 2015.

Un especial agradecimiento a la autora del artículo por permitir su reproducción en Mujeres con ciencia.

Sobre la autora

Laura Morrón es licenciada en Física. Como apasionada de la divulgación científica, escribe en su blog personal Los Mundos de Brana y colabora en Naukas, Pa ciència, la nostra, Desgranando Ciencia y Desayuno con fotones. Es Coordinadora Editorial de Next Door Publishers.

18 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *.

Este sitio está protegido por reCaptcha y se aplican la Política de privacidad y los Términos de servicio de Google